miércoles, septiembre 12, 2012

Negociadora de las Farc es la viuda de 'Tirofijo'


Fue su compañera sentimental por 15 años

Negociadora de las Farc es la viuda de 'Tirofijo'

Por: Gloria Castrillón / Enviada Especial El Espectador- Cromos, La Habana (Cuba) /

Manejaba la seguridad y el cuidado personal del jefe guerrillero. Esta semana, en Cuba, se convirtió en la única mujer a la que la guerrilla ha sentado en una mesa de negociación.

Sandra y ‘Marulanda’ durante los diálogos del Caguán, con su mascota, un lobo siberiano llamado ‘Bonie’.  / Gloria CastrillónSandra y ‘Marulanda’ durante los diálogos del Caguán, con su mascota, un lobo siberiano llamado ‘Bonie’. / Gloria Castrillón
“Murió de un infarto cardíaco, en brazos de su compañera”. Con estas palabras, el hoy jefe máximo de las Farc, Timoleón Jiménez, confirmó al mundo la muerte del fundador y líder histórico de esta guerrilla, Manuel Marulanda Vélez, en un comunicado que leyó el 25 de mayo de 2008. Semejante alusión no era sólo un giro retórico para darle un toque de humanidad y romanticismo a la figura del insurgente más feroz, el más buscado, el más combatido por el Estado durante más de medio siglo. Era también la forma de hacerle un homenaje a Sandra, la mujer que cuidó del anciano durante más de 15 años de su vida en el monte.
Aunque la figura de Sandra salió a relucir durante los diálogos que adelantó el gobierno de Andrés Pastrana en la zona de despeje del Caguán, nunca fue protagonista de las negociaciones. Se la veía siempre al lado del jefe guerrillero, que ya se había convertido en mito por cuenta de las muchas veces que el Estado anunció su muerte en combate. Era ella la que conducía la camioneta 4x4 en la que Marulanda llegaba de repente a la sede de los diálogos, era ella la que tomaba atenta nota de las reuniones y asuntos pendientes. Era ella la última puerta infranqueable, después de la fuerte escolta, para acceder al jefe de la guerrilla más antigua del continente. Era casi su sombra.
Ya en la intimidad, Sandra era más que su asistente. Se convirtió en la única persona que pasaba a su lado las 24 horas del día: lo acompañaba hasta la puerta del baño, le administraba las medicinas para la hipertensión y otras dolencias propias de la edad, se encargaba de su vestimenta, que iba desde una sencilla pinta de paisano — camisa, pantalón y botas pantaneras—, hasta el camuflado y las botas militares de cuero cuando la ocasión ameritaba el traje de fatiga. Le supervisaba la dieta, baja en sal y carbohidratos y abundante en frutas y verduras.
Pero tal vez el rasgo más importante de las funciones que cumplía Sandra como compañera sentimental de Marulanda era la seguridad. Sólo ella conocía el sitio donde acampaba cada noche quien fue por años el hombre más buscado del país. Los demás miembros de la pequeña escolta acogían la decisión que ella tomara, mientras los demás anillos de seguridad se encargaban de resguardar un área general.
Sandra no descuidó este asunto ni siquiera cuando estuvieron en los 42.000 kilómetros cuadrados que el Estado les cedió a las Farc para negociar. Ningún miembro del secretariado conocía la ubicación exacta del campamento. Cada noche cambiaban de refugio y ni el Mono Jojoy ni Joaquín Gómez, jefes de los bloques Oriental y Sur, que prestaban cientos de hombres para los anillos de seguridad de su jefe, conocían la decisión de la mujer.
De ella no se supo mucho. Era reservada, casi misteriosa, sabía guardar prudente distancia sin perder de vista cualquier necesidad de su compañero. Sorprendió la diferencia de edad (posiblemente él la doblaba en años) y la enorme dedicación que ella le prodigaba: le cortaba las uñas y el pelo, le leía libros, correspondencia y documentos, veía películas para comentárselas, estaba actualizada para asegurarse de que él también lo estuviera.
Una de las sorpresas que se llevaron los delegados del presidente Pastrana (incluso el mismo mandatario) durante los primeros encuentros con Manuel Marulanda, fue precisamente que Sandra tomara las fotografías de los momentos más importantes de aquellos contactos preliminares y que guardara con celo los documentos que él debía revisar.
Uno de los momentos que quedó registrado para la prensa y que le dio la vuelta al mundo fue cuando Sandra, vestida como Tirofijo, con impecable uniforme camuflado, se desprendió por un instante de su esposo para cobijar al presidente Andrés Pastrana con un plástico y protegerlo de la lluvia. Era el 8 de febrero de 2001 y el mandatario había ido aSan Vicente del Caguán a tratar de salvar el proceso de paz de una de sus infaltables crisis.
No hay duda de que ella conocía como nadie los secretos del octogenario guerrillero, porque además le manejaba el radio de comunicaciones, le contestaba la correspondencia y estuvo a su lado durante los momentos cruciales de los diálogos de paz. No sorprende verla como protagonista de este nuevo intento, ahora con el gobierno Santos.
Sentarla en la mesa de negociaciones durante esta primera etapa es un homenaje al mito fundador de una guerrilla campesina que sigue venerando la figura del comandante que cursó pocos años de escuela pero puso en jaque la seguridad de los 17 presidentes que lo combatieron sin éxito. Incluso se cree que más allá de darle representación a las mujeres insurgentes, se trata de darle voz y voto a la persona que conoció como nadie a su líder y que seguramente llevará sus puntos de vista a la mesa de diálogos.
Los organismos de seguridad del Estado nunca tuvieron mayor información de Sandra. No estaba reseñada en informes de inteligencia ni tenía proceso penal en contra. Tras la muerte de Marulanda no se tuvo noticia de su paradero y sólo ahora, al verla de civil, ofreciendo una rueda de prensa al lado de curtidos hombres de la diplomacia de las Farc, vuelve a ser noticia.

sábado, septiembre 01, 2012

pueblos indígenas aislados en las selvas amazónicas


En 1969 se supo de su existencia

Los aislados del Amazonas

Por: Carolina Gutiérrez Torres

Acaba de publicarse un libro que recoge la historia de un pueblo indígena aislado en las selvas amazónicas, conocido como los yuris.

En esta imagen, tomada en 2010 por Parques Nacionales Naturales, se ve una maloca en la que viviría un grupo aislado del Amazonas.  / Cristóbal von RothkirchEn esta imagen, tomada en 2010 por Parques Nacionales Naturales, se ve una maloca en la que viviría un grupo aislado del Amazonas. / Cristóbal von Rothkirch
El único hombre que se adentró en las entrañas mismas de los yuris desapareció. Nada se volvió a saber de Julián Gil desde el 18 de enero de 1969. El relato de uno de sus acompañantes dice que ese día Gil —cazador que iba en busca de pieles e indígenas para ‘conquistar’— entró a una maloca en algún lugar perdido de la selva amazónica, entre el Caquetá y el Putumayo. Un lugar perdido que habitaba una comunidad indígena aislada, a la que más tarde llamaron yuris o caraballos o patones. Después de que ingresó a la maloca, de Julián Gil nada se volvió a saber.
La noticia se publicó en El Espectador y El Tiempo. Se hablaba de una comunidad indígena aislada, salvaje, perdida, que había desaparecido al hombre (“salvaje no”, protestaron los investigadores). Lo que siguió fue la búsqueda inútil del cazador; el asesinato de dos mujeres, dos niños y un viejo en esa misión —aparentemente de esta comunidad— y la retención de seis indígenas yuris que, quizá por primera vez, fueron llevados al mundo exterior —al corregimiento de La Pedrera, Amazonas, donde fueron liberados dos meses después gracias a la intermediación del periodista francés Yves-Guy Bergès—. De Julián Gil nada se volvió a saber.
La historia del cazador desaparecido sacó a la luz la existencia de los aislados en Colombia. Hoy existen indicios de que no sólo habría un pueblo indígena en esa condición —porque decidieron vivir así, lejos de la “sociedad dominante”, como dice Juan Pablo Ruiz—. Habría por lo menos 12 comunidades aisladas. Eso dice el politólogo Roberto Franco en su libro Cariba Malo, lanzado la semana pasada. Eso indican los testimonios que Franco recogió en los territorios vecinos al Parque Nacional Natural Río Puré, donde habitan los yuris y quién sabe cuántos otros aislados. Testimonios que aseguran haber visto sus huellas, o las trampas que ubican en los caminos para evitar el arribo de cualquiera, o las malocas abandonadas. Y están también los que los han visto en carne propia.
Los caraballos son de harto cabello negro y tienen traje para sostener el sexo (...) como una tanga pa los hombres, y las mujeres con una sayita adelante y atrás (...). Ellas se distinguían por los senos desnudos. Son negros la piel, como chocolate, muy morenos. Nada de pintura. Músculos del cuerpo sí tenían los hombres, y normales de altura (testimonio del libro Cariba Malo).
Roberto Franco dice que los yuris y las otras comunidades similares, que quizás existen en las selvas del Amazonas, se aislaron como un acto de resistencia: “No es que por casualidad lleven cientos de años así. Están aislados sabiendo que estamos afuera y que no quieren tener contacto con nosotros”.
No quisieron tener contacto con los misioneros evangélicos que hicieron lo imposible por llegar hasta sus entrañas, como el desaparecido Julián Gil. Por dar sólo un ejemplo está la historia del misionero Donald Fanning, quien, pilotando su propia avioneta, hizo uno y mil intentos por abordarlos. Sobrevolaba las malocas y les arrojaba hamacas, toldillos, hachas, anzuelos, nylon. Soñaba con introducir la palabra de Dios en el pueblo perdido. Finalmente fue desterrado. Y así, con los años, llegaron más y más misioneros queriendo evangelizar a los aislados.
Luego llegaron los señores de la cocaína a construir pistas de aterrizaje y laboratorios. Otros invasores que venían a sobrevolar sus malocas. Otros intrusos que llevaron la guerra a esos rincones de la selva que antes eran sólo suyos. Tuvieron que soportar además los bombardeos de las Fuerzas Armadas en su lucha contra el narcotráfico. Y quisieron defenderse, destruyendo los motores, los laboratorios, las herramientas, pero no fue suficiente.
El piloto Carrillo les tiró mercancías como labiales y espejos por cuatro veces seguidas, pero en la última vez parecía todo abandonado, no había nadie. Primero salían con arco y flecha y le tiraban a la avioneta, pero después ya se veía como rastrojo, abandonado. Migraron no sé a dónde. Tal vez los del laboratorio de la pista Vecino los ahuyentaron (aparte del libro Cariba Malo, entrevista con Severino Tapuyima, Puerto Nuevo, 15 de junio de 2010).
Después fue la guerrilla. Los mineros. Los madereros. Y ante todos respondían igual, con actos de “resistencia pacífica”, como dice Franco. Con trampas en los caminos: huecos con puyas envenenadas, flechas con veneno que llegaban a la altura del pecho. Tácticas de resistencia para no ser contactados. Y si el intruso superaba esos obstáculos se evadían en segundos, dejando sólo el rastro del hollín caliente en los fogones. “Pero si se les enfrentan ellos responden. Hay testimonios de violencia con guerrilleros, de lado y lado, pero no están confirmados”. Finalmente, en 2002, llegó la primera acción del Estado en busca de su protección: se creó el Parque Natural Río Puré, con 999.880 hectáreas, entre los ríos Putumayo y Caquetá.
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Los hijos del desaparecido Julián Gil se han empeñado en encontrar al cazador. Han recorrido sus pasos. Han planeado expediciones. Y en ese empeño se han convertido también en testimonio de la existencia de los aislados.
Nos escondimos en unas matas y venían dos hombres, dos mujeres y tres niños (...) Qué gente para caminar. Y pasaron. Ellos iban desnudos, los hombres apenas con un tejido de chambira en el sexo y las mujeres desnudas y los niños pues también. Ellos traían lanzas, pero unas lanzas hermosas, de unos tres metros con cincuenta (...) La intención de nosotros era entrar en diciembre pasado con mi hermano Raúl, pero íbamos exclusivamente a visitar todas las malocas. Para mí, ellos, si uno los ve agresivos, simplemente se va. No es tanto uno decir voy a lastimarlos, quitarles o hacerles algún daño, no es eso, es que queda la duda de que el viejo esté vivo. Queda la duda (parte del libro Cariba Malo, entrevista con Julián Gil hijo, Leticia, 21 de agosto de 2010) .
¿Cómo proteger  los pueblos aislados?

Los pueblos indígenas aislados están amparados hoy por dos normatividades: el Plan Nacional de Desarrollo, que plantea “un protocolo de atención y protección” para respetar su aislamiento, y por Ley de Víctimas. Más allá de este mandato, entes como la Unidad de Parques Nacionales, Amazon Conservation Team, la Universidad Nacional de Colombia y el Instituto Imani, que apoyaron la publicación del libro ‘Cariba Malo’, se preguntan cómo el Gobierno va a traducir en acciones esos textos.
“Hay dos retos —dice Diana Castellanos, directora Territorial de Amazonia, de Parques Nacionales—: no sólo garantizar que puedan seguir en el aislamiento, sino también estar preparados cuando estos grupos salgan al contacto, que es la otra cara de esta moneda. Si no hay ningún protocolo, y salen como salieron los nukak, vamos a repetir la misma historia, en la que un solo contacto puede matar al 50% de la población”.
El viceministro del Interior, Aníbal Fernández de Soto, reconoce que este es un tema relativamente para el Gobierno, pero sí tiene la certeza de que “la mejor manera para proteger a estos pueblos es manteniéndolos aislados”. Aseguró, además, que actualmente están trabajando en una serie de instrumentos normativos para darles la protección y la atención necesarias.
 Carolina Gutiérrez Torres | Elespectador.com