miércoles, septiembre 12, 2012

Negociadora de las Farc es la viuda de 'Tirofijo'


Fue su compañera sentimental por 15 años

Negociadora de las Farc es la viuda de 'Tirofijo'

Por: Gloria Castrillón / Enviada Especial El Espectador- Cromos, La Habana (Cuba) /

Manejaba la seguridad y el cuidado personal del jefe guerrillero. Esta semana, en Cuba, se convirtió en la única mujer a la que la guerrilla ha sentado en una mesa de negociación.

Sandra y ‘Marulanda’ durante los diálogos del Caguán, con su mascota, un lobo siberiano llamado ‘Bonie’.  / Gloria CastrillónSandra y ‘Marulanda’ durante los diálogos del Caguán, con su mascota, un lobo siberiano llamado ‘Bonie’. / Gloria Castrillón
“Murió de un infarto cardíaco, en brazos de su compañera”. Con estas palabras, el hoy jefe máximo de las Farc, Timoleón Jiménez, confirmó al mundo la muerte del fundador y líder histórico de esta guerrilla, Manuel Marulanda Vélez, en un comunicado que leyó el 25 de mayo de 2008. Semejante alusión no era sólo un giro retórico para darle un toque de humanidad y romanticismo a la figura del insurgente más feroz, el más buscado, el más combatido por el Estado durante más de medio siglo. Era también la forma de hacerle un homenaje a Sandra, la mujer que cuidó del anciano durante más de 15 años de su vida en el monte.
Aunque la figura de Sandra salió a relucir durante los diálogos que adelantó el gobierno de Andrés Pastrana en la zona de despeje del Caguán, nunca fue protagonista de las negociaciones. Se la veía siempre al lado del jefe guerrillero, que ya se había convertido en mito por cuenta de las muchas veces que el Estado anunció su muerte en combate. Era ella la que conducía la camioneta 4x4 en la que Marulanda llegaba de repente a la sede de los diálogos, era ella la que tomaba atenta nota de las reuniones y asuntos pendientes. Era ella la última puerta infranqueable, después de la fuerte escolta, para acceder al jefe de la guerrilla más antigua del continente. Era casi su sombra.
Ya en la intimidad, Sandra era más que su asistente. Se convirtió en la única persona que pasaba a su lado las 24 horas del día: lo acompañaba hasta la puerta del baño, le administraba las medicinas para la hipertensión y otras dolencias propias de la edad, se encargaba de su vestimenta, que iba desde una sencilla pinta de paisano — camisa, pantalón y botas pantaneras—, hasta el camuflado y las botas militares de cuero cuando la ocasión ameritaba el traje de fatiga. Le supervisaba la dieta, baja en sal y carbohidratos y abundante en frutas y verduras.
Pero tal vez el rasgo más importante de las funciones que cumplía Sandra como compañera sentimental de Marulanda era la seguridad. Sólo ella conocía el sitio donde acampaba cada noche quien fue por años el hombre más buscado del país. Los demás miembros de la pequeña escolta acogían la decisión que ella tomara, mientras los demás anillos de seguridad se encargaban de resguardar un área general.
Sandra no descuidó este asunto ni siquiera cuando estuvieron en los 42.000 kilómetros cuadrados que el Estado les cedió a las Farc para negociar. Ningún miembro del secretariado conocía la ubicación exacta del campamento. Cada noche cambiaban de refugio y ni el Mono Jojoy ni Joaquín Gómez, jefes de los bloques Oriental y Sur, que prestaban cientos de hombres para los anillos de seguridad de su jefe, conocían la decisión de la mujer.
De ella no se supo mucho. Era reservada, casi misteriosa, sabía guardar prudente distancia sin perder de vista cualquier necesidad de su compañero. Sorprendió la diferencia de edad (posiblemente él la doblaba en años) y la enorme dedicación que ella le prodigaba: le cortaba las uñas y el pelo, le leía libros, correspondencia y documentos, veía películas para comentárselas, estaba actualizada para asegurarse de que él también lo estuviera.
Una de las sorpresas que se llevaron los delegados del presidente Pastrana (incluso el mismo mandatario) durante los primeros encuentros con Manuel Marulanda, fue precisamente que Sandra tomara las fotografías de los momentos más importantes de aquellos contactos preliminares y que guardara con celo los documentos que él debía revisar.
Uno de los momentos que quedó registrado para la prensa y que le dio la vuelta al mundo fue cuando Sandra, vestida como Tirofijo, con impecable uniforme camuflado, se desprendió por un instante de su esposo para cobijar al presidente Andrés Pastrana con un plástico y protegerlo de la lluvia. Era el 8 de febrero de 2001 y el mandatario había ido aSan Vicente del Caguán a tratar de salvar el proceso de paz de una de sus infaltables crisis.
No hay duda de que ella conocía como nadie los secretos del octogenario guerrillero, porque además le manejaba el radio de comunicaciones, le contestaba la correspondencia y estuvo a su lado durante los momentos cruciales de los diálogos de paz. No sorprende verla como protagonista de este nuevo intento, ahora con el gobierno Santos.
Sentarla en la mesa de negociaciones durante esta primera etapa es un homenaje al mito fundador de una guerrilla campesina que sigue venerando la figura del comandante que cursó pocos años de escuela pero puso en jaque la seguridad de los 17 presidentes que lo combatieron sin éxito. Incluso se cree que más allá de darle representación a las mujeres insurgentes, se trata de darle voz y voto a la persona que conoció como nadie a su líder y que seguramente llevará sus puntos de vista a la mesa de diálogos.
Los organismos de seguridad del Estado nunca tuvieron mayor información de Sandra. No estaba reseñada en informes de inteligencia ni tenía proceso penal en contra. Tras la muerte de Marulanda no se tuvo noticia de su paradero y sólo ahora, al verla de civil, ofreciendo una rueda de prensa al lado de curtidos hombres de la diplomacia de las Farc, vuelve a ser noticia.

sábado, septiembre 01, 2012

pueblos indígenas aislados en las selvas amazónicas


En 1969 se supo de su existencia

Los aislados del Amazonas

Por: Carolina Gutiérrez Torres

Acaba de publicarse un libro que recoge la historia de un pueblo indígena aislado en las selvas amazónicas, conocido como los yuris.

En esta imagen, tomada en 2010 por Parques Nacionales Naturales, se ve una maloca en la que viviría un grupo aislado del Amazonas.  / Cristóbal von RothkirchEn esta imagen, tomada en 2010 por Parques Nacionales Naturales, se ve una maloca en la que viviría un grupo aislado del Amazonas. / Cristóbal von Rothkirch
El único hombre que se adentró en las entrañas mismas de los yuris desapareció. Nada se volvió a saber de Julián Gil desde el 18 de enero de 1969. El relato de uno de sus acompañantes dice que ese día Gil —cazador que iba en busca de pieles e indígenas para ‘conquistar’— entró a una maloca en algún lugar perdido de la selva amazónica, entre el Caquetá y el Putumayo. Un lugar perdido que habitaba una comunidad indígena aislada, a la que más tarde llamaron yuris o caraballos o patones. Después de que ingresó a la maloca, de Julián Gil nada se volvió a saber.
La noticia se publicó en El Espectador y El Tiempo. Se hablaba de una comunidad indígena aislada, salvaje, perdida, que había desaparecido al hombre (“salvaje no”, protestaron los investigadores). Lo que siguió fue la búsqueda inútil del cazador; el asesinato de dos mujeres, dos niños y un viejo en esa misión —aparentemente de esta comunidad— y la retención de seis indígenas yuris que, quizá por primera vez, fueron llevados al mundo exterior —al corregimiento de La Pedrera, Amazonas, donde fueron liberados dos meses después gracias a la intermediación del periodista francés Yves-Guy Bergès—. De Julián Gil nada se volvió a saber.
La historia del cazador desaparecido sacó a la luz la existencia de los aislados en Colombia. Hoy existen indicios de que no sólo habría un pueblo indígena en esa condición —porque decidieron vivir así, lejos de la “sociedad dominante”, como dice Juan Pablo Ruiz—. Habría por lo menos 12 comunidades aisladas. Eso dice el politólogo Roberto Franco en su libro Cariba Malo, lanzado la semana pasada. Eso indican los testimonios que Franco recogió en los territorios vecinos al Parque Nacional Natural Río Puré, donde habitan los yuris y quién sabe cuántos otros aislados. Testimonios que aseguran haber visto sus huellas, o las trampas que ubican en los caminos para evitar el arribo de cualquiera, o las malocas abandonadas. Y están también los que los han visto en carne propia.
Los caraballos son de harto cabello negro y tienen traje para sostener el sexo (...) como una tanga pa los hombres, y las mujeres con una sayita adelante y atrás (...). Ellas se distinguían por los senos desnudos. Son negros la piel, como chocolate, muy morenos. Nada de pintura. Músculos del cuerpo sí tenían los hombres, y normales de altura (testimonio del libro Cariba Malo).
Roberto Franco dice que los yuris y las otras comunidades similares, que quizás existen en las selvas del Amazonas, se aislaron como un acto de resistencia: “No es que por casualidad lleven cientos de años así. Están aislados sabiendo que estamos afuera y que no quieren tener contacto con nosotros”.
No quisieron tener contacto con los misioneros evangélicos que hicieron lo imposible por llegar hasta sus entrañas, como el desaparecido Julián Gil. Por dar sólo un ejemplo está la historia del misionero Donald Fanning, quien, pilotando su propia avioneta, hizo uno y mil intentos por abordarlos. Sobrevolaba las malocas y les arrojaba hamacas, toldillos, hachas, anzuelos, nylon. Soñaba con introducir la palabra de Dios en el pueblo perdido. Finalmente fue desterrado. Y así, con los años, llegaron más y más misioneros queriendo evangelizar a los aislados.
Luego llegaron los señores de la cocaína a construir pistas de aterrizaje y laboratorios. Otros invasores que venían a sobrevolar sus malocas. Otros intrusos que llevaron la guerra a esos rincones de la selva que antes eran sólo suyos. Tuvieron que soportar además los bombardeos de las Fuerzas Armadas en su lucha contra el narcotráfico. Y quisieron defenderse, destruyendo los motores, los laboratorios, las herramientas, pero no fue suficiente.
El piloto Carrillo les tiró mercancías como labiales y espejos por cuatro veces seguidas, pero en la última vez parecía todo abandonado, no había nadie. Primero salían con arco y flecha y le tiraban a la avioneta, pero después ya se veía como rastrojo, abandonado. Migraron no sé a dónde. Tal vez los del laboratorio de la pista Vecino los ahuyentaron (aparte del libro Cariba Malo, entrevista con Severino Tapuyima, Puerto Nuevo, 15 de junio de 2010).
Después fue la guerrilla. Los mineros. Los madereros. Y ante todos respondían igual, con actos de “resistencia pacífica”, como dice Franco. Con trampas en los caminos: huecos con puyas envenenadas, flechas con veneno que llegaban a la altura del pecho. Tácticas de resistencia para no ser contactados. Y si el intruso superaba esos obstáculos se evadían en segundos, dejando sólo el rastro del hollín caliente en los fogones. “Pero si se les enfrentan ellos responden. Hay testimonios de violencia con guerrilleros, de lado y lado, pero no están confirmados”. Finalmente, en 2002, llegó la primera acción del Estado en busca de su protección: se creó el Parque Natural Río Puré, con 999.880 hectáreas, entre los ríos Putumayo y Caquetá.
***
Los hijos del desaparecido Julián Gil se han empeñado en encontrar al cazador. Han recorrido sus pasos. Han planeado expediciones. Y en ese empeño se han convertido también en testimonio de la existencia de los aislados.
Nos escondimos en unas matas y venían dos hombres, dos mujeres y tres niños (...) Qué gente para caminar. Y pasaron. Ellos iban desnudos, los hombres apenas con un tejido de chambira en el sexo y las mujeres desnudas y los niños pues también. Ellos traían lanzas, pero unas lanzas hermosas, de unos tres metros con cincuenta (...) La intención de nosotros era entrar en diciembre pasado con mi hermano Raúl, pero íbamos exclusivamente a visitar todas las malocas. Para mí, ellos, si uno los ve agresivos, simplemente se va. No es tanto uno decir voy a lastimarlos, quitarles o hacerles algún daño, no es eso, es que queda la duda de que el viejo esté vivo. Queda la duda (parte del libro Cariba Malo, entrevista con Julián Gil hijo, Leticia, 21 de agosto de 2010) .
¿Cómo proteger  los pueblos aislados?

Los pueblos indígenas aislados están amparados hoy por dos normatividades: el Plan Nacional de Desarrollo, que plantea “un protocolo de atención y protección” para respetar su aislamiento, y por Ley de Víctimas. Más allá de este mandato, entes como la Unidad de Parques Nacionales, Amazon Conservation Team, la Universidad Nacional de Colombia y el Instituto Imani, que apoyaron la publicación del libro ‘Cariba Malo’, se preguntan cómo el Gobierno va a traducir en acciones esos textos.
“Hay dos retos —dice Diana Castellanos, directora Territorial de Amazonia, de Parques Nacionales—: no sólo garantizar que puedan seguir en el aislamiento, sino también estar preparados cuando estos grupos salgan al contacto, que es la otra cara de esta moneda. Si no hay ningún protocolo, y salen como salieron los nukak, vamos a repetir la misma historia, en la que un solo contacto puede matar al 50% de la población”.
El viceministro del Interior, Aníbal Fernández de Soto, reconoce que este es un tema relativamente para el Gobierno, pero sí tiene la certeza de que “la mejor manera para proteger a estos pueblos es manteniéndolos aislados”. Aseguró, además, que actualmente están trabajando en una serie de instrumentos normativos para darles la protección y la atención necesarias.
 Carolina Gutiérrez Torres | Elespectador.com

martes, agosto 28, 2012

APUNTES SOBRE LA BARBARIE


Noviembre 24 de 2007
Cuando el 'diablo' se les metió a los paras
-puede acceder directamente dando click- -fotos de www.eltiempo.com-
Un capítulo oculto de la guerra es el de la furia de 'espíritus' que se tomó a los Llanos. Y tras este, el caso de los niños reclutados a la fuerza que tiende a parecerse a la tragedia de Sierra Leona.
La insólita historia -que se conoció esta semana- de las almas en pena que espantaron a curtidos 'paras' de Risaralda parece la versión 'light' de un capítulo de la guerra en Colombia del cual apenas se han dado tímidos brochazos: la furia de los 'espíritus' que llevó hasta la locura a varios grupos de combatientes de Meta y Casanare.
Y esta historia destapa una aún más desgarradora: la de los niños que 'Martín Llanos', el único jefe paramilitar que no desarmó a su ejército, reclutaba. Ellos son hoy veteranos de guerra con 18, 19 o 22 años, y apenas ahora se atreven a empezar a contar los horrores que vivieron.
Guardadas las proporciones podría compararse con lo ocurrido a los niños de Sierra Leona que ha escandalizado al mundo: niños reclutados a la fuerza y "entrenados en la barbarie para perder el pudor y convertirse en asesinos eficientes", como diría la columnista Natalia Springer.
En una larga entrevista con un llanero que a los 17 años, en el 2004, ya era veterano de la más cruenta pelea 'paraca' que haya vivido el país -la de los 'buitragueños' de Martín Llanos contra los 'urabeños' de Arroyave- él me contaba que a veces les dejaban los muertos "a los 'chulos'" y otras veces los "picaban" para echarlos a los ríos. Me explicaba que "tocaba chicotearlos y sacarles las tripas, porque si no, flotaban. Las tripas las pincha uno, les abre hueco para que se llenen de agua y al río las echa también".
-¿Y a alguno le daban pesadillas?, pregunté.
Para responder, comenzó a contar unas historias hasta ahora desconocidas.
-De todas esas muertes se formó un problema ni el verraco. ¡Como cosas del diablo! -dijo con sonrisa apenada-. La gente se volvía loca, se les metía un espíritu y los ponía a que se golpearan contra los árboles. Amanecían con morados por todo lado. Como metérseles el demonio.
Y continuaba. -Uno le pregunta al espíritu '¿a qué viene? ¿qué quiere?' y él le hablaba a uno en el cuerpo de la otra persona y decía, por ejemplo, 'Yo vengo porque a mí me mocharon en tal parte y no me tiraron completa donde me tenían que tirar y si no me regresan eso entonces sigo golpeando la gente'. Ese espíritu soltaba al uno y agarraba al otro y así era casi todos los días esa recocha".
El cuento puede parecer absurdo para muchos, pero lo cierto es que en medio de esa inmensa sabana, tan fértil para lo mítico y lo mágico, a los 'paracos' les tocó vivir un verdadero infierno con los fantasmas de sus víctimas descuartizadas. Y como esas historias del llanero, otros siete protagonistas de la guerra, relatan episodios similares.
Dos muchachos que tratan de recuperarse en Bogotá de las lesiones mentales que les dejó esa guerra -a la cual los llevaron a la fuerza reclutadores que cobraban 200 mil pesos por cada uno-, recuerdan que en el Tropezón (la que era sede de los paramilitares de 'Martín Llanos' a dos horas de Puerto López), "a un man se le metió un espíritu. Le pusieron una virgen y el comandante le preguntó: '¿De dónde viene? De parte de Dios o de parte del diablo'. Y el espíritu le contestó: 'No, es que a mí me confundieron. Yo no era guerrilla, yo era un campesino'".
Otros eran 'cruzados'
Las mujeres, según varios de los entrevistados, eran las más propensas a "que se les metiera el diablo".

Los hombres, por el contrario, preferían convertirse en 'cruzados' a través de "un rito satánico para proteger la vida en los combates a cambio de entregar el alma", como lo explica en su tesis de maestría aún no publicada, Liliana Ramírez Arias. Según la investigadora, el rito lo hace un "brujo" -hay dos en los Llanos- con un gato negro sin ojos del cual se bebe la sangre para que "entre al cuerpo del cruzado la protección del diablo".
El 'cruzado' tiene que pintarse las uñas de negro para que en medio de los combates pueda ser identificado por el ser que lo protege.
Por eso, el 11 de abril del 2006, cuando se desmovilizaron cerca de 1.800 hombres de 'Héroes del Llano' y 'Bloque Guaviare' (distintos a los de Llanos y Arroyave), en un corregimiento de Puerto Lleras (Meta), se vieron muchos con uñas negras.

En el diario de un comandante paramilitar del bloque de Miguel Arroyave, publicado por la revista Semana, este cuenta que cogieron a 15 muchachos de 'Martín Llanos' y uno de ellos, en muy mal estado, le pidió que mejor lo matara. "Déjeme morir. Me tengo que morir hoy. Hace un tiempo yo hice un pacto con el más allá para obtener protección. A mí me rezaron en cruz y según la persona que lo hizo, para que no me entrara el plomo yo tenía que obedecer algunas cosas que las ánimas pedían que hiciera y hoy ya me dijeron que me había llegado la hora", habría dicho el joven. "Vi las heridas -escribe el comandante- que eran muy profundas, algunas atravesaban el cuerpo y la verdad es que eran muchas como para que todavía estuviera vivo".
Un infierno que el país no vio
Pero más allá de los espantos lo cierto es que la manera cómo reclutaba y entrenaba 'Martín Llanos' a sus combatientes (2002 y 2003) y luego la guerra en la que se trenzó con los 'urabeños' durante dos años y medio (abril del 2003 a octubre del 2005) convirtió a gran parte del Meta y el Casanare en un verdadero infierno.
En el 2001, 'Martín Llanos' decidió hacer fuerte su ejército. En un solo curso, de los varios que hizo en el 2002, entrenó a 220 muchachos. Se veían niños hasta de 13 años. A muchos los recogían de los pueblos y fincas de la zona, a otros los sacaron de correccionales como la de Villavicencio, se llevaron niños de la calle de Bogotá, muchachos en las esquinas de Ciudad Bolívar, del Tolima y hasta algunos incautos que caían con avisos que invitaban a ir a un "centro de rehabilitación especial para la drogadicción".
"A muchos les decían que iban a recoger arroz, y cuando llegaban y se daban cuenta, se veía mucho hombre llorar", recuerda uno de ellos.
Y lloraban porque los entrenamientos eran campos de exterminio: muchos se quedaban a mitad de camino destrozados por sus mismos compañeros. El método 'pedagógico' era macabro: se deshacían de los débiles o los que no parecían estar convencidos de la causa y con sus crueles asesinatos le daban al resto lecciones de barbarie.
Cada uno de los entrevistados tiene su propia historia de como, a los pocos días de llegados, les tocaba participar del descuartizamiento de cualquier recluta por una falta ínfima. No importaba la falta, era solo una excusa para convertir, en menos de dos meses, muchachos de 16 años en hombres dispuestos a matar.
"Los cursos antes eran más difíciles, de 20 que entraban solo salían (vivos) 10 ó 5. Después, de 180, solo se quedaban en el camino 10 ó 15".
Un tolimense, al que se llevaron de 16 años, cuenta su primera 'lección': "Una pelada se acostó con un man y quedó embarazada. La mataron y todos teníamos que pasar para partirle un pedazo y entregárselo al comandante. A uno le tocó el feto de un mes".
En un momento dado, abrumados además por la inmensidad del llano y la soledad, perdían cualquier sentido de los valores humanos. Hasta el punto de que tomaban como un pasatiempo de adolescentes comer carne humana.
"Lo de la carne es curiosidad. En los cursos del 2002 o 2003 comía carne el que quisiera. En los de antes sí les tocaba obligados. En mi curso mataron a a un ñero que con la droga tenía pasado el cerebro. Mataron al chino y un comandante dijo: traigan un pedazo de carne para que pruebe al que se le de la gana o si no todos jartan a las malas".
-¿A qué te supo la carne?
-Normal. Comí del lado de la nalga. Como usted comer carne de marrano. Como usted fritar un pedazo de cuero con carne. Todo mundo como que sí comía, como que no. Cada uno cogía su pedacito. Y ya si le gustó se lo comía.
Y es enfático en dejar claro, -No es para cogerlo de vicio y que si se le acabó la carne entonces mate al vecino".
En confesiones que han recogido fiscales de Justicia y Paz, otros 'paras' han contado también este tipo de escarceos caníbales. Los ejemplos de episodios macabros, ocurridos en esa tierra, abundan.
Duerme por ejemplo en expedientes el testimonio de 'Menudencias', un muchacho de 23 años con cuerpo de niño que un día en la cárcel de Acacías dijo ya no poder con el cargo de conciencia y contó de un señor de apellido Polo con dos hijos guerrilleros al que el comandante 'Solín', en Aguazul (Casanare), para que confesara donde estaban sus hijos "le inyectó un veneno de prueba en humanos". Lo encerró en un cuarto y los demás miraban por las rendijas. "Se le salían los ojos al cucho y los demás juagados de la risa".
Contaba también como les hacían tomar la sangre de los compañeros que mataban en entrenamiento "para obtener la fuerza del muerto".
Los dos años de apocalipsis
De todas esas historias nunca el país se enteró. Ni tampoco, a pesar de todo el ruido que implicó, se dio mediana cuenta de la dimensión de la guerra de abril del 2003 a octubre del 2005.
'Martín Llanos', que dominaba gran parte del Meta y Casanare, en un ánimo de expansión desde el 2001 se empezó a extender hasta Mapiripán y Caño Jabón (ruta importante de la coca hacia el Guaviare) y hasta Boyacá. Mientras que Miguel Arroyave, que recién había comprado el bloque 'para' a Vicente Castaño, empezó a tratar de recortarle terreno.
Al principio, cuenta un investigador que vivió de cerca esa guerra, era una pelea entre 'criollos' (los de Llanos) y 'paisas' (los de Arroyave), en la que estos últimos, a pesar de ser grandes y fuertes, llevaban las de perder porque no conocían el terreno. Luego, bajaron a ayudarle a Arroyave tropas de Carlos Castaño, de 'Macaco' y de 'Don Berna'. Y lograron sacar a los 'buitragueños' del Meta en diciembre del 2003.
¿No pasa nada?
Y en la estocada final -sacarlos del Casanare- tuvo que ver el proceso de negociación con el Gobierno en Ralito. Como 'Llanos' se rebeló y a pesar del ultimátum que le dio el presidente Álvaro Uribe en agosto del 2004 no quiso ser parte de la mesa de negociación, la artillería del Ejército acabó con sus tropas.
"Era triste ver cómo esos niños (los de 'Martín Llanos') al ver esos tipos grandes y los helicópteros, botaban el fusil y salían corriendo", cuenta una autoridad judicial de la zona.
¿Y que pasó con todos? Arroyave es asesinado en noviembre del 2004, en plena negociación con el Gobierno.
'Martín Llanos' logró fugarse del cerco oficial en octubre del 2005. No se sabe nada de él. Su papá, Héctor Buitrago, hoy sigue reclutando.
Los grupos herederos de los 'paras' ('cuchillos ' y 'macacos') se han ensartado en una guerra que en agosto de este año dejó, según la Policía, 250 muertos de lado y lado.
'Cuchillo', señalado de asesinar a su jefe Arroyave, a última hora no se quiso desmovilizar y hoy manda a nuevos 'paras' desde el Guaviare.
Y en Bogotá, en un barrio popular, hay un muchacho de 19 años, que tres años después de vivir ese infierno me dice: "Por la noche me despierto con miedo".
"El comandante le preguntó: '¿De dónde viene? De parte de Dios o de parte del diablo'. Y el espíritu le contestó: 'Es que a mí uds. me confundieron. Yo no era guerrilla, yo era un campesino'".Cuenta joven bogotano que a los 16, con engaños, lo llevaron a la guerra.
"La última vez que miré eso fue a tres viejas que les dio de 6 de la tarde hasta las 12 de la noche. Esas mujeres les ganaban a 2 ó 3 tipos teniéndolas y corrían más que un carro. Tocó amarrarlas y echarlas a una quebrada de agua fría. Se desmayaban y se levantaban y corrían como un espanto. Y otra vez caían y volvían en sí y decían ¿qué pasó?. No se mató ninguna, pero sí se estropean mucho".Un llanero de 22 años que estuvo en la guerra del 2003 al 2005.
"Había gente a los que les echaban agua bendita y eso parecía como si se les echara ácido, se tiraban a volverse más locos. No tiene uno ni como explicarlo".Un joven de Villavicencio al que reclutaron a la fuerza.
$200 mil Le pagaban al reclutador que recogía muchachos de 15 y 16 años de barrios pobres de Bogotá y los llevaba engañados a la guerra.
LUZ MARÍA SIERRAJEFA DE REDACCIÓNluzsie@eltiempo.com.co

‘Grupo de los Seis’, Castaño Gil en Mi Confesión.


Los consejeros de los paras según 'Don Berna'
Justicia y Paz Versiones
Miércoles, 15 de Febrero de 2012 01:40
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El ex jefe paramilitar señaló al ex secretario de Gobierno de Antioquia, Pedro Juan Moreno, y al ganadero cordobés, Rodrigo García, como dos personas que aconsejaban a Carlos Castaño.
 
Pedro Juan Moreno Villa pasó de ser incondicional a distanciarse de Álvaro Uribe. Rodrigo García fue detenido en 2009 pero murió dos años después. Fotomontaje VerdadAbierta.com
En su segundo día de versión libre ante fiscales de la Unidad Nacional de Justicia y Paz, el ex jefe paramilitar y confeso narcotraficante Diego Fernando Murillo Bejarano, alias ‘Don Berna’, señaló a Pedro Juan Moreno Villa, exsecretario de Gobierno de Antioquia, como uno de los integrantes del ‘Grupo de Notables’ que asesoraba al comandante paramilitar Carlos Castaño Gil.
El ex jefe los bloques Cacique Nutibara, Héroes de Granada y Héroes de Tolová, así como ex inspector de las Auc, se refirió desde una prisión de Miami al ex funcionario de la Gobernación de Antioquia bajo la administración de Álvaro Uribe Vélez al tratar de explicarle a la Fiscalía en qué consistía el llamado ‘Grupo de los Seis’, reseñado por Castaño Gil en el libro Mi Confesión.
En esa extensa entrevista describió a sus integrantes como “hombres al nivel de la más alta sociedad colombiana. ¡La crema y nata!”.

Al respecto, alias ‘Don Berna’ corrigió la historia y dijo que llamado ‘Grupo de los Seis’ realmente estaba conformado por doce personas a los que el comandante Castaño acudía con regularidad.
“Yo lo llamaría el ‘Consejo Superior’: daba orientaciones en la parte política en la lucha contra la guerrilla y al que Carlos consultaba decisiones trascendentales”.

De acuerdo con las explicaciones de Murillo Bejarano, este grupo apoyaba a los paramilitares desde su nacimiento y su interés era que las Auc evitaran acuerdos con estos grupos insurgentes y continuaran con su confrontación antisubversiva hasta que no hubiera ni un guerrillero en Colombia.

“Las autodefensas era una organización político-militar, con una propuesta para el país que se identificaba con unos sectores interesados en que en Colombia se mantuviera la democracia y que la guerrilla no tuviera espacio ni la posibilidad de triunfar. Nuestra guerra no solo era militar sino ideológica y política”, indicó alias ‘Don Berna’ y agregó que el ‘Grupo de los Notables’ se disolvió en el año 2004, una vez se constató la desaparición y muerte de Carlos Castaño.

Uno de los momentos tensos de la versión libre fue cuando los fiscales que conducían la audiencia le preguntaron al ex jefe paramilitar sobre quiénes integraban ese grupo. “De manera muy atenta solicito a la Fiscalía obviar esta pregunta y más adelante la ampliaré, ya que por razones de seguridad me preocupa responder ahora”, respondió Murillo Bejarano.

Ante la insistencia de la representante del ente acusador por conocer los nombres de las doce personas que asesoraban a la comandancia de las Accu, el exparamilitar dijo: “hay unos que ya fallecieron, como Rodrigo García y Pedro Juan Moreno, pero hay otros que están vivos y siguen teniendo algún tipo de injerencia en la vida nacional”.

Rodrigo García Caicedo
 fue un líder del Partido Conservador y directivo del Fondo Ganadero de Córdoba; por varios años padeció las secuelas de la extorsión y la muerte de sus reses que le infligía la guerrilla del Epl y sobrevivió a los atentados realizados por las Farc en su contra.
Los constantes ataques de la subversión lo llevaron a convertirse en uno de los principales consejeros de Carlos Castaño, así como uno de sus financiadores. Por sus nexos con el paramilitarismo fue detenido el 23 de enero de 2009 en Montería y murió dos años después, el 24 de febrero de 2011.

Por su parte, Pedro Juan Moreno Villa fue un exitoso ingeniero y comerciante de la ciudad de Medellín, quien llegó a la política a través del Partido Conservador, siendo elegido concejal de Medellín, luego diputado y Representante a la Cámara.
En las elecciones de 1994 hizo parte de la campaña de Álvaro Uribe Vélez a la Gobernación de Antioquia, quien una vez electo para el periodo 1995-1997, lo llamó para que ocupara la Secretaría de Gobierno, donde alcanzó fama de “matón, de loco y atravesado”, descripción que, según le confesaba a la prensa, no le molestaba.

Debido a su enconado odio contra la izquierda, se convirtió  en un ejemplo del pensamiento de derecha en el país. Y según alias ‘Don Berna’, “siendo Secretario de Gobierno de Antioquia, Pedro Juan  era uno de los asiduos visitantes de Carlos”.

Desde ese cargo, y en medio de grandes polémicas nacionales e internacionales, impulsó las llamadas de cooperativas de seguridad y vigilancia privada, que eran conocidas como Convivir. Varios paramilitares que hoy están desmovilizados y están postulados a los beneficios de la Ley 975 han confesado que esas organizaciones fueron las fachadas de las Accu y las Auc en diversas subregiones de Antioquia.

Moreno Villa perdió la vida junto a su hijo y a dos personas más en un accidente aéreo ocurrido el 24 de febrero de 2006 cuando se desplazaba hacia la subregión del Urabá en desarrollo de su campaña política al Senado de la República.

Influencia de los ‘Notables’
En su declaración a los fiscales de Justicia y Paz, el postulado Murillo Bejarano destacó dos ejemplos en los cuales quedó en evidencia la influencia del ‘Grupo de Notables’: de un lado, los obstáculos a un eventual acercamiento de la cúpula de las Auc con el comando central de la guerrilla del Eln a finales de la década del noventa; de otro, el asesinato del activista de derechos humanos Jesús María Valle Jaramillo.

De acuerdo con alias ‘Don Berna’, a mediados de 2000 el comandante Carlos Castaño recibió en uno de sus campamentos de Córdoba a Carlos Alonso Lucio, quien llegó hasta allí con la idea de impulsar un acercamiento con el comando central del Eln, particularmente con Nicolás Rodríguez Bautista, alias ‘Gabino’, y buscar salidas a la confrontación armada.

Castaño aceptó la propuesta y acordaron hacer consultas cada uno en sus estructuras armadas.
Lucio partió en un helicóptero hacia la Serranía de San Lucas, en el sur de Bolívar, donde estaba asentado el comando central del Eln en un helicóptero de los paramilitares y regresó a Córdoba con la noticia de que había disponibilidad para los acercamientos; y de otro, el comandante de las Auc viajó a Montería a exponerle el tema a Rodrigo García Caicedo, ganadero y miembro del ‘Grupo de los Notables’.

“En las horas de la noche, nos desplazamos Carlos y yo a una finca cerca a la ciudad de Montería, donde nos reunimos con el señor Rodrigo García y se le explica el proceso que se lleva con el Eln. Inicialmente, no está de acuerdo, pero dice que tiene que consultar con las otras personas y nos conmina a regresar al día siguiente. Al volver, el ganadero le ratificó lo dicho: el ‘Grupo’ no acepta acuerdos con el Eln, se oponen totalmente”, precisó Murillo Bejarano.

De acuerdo con lo relatado por el ex jefe paramilitar, la noticia entregada por García Caicedo no le cayó bien a Carlos Castaño, quien se había hecho grandes expectativas, y una vez en el campamento paramilitar y en estado de ebriedad le ordenó a sus escoltas que amarraran a Lucio en un árbol y lo dejaran allí toda la noche con la intención de asesinarlo al día siguiente.

“Allí estábamos Salvatore Mancuso y yo, y disuadimos a Carlos de que no fuera a cometer semejante imprudencia y le recomendamos que lo mejor era dejar ir a Lucio, tal como ocurrió”, indicó ‘Don Berna’. 

Este ex jefe paramilitar expuso otro ejemplo que demuestra la injerencia del ‘Grupo de Notables’ entre la comandancia paramilitar. Se trató del asesinato del abogado y activista en derechos humanos Jesús María Valle Jaramillo, perpetrado en Medellín el 27 de febrero de 1998.

Según el postulado, el homicidio de Valle Jaramillo fue la respuesta a sus denuncias por las acciones desplegadas por estructuras paramilitares en el municipio de Ituango, su tierra natal, donde se perpetraron las masacres de El Aro y La Granja. Según alias ‘Don Berna’, quien incitó este crimen fue Pedro Juan Moreno Villa.

La molestia del exfuncionario se debía a que el jurista, desde su posición como Presidente del Comité Permanente de Derechos Humanos, Seccional Antioquia, venía denunciando la connivencia de sectores del Ejército adscritos a la IV Brigada con grupos paramilitares en el norte del departamento, razón por la cual fue denunciado penalmente por un soldado de esa guarnición militar semanas antes de su asesinato.

Finalmente, Murillo Bejarano reiteró que este tipo de acciones urbanas tenían el respaldo de la Fuerza Pública y aclaró que una de las personas condenadas por este caso, llamado Isaías Montes Hernández, no tuvo nada que ver con el crimen, el cual fue perpetrado por sicarios de la banda La Terraza, quienes posteriormente murieron en la confrontación con las Auc.

lunes, junio 11, 2012

Stalin, Himmler, Fidel Castro, Franco y Ratko Mladic ...Las hijas de


Mi padre es un tirano

Las hijas de Stalin, Himmler, Fidel Castro, Franco y Ratko Mladic han vivido historias trágicas

A sus ojos, sus padres pasaron de héroes a dictadores y criminales

¿Los juzgan? ¿Se hereda la culpa?

Himmler con su hija Gudrun en 1938 / AP
Oscar Wilde escribió: “De pequeños, los hijos quieren a sus padres; de mayores, los juzgan, rara vez los perdonan”. Como todos los aforismos, este admite salvedades y matices; hay hijos que no quieren a sus padres, los hay que nunca los juzgan. Para bien o para mal, la familia nos determina desde el primer día que asomamos al mundo nuestra cabecita. Nuestros padres configuran nuestra identidad: nos dan el nombre y los apellidos, que nos señalan como hijos suyos. En el imaginario colectivo, los hijos pertenecen a los padres, son una extensión suya. En la Biblia, Dios ordena a Abraham que le sacrifique a su hijo Isaac, y solo una vez ha comprobado que Abraham le obedece, manda a un ángel para que impida el sacrificio. Ese es el término empleado: sacrificio, no ejecución, ni asesinato, ni, en terminología jurídica moderna, parricidio. Abraham al matar a su hijo se sacrifica; ofrece a Dios algo suyo. Ninguna divinidad ha exigido nunca a un hijo que le demuestre su fidelidad sacrificándole a su padre. Los padres no pertenecen a los hijos. Quizá por ello los descendientes heredan la culpa, y no al revés.
¿Qué sucede cuando las leyes del Estado las dicta tu padre? ¿Cuando lo que está bien y lo que está mal, no solo en el seno familiar, sino en todo el país, lo determina su voluntad o su capricho? Cuando tu padre es lo más parecido a una divinidad de carne y hueso que conoces; cuando su efigie adorna los billetes, cuando las calles llevan su nombre… Y de pronto llega un día en que el mundo que conoces sufre un vuelco y tu padre, que era un héroe, se convierte en el enemigo público número uno y los medios de comunicación denuncian sus crímenes. ¿Cómo es la vida de la hija de un tirano? ¿Se hereda la culpa? ¿Juzgan a sus padres? Y si lo hacen, ¿los absuelven o los condenan?
La conclusión a la que he llegado tras analizar las biografías de las hijas de cinco tiranos, o dictadores, o genocidas, Svetlana Stalina, Carmen Franco, Alina Fernández (hija de Fidel Castro), Gudrun Himmler y Ana Mladic, es que, como era previsible, no hay una norma o un patrón general: unas buscan sacudirse la pesada carga del apellido paterno cambiándoselo y huyendo a otro país; otras, por el contrario, se enorgullecen de su filiación y reivindican con fanatismo la figura del padre, cuyos crímenes niegan; la quinta y última, Ana Mladic, tiene una reacción trágica e imprevisible. Unas se presentan como víctimas, otras eligen ser cómplices; de lo que no cabe duda es de que su trayectoria personal, su identidad, lo que hacen o dicen, quiénes son y cómo las ven los demás, viene determinado por su apellido y que ninguna de ellas ha logrado evadirse de la ominosa sombra paterna.
Un retrato oficial de Stalin
I. Svetlana
Svetlana Alilúyeva, nacida Svetlana Stalina, fue la única hija de Iósif Stalin. Nació en Rusia el 28 de febrero de 1926. Murió en Wisconsin el 22 de noviembre de 2011 bajo el nombre de Lana Peters.
Según contó en un libro autobiográfico, Veinte cartas a un amigo, tuvo una infancia privilegiada, de princesa comunista: la educó una institutriz y su padre la adoraba. La llamaba “mi pequeño gorrión”, le regalaba juguetes fuera del alcance de otros niños rusos, solía cogerla en brazos, besarla, acariciarla… Hay fotos que inmortalizan esos recuerdos; en una de ellas se ve a Svetlana, una niña de unos diez años, en brazos de un mostachudo Stalin, de uniforme y con gorra de plato. Su madre, Nadya, era más distante con ella, menos cariñosa. En noviembre de 1932, los jerifaltes comunistas celebraron un banquete en conmemoración del decimoquinto aniversario de la revolución. Stalin exigió en público a su mujer que bebiera alcohol; Nadya se negó. Su marido insistió hasta que Nadya se levantó de la silla, salió corriendo de la sala y regresó a su apartamento en el Kremlin, donde se pegó un tiro. A la pequeña Svetlana le dijeron que su madre había muerto de apendicitis. Circularon rumores que atribuían la muerte de Nadya al propio Stalin. Svetlana desmiente esa acusación; su madre se suicidó y dejó una carta dirigida a su marido llena de reproches y acusaciones, no solo personales, sino también políticas.
Los siguientes diez años de la vida de Svetlana transcurrieron sin mayores sobresaltos, en un mundo de privilegios y envuelta en el cariño de su padre, quien no era igual de tierno con sus otros hijos. Svetlana tenía un medio hermano, Yakov, que intentó suicidarse, sin conseguirlo, provocando el comentario de su padre: “Es tan inútil que ni matarse sabe”. Durante la II Guerra Mundial, Yakov cayó prisionero de los alemanes, quienes exigieron a Stalin la entrega de un general alemán a cambio de su liberación. Stalin rechazó el trueque y el ejército alemán ejecutó a su hijo.
Al cumplir Svetlana los 17 años, las relaciones con su padre cambiaron. Fue cuando descubrió que su madre no había muerto de enfermedad y fue testigo del maltrato de sus dos hermanos por su padre: a uno lo dejó morir; al otro, Vassily, lo humilló y acosó de tal modo que se volvió alcohólico. Svetlana inició un romance con un joven realizador de cine judío. Su padre, antisemita, montó en cólera al enterarse, la abofeteó y acusó al joven de ser un espía inglés, deportándolo a Siberia. Svetlana desafió a su padre casándose a continuación con otro hombre judío, a quien Stalin nunca quiso conocer y del cual Svetlana se divorció tras dar a luz un niño.
Su segundo matrimonio fue de conveniencia: por indicación de su padre se casó con el hijo de un alto cargo del partido, con el que tuvo una hija y de quien también se divorciaría. Tras la muerte de Stalin en 1953, Svetlana dejó de ser una princesa comunista. Jruschov denunció públicamente los crímenes de su padre y ella fue despojada de sus prerrogativas. Su apellido ya no le abría todas las puertas, al contrario: era el del déspota caído en desgracia, al que todos odiaban. Quizá por eso, en 1957 adoptó de forma legal el apellido de su madre, Alilúyeva. En 1963 se enamoró de un comunista indio que visitaba Moscú, Brajesh Singh. No llegaron a casarse, el Gobierno no se lo permitió, aunque ella siempre se refería a él como a su marido. Singh murió enfermo en Moscú en 1966 y Svetlana obtuvo permiso para viajar a India con las cenizas de su marido. En ese viaje, la vida de Svetlana dio un giro: para escándalo del Gobierno soviético y regocijo del norteamericano, pidió asilo político en la Embajada de Estados Unidos en Nueva Delhi. Llegó a Nueva York en abril de 1967 y en una multitudinaria conferencia de prensa tildó a su padre de déspota y de monstruo y afirmó que huía a Estados Unidos en busca de la libertad de que estaba privada en Rusia, donde imperaba un régimen corrupto. Dejó en Rusia a sus dos hijos. En Estados Unidos escribió el libro autobiográfico que he mencionado, por el que cobró medio millón de dólares y en el que, reconociendo las atrocidades cometidas por su padre, atenuaba la culpa de este atribuyendo sus desmanes a un trastorno paranoico que se le habría declarado tras el suicidio de su mujer y a la influencia de su insidioso jefe de policía, el taimado Beria. En 1970 se casó con el arquitecto William Wesley Peters, discípulo de Frank Lloyd Wright. Actuó como celestina Olgivanna, la viuda de Wright, una mujer que creía en el espiritismo y que había llegado a la conclusión de que Svetlana era la reencarnación de su propia hija, también llamada Svetlana, quien murió en un accidente de tráfico tras su matrimonio con Peters. A Olgivanna se le metió en la cabeza casar al viudo con la reencarnación de su hija y lo consiguió. Peters fue el padre de Olga, la tercera hija de Svetlana. Ese matrimonio tampoco duró. Svetlana se fue a vivir a Inglaterra con Olga, y en 1984, en otro viraje sorprendente, volvió a la Unión Soviética, donde fue recibida como una hija pródiga y donde no se cansó de condenar “los sufrimientos y miserias” del mundo occidental.
Su regreso coincidió, y no por casualidad, con la rehabilitación oficial de la figura de Stalin; Svetlana, que tanto lo había criticado en América, le dedicó todo tipo de elogios e inauguró un museo en su honor. Volvió a ver a su hijo Yosef; su hija Ekaterina no quiso encontrarse con ella. El idilio ruso duró poco; su hijo y ella se pelearon, el Gobierno la trató bien, aunque no tanto como esperaba, y en 1986 regresó a Estados Unidos, donde llevó una vida solitaria bajo la identidad de Lana Peters. Allí murió hace unos meses en una residencia de la tercera edad. ¿Era Svetlana Stalin una oportunista que solo dejó la URSS tras la muerte de su padre y su caída en desgracia? ¿Lo habría criticado públicamente en otro caso? Es difícil saber.
Lo cierto es que fue una mujer inestable que no encontró el equilibrio ni la paz en ningún sitio y que su vida estuvo marcada de principio a fin por su filiación. “La sombra de mi padre me envuelve haga lo que haga o diga lo que diga”, se quejó. Puede que fuera eso lo que intentara, inútilmente: escapar de la sombra del padre, del peso del apellido, del estigma o la mancha de ser la hija del tirano, de una culpa heredada de la que no consiguió librarse.
II. Carmen
Debe de ser muy extraño criarte en un país en el que las calles principales de todas las poblaciones llevan el nombre de tu padre, su foto preside las oficinas administrativas, los despachos oficiales, las aulas escolares, los hospitales; estatuas suyas a caballo o en pose marcial adornan las plazas, y los sacerdotes ruegan por su salud y su alma en todas las misas. Es como si el país entero fuera parte del patrimonio familiar, y todos sus habitantes, súbditos de tu padre, siervos suyos.
La familia Franco / EFE
Tu padre hace y deshace a su antojo; ordena construir una carretera o un aeropuerto, nombra y depone a los ministros del Gobierno, sus subalternos, dicta las leyes, cambia la geografía: por una decisión suya, un valle entero queda sumergido bajo un pantano… Tu padre es omnipotente: ante él tiemblan generales cubiertos de medallas y galones y cardenales purpurados. En las películas del cine, los actores van cambiando, solo hay uno permanente: tu padre, en el No-Do, donde a veces también sales tú, acompañando a mamá, las dos con los brazos cargados de flores. Te acostumbras desde que tienes razón a ver a tu papá rodeado de cortesanos que le rinden tributo y le lisonjean. Si has de dar crédito a tus ojos, es un hombre muy querido. Lo llaman salvador de la patria, Caudillo… Y a ti también te quieren mucho; todo el mundo te hace fiestas, se te consienten todos los caprichos, las niñas se pelean por ser tus amigas y hay un consenso unánime sobre lo guapa que eres, lo lista y lo simpática. Es como vivir en un país encantado, en un lugar de cuento, y como en los cuentos, también hay malos: los rojos, esos seres siniestros a los que tu padre derrotó en la guerra, y los judíos y los masones, los cuales están constantemente conspirando contra ese héroe, tu padre, quien con mano firme los persigue y castiga: mata a los malos o los mete en la cárcel, hace justicia y asegura la paz y la prosperidad de esta gran finca vuestra, donde sois tan amados y que se llama España.
En su familia la llamaban Nenuca y Carmencita. Fue educada por su madre, porque su padre tenía ocupaciones más importantes. Se casó con el marqués de Villaverde y tuvo siete hijos, todos nacidos en el palacio del Pardo. En el año 2008 publicó un libro titulado Franco, mi padre, en el que cuenta que su padre era muy cariñoso y extravertido y que solía cantar zarzuela, pero la guerra le cambió el talante “por el sentido de la responsabilidad”. Dijo que a su padre no le molestaba que le llamaran dictador porque a él no le parecía que eso fuera algo malo, lo cual es coherente con su forma de pensar: a Franco lo que le parecía mal era la democracia.
Según carmen franco, su padre hizo mucho bien: elevó el nivel de vida de España y creó la clase media, “que ahora existe y antes de él no existía”. El progreso del país, para su hija, fue mérito de su padre y no de sus habitantes. Sobre la represión política bajo la dictadura de su padre, aclara que “no se hablaba de eso en casa”, y en cuanto a la pena de muerte, su padre era partidario de la ley del Talión. También era muy monárquico, dice, y confiaba en que el rey Juan Carlos seguiría fiel a los principios del régimen, dando a entender que los franquistas, y entre ellos la hija de Franco, se han sentido traicionados.
Nuestra transición fue incruenta, por fortuna, pero hubo que pagar un precio por ello. No hubo condena oficial del régimen franquista, ni de las atrocidades y excesos del dictador; una ley de amnistía impide pedir cuentas por los crímenes de la Guerra Civil. La familia de Franco no fue empujada al exilio, ni desposeída del enorme patrimonio que el dictador acumuló durante sus años de gobierno; siguieron veraneando en el pazo de Meirás y a Carmen Franco se le otorgó el título de duquesa de Franco con grandeza de España y vive muy tranquila, salvo por algún percance, como cuando la detuvo la policía en el aeropuerto de Barajas, cargada de joyas, con destino a Suiza. Dudo que Carmen Franco sienta compunción o vergüenza alguna por lo que hizo su padre; supongo que ella considera que era un mal necesario y que, fuera como fuere, había que poner coto a los rojos. Por tanto, sospecho que, a diferencia de Svetlana Stalina, no se siente abrumada por el peso de la culpa de su padre, porque para ella este no era culpable de nada.
III. Alina
Alina Fernández es la única hija de Fidel Castro, que además tiene siete hijos varones. Su madre, Natalia Revuelta, pertenecía a la alta burguesía cubana de la época de Batista. Nati Revuelta era una mujer muy guapa y bastante osada, que entregó al rebelde Fidel Castro la llave de un apartamento suyo en La Habana para que este pudiera organizar desde allí sus actividades clandestinas. Nati y Fidel se hicieron amantes. En 1953, Castro fue detenido y acabó en prisión, pero siguió comunicándose con Nati en secreto.
Fidel Castro en 1959 / REUTERS
Un día envió por error a su mujer, Myrta Díaz-Balart, una carta dirigida a su amante. El adulterio se descubrió; Myrta Díaz-Balart pidió el divorció y abandonó Cuba. En 1959, cuando la revolución triunfó, fue el doctor Fernández, el marido de Nati, quien huyó de Cuba con su hija mayor. En La Habana se quedaron Nati y Alina, la hija ilegítima y no reconocida de Fidel Castro. Según Alