jueves, diciembre 28, 2017

#Clientelismo #Corrupción ... que lento cambias Colombia ... que lento empeoras en algunas cosas

Hace muchos años leí dos libros que me impactaron
uno fue la recién escrita constitución de 1991
y -afortunadamente- el libro EL CLIENTELISMO del Maestro Francisco Leal Buitrago, ya fallecido, a quien tuve la oportunidad de saludar alguna vez en los Andes.
Parte de su libro se puede descargar  (en google pdf) aquí https://drive.google.com/file/d/1_VjqnP7syqc3PasXIComVADHhsOtp4d9/view?usp=sharing

triste es entender que lasillavacia.com  encuentre formas identicas, pero MÁS CORRUPTAS de clientelismo, más de 20 años después

Por JINETH PRIETO · 26 DE DICIEMBRE DE 2017











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La maquinaria es para un político como las arterias al corazón. Si flaquea, el resto empieza a fallar.
Es más visible en temporada electoral y casi invisible los años en los que la campaña no está encendida. Pero eso no quiere decir que pare de trabajar. Siempre se mueve.
“Un político profesional o que aspire a serlo la cuida, la alimenta, la riega como una planta”, explicó un político que lleva 40 años activo.  
Hay de muchas clases. Está la maquinaria orgánica, está la maquinaria que se mueve solo con plata, la maquinaria de partido, y la maquinaria pública.
“Oigame bien, con excepción de unos pocos, pero muy pocos, los políticos necesitan de todas para ganar”, continuó.
La maquinaria orgánica es la de los amigos. Es orgánica porque la integran personas que realmente están dentro del llavero de un político y no piden plata para apoyarlos.
Esa es la misma que empuja a los independientes.
“Es gente que cree en el discurso, o en que uno es su paisano, o que es amigo de muchos años. Los políticos que posan de buenos dicen que son los únicos que tienen esa clase de apoyo, pues vea que no, también la tenemos a los que nos dicen malos”, agregó un senador.
El trabajo para mantenerla y hacerla crecer empieza exactamente después de la elección.
“Doctor, es que voy a bautizar a mi hijo y quería que usted y su esposa fueran los padrinos”.
“Doctora mi hija cumple 15 años. La invito a que nos acompañe en la celebración”.
“Doctor, aquí en el pueblo tenemos una fiesta, y queríamos que usted asistiera”.
“Doctor me van a sacar del Sisbén..”
“…Ayúdeme para que el servicio militar de mi hijo no sea en zona roja…”
El servicio del político debe ser 24/7. Tiene que estar presto a responder, a ayudar con lo que le pidan, o por lo menos en lo que más pueda. El que no teja esas relaciones pierde seguidores, y como sin amigos la campaña es más cara “entonces es mejor hacer buena cara”, agregó un representante. 
“Las obras también son importantes”, continuó. “A usted no le parece importante unas placas huellas en una vereda. Pero cuando uno está allá, y las inaugura hay agradecimiento, y seguro ahí uno puede encontrar unos voticos”. 
Arreglos de escuelas, tramos de vías, parques, canchas, canalizar quebradas, arreglar puentes. Hasta regalar ventiladores, televisores, planchas. Todas suman.
“La gente agradece. Yo tengo personas que aún me recuerdan cuando les regalé alguito y lo guardan”, explicó un político que manejará la campaña de otros dos en 2018.
Esa parte de la estructura también se teje repartiendo puestos. No hay nada que garantice más fidelidad que un empleo en un país en el que más de la mitad de la población vive en la informalidad.
Los que el político fideliza son los que nombra en cargos de carrera administrativa o en provisionalidad. Los que llegan por contrato de prestación de servicios hacen parte de la maquinaria pública.
Aquí entran cuotas en gobernaciones, alcaldías, en entidades nacionales y en fortines regionales. 
“Aquí lo importante es la necesidad. Ellos necesitan empleo y si usted sabe cómo moverse como político, les da puesto. Todo depende de lo que hayan hecho en las elecciones. Los que mueven muchos votos tienen los primeros y mejores puestos”, le explicó a La Silla un político que ha sido concejal, diputado, y alcalde.
Otro que tiene un recorrido similar nos describió esta maquinaria como el ‘multinivel’. 
La estructura es piramidal y en cada elección es donde tienen la oportunidad de escalar.
En la base están los líderes con menos votos pero que recibieron un contrato en una entidad pública por su esfuerzo, o los que reciben un contrato recomendados por algún líder fuerte. En cada nivel hacia arriba aumenta la categoría.
Entre esos eslabones intermedios están los cargos de coordinadores o enlaces, que son los que integran el primer círculo de confianza del político y hacen las veces de puentes con los niveles que están abajo de ellos.
Ascienden en cada elección porque dependen de su desempeño. Si se esfuerzan más poniendo votos o haciendo reuniones, en los cuatro años siguientes reciben un mejor contrato, o son considerados como candidatos. 
Incluso pueden llegar a la cabeza de la pirámide. 
Cuando eso sucede es porque le montan competencia a su jefe político, o porque le heredan.
“También hay atajos. Pero esos están reservados para emergencias como una condena o que el que uno tenía en mente ya no pueda por x o y razón”.
La estructura se mantiene con frecuencia a punta de generación de empleo financiada por la Alcaldía. 
El año pasado, un exalcalde preso por su participación en un homicidio y padrino de su sucesor, repartió 600 empleos de medio tiempo a todos sus líderes con un contrato de $16 mil millones.
En otra Gobernación, un representante a la Cámara que es pariente del gobernador tiene a una contratista que le dirige la entrega de beneficios a ediles y líderes.
Esos contratos de prestación de servicios  también se entregan en las corporaciones autónomas regionales y en entidades como el Sena, que son los fortines políticos por excelencia en los departamentos.
“Pero con esos hay que tener cuidado porque no dependen solo de uno. Si en Presidencia dan la orden de mover directores, uno se queda viendo un chispero”, nos dijo un senador.
En muchos casos los contratistas de prestación de servicios también sirven para mantener financieramente las estructuras. 
Hay políticos que cobran desde el 10 hasta el 50 por ciento del salario a sus cuotas. Eso se va para pagar la sede (muchos la mantienen abierta cuando no hay elecciones), para pagar actividades. 
Además, sus padrinos los ponen a vender boletas de rifas y a organizar bazares para sumar plata que utilizarán en la temporada electoral.
Pero hay “cariñitos de vuelta”, nos explicó un político.
“Usted se tiene que acordar de las fiestas de cumpleaños de todos. Un mensajito, una tarjetica, un vinito dependiendo de qué tan grande sea el apoyo. Usted no le va a dar lo mismo a un edil que a uno de sus financiadores, a esos un whisky de los mejores”, aseguró.
Los financiadores en la estructura son como el impulso del latido en el corazón. No se ven, solo se sienten y son los que en la mayoría de ocasiones marcan el ritmo al que se mueve un político. 
Hay dos tipos de financiadores. Políticos que financian a políticos y empresarios que financian a políticos.
Los primeros son generalmente los gamonales, con estructuras de años, con plata que han hecho a través de contratos. 
Los segundos son los difíciles de conseguir. Para un congresista el secreto es hacer más favores. 
“Que una cita con el Ministro, que apóyeme tal ley, que consiga que me atiendan en tal cosa. Ese agradecimiento se retribuye en votos”, nos explicó un congresista.
También hay una maquinaria que se mueve solo con plata, es la que se aceita para elecciones, y luego desaparece. 
Esa es la menos rentable. Es un mercado competido y en el que los políticos pierden la mayoría de la plata porque los líderes que no pertenecen a ninguna estructura salen a vender los mismos apoyos a diferentes políticos. 
Además, está la maquinaria del partido, pero esa solo funciona para cargos uninominales (Alcaldía, Gobernación, Presidencia). En el entretanto, cada quien está con su propio grupo.
“Aquí el secreto es hacer que todo esto funcione el día electoral. Si usted no hace que eso pase, está condenado a desaparecer o a tirarse la plata que no está escrita para salir elegido”.
Por NATALIA ARENAS · 30 DE DICIEMBRE DE 2017
X congreso Nacional de ediles en Pereira
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“Mire doctora, yo tengo 2.000 votos. Mi campaña vale 50 millones de pesos. Setenta, si no me puede conseguir los puestos para mi hija que se acabó de graduar de la universidad y para la esposa del presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio. Me los paga a cuotas, 30 por ciento para empezar -  se viene el Día de la madre y hay que conseguir para los mariachis y la rifa-, 30 por ciento en septiembre - el mes del amor y la amistad- y 40 para octubre cuando ya se calienta la campaña. Eso es lo que me está ofreciendo el Concejal X, ¿usted cuánto me va a dar?”
Cada vez que el calendario llama a elecciones, se reinaugura el mercado electoral. Y el primer eslabón de la cadena, los ediles que trabajan consiguiendo los votos, empiezan su trámite para definir con qué candidato les conviene irse para ganar las elecciones locales. Un ‘mercado’ que se rige como cualquiera, a punta de oferta y demanda. El candidato que logre sumar más ediles en sus filas, tendrá más posibilidades de ganar. Porque quien ha hecho campaña sabe que el poder de un político se mide por el tamaño de la corte que lo sigue.
Aunque, obvio, hay muy buenas excepciones y candidatos que no hacen nada de esto, el mercado de los ediles sí determina en buena parte cómo se ganan realmente las elecciones en ciudades como Bogotá. Sobre todo para aquellos políticos que no confían suficientemente en sus ideas.
La ‘doctora’ de esta historia es una concejal que en las elecciones de 2011 se eligió heredando los votos de su padrino que había resultado involucrado en el cartel de la contratación que se robó la capital.
Para las elecciones de 2015, aunque en teoría su estructura todavía contaba  con ediles en 11 de las 20 localidades, el tiempo hizo languidecer las lealtades que en política, sobre todo en la clientelista, son lo más importante. Por eso, redobló sus apuestas.
Ella es una de las cinco concejales y ediles con la que La Silla reconstruyó cómo funciona el mercado de los ediles en Bogotá.
Aunque sus relatos fueron tomados en vísperas de las elecciones regionales de 2015, la práctica se replica en las elecciones al Congreso, porque ellos suelen ser la base de una maquinaria más grande que casi siempre encabeza un senador.
Así, este mercado se mantiene vigente de elección en elección y empieza por definir el precio del edil a partir de tres variables: la oferta, la localidad a la que pertenece y su trabajo con la comunidad.
La primera está determinada por las novedades que trae la temporada.
En Bogotá hay 182 ediles que se reparten en las 20 localidades. Dependiendo del tamaño, cada localidad puede tener entre siete, nueve y once ediles. Se eligen por votación popular en las elecciones regionales y para lograr una curul necesitan, en promedio, entre mil y cinco mil votos.
Los que entran al mercado son de dos tipos.
Están, por un lado, los ediles nuevos. Suelen ser líderes barriales que quieren dar un salto a la Junta Administradora Local y aunque no ofrecen muchos votos (100 y 500 es lo estimado) no son tan costosos porque no tienen trayectoria política.
La transacción con ellos es la más simple de todas: candidato y edil comparten los gastos en publicidad y en logística de los eventos y las reuniones de la campaña. Un combo que no pasa de 20 millones de pesos y que incluye el tradicional TLC - Tamal, Lechona y Cerveza- y el pago del salón comunal.
Por otro lado, están los ediles con credencial que entraron al mercado porque se quedaron ‘huerfanos’, ya sea porque su anterior padrino no les cumplió y por eso decidieron buscar otros horizontes, o porque su padrino terminó destituido o preso, o porque simplemente no va a aspirar más. Y los que aún con padrino vigente quieren apuntarle a uno mejor.
Su ventaja en ambos casos es que ya se han hecho contar y por tanto su capacidad de endosar votos -que es en últimas lo que más importa- es medible. “Es la magnitud de lo que aportan”, dice la ‘doctora’.
Un edil que sacó 500 votos y le puso 400 a su candidato en las elecciones de 2011 tiene un ochenta por ciento de capacidad de endosar. Otros sólo logran endosar entre el 30 y el 40 por ciento. A mayor capacidad de endoso, mayor tarifa, y algunos llegan a cobrar entre  50 y 80 millones sólo por los votos que prometen.
