PHD
Jhon Jaime Correa
Director
Maestría en Historia
UTP
CARTA ABIERTA
Liberales y Conservadores se
mataban los unos a los otros. Y los gallinazos de ambos lados se quedaban con
las propiedades de los muertos.
Por décadas se nos quiso
esconder lo primero, que se mataban; por siempre se nos ha querido esconder lo
segundo, que cuando hay sangre en las calles y los campos,
siempre hay quien compra propiedades: a veces ni las compran, simplemente se
apoderan de ellas.
PhD Jhon Jaime, en los 50,
60, cuando estas tierras fueron anegadas de sangre, ni siquiera existía la
Universidad Tecnológica, menos la Facultad de Educación y ni pensar de
postgrados en Historia. Es decir, hablar de “memoria histórica” era una
ilusión. Y ello sucedía en casi toda Colombia. Por ello el gesto de Germán Guzmán,
Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña, de escribir “La Violencia en Colombia” fue una afrenta para muchos que –como
hoy- nunca han querido que se tenga memoria y para otros un acto heroico tal
cual lo atestigua la existencia de ese libro, marco teórico de muchas tesis de
grado que abordaron -luego del nacimiento de la UTP y de sus programas de
ciencias sociales- tan necesaria memoria.
Nuestros pueblos nunca
olvidan: así sus dirigentes quieran que lo hagan. Pretender negar desde la
institucionalidad pública y privada esa violencia atroz lo que generó fue un
ambiente, unos imaginarios de impunidad, de que se puede hacer lo que se quiere
y nada pasa, los cuales nos pasaron de abuelos, a hijos a nietos y ha hecho mucho, muchísimo,
daño a la moral y a la ética de éste país.
Lamentablemente, cincuenta y
cinco años después de aquel libro, la historia tiende a repetirse… si en esa época
muchos liberales se oponían a que se supiera lo que le habían hecho a los
conservadores y demasiados godos se oponían a que se supiera lo que le habían
hecho a los cachiporros (por cierto, muchas
veces no por serlo: liberal o conservador, sino en pro de quedarse con sus
fincas y propiedades) sin importar que
las víctimas hubieran sido niños, mujeres, ancianos, etcétera; hoy, profesor,
nos encontramos en lo mismo, sólo que con otros nombres. Hoy son sus promotores
y muchos paras los que se oponen a que se sepa lo que le hicieron a los
presuntos, simpatizantes o ciertos guerrilleros, y, sus promotores y muchos guerrilleros se oponen a que se conozca lo que le hicieron
a los paras, presuntos, simpatizantes o ciertos. Ello sin olvidar todo lo que les
hicieron ambos lados a miembros de todos los aparatos de seguridad del estado. Y
los que muchos miembros de estos aparatos les hicieron a sus rivales de la
guerra: guerreros o civiles inermes.
Empero hay algo nuevo. Por
primera vez en la historia de éste país de fratricidas, donde nos venimos
matando desde los indígenas, pasando por la conquista, la colonia, la independencia,
las guerras civiles del siglo pasado, la violencia liberal conservadora,
etcétera, y donde siempre se le ha dado importancia es a los combatientes –a
los victimarios- por primera vez se le
da valor a las VICTIMAS. Ya dejamos los 50, 60 donde las víctimas, los
desplazados, etcétera tenía la orden expresa de sus dirigentes políticos de NO
hablar de lo que le había pasado en sus veredas. Estamos en otro momento.
Algunos seguirán aduciendo
que tenían la razón. Que se estaban defendiendo. O mejor decir “contra-atacando”.
Vale la pena aclararles que la memoria histórica NO es sobre “la razón”: es
sobre la memoria. Y especialmente es sobre la memoria que necesitamos para
entender que aún en la guerra hay (y
debe haber) derecho humanitario, que aún en la guerra hay (y debe haber)
respeto por el otro ser humano.
Y es aquí donde su maestría,
su escuela, su facultad, cobra un valor esencial. Es hora que todos ustedes
(nosotros) hagan (hagamos) un gran esfuerzo por recoger la memoria de todas las
víctimas, de todos los bandos, de todos los lados sin excepción alguna, en éste
departamento - para ni hablar de todo el eje cafetero como tal- donde la guerra se ha querido esconder pero se ha vivido intensa y
dolorosamente: es hora qué se aborden con la importancia debida todas las
afrentas que han sufrido los afros, los indígenas, el campesinado y los
pueblerinos risaraldenses, y se haga así
un aporte claro y decidido a la reconciliación nacional, pues sólo la verdad,
nos puede llevar a la justicia y a la reparación que nos conduzca a construir
una verdadera reconciliación para construir –¡POR PRIMERA VEZ EN SIGLOS!- una
cultura de la paz.
Si una de las causas de ésta
guerra ha sido la ausencia del Estado de “las periferias de las periferias”
(ejemplo las veredas periféricas, de los municipios periféricos: alejados de
las capitales o centros departamentales) es hora que los procesos académicos
locales contribuyan para afianzar la presencia y formación del Estado en esas
zonas.
La academia, mi estimado,
también necesita ir al rastrojo pues la paz nunca se construirá sólo desde los
escritorios o los auditorios y si va, necesita trascender su micromundo, de
nada valen tesis, proyectos, libros, conferencias, que se quedan entre decenas y
tal vez centenas de personas (porque ni en https://scholar.google.es están): la paz es una cultura que exige y exigirá un
ejercicio permanente y, muy, pero muy masivo.
Un abrazo
Orlando Parra G
Mg. Historia
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