miércoles, octubre 04, 2017

“Elogio del olvido en algunos casos y de la memoria en otros”

Mariano Schuster, 3 septiembre 2017 / LA NACION
Screen Shot 2017-09-03 at 4.25.05 PM“Es polémico”, me dijo un amigo antes del encuentro. “Claro”, contesté. Busqué en mi biblioteca El oprobio del hambre, su poderoso ensayo crítico con el rol de las ONG, las asociaciones de caridad y los organismos internacionales. Y recordé que era cierto. Repasé las páginas de Contra la memoria, un trabajo dedicado a discutir el “imperativo moral” de eso que llamamos recuerdo colectivo. No hacía falta otra comprobación. Pero, por puro placer, la encontré en su último trabajo, Elogio del olvido (Debate), una obra llena de argumentos puestos sobre la mesa de la discusión de la memoria y la historia. Como todo polemista, genera acuerdos y desacuerdos. Hay sentimientos encontrados en quien lee su obra.
Él es David Rieff. Nacido en Boston en 1952, es uno de los ensayistas más punzantes de nuestra época. Analista político y cultural, es periodista y fue corresponsal de guerra en la ex Yugoslavia, varios países de África, Israel y Afganistán. Cargado de pensamientos y preguntas, llegó a Buenos Aires para presentar su último libro, y seguir polemizando.
Su libro parece estar atravesado por una idea fuerza según la cual, si bien el olvido puede constituir una injusticia con el pasado, la memoria también puede ser injusta con el presente. ¿Cómo se establecen, entonces, los parámetros de elección entre olvido y memoria?
Debo decirte que tengo una visión bastante pesimista tanto de la historia como del futuro. No soy progresista en el sentido filosófico. Creo que hay logros, pero que no podemos hablar de un progreso general en un sentido teleológico. El movimiento de derechos humanos es, fundamentalmente, un movimiento legalista y kantiano y, por ende, progresista en este sentido. No me refiero a los movimientos como los conocen aquí -tan atravesados por la política-, sino al movimiento de derechos humanos global, cuya concepción última es que hay un rumbo de la historia hacia la justicia. Yo no comparto esa idea de que existan marchas y contramarchas en la historia pero que, finalmente, nos espera un futuro luminoso. Por lo tanto, sí, hay que elegir y los parámetros de esas elecciones dependen del contexto específico.
Su crítica de la memoria apunta en esa dirección de oposición a la teleología y a la utopía del progreso.
Sí. Los diez libros que he escrito abordan temas muy diferentes pero tienen un punto en común: todos se lanzan contra las utopías. Y en eso incluyo a las utopías de la memoria. Mi tercer libro (The Exile, sobre el primer exilio cubano en Estados Unidos) lo expresa claramente. Allí critico esa memoria construida por los exiliados sobre una “época dorada” de una Cuba que, en rigor, nunca existió. Ellos reivindican una suerte de belle époque, una Cuba llena de cultura y libertad. Esa idealización no es seria. Esa construcción mitificada de la memoria es lo que quiero criticar. Porque, como dice Samuel Moyn, los derechos humanos son la “última utopía”. Ha caído la utopía marxista y también se perdió la utopía de la democracia liberal en manos del neoliberalismo.
Si no hay utopías, ¿qué queda? ¿No hay ninguna posibilidad de transformación??
De transformación necesariamente positiva, no. De transformación, sí. Porque cada actualidad se presenta de manera diferente. Ahora se habla de la posverdad. Y la posverdad es Trump, la izquierda universitaria, y también, en otro sentido, la “memoria colectiva”. La memoria colectiva hace un uso del pasado para los fines del presente. No es historia y no es memoria. Se sirve del trabajo de los historiadores y de las memorias individuales pero no es ninguna de ambas. Parte de esta discusión es la que sostuve con mi amigo Tzvetan Todorov. Aunque cada uno siguió con sus ideas, creo haberlo convencido de que su distinción entre uso y abuso de la memoria es insostenible.
¿Por qué todo uso es un abuso?
Porque la memoria colectiva no es historia. Es mito. El trabajo serio de la historia es establecer la diferencia entre pasado y presente. La memoria histórica, en cambio, es una manera de hablar del pasado como si se tratase del presente. Esa deformación está en el ADN de la memoria colectiva. El problema del debate entre uso y abuso es simple: ¿quién va a decidir? La memoria colectiva se transforma en cada época. Tal vez sea necesario. Pero es innegable que es una deformación.
Por lo tanto, la única memoria real sería la individual.
Desde el punto de vista neurológico, eso es así. La memoria colectiva es mito, solidaridad, política. Alguien que vivió una guerra la recuerda realmente. Pero sus hijos, que no la vivieron, no la recuerdan: en todo caso aceptarán un consenso creado en torno a ella o adoptarán una versión disidente respecto del pasado. Esa memoria, como decía, ya es mito.
El libro plantea otra disyuntiva: la necesidad de elegir entre paz y justicia. ¿Por qué no pueden coexistir ambas?
Todo depende del caso. Mi gran desacuerdo con el movimiento de derechos humanos es que considera que no es posible la paz sin justicia. Eso es empíricamente falso. Yo estuve en Bosnia y vi cadáveres en las calles. No hubo justicia de forma legal. Pero hoy no hay guerra y los niños no son asesinados. Hay casos palpables como el de Irlanda del Norte, donde hubo que elegir entre opciones no muy agradables como el olvido o el silencio público. Cada cual se quedará con su versión de la historia. Allí era casi imposible reconciliar las memorias y el acuerdo sólo podía hacerse sobre el presente y el futuro. Entre paz y justicia se decidieron, creo que correctamente, por la paz. El caso sudafricano también es representativo. Justicia para los verdugos del apartheidhubiese sido la cárcel, pero Mandela y sus seguidores consideraron que para evitar una nueva guerra civil eso no era lo adecuado. También podríamos mencionar la situación de Colombia. El acuerdo de paz planteado el año pasado no logró convencer ni a la derecha de Uribe ni a los organismos de derechos humanos, que insistieron en que con impunidad sería imposible una paz verdadera. Yo no estoy de acuerdo con eso. Es decir, esto es caso por caso. Hay otros en los que puede prevalecer la justicia. Aquí, en la Argentina, por ejemplo. Hoy no hay un “partido de la dictadura”. Por más problemas que tenga la democracia, hay consensos establecidos. Yo creo que el fin de la amnistía y los indultos en la Argentina fue una muy buena medida. Pero todo depende del momento. Tal vez, quienes los pusieron también pudieron tener razón en su tiempo. Lo que quiero transmitir es que con un consenso más importante, sí se puede pedir justicia, paz y verdad. Pero siempre dependerá de la situación.