La segunda variable es el tamaño y el tipo de localidad en la que fue elegido o se quiere hacer elegir el edil. No es lo mismo ser edil en Kennedy, que tiene el tamaño de Cartagena, que de La Candelaria.
Las otras localidades más cotizadas en Bogotá son Bosa, Ciudad Bolívar, Suba y Engativá. Es decir, las más grandes y las que tienen más población en estratos 0, 1, y 2.
El problema es que en esas localidades "la gente no vota" y por eso terminan siendo las más costosas, según explicó otro concejal consultado que hace parte del grupo de un senador costeño.   
Además, en esas localidades los ediles necesitaron entre 3 y 4 mil votos, mientras que en las pequeñas como Mártires o Santa Fé necesitan solo mil. Eso implica que aún si su porcentaje de endoso es menor, hay más votos de por medio.
La consecuencia en todo caso es que en esas localidades suelen jugar los duros del negocio, que además, suelen estar dispuestos a pagar tarifas mucho más altas.
Y finalmente está la variable de cómo el edil ‘atiende a sus electores’. Es decir, cómo reparte la mermelada para mantener aceitada su maquinaria de elección en elección.
Las juntas de acción comunal funcionan como concejos en cada localidad, hacen proyectos de acuerdo relacionados al plan de desarrollo de las alcaldías locales, avalan los presupuestos de cada localidad y eligen la terna para escoger al alcalde local de cada localidad.
Además, pueden citar al alcalde local para hacerle control político. Es como un Congreso pero en micro. Y con la diferencia -nada despreciable- de que los funcionarios de la alcaldía local no están obligados a asistir a esos debates.
En la práctica, además, son el primer eslabón entre el político nacional o distrital y los ciudadanos de a pie. Pero a diferencia de los líderes barriales o ‘puya ojos’, se han hecho contar y pueden ‘gestionar’ contratos y convenios con las alcaldías locales.
Usualmente en Bogotá, dependiendo del peso político de un edil y de su cercanía con el alcalde local, puede ‘recomendar’ a un contratista o una fundación de su cuerda para que realice obras tan variadas como la pavimentación de la vía del barrio o el campeonato de fútbol local. De paso, como ocurre en Kennedy, recibe el rédito político de la obra al dejar la huella de su movimiento político en la valla que anuncia la obra o el programa.
También son quienes terminan por definir cómo se llenan los cupos para ingresar a un programa social del distrito o a un paseo que paga la administración. Y los que están pendientes de organizar las fiestas importantes como la del día de la Madre o la Navidad en el barrio en las que los políticos de más alto rango van a darse un baño de popularidad.
Antes de que empiece la puja, como nos contaron los candidatos, ellos se sientan con sus colegas para definir cómo están repartidas las cargas y cuáles ediles están fuera del mercado. La falta de honestidad en este punto puede resultar muy costosa porque siempre hay avivatos que ofrecen sus servicios a más de uno y al final, no le cumplen a ninguno.
En este negocio gana el que ofrezca más y lo haga más rápido. “Es como una subasta”, dijo uno de los consultados. Además, un edil fuerte suele traer a otros que también le quieren apostar a un buen candidato.
El trato se concreta a unos cuatro meses de las elecciones y se terminan de cuadrar los detalles de la logística: cuántas reuniones, con qué frecuencia, dónde, cuánta y dónde se pega la publicidad. (En promedio, un paquete de 10 a 12 reuniones cuesta 15 millones de pesos). La tarifa del edil va aparte y depende de las variables que ya explicamos.
Lo último que se define es el mecanismo de pago. Aunque hay quienes cobran mensualmente, la mayoría difiere los pagos en cuotas durante el tiempo que dure la campaña. El último pago -que suele ser el más grande- se paga entre un mes y dos semanas antes del cierre de la campaña.
Luego están los pagos en especie, es decir, los puestos que garantiza el político a los que lo ayudaron en su campaña y que se pagan una vez el político resulte elegido. Los beneficiarios en este caso son los familiares del edil y los líderes que conforman su estructura, como los presidentes de las juntas de acción comunal y los líderes de los barrios.
La mayoría son OPS -órdenes de prestación de servicios- en entidades o secretarías de la administración distrital. Para conseguirlas, los concejales se apoyan en los amigos, que usualmente son cuotas de la misma estructura que lo ayudó a elegirse. Con esos mismos amigos se tramitan los ascensos de los que ya trabajan en esas entidades.
La última opción son los puestos en la Unidad de Apoyo Normativo del concejal que resulta electo. Son hasta 12 cargos con salarios mensuales, con todas las prestaciones que obliga la ley, en la escala de 1.5 a nueve millones de pesos. Son los que los políticos guardan con mayor recelo y con los que se suelen quedar los alfiles más claves de la campaña. Aunque eso no significa réditos para el político.
“Yo contraté a la hija de un líder que me ayudó en mi campaña y en los cuatro años nunca fue a la oficina en el Concejo. Una vez la llamé para pedirle que al menos trabajara moviendo las redes sociales desde su casa y me respondió que no, que su papá ya había cumplido con su parte”, contó la concejal.
El pago tampoco garantiza el trabajo porque en últimas, como nos dijo otro concejal, “lo que se compra es la lealtad”. “Hay que estar encima de ellos porque sales tumbado cuando juegan con otro o cuando reparten los votos”.
“Estar encima de ellos” significa gastar también parte de los recursos en una avanzada de monitoreo y supervisión que se encarga de ir frecuentemente a los barrios y reuniones para verificar que el edil esté cumpliendo con su parte. Las avanzadas incluso se quedan más allá de la reunión de su político para revisar que a la reunión de su competencia no vaya la misma gente. O que al edil no le de por terminar una reunión, bajar los afiches con la cara del candidato y colgar unos nuevos con la cara de otro.
Al final, de todas formas, es un acto de fe. “Todo se basa en la confianza. Ni ellos saben cuántos votos te van a poner”. El único control que sirve es el que se hace el día de las elecciones cuando la suerte ya está echada.

Nota: Estos capítulos hacen parte de un libro que sacará La Silla Vacía en unos meses sobre cómo se alcanza y se reproduce el poder.

en http://lasillavacia.com/como-se-mantiene-la-maquinaria-64055 

Mapamundi del año 1544-1613

viernes, diciembre 22, 2017

Mi único consejo es simple: NO vean los #noticieros de #televisión

Doy este discurso con algo de nostalgia, con la idea dominante de una vida ya vivida. Crecí no muy lejos de aquí, a cinco minutos a pie. Recuerdo bien mis travesías. Saltaba presuroso la canalización, cruzaba las mangas de Tejicondor, pasaba raudo por el parque de la esquina y llegaba a mi casa de dos plantas, jadeante pero sano y salvo. En este colegio, el colegio San Ignacio, estudió mi padre. Yo no fui admitido por razones misteriosas, perdidas en el tiempo. Me gradué de ingeniero civil en 1987, en la quinta promoción de esta Universidad. Aprendí a integrar por partes, a derivar parcialmente y a invertir matrices, entre otras muchas cosas, que no he olvidado a pesar de una vida dedicada a otros asuntos, a los problemas sociales de nuestro país, siempre acuciantes.
Casi ninguno de Uds. había nacido cuando yo era ya un estudiante de ingeniería. No he olvidado mis primeros años en la “Escuela”. Mi obsesión con los computadores. Mi fascinación con las calculadoras programables. Mi afición a los métodos numéricos. De todo aquello, de los cientos de semanas dedicadas a la programación, conservo una preferencia por el pragmatismo, por los problemas bien definidos, por las soluciones concretas para problemas concretos.
Hace treinta años, pronuncié el discurso de grado de mi promoción. Recuerdo la esencia del alegato: la aspiración humanista, la queja por la instrumentalización de la educación y la irreverencia impostada. En los últimos años he pronunciado muchos discursos de grado. Demasiados tal vez. No es un buen indicio, dirán algunos. Otros, más francos, insinuarán que estoy entrando en la etapa “Paulo Coelho” de mi carrera, en la filosopausia como dicen los académicos gringos, siempre críticos de los generalistas.
Los discursos de grado son una tradición cuestionable. Los consejos gratuitos tienen en general poca audiencia. Estamos ya sentados en el avión. Todo está listo para el despegue. Nos hemos abrochado el cinturón. La azafata recita, entonces, sus recomendaciones. Pero no prestamos atención. No nos interesan sus advertencias. Ya veremos qué hacer si algo grave pasa. Nadie puede enseñarnos a vivir por adelantado. En fin, así me siento ante Uds., como la azafata locuaz ante su audiencia indiferente.
No voy a abrumarlos con muchos consejos. Dudo, ya lo dije, de la eficacia de las arengas. Voy a ser económico. Pragmático. Simplista. Voy a hacerles una sola admonición. No va a cambiarles la vida. Ni va a transformar sus carreras. Pero sí puede hacerlos ligeramente más felices. Levemente más optimistas acerca de nuestro mundo, nuestro tiempo y nuestro país.
Mi único consejo es simple: no vean los noticieros de televisión.
Cambien de canal. Apaguen el televisor. Hablen con sus padres. Llamen a la novia. Jueguen vídeo juegos. Lean El Quijote. Pero no les presten atención a las noticias.
Espectadores sin memoria
Empecemos con un primer punto. Las noticias son repetitivas, exasperantes. La música apocalíptica de la apertura presagia que algo extraordinario ha ocurrido. Pero la verdad es otra, casi nunca pasa nada. Las noticias son las mismas día tras día. Rutinarias, predecibles, un inventario de la miseria humana: asesinatos, violaciones, robos, actos de corrupción, etc.
Los noticieros se han convertido en versiones audiovisuales de los tabloides, de El Espacio: sangre en la portada, soft porno en la contraportada y, en el medio, las fechorías de políticos. Los noticieros–dice Mario Vargas Llosa—legitiman “lo que antes se refugiaba en un periodismo marginal y casi clandestino: el escándalo, la infidencia, el chisme, la violación de la privacidad, cuando –en los casos peores—el libelo, la calumnia y el infundio”. Todo parece construido para saciar nuestra curiosidad perversa, nuestro apetito de escándalos.
Esa carga de negatividad diaria nos va convirtiendo en "espectadores sin memoria". El escándalo de hoy reemplaza al de ayer. Los noticieros venden lo efímero como si fuera duradero. Prometen la novedad, pero entregan la rutina. Uno ve uno y los ha visto todos.
Pesimismo artificial
Pasemos a otro punto. Los noticieros entorpecen nuestro entendimiento del mundo. Si quieren entender el mundo, no vean las noticias. Las noticias se ocupan del estruendo, el escándalo y la tragedia individual. Pero el cambio social es gradual, parsimonioso, acumulativo y, por lo tanto, invisible. No suscita titulares. No genera emociones. No vende.
En nuestro país, por ejemplo, la tasa de pobreza es la menor de la historia. La tasa de homicidio, la menor en cuarenta años. La mortalidad infantil ha disminuido sustancialmente. La desnutrición también ha descendido. Pero la mayoría piensa que estamos viviendo en el peor de los tiempos, en medio de un desastre sin nombre. Los noticieros han creado una suerte de pesimismo artificial. Mentiroso.
Les propongo el siguiente ejercicio sociológico. Podríamos llevarlo a cabo hoy mismo, al final de esta ceremonia. Seleccionemos un ciudadano al azar, un típico consumidor de noticias, y hagámosle seguidamente la siguiente pregunta: “¿cree Ud. señor que la desnutrición en Colombia ha empeorado?” Anticipo que responderá indignado, “por supuesto”. Nuestro televidente no intuye, no sospecha siquiera, no conoce que hace 25 años uno de cada cuatro niños en Colombia estaba desnutrido, mientras actualmente uno de cada diez está en la misma condición. Las noticias han generado una suerte de negativismo por reflejo.
No quisiera agobiarlos con tareas, pero voy a proponerles una muy simple. No tomará más de cinco minutos de su tiempo. Quiero que, uno de estos días, vayan a Youtube y hagan la siguiente búsqueda: "Hans Rosling_noticias" ( https://youtu.be/Xr0x3-Rzv5k ) Encontrarán un video en el que Rosling confronta a un periodista en Dinamarca. Rosling, uno de mis héroes intelectuales, falleció recientemente después de una vida dedicada a visibilizar el cambio social, a mostrar, con humor y sapiencia, la mejoría en el bienestar y la salud de la humanidad. En el video de marras, exasperado con su interlocutor, se agacha súbitamente, coge uno de sus pies con la mano, lo levanta en el aire, señala la suela del zapato y le pregunta retóricamente al presentador, “¿considera Ud. que solo mostrar la suela de mi zapato da una idea verosímil de mi apariencia?” Todas las suelas son iguales. No vale la pena sentarse frente a la pantalla a ver lo mismo todos los días.
Daniel Kahneman (https://www.youtube.com/results?search_query=daniel+kahneman+espa%C3%B1ol ) un pensador imprescindible y premio Nobel de Economía, ha llamado la atención sobre una falencia cognitiva, sobre el llamado sesgo de disponibilidad. Así la tasa de pobreza fuera muy baja, ínfima, de 1%, habría siempre miles de tragedias que mostrar, suficientes para llenar todos los noticieros. Sin contexto, sin análisis y sin investigación, cada tragedia se presenta como el resumen de una esencia, como la regla, no como la excepción. Las noticias, sugiere Kahneman, nos llevan a sobrestimar los riesgos y subestimar los avances. A menudo confundimos la pantalla con la realidad.
Rolf Dobelli, (https://www.youtube.com/results?search_query=Rolf+Dobelli+espa%C3%B1ol ) otro pensador imprescindible, escribió recientemente un libro que compendia cien errores que atrofian el pensamiento. El penúltimo reitera una admonición ya reiterada: no vean los noticieros. Otros innovadores, cabría citar, por ejemplo, a Elon Musk, aconsejan lo mismo. Predican por conveniencia el optimismo.
Queridos graduandos, les tengo una buena noticia. No sé si ya la conocían. Uds. pertenecen a la generación más afortunada de la historia de la humanidad. En promedio, ninguna generación previa ha vivido tanto como vivirán Uds. Nadie viajará tanto. Ni probará tantos sabores. Ni verá tantas películas. Nadie ha tenido tanta libertad ni tanto acceso al conocimiento. En sus bolsillos todos guardan un aparatico brillante, el Aleph de Borges, una ventana al mundo, a todo el conocimiento humano. Pero paradójicamente muchos piensan que estamos viviendo en el peor de los mundos. Mi invitación respetuosa es al optimismo basado en la evidencia.
Por supuesto millones sufren todavía por el hambre, la enfermedad, la guerra, el odio y la corrupción. Pero el pesimismo no resolverá ninguno de estos problemas. Por el contrario. Puede agravarlos.
Sobrevaloración de la política
Pasemos ahora a un último punto. Los noticieros no solo invisibilizan el cambio social; generan también otra idea equivocada: una sobrevaloración de la política, de las leyes y de los pronunciamientos de congresistas, jefes de organismos de control y ministros (me incluyo). Las leyes, por ejemplo, no cambian el mundo. Algunas veces son más una forma de evasión que un instrumento para la solución de los problemas. La política se caracteriza con frecuencia por la máxima grandilocuencia y la mínima eficacia. Los noticieros tristemente amplifican la farsa.
Buena parte de la vida ocurre por fuera de la política. Muchos de Uds., estoy seguro, harán un gran aporte a la sociedad desde ámbitos más privados, más íntimos, más invisibles, donde nunca llegarán las cámaras ni los micrófonos. Si queremos cambiar el mundo, podríamos comenzar por el principio, por agradecer a nuestros padres como lo hacemos extrañamente los seres humanos, juntado nuestra boca a su mejilla, contrayendo los cachetes y haciendo un ruido instantáneo con los labios. Podríamos también estrecharle la mano a los compañeros más distantes. O abrazar a los profesores, quienes viven en últimas, lo sé por experiencia, del afecto de sus alumnos.
Por último, no olviden usar el aparatico ese que brilla, el Aleph de Borges, para tomarse fotos con sus padres y hermanos. Deben guardarlas en la nube, en algún lugar seguro. Con el tiempo pocas cosas serán más preciadas. Los testimonios del amor son invaluables.
Les deseo una vida plena. Plena de amores, lugares, sabores y experiencias. Les recomiendo el optimismo. Afortunadamente hoy no tendremos tiempo para ver el noticiero. Un abrazo a todos de todo corazón.
ALEJANDRO GAVIRIA
(discurso pronunciado en la ceremonia de grado de la Universidad EIA en diciembre 12 de 2017)

sábado, diciembre 09, 2017

¿Quién mató a Kennedy? #JFK #Oswald

(John F. Kennedy) Folleto original "Se busca por traición". John F. Kennedy (1917-1963) 35. ° presidente. El 21 de noviembre de 1963 se distribuyeron volantes de "Se busca por traición" en las calles de Dallas, antes de la visita programada de Kennedy. Estos volantes llevaban una reproducción de una fotografía de frente y de perfil del Presidente y presentaban una serie de cargos incendiarios contra él. Robert A. Surrey finalmente fue identificado como el autor del prospecto. Surrey, un vendedor de imprentas empleado por Johnson Printing Co. de Dallas, había estado estrechamente asociado con el general Edwin Walker. Walker era conocido por sus opiniones políticas derechistas y por haber sido el blanco de un asesinato de Lee Harvey Oswald en abril de 1963. Bernard Wiessman, responsable del anuncio "Welcome Mr. Kennedy" de borde negro en el 22 de noviembre Dallas Morning News, también un asociado de Walker's y miembro prominente de la Sociedad John Birch, testificó ante The Warren Commission que vio una copia de uno de estos volantes en el piso del automóvil de Walker poco después del 22 de noviembre. La comisión no encontró evidencia de ninguna conexión entre los responsables del prospecto y Oswald o el asesinato real. Sin embargo, Oswald asistió a una reunión sostenida por Walker en Dallas un mes antes del asesinato. Un prospecto original de 9 "x 12" "Se busca por traición", tiene tonos desiguales y manchas de edad. Estos volantes son excesivamente raros; solo se conocen otros tres.

original:
(John F. Kennedy) Original "Wanted for Treason" Handbill. John F. Kennedy (1917-1963) 35th President. On November 21, 1963 "Wanted for Treason" handbills were distributed on the streets of Dallas, before Kennedy's scheduled visit. These handbills bore a reproduction of a front and profile photograph of the President and set forth a series of inflammatory charges against him. Robert A. Surrey was eventually identified as the author of the handbill. Surrey, a printing salesman employed by Johnson Printing Co. of Dallas, had been closely associated with General Edwin Walker. Walker was known for his right wing political views and for having been an assassination target of Lee Harvey Oswald in April 1963. Bernard Wiessman, responsible for the black-bordered "Welcome Mr. Kennedy" advertisement in the November 22 Dallas Morning News, also an associate of Walker's and a prominent John Birch Society member, testified to The Warren Commission that he saw a copy of one of these handbills on the floor of Walker's car shortly after November 22nd. The commission found no evidence of any connection between those responsible for the handbill and Oswald or the actual assassination. However, Oswald attended a meeting held by Walker in Dallas one month before the assassination. An original 9" x 12" "Wanted for Treason" handbill, has uneven toning and age spotting. These handbills are excessively rare there are only three others known to exist.

en https://www.liveauctioneers.com/item/5708828_83-jfk-orig-wanted-for-treason-poster-very-rare

miércoles, diciembre 06, 2017

#Desenmascarar #Mascaras #Desenmascaramiento

el arte de no pertenecer

El dramaturgo y novelista polaco, incisivo y antinacionalista, ha sido comparado con autores como Kafka y Joyce. Aunque poco leído por el gran público, se trata, sin duda, de un clásico. Tanto sus novelas –como 'Los hechizados' o 'Ferdydurke'– como su 'Diario (1953-1969)' merecerían una mayor atención. Un homenaje.

2017/07/27

POR GERMÁN BELOSO* BUENOS AIRES

A Witold Gombrowicz la historia le hizo nacer en las márgenes del viejo continente. Nació en 1904 en Maloszyce, Polonia, esa porción de tierra que encierra los pueblos y culturas de Europa Oriental. Si uno lee su Diario (1953-1969), encuentra que esa marginalidad era para los intelectuales, artistas y escritores polacos de su tiempo una herencia negativa que los impulsaba a querer imitar la cultura de Europa Occidental y a su vez los desviaba de su propia esencia y de su propia voz.
A Gombrowicz, sin embargo, esa marginalidad no le incomodaba. Él más bien la asumía, y esto le permitió desentenderse de los cánones, de lo establecido, de las herencias y tradiciones de Occidente, para emprender su propio camino y su propia búsqueda. La marginalidad fue, entonces, su centro, su irreverencia, y una discusión recurrente que mantuvo con sus compatriotas, a quienes parecía no poder convencer de que dejaran de lado la reverencia que profesaban por el arte de Europa Occidental.
Esto no quiere decir que Gombrowicz reivindicara un arte popular, o que fuese enemigo del arte, o que dudara de su importancia. Él creía que el arte en ellos, en los polacos, ejercía una influencia distinta. “Nuestra actitud eslava frente a las cuestiones del arte es más relajada, estamos menos comprometidos con el arte que las naciones de Europa Occidental y nos podemos permitir una mayor libertad de movimientos”. Por eso Gombrowicz impulsaba a los polacos a dejar de querer ser lo que no son: “Tratad de organizar vuestra verdadera sensibilidad de manera que alcancen una existencia objetiva en el mundo, encontrad una teoría que esté acorde con vuestra práctica, cread una crítica del arte desde vuestro punto de vista y una imagen del mundo, del hombre, de la cultura, que esté acorde con vosotros…”.
Esta es una de las claves para entrar al pensamiento y la literatura de Gombrowicz, y parte de su originalidad parte de allí, de saber que para pensar libremente es necesario quitarse los antiguos ropajes.
Lo curioso es que Gombrowicz escribió su Diario en Argentina, desde donde envió entregas periódicas a París para que fuesen apareciendo en la revista polaca Kultura. Es decir, si Polonia es una suerte de límite desdibujado de Europa, podemos imaginar que a sus ojos Buenos Aires se le apareció como un bosquejo mojado. Es aquí, en la doble marginalidad que le confería Buenos Aires, donde Gombrowicz no solo escribió gran parte de su obra, sino donde, como él mismo dice en su Diario, encontró su propia voz.
También sus libros circularon por los límites. En Polonia, Gombrowicz estuvo prohibido por los nazis, luego por los comunistas. En su país tan solo llegó a publicar, en 1933, Memorias del período de la inmadurez, un libro de relatos. Luego, en 1937, publicó su novela Ferdydurke, que hizo que lo catalogaran como un escritor corrosivo.
A la Argentina llegó en 1939, en un viaje que preveía una estadía de apenas dos semanas. Pero en esos días estalló la Segunda Guerra Mundial y Gombrowicz no pudo regresar. Aquí, en Argentina, Gombrowicz también se alejó del estilo de vida noble de su familia. Aquí, permaneció 24 años, conoció la miseria y el hambre, y también fue empleado de un banco y periodista.
Sin embargo, si existiera el oficio de “demoledor”, le habría sentado bien e incluso lo habría definido. Frente a todo lo establecido, lo ya dado, lo impuesto e impostado, Gombrowicz demolió. Por supuesto que esta actitud también era una impostura, pero a diferencia de la arrogancia de ciertos críticos, intelectuales y demás, Gombrowicz dejó entrever la impostura, el juego. “Sé –lo he dicho en numerosas ocasiones– que cada artista tiene que ser pretencioso (pues pretende subirse a un pedestal), pero que, al mismo tiempo, ocultar esas pretensiones es un error de estilo, es la prueba de una errónea ‘solución interna’. Transparencia. Hay que poner las cartas boca arriba. Escribir no es otra cosa que una lucha llevada por el artista contra los demás por su propia celebridad”.
Esto se hizo visible en muchas anécdotas que de él se conocen, y en las que se le describe argumentando contra la opinión de su interlocutor, para luego, en otra ocasión, y frente a otra persona, esgrimir los argumentos contrarios a los que había defendido anteriormente, tan solo porque el nuevo interlocutor afirma lo que él mismo había defendido. En una entrevista que puede verse en YouTube Gombrowicz tira abajo, frente a sus entrevistadores franceses, no solo uno de los orgullos de Francia, la comida, sino también a varios de sus referentes literarios: Balzac, Proust, Zola, MontaigneFlaubert, Rousseau. En esa entrevista dice preferir a Thomas Mann, a Dostoyevski. Uno puede imaginarse a Gombrowicz repitiendo esta misma estructura en una entrevista para la televisión alemana, pero invirtiendo sus gustos literarios. Y lo curioso es que después de ese acto de provocación, uno de los franceses de la entrevista le dice que en realidad parecería que siempre criticaba todo lo que provenía de París, y que eso era cuestionable. Gombrowicz responde que en cierto modo esa actitud es una táctica, porque si un extranjero comienza a alabar todo lo francés pierde justamente su condición de extranjería. Nuevamente aparece aquí la noción de marginalidad, de identidad cero, que le permite ser libre y no quedar atado a visiones de mundo ya establecidas. Y Gombrowicz desmantela el artefacto de su operación, muestra sus cartas.
En ello radica uno de los aspectos más interesantes de su pensamiento y de su literatura: no es posible encontrar la originalidad, la propia voz, el propio pensamiento, la propia visión del mundo, si no es a través de un ejercicio de desenmascaramiento. De lo contrario estamos condenados a la pantomima, al ridículo, a la repetición, a la exigencia de cumplir un papel social que no hemos elegido. La división entre la adolescencia y la adultez en sus obras señala justamente eso, la tensión entre la fuerza libre de la juventud que busca expresión y la forma, el molde, el encasillamiento del mundo adulto que intenta frenar y contener lo primero. Parte de ese desenmascaramiento es la demolición de grandes templos como el arte, la literatura, los intelectuales. Pero no se trata de desmontar esos conceptos en sí mismos, sino lo que los rodea.
En cuanto al arte, Gombrowicz escribe sin ambages. Explica con un lenguaje sencillo el arte como institución y la construcción del gusto artístico. Es decir, expresa con claridad lo que un sociólogo cultural dice con sofisticada teoría. Se pregunta por qué, si las obras “maestras” deben llenarnos de admiración, nuestro sentimiento frente a ellas resulta temeroso o dudoso de su excelencia; cómo es que respondemos con tanta inseguridad frente a lo que en realidad nos tendría que colmar de éxtasis y placer. “¿Por qué este original tiene un valor de diez millones y esta copia suya (aunque tan perfecta que despierta exactamente las mismas sensaciones artísticas) solo vale diez mil? ¿Por qué ante el original se agolpa una multitud devota y en cambio nadie admira la copia? Aquel cuadro despertaba unas emociones paradisíacas mientras fue considerado ‘una obra de Leonardo’, sin embargo hoy ya nadie le echa una mirada, puesto que el análisis del pigmento ha demostrado que se trata de la obra de un discípulo”. Él mismo responde: “No te das cuenta en absoluto de lo que pasa dentro de ti cuando contemplas unos cuadros. Crees que te acercas al arte voluntariamente, atraído por su belleza, que esta relación se desarrolla en una atmósfera de libertad y que en ti nace el placer espontáneamente surgido de la divina varita mágica de la Belleza. Lo que ocurre en realidad es que una mano te ha cogido por el pescuezo, te ha conducido ante el cuadro y te ha puesto de rodillas, y que una voluntad más poderosa que la tuya te ha mandado esforzarte para que experimentes unos sentimientos apropiados”.
También los discursos intelectuales son una máscara: “Cada vez me importan menos las ideas, mientras que pongo todo el énfasis en la postura que adopta el hombre ante la idea. La idea es y será siempre un biombo detrás del cual ocurren otras cosas más importantes. La idea es un pretexto. La idea es un instrumento. El pensamiento, que abstraído de la realidad humana es algo majestuoso y magnífico, diluido en la masa de unos seres apasionados e incompletos, no es más que un griterío. Estoy harto de discusiones estúpidas. Ese baile de argumentaciones. Esa arrogante sabihondez de los intelectuales. Esas fórmulas vacías de la filosofía”.
Gombrowicz dejó la Argentina en 1963. Evitó el avión y volvió en barco, dicen, porque quería asimilar durante el viaje la idea del retorno a Europa. Murió en Francia, en 1969. No sabemos si su obra literaria hubiese resistido a su propia crítica. Pero queda su Diario y una advertencia aún vigente: que el hombre “no se deje atontar por sus propias sabidurías, que su concepción del mundo no le prive de sentido común natural, que su doctrina no le despoje de humanidad, que su sistema no le confiera rigidez y lo convierta en una máquina, que su filosofía no lo vuelva obtuso. Vivo en un mundo que todavía se nutre de sistemas, de ideas, doctrinas, pero los síntomas de indigestión son cada vez más evidentes, el paciente ya tiene hipo”.
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