Los casos más complejos suelen ser aquellos en los que hay dos bandos enfrentados con recuerdos completamente diferentes, ¿no es así?
Claro, volvamos a Irlanda del Norte. ¿Cómo van a reconciliar los mitos republicanos y protestantes? Son incompatibles. Por lo tanto, si quieren paz deben aceptar que cada lado tenía mitos propios que son incompatibles, o que hay que olvidar todo y recomenzar. Si el conflicto entre Israel y Palestina puede tener un día una solución de paz, no veo cómo pensarla sin el olvido o el silencio dada la incompatibilidad.
La oposición entre paz y justicia, sin embargo, puede no trazar una línea directa con el olvido. Pero usted hace un elogio del olvido que es una apuesta más contundente.
Sí, pero lo hago para algunos casos. No para todos. Sucede que a la editorial no le convencía, con toda lógica, poner un título como “Elogio del olvido en algunos casos y de la memoria en otros” (risas). Lo cierto es que hay momentos históricos y situaciones en el mundo, sobre todo las de guerras y crisis, en los cuales el recuerdo puede servir como arma de guerra y el olvido puede ayudar a construir la paz.
Si bien en cualquier caso la memoria colectiva es mitificación y, por tanto, distorsión, ¿puede ser útil en algunos casos?
Bueno, veamos el caso argentino. Creo que es un error discutir la cifra de desaparecidos. Es cierto que puede ser incorrecta, pero tiene sus usos positivos. Esto también se expresa en el caso de Europa. Cuando alguien afirma que no murieron seis millones de judíos sino cuatro millones, empieza el negacionismo. Decir algo así hoy es alimentar a esos negacionistas, que son fuertes en algunos países.
En su concepción subyace un escepticismo que excede a la memoria y apunta a la condición humana. Usted supone que por saber qué sucedió en determinados acontecimientos trágicos, no se evitará que eso ocurra nuevamente. ¿No queda, sin embargo, aun si no hay aprendizaje, cierta memoria y una idea sobre el “mal”?
Todorov me dijo algo muy parecido en un mail que me envió, criticando este libro unos seis meses antes de su muerte. Él tenía la idea de que ciertos eventos trágicos y de crímenes deben ser recordados para tener un punto de referencia absoluto. Simplemente, soy más escéptico. Parto -como dijo un comentarista de mi libro- de un pesimismo mórbido. Porque un día todo será olvidado. Y eso sí es la condición humana. No lo digo con placer, pero es inevitable. ¿En diez mil años van a discutir la Shoah? Es imposible. Y, aun así, veo el problema que mencionas. Es el peligro del nihilismo trágico. Tristemente, no veo cómo evitarlo. Nosotros hemos visto el olvido. No recordamos acontecimientos terribles de siglos pasados. No aprendemos de ellos. Y también hemos olvidado ideas de otros tiempos. Toda idea va finalmente a morir. De una manera u otra, la filosofía moderna del progreso lleva a la idea del juicio final. Es la idea de que, como antes éramos juzgados por Dios, ahora lo somos por la historia. La verdad es que preferiría acordar con los optimistas pero no puedo.
Ése sí que es un pesimismo radical.
Sí. Y para colmo creo que la tecnología no va a rescatarnos y que no va a llegar la revolución.
Usted pone también el dedo en la llaga cuando discute la idea de que las víctimas deban ser los árbitros de la memoria.
Claro. En Ruanda aprendí que las víctimas de ayer pueden ser los victimarios futuros. Los tutsis entraron para salvar a los miembros de su comunidad y mataron a cientos de miles de personas.
También menciona el caso de Israel, un Estado fundado, al menos parcialmente, como modo de reparación a las víctimas tras los crímenes de la Shoah.
Sí, el caso del Estado de Israel tiene una clara vinculación con esto. Y no sólo por el rol de la derecha. Hay un sionismo liberal que pretende que el problema es Netanyahu, pero está en el ADN de Israel el hecho de que -al ser los judíos unos de los grandes pueblos víctimas en la historia- eso les permite hacer cosas absolutamente reprobables. Sucede como decía el poeta W. H Auden: aquellos a quienes se les hace el mal hacen el mal a cambio. Y, tal vez, las víctimas son particularmente peligrosas. No creo que el sionismo sea históricamente dependiente de la Shoah. Como sabemos, la precede. Sin embargo, el discurso sionista de nuestra época tiene a la Shoah como centro y esto causa un problema enorme.
Quisiera saber qué opina de los monumentos y espacios de memoria. Recuerdo, y usted lo menciona, que el historiador Tony Judt alertaba sobre los peligros de los monumentos conmemorativos, afirmando que el siglo pasado podía convertirse en una “cámara de los horrores históricos” con estaciones llamadas “Múnich”, “Auschwitz”, “Bosnia” o “Gulag”. Su tesis era que memorializar el pasado en edificios era una forma de desentenderse de él.
Claro. Y creo que Judt tenía razón. Ahora se ve con claridad. Y con ello hay otras situaciones que apuntar. Para los jóvenes de la migración musulmana que llegan a Europa, insistir sobre la Shoah es una forma más de discriminación. Es un gran problema. Conozco a profesores y maestros en Alemania que dicen que no saben cómo enseñar sobre esto. Una placa no construirá nada así. Pasa también en Londres, atestada de placas azules con inscripciones que dicen “Aquí vivió Bertrand Russell” o “Aquí vivió Karl Marx”. La gran mayoría de personas no sabe quiénes son. ¿De qué memoria se habla? No lo sé: quizás estemos en un momento de olvido.

Biografía

David Rieff nació en Boston en 1952. Hijo de Susan Sontag, estudió Historia en la Universidad de Princeton. Es ensayista, periodista y fue corresponsal de guerra en diferentes conflictos armados y guerras civiles. Es autor de diez libros, entre ellos El oprobio del hambreContra la memoria y Elogio del olvido.

Publicada en https://segundavueltasv.wordpress.com/2017/09/03/a-veces-el-recuerdo-puede-ser-un-arma-de-guerra-y-el-olvido-ayudar-a-la-paz-david-rieff/ 

Contra el fascismo : Rob Riemen

POR GERARDO LAMMERS
/
Cuenta Rob Riemen (Holanda, 1962) en Para combatir esta era (Taurus, 2017) que en 1940, en plena guerra mundial, Thomas Mann, quien ya había escapado de la Alemania nazi, fue a Los Ángeles a dar una conferencia. “Déjenme decirles la verdad”, advirtió el autor de La montaña mágica a la concurrencia. “Si alguna vez el fascismo llega a Estados Unidos, lo hará en nombre de la libertad”.
/
“El fascismo”, escribe Riemen citando una declaración de Camus y Mann fechada en 1947, “es un fenómeno político que no ha desaparecido con el fin de la guerra y que pervive como la politización de la mentalidad del rencoroso hombre-masa. Es una forma de política empleada por los demagogos, cuyo único móvil es la ejecución y ampliación de su poder, para lo cual explotarán el resentimiento, señalarán chivos expiatorios, incitarán al odio, esconderán un vacío intelectual debajo de eslóganes e insultos estridentes, y convertirán el oportunismo político en una forma de arte con su populismo”.
/
De visita en la Ciudad de México, y acompañado de su esposa Eveline, confiesa que no sólo vino a presentar su libro. “Hemos descubierto qué gran cultura es la mexicana, no teníamos idea. Esta extraña ciudad, mezcla de tráfico vehicular con los más bellos y viejos edificios. La música linda de los restaurantes. En nuestra experiencia México es un lugar muy europeo”.
/
Director del Instituto Nexus, con sede en Breda, Holanda, foro independiente fundado en 1994 para fomentar el debate filosófico y cultural y la reflexión intelectual, Riemen es un filósofo que cree que el fascismo en un virus que debemos mantener a raya y que la sabiduría contenida en las humanidades —y no la ciencia ni la tecnología— es el único conocimiento que puede aportar una verdadera comprensión del corazón humano, antídoto contra esta enfermedad que nunca se podrá erradicar por completo.
/
Su libro es, además de una diatriba (“las élites del poder son, en sí mismas, la crisis”), una invitación para leer y releer a los clásicos de la filosofía y la literatura (de Platón y Sócrates a Spinoza, Kierkegaard y Nietzsche; de Shakespeare a Dostoievski, Tolstói, Kafka, Musil y Mann, entre otros, sin dejar de lado a poetas como Rilke, Celan y Valéry) e incluso un viaje en la búsqueda de la princesa Europa y su ideal de civilización.
/
“Estoy muy contento y sorprendido por el interés que este libro ha suscitado. Me parece que México se está convirtiendo en un lugar muy interesante para el futuro del humanismo europeo. Aquí ustedes tienen que encontrar el balance, el equilibrio”, comenta Riemen, refiriéndose a la hostilidad del gobierno de Trump hacia México y al vacío que se vive en Europa.
“No me sorprendería si aquí se produjera un renacimiento cultural intelectual”, dice Riemen, sentado en la cafetería de la librería Rosario Castellanos, donde tiene lugar esta entrevista.
/
Cuando se habla de fascismo normalmente se piensa en Hitler y Mussolini. Sin embargo, ¿cómo debemos entender el fascismo hoy en día?
Bueno, no debemos olvidar a Franco. Ni a Pinochet y Videla, para hablar de fascistas clásicos de este continente. Es muy importante entender las razones por las cuales la gente no quiere aceptar oír sobre el regreso del fascismo, y por las cuales prefiere llamarlo populismo —sin saber bien a bien lo que esto quiere decir—. Si hablamos de Hitler y Mussolini pensaremos en esos monstruos que fueron responsables de cosas terribles en la historia de la humanidad, ¿no es así? Pero si vamos un poco más atrás nos daremos cuenta que Hitler fue durante mucho tiempo un político muy respetado, anfitrión de los Juegos Olímpicos; que Mussolini fue aplaudido en Estados Unidos; y que el fascismo, incluso en Inglaterra y en otras partes, fue un fenómeno aceptado. La mayoría de Francia fue fascista. También España. Y no debemos olvidar el hecho de que millones y millones y millones de personas no les temían ni a Hitler ni a Mussolini ni a Franco. Literalmente el fascismo era un fenómeno muy popular. Tampoco debemos de olvidar que en Alemania Hitler llegó al poder a través de un proceso democrático. Debemos entonces revisar la historia. Cuando hablo del retorno del fascismo no me estoy refiriendo al retorno del nazismo, que es algo diferente. El fascismo que describo es esta enfermedad política, inherente al cuerpo político de la democracia de masas. Fue por esto que Camus y Mann ya en 1947 decían que no cometiéramos el error de creer que el fascismo había desaparecido. Por eso cito al comienzo de mi libro la obra de Camus [La peste]. Pueden pasar los años, pero la peste puede regresar. Y es lo que estamos viviendo ahora.
/
En su libro cita a Ortega y Gasset, que escribió sobre la sociedad de masas. Algo que creo que hemos olvidado, y usted lo advierte en su libro, es que vivimos una democracia de masas, que en realidad no es democracia.
Una verdad evidente para todos es que las cosas que de verdad importan en la vida nunca están dadas de por sí. Si alguien te ama y tú amas a esa persona, no puedes garantizar que ese amor durará para siempre. Si eres una persona saludable, no puedes dar por hecho que estarás sano para el resto de tu vida. El amor, la amistad, la salud no están dados de por sí. Hay que cuidarlos, hay que protegerlos, hay que trabajar por éstos. Lo mismo puede decirse de la libertad y la democracia. Que ahora vivamos en democracia no quiere decir que la tendremos siempre. Que ahora seamos libres no quiere decir que siempre lo seremos. Estamos tratando con el mundo de los valores espirituales y éstos requieren de una protección y un entendimiento constante. Ser libres, que es de lo que Sócrates y Spinoza hablaron, implica responsabilidades. Somos responsables de nuestra propia vida, de nuestras decisiones y es nuestra obligación hacer de nuestras vidas lo mejor que podamos y tratar de ser buenos seres humanos. No es fácil. Igual con la democracia. La democracia, como lo refiere Platón en La República, puede suicidarse. Cuando la gente comienza a malentender la libertad, cuando se empiezan a tomar licencias e indulgencias, puede venir una tiranía. Cuando un líder pretende decirnos lo que tenemos que hacer. Cuando aparece la figura del caudillo. Esto es lo opuesto a la democracia. La democracia es una cosa importante y a la vez difícil. Es maravillosa y hermosa la idea de que todos debemos ser libres, de que todos tenemos derechos a vivir con dignidad. ¿Y qué debemos esperar del Estado? Protección, seguridad, salud, que no haya pobreza; un fondo para los que no tienen trabajo. Porque tenemos el derecho a existir. Ésta es la esencia del bien común, de nosotros como sociedad. Creamos nuestra propia vida enfocándonos y basándonos en principios morales. Es un esfuerzo continuo. Ortega y Gasset fue uno de los primeros en describir, junto con Hermann Broch y otros, la paradoja de la democracia: que preferimos ser felices a ser libres, como queda claro en las obras de Dostoievski. Ésta es mi descripción de lo kitsch en la sociedad: todo mundo quiere ser feliz, todo tiene que ser bonito, cool, fácil, sexy, olvidándonos de los fundamentos. En vez de que vivamos los valores morales y espirituales, vivimos la vida de los deseos. En la sociedad de masas donde las personas ya no son seres humanos, la sociedad está guiada por deseos, miedos, odios, sufrimientos. Más emociones, más juegos, más entretenimiento. Pero ahora la sociedad está siendo golpeada por la crisis: no podemos tener todas estas cosas; no podemos tener un auto nuevo o lo que sea. Entonces nos encontramos con comentarios como: “esa gente se está robando mi trabajo”, “¿quiénes son esas personas y qué están haciendo aquí?”, “alguien es responsable de mi propia miseria”. Entonces llega un nuevo líder, un nuevo mesías, y nos dice: “Eso que te está pasando está ocasionado por todas esas personas, esos judíos, esos mexicanos, esos negros. Hay que darles una patada y regresarlos al lugar de donde vinieron y todo volverá a estar bien”. Es lo que está pasando en Rusia, Hungría, Estados Unidos y en todas partes. Éste es el proceso que siempre concluye en una sociedad fascista. Así que lo primero que tenemos que hacer es luchar contra esa negación de que no hay fascismo, sino sólo populismo. Contra eso de que: “Bueno, ok, no es algo placentero pero es relativo, a quién le importa”. Tenemos que reconocer el hecho de que no estamos viviendo en democracia. Claro que la clase política no quiere que oigamos esto, ¿verdad? Porque ellos tienen posiciones, privilegios.
/
¿No estamos viviendo en democracia?
Vivimos en una democracia de masas, pero los poderes reales de propaganda, los comerciales, los financieros, son los verdaderos poderes. Y la clase política maniobra para tener una cierta posición para beneficiarse. De aquí es donde proviene la corrupción. Tenemos que regresar a nuestra democracia. Sólo entonces podremos detener el fascismo.
/
Hace varios años que en México se habla, más que sobre fascismo, de los peligros del populismo. ¿Cuál es la diferencia entre fascismo y populismo?
Primero que nada, sí hay una diferencia. No puedo hablar de la sociedad mexicana porque no la conozco. Pero sé lo que está pasando en Estados Unidos. Bernie Sanders y Donald Trump fueron llamados “populistas”. Diría que Trump es un fascista y Sanders, sí, tiene algo de populista: es muy carismático y supo cómo presentar sus ideas. Olvidemos a Hillary Clinton y centrémonos en este tipo de populismo. Tenemos que entender que en democracia la política es un arte. ¿Roosevelt y Churchill fueron santos? No. ¿Cometieron errores graves? Sí. Pero supieron cómo maniobrar y lograr que las cosas se hicieran. Mi problema con los políticos populistas es que mucho de su atractivo está ligado a que se presentan como mesías, como nuevos redentores. Así es como Chávez se presentó a sí mismo. Lo mismo Maduro y Castro. Se hicieron pasar por figuras religiosas. Por favor, mantengamos separada la política de la religión, ya que si no lo hacemos estaremos suscribiendo siempre un desastre. Miremos muchas de nuestras revoluciones. La política no es una religión y no hay lugar para mesías. En el cristianismo Jesús no persiguió un fin político. “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, dijo. Cuando el populista se presenta como el nuevo redentor estamos ante un mentiroso. La gente honesta, que usa sus propias capacidades para buscar el bien común, se da cuenta de la complejidad, de los diferentes intereses que existen. En las democracias hay discusión y paso a paso se avanza en la consecución de una mejor sociedad, creando las instituciones que la democracia necesita para proteger el estado de derecho.
/
¿Entonces la diferencia entre fascismo y populismo es muy tenue?
El fascismo no tiene agenda. Los fascistas usan el populismo para tener a las masas detrás de ellos. En la cultura fascista alguien como Trump sólo está interesado en proteger sus propios intereses y nada más. Mientras que el populista aún tiene alguna idea: quiere hacer que la sociedad vaya hacia delante, pero guarda en ello una mentira.
/
¿Califica Donald Trump como un fascista según sus parámetros?
Sí. Él cuenta con todas las características. Se presenta a sí mismo como alguien que no forma parte del mundo de la política y nos va a salvar; apela a los peores instintos de la gente: explota el odio. Es el mayor mentiroso profesional de los tiempos recientes. El arte de mentir es esencial en toda forma de fascismo. Él necesita de chivos expiatorios. No tiene ideas sobre Estados Unidos. Representa el fenómeno del “gran macho”. Los peores fascistas en la Casa Blanca, el fascista judío y el fascista católico están allí: Stephen Miller y Steve Bannon. Ellos son las mentes maestras. Alguien como Trump está manejado por, diría, un deseo fascista, pero él no tiene ideas propias. “Nosotros te damos las ideas, Donald, para satisfacer tus deseos”, parecen decirle Miller y Bannon. “Para hacerte más rico, para hacerte más poderoso”. Su agenda es totalmente fascista.
/
¿Califica Donald Trump como un fascista? En opinión de Riemen, reúne todas las características. Foto: AP
En México pasa un fenómeno curioso: desde hace algunos años algunos partidos políticos acusan de populista a un candidato de la izquierda, siendo que éstos, los que lo atacan, buscan de igual manera el poder por el poder mismo, lo que, de acuerdo a su libro, los calificaría a ellos también como populistas. ¿Ha notado usted este fenómeno?
Ocurre lo mismo en Holanda. Antes que Trump, en Holanda apareció Geert Wilders, un fascista clásico. La clase política holandesa lo señala como un populista. “Y si nosotros decimos que él es un populista, eso quiere decir que nosotros no lo somos”. Todos estos políticos de nuestros días son populistas. Todos. Miremos al Partido Demócrata en los Estados Unidos. Miremos al Senado. Nadie de ellos tiene ideas. Desafortunadamente nuestras democracias se han convertido en instrumentos para gente extremadamente mediocre. No leen libros. No pueden escribirlos. Y debido a ciertas maniobras se convierten en presidentes, ministros o lo que sea. No son necesariamente malas personas, pero se trata, sí, de gente muy mediocre. Ven las noticias de la televisión, leen una página o dos del periódico, pero nunca ningún suplemento, de manera que no leerán esta entrevista, y actúan siguiendo el criterio de cómo pueden mantener su posición de poder. Ésta es una vieja historia. Hermann Broch escribió sobre esto en Los sonámbulos: cómo llegamos a un mundo en donde los valores han declinado, en el cual cada grupo sólo está interesado en su propio beneficio. No hay una responsabilidad común.
/
“¿Por qué la democracia social está desapareciendo casi en todas partes? Porque la izquierda ha abandonado sus ideas. Estúpidamente, la izquierda abrazó el posmodernismo. La clase política y el mundo académico están desprovistos de ideas. Los académicos en la actualidad sólo están pensando, a lo mucho, en hacer notas de pie de página. Tenemos un gran vacío y el deseo de formar parte de algo, de no sentirnos solos. Lo opuesto de la democracia, basada en el principio de que somos seres humanos críticos.
/
Riemen dice que se sabe un truco para probar el valor real de una persona: quitarle el título con que ésta se presenta.}
/
“Nelson Mandela no necesitó el título de presidente para ser un gran hombre. Ni Mahatma Gandhi no necesitó de ninguna posición política. ¿Qué quedaría de todas estas gentes si les quitáramos su título? Nada, porque no tendrían nada qué decir. ¿Podemos culparlos? No realmente, porque nosotros creamos esta sociedad que no está interesada en la gente con carácter. La gente con carácter constituye una amenaza porque es demasiado crítica. No habrá muchos de éstos en las universidades, ni en los medios. Amamos estar rodeados por gente mediocre”.
/
En oposición al fascismo, usted propone el rescate del proyecto humanista europeo. ¿Considera que como occidentales que nos decimos los mexicanos, los latinoamericanos, deberíamos sentirnos también europeos, considerando que el proyecto europeo es resultado de la herencia de las tradiciones judeocristiana y grecolatina?
Sí, claro. Pero esto no tiene que ver con una posición eurocentrista (…). El humanismo europeo tiene fuertes raíces religiosas, pero trata acerca del hombre. La noción entera de democracia proviene del humanismo europeo.
/
Riemen, que estudió Teología en la universidad holandesa de Tilburg, dedica un momento a hablar de la gran contribución del judaísmo y el cristianismo al progreso moral de la humanidad: reconocernos iguales. Y a continuación hace un repaso histórico que pasa por la Edad Media, las repúblicas italianas, Maquiavelo, Locke, hasta llegar a las revoluciones del siglo XX.
/
“Y hemos llegado a la conclusión de que nuestro mejor modelo es el modelo democrático. Usemos este modelo. El comunismo se ha ido. Pero de nuevo: ahora sabemos cuán frágil es este modelo. Porque olvidamos cuidar los fundamentos. Es por eso que hace 23 años comencé el Instituto Nexus, desde donde contribuimos a transmitir las ideas de Camus, de Mann y de todas estas personas que han explicado desde la perspectiva humanista qué está pasando y hacia dónde tenemos que mirar para continuar viviendo en un mundo moral civilizado”.
/

El escritor francés Albert Camus escribió La peste, una alegoría del fascismo. Foto: Especial
En su libro usa términos y conceptos inusuales hoy en día, incluso para libros sobre filosofía. Habla de espíritumetafísicaalma. Todo para recuperar el sentido original de la palabra cultura. ¿Puede hablarnos de la necesidad de recuperar esas palabras?
Estoy usando palabras que se volvieron poco comunes, tienes razón, lo que habla de cuán aislada se ha tornado la cultura occidental, pero puedo asegurarte que en otras culturas, como las indígenas o las africanas, éstas han sido siempre las palabras más comunes. Estas palabras se encuentran olvidadas porque, de acuerdo al mundo intelectual, sólo pueden ser usadas en un contexto religioso. Los curas dicen estas cosas, pero si tú eres un occidental liberal… Esto tiene que ver con el colapso del liberalismo. Hemos sido lo suficientemente estúpidos para entregar estas palabras a los conservadores. A la derecha. Y ellos saben cómo hacer mal uso de ellas. También tiene que ver con que nuestra llamada clase intelectual es infernalmente estúpida. Y muy hipócrita. Lo que explica por qué mucha gente no está interesada en leer libros sobre estos conceptos porque les resultan completamente inentendibles. Pero, ¿de dónde viene la cultura? Proviene de una frase de Cicerón: cultura animi philosophia est. El cultivo del alma. Esto es la filosofía. Pero preferimos hablar sobre información, data, economía del conocimiento… Alma y cultura están siendo reemplazadas por palabras de moda y filosofía académica. El significado real de la palabra cultura es normativo: memoria de lo que debemos ser. George Steiner dice que la cultura trata sobre cómo ser mejores. Y estas palabras nos recuerdan que tenemos conciencia de lo que somos. Tú les puedes decir a tus padres que los amas y la palabra amor te recordará si esto es una mentira o no. Nietzsche advirtió que las palabras podrían perder su significado. Octavio Paz escribió bellamente en El laberinto de la soledad que no podemos crear sentido sin el lenguaje. Y ésta es la razón por la que el lenguaje poético es tan importante: es la fuente principal para crear significado. Pero nadie está escribiendo poesía ya y me temo que muy pocos están leyendo a Octavio Paz. Nos encontramos en el nihilismo intelectual. La única cosa con la que la izquierda está tratando, y es algo que me enfurece, son las cosas que tienen valor político: la politización de la mente. Tienes que estar en la izquierda, y si no lo estás eres un hereje. Se trata de un malentendido sobre lo que es el ser humano. Y como consecuencia, un malentendido de lo que es la sociedad. En un robot no hay alma, pero cuando leemos a Shakespeare y oímos a Beethoven o a Bach, podemos percibir el alma y el espíritu. Es algo muy simple, pero nos lavan el cerebro. Por eso me parece importante devolverle a las palabras su sentido original.
/
En México nuestra sociedad está desamparada por sus élites. Me gustaría que hable sobre las consecuencias de que políticos, empresarios, medios de comunicación y universidades, que forman parte de las élites que usted menciona en su libro, no estén cumpliendo satisfactoriamente con su trabajo.
Bueno, noblesse oblige [nobleza obliga]. Cuando tienes una posición privilegiada tienes también responsabilidades que se tienen que tomar por el bien común. Esto es lo que distingue a los hombres y mujeres de estado de los políticos promedio. Los hombres y mujeres de estado, son personas que van más allá del interés privado, del partido. Si estás en el mundo de la educación, sí, claro, hay que procurar que la gente desarrolle habilidades, pero entendiendo lo que supone debe ser y hacer una universidad. Lo mismo en el mundo de los medios de comunicación: ¿quieres ser parte del comité de propaganda como en tiempos de la Unión Soviética o en la Alemania de Hitler o quieres decir la verdad? De manera que lo que se está perdiendo es el sentido de responsabilidad. En general las clases privilegiadas suelen abandonar a la gente. No están haciendo lo que se supone que deben hacer. Tolstoi abordó este fenómeno, que no es nuevo, en Anna Karenina. Las clases privilegiadas viven en sus palacios, rodeados de riqueza, belleza, teniendo demasiado de todo, sin tener contacto con el mundo real. No sé cómo están las cosas organizadas en este país, pero si no hay una obligación de hacer el servicio militar, por qué no dedicar uno o dos años de tu vida, antes de ir a la universidad, a trabajo civil. No me importa qué, pero date cuenta de qué se trata de la vida. Ya basta del estúpido Facebook y todos estos juegos. Confrontémonos con la vida. Sólo así experimentaremos un sentido de justicia. En Nobleza de espíritu, otro de mis libros, escribí que muchos intelectuales justifican los atentados del 11 de septiembre ignorando que murió gente inocente, mientras que gente que nunca ha leído un libro, reconoce en estos hechos un acto de maldad.
/
Riemen hace una pausa.
/
“Sí, estamos en una librería y es maravilloso estar en un librería, pero leer libros no es suficiente. Tener una buena cuenta bancaria tampoco. Ni ocupar una posición de poder. Sería maravilloso enviar a toda la clase política a un sabático de seis meses para que entren en contacto con las partes más pobres de un país. Pidámosle al presidente que se vaya por dos años. Y veamos qué pasa. Dejémosle que salga de su castillo. Lo mismo al señor Slim. Es una sugerencia, ¿verdad? Démosles esa opción”.
/
A lo largo de Para combatir esta era, el lector se encuentra con referencias a la filosofía y a la literatura. ¿Quiso usted escribir un libro que fuera una invitación a la lectura o a la relectura de los clásicos, teniendo en mente la interpretación del mundo contemporáneo?
Si después de leer mi libro la gente regresa a las librerías por alguno de los libros que menciono, sería el más grande cumplido. Debemos de proteger por todos los medios nuestra cultura de los libros y con esto no me estoy refiriendo a la cultura de bestsellers de Amazon. Somos limitados y necesitamos guías. Estamos constantemente necesitando maestros. Y estos libros son nuestros maestros. Podemos acudir a ellos en el momento en que queramos y discutir con esas novelas, con esos autores, nuestras preocupaciones, nuestras preguntas, nuestras frustraciones. Los libros son la mejor forma de tener una conversación que puede continuarse con los amigos.
/
“La educación es el corazón de la democracia”, escribió Thomas Mann, según cita en su libro. Pero, ¿cuál es la educación que puede sacarnos del atolladero como sociedad?
La palabra educación ha sido secuestrada por la noción de que se trata de transmitir una serie de habilidades para hacer dinero, para funcionar en el mundo comercial o en la burocracia. No queremos dedicar tiempo para ir a la ópera, ver una buena película o ir a una librería. Thomas Mann se refirió a la educación de la que hablaron Sócrates, Spinoza y Kant. Sócrates es el padrino de esta idea: sabía que no se puede ir por la vida sin tener una aproximación al sentido de la vida misma, sin tener un entendimiento de lo que pasa en uno mismo y en el mundo. Y para eso se necesita de la filosofía: para tener un conocimiento del bien, de la belleza y de la verdad. En otras palabras, se debe de tener una idea de la dignidad de la vida. Imagina que en la hora de tu muerte te preguntaras qué hiciste de tu vida, qué quedó después de todo. Esta historia la cuenta Tolstói en La muerte de Iván Ilich. Para encontrar el sentido, el entendimiento, la educación debe elevarnos de este mundo para reconocer lo que es verdadero. Y para esto tenemos la historia, la poesía, la literatura, la música, el arte, la filosofía, la teología y todo lo que antes se nombraba como las humanidades. Y ésta es la razón por la cual debemos protegerlas más que nunca.

en http://confabulario.eluniversal.com.mx/contra-el-fascismo/
/
/

‘El peso de la verdad no puede recaer solo sobre los combatientes’

‘El peso de la verdad no puede recaer solo sobre los combatientes’


 
16 de septiembre 2017 , 10:55 p.m.
La trayectoria académica de Alejandro Castillejo ha sido tan intensa como los recorridos que ha hecho por Colombia. Igual que un nómada, ha caminado las rutas más insólitas del país en búsqueda de relatos. Esos recorridos, a los que denomina ‘itinerarios de sentido’, lo han llevado a construir un mapa de heridas, dolores, abandonos, resistencias y voces que le han permitido forjar una visión microscópica de la historia y de la violencia.
Castillejo tiene un extenso currículo académico. Es doctor en Antropología del New School for Social Research de Nueva York y ha participado en arduas experiencias investigativas. En 1996 dirigió el área de investigaciones del Centro para la Paz y la Memoria de Sudáfrica, donde investigó el impacto de la Comisión de la Verdad sobre los sobrevivientes del Apartheid, y en 2001 fue observador internacional de la comisión de Perú. Más adelante participó como investigador de los procesos llevados a cabo por la Fiscalía General de la Nación en el marco de la ley de Justicia y Paz.
Hoy dirige el Programa de Estudios Críticos de las Transiciones de la Universidad de los Andes y enfrenta un nuevo reto analítico: la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad que se está conformando en Colombia. 

Piensa que el éxito de esta comisión depende de su capacidad para articular los grandes relatos históricos con las pequeñas narrativas de la guerra y evitar que la balanza de poderes se incline hacia el lado de quienes pretenden perpetuar las políticas del ocultamiento. EL TIEMPO habló con él. 

¿Qué desafíos enfrentará la Comisión de la Verdad en Colombia?

Estas comisiones se gestan en momentos históricos atravesados por tensiones de poder particulares. Existe la pretensión de aplicar las mismas metodologías de otras experiencias de esclarecimiento, pero la búsqueda de la verdad es un ejercicio contextual, y el reto de los comisionados en Colombia será fijar unos procedimientos de investigación que no solo respondan a la especificidad de las violencias que se quieren indagar y comprender, sino que también se resistan a los poderes que intentan deslegitimar y frenar el potencial esclarecedor de la comisión. 

Además, el mandato del Estado para esta institución es bastante ambicioso...

Claro. Por eso habrá que idear una arquitectura conceptual y metodológica consecuente con el documento legal que da origen a la comisión y ordena, entre otras tareas, esclarecer las graves violaciones a los derechos humanos y al Derecho Internacional Humanitario, las responsabilidades colectivas, el impacto humano del conflicto en la sociedad y en la política, los orígenes del conflicto y los factores que contribuyeron a su persistencia. Este es un cambio drástico respecto del proceso de Justicia y Paz, al menos en lo relativo al esclarecimiento histórico.
Se nos plantea una comisión de esclarecimiento que podría investigar las responsabilidades de todos los involucrados, incluidos los terceros
¿En qué sentido?

Para mí, Justicia y Paz fue una ley revisionista: decretó el fin del conflicto, sin más, y su andamiaje conceptual se reflejó en los silencios que instauró. Ahora se nos plantea una comisión de esclarecimiento que podría investigar las responsabilidades de todos los involucrados, incluidos los terceros, que, aunque no participaran en la confrontación directa, sí fueron agentes de violencias.

Frente a los poderes que quieren frenarla y deslegitimarla, ¿cuál es el alcance de la comisión?


Lo sabremos una vez se conforme, se conozca el compromiso esclarecedor de los comisionados y se establezcan los derroteros de investigación. Por ahora, es difícil saber si la comisión tendrá dientes suficientes para evitar que el peso de la verdad recaiga solo sobre unos actores y que otros responsables salgan bien librados, como sucedió en Sudáfrica

¿Cuáles eran las limitaciones de la comisión de ese país?

Esa comisión contó muertos, desaparecidos y torturados, pero nunca habló de los beneficiarios del ‘apartheid’. Los blancos que se enriquecieron y obtuvieron privilegios a costa de ese régimen salieron muy bien librados, y en quienes recayó toda la responsabilidad fue en los miembros del ejército estatal. En Colombia se deben esclarecer las violencias estructurales, y por eso la Comisión necesita dientes para indagar no solo las violencias perpetradas por los combatientes en los campos de confrontación, sino también las condiciones históricas que hicieron posible la guerra.

Usted ha puesto en práctica los ‘itinerarios de sentido’, una metodología que, al parecer de muchos académicos, sería una gran contribución a la comisión. ¿En qué consiste?

Cuando uno quiere reconstruir la historia de una región tiene dos opciones complementarias: primero, recabar información en bases de datos, revisar informes y consultar un archivo; segundo, subirse en bus, atravesar esa región, detenerse en sus territorios y conversar con las personas que habitan allí para descubrir cómo imaginan su pasado y su entorno. Así se pueden construir un tramado de experiencias, heridas y dolores y un mapa microscópico de los significados que la gente les otorga a la guerra, a la reconciliación, a la verdad, a la paz. En eso consisten los itinerarios.

¿Cree que la Comisión de la Verdad debería ser itinerante?

Sí. Hay que articular los grandes relatos de la violencia con los microrrelatos que emergen en los territorios. Para hablar de la guerra no hay un único lenguaje, y el ‘idioma’ de los expertos no basta ni abarca las contradicciones de la historia. Por tanto, la Comisión debería itinerar, moverse y ‘elastizarse’ en búsqueda de otros lenguajes, a la vez que adelanta el esclarecimiento histórico (es decir, la construcción de un sustrato fáctico sobre el que todos podamos entendernos). 

En su obra académica ha planteado que el silencio es una forma de relato, ¿cómo se recogerían los silencios en la comisión? 


Solemos pensar que lo que no se dice no existe, y el problema de estas comisiones es que dependen de la palabra hablada, que opera como el certificado de reconocimiento de la violencia sufrida. Lo que no sabemos es que, en ocasiones, los silencios existen no porque la gente calle (por ausencia) o porque sea silenciada por la violencia, sino porque el andamiaje conceptual de quienes reciben el testimonio (los fiscales, los comisionados, los protocolos de recolección, la misma sociedad) no es el mismo de quienes lo narran. Y no todo el mundo habla el idioma del Estado.

En ese sentido, la comisión deberá sintonizar los lenguajes técnicos y protocolarios con los de las víctimas...


Claro, tiene que ser capaz de escuchar lo que normalmente no se escucha, abrir los oídos a las violencias crónicas que, de tanto ocultarse, se han hecho invisibles y pasan inadvertidas frente a una sociedad que no cuenta con una estructura de sentido para atenderlas e interpretarlas. En definitiva, una comisión es una institución que se encarga de producir nuevos significados.

Entonces, incorporar a la sociedad al proceso de esclarecimiento también es un desafío…

La comisión no puede ser solo un grupo de sabios que se reúne a oír historias, sino que debe ser aglutinadora. De nada sirve la escucha si de ella no se deriva un proceso transformativo. Los comisionados tienen que hablar con la gente corriente, pero a la vez deben tener una altura intelectual que les permita hablarle al poder. De lo contrario, se convertiría en una comisión ‘kleenex’, como la llamaban los blancos a la de Sudáfrica. 

¿Por qué la llamaban así?

Porque los únicos que lloraron fueron los negros, las víctimas. La nuestra tiene que ser una comisión que interpele a la sociedad entera. Todos, y no solo las víctimas, deberíamos descubrir cuál es nuestra relación con la historia, situarnos en ella, conmovernos y movernos con ella. Y hay sectores como la academia y los medios que tendrán la responsabilidad de comunicar a la sociedad el proceso de esclarecimiento. 

¿Cree que esta comisión es una posibilidad para crear un futuro diferente?

Claro que sí. La diferencia de esta comisión respecto de experiencias pasadas de memoria histórica o de esclarecimiento es que tiene la posibilidad de construir un relato histórico bajo la égida del futuro como posibilidad. Hubo otras iniciativas que patinaban en medio de la guerra. Ahora hay una posibilidad de pensar el pasado no solo como un pasado traumático (que se rumia y que agobia), sino como una posibilidad de habitar el futuro. Hemos llegado a un momento en el que, pese a que existe la necesidad de mirar hacia atrás, también tenemos la oportunidad de una mirada prospectiva.
Testimoniar puede ser catártico pero también traumático
¿Cómo evitar que los ejercicios testimoniales se conviertan en experiencias traumáticas?

Hablar puede ser un acto catártico, siempre y cuando se den las condiciones básicas: por ejemplo, el reconocimiento empático del dolor del otro. Sin embargo, las personas se llevan el acto testimonial consigo, a sus entornos, a sus casas, y pueden caer en procesos de retraumatización. Indistintamente de los apoyos psicosociales, las víctimas necesitan una sensación colectiva de acompañamiento, una sociedad que haga las veces de colchón para que el proceso no abra nuevas heridas. 

Pero en las audiencias no solo van a testimoniar las víctimas, sino también los victimarios, ¿no deberíamos hacer un ejercicio de apertura para oír sus relatos?

No sabemos si eso será así, pero, de serlo, tenemos que entender que los seres humanos (también aquellos que estuvieron en el fragor del combate) experimentan la guerra de formas contradictorias, y la sociedad tiene que estar preparada para saber que quienes participaron de la confrontación también pudieron haber sufrido vejámenes de todo tipo. Parte de la tarea de la comisión y de la sociedad será comprender esas situaciones. Es necesario explorar los pasados de los que combatieron, las razones históricas y los caminos que los condujeron al campo de batalla desde orillas muy diversas. Aunque nos cueste, tendremos que escuchar sus porqués.

También ha insistido en que los cuerpos de los desaparecidos tienen mucho por decir. ¿Cree que los cuerpos de los combatientes, que posiblemente se hallen, tienen cosas por contarnos?


Creo que los cuerpos, sus restos nos hablan de las dimensiones más grotescas de la guerra para aquellos que no cargaban los fusiles, pero también para los que sí. Nos pueden mostrar lo que significaron las violencias inmediatas. La ausencia de esos cuerpos ya nos ha dicho mucho, hace falta encontrarlos para que nos hablen de otra manera. 

¿Cree que los tiempos para el desarrollo de la comisión son muy cortos?

Sí y no. Tres años son escasos para resolver los dilemas técnicos y epistemológicos que los comisionados tienen que enfrentar. Se deberá determinar qué bases de datos y tecnologías usar, qué tipo de fuentes consultar, cómo archivar y clasificar la información. Además, se deberá decidir cómo convertir el material recolectado en una narración compleja y diversa. No obstante, tampoco es deseable que los tiempos se prolonguen más de lo estipulado porque la comisión perdería contundencia.

Sudáfrica sigue teniendo altos índices de desigualdad, y son los negros los que padecen la marginación. Da la impresión de que el alcance de las comisiones es limitado. 

Las sociedades emergen de la guerra, pero, de alguna manera, siguen siendo las mismas. La promesa transicional no se cumple del todo, y en eso hay que ser realistas. Una comisión de la verdad es parte de una serie de mecanismos, no conduce (tampoco es su labor) a cambios profundos ni tiene la capacidad para reconfigurar las estructuras que originaron la violencia. En ocasiones, incluso, legitiman las antiguas relaciones de poder. La comisión sí crea expectativas, pero hay que poner los pies sobre la tierra: de un proceso de transición, donde la comisión funge un papel ritual, no emergerá una nueva sociedad.
¿En qué va la comisión?
El lunes pasado, el Comité de Escogencia encargado de conformar las vacantes de la Jurisdicción Especial para la Paz publicó el listado de los aspirantes a la Comisión de la Verdad, instancia prevista en el acuerdo de paz con las Farc. En total hay 199 candidatos, incluido Alejandro Castillejo, quien fue postulado por el rector de la Universidad de los Andes. Quienes quieran conocer y hacer observaciones a los perfiles de los aspirantes podrán hacerlo hasta el 22 de septiembre a través de www.comitedeescogencia.com. Los postulados que pasen la etapa de verificación ciudadana serán llamados a entrevista por el comité entre el 2 y el 5 de octubre.

MARÍA LUNA MENDOZA
Redacción Domingo
en http://www.eltiempo.com/politica/proceso-de-paz/algunos-sectores-podrian-frenar-la-comision-de-esclarecimiento-131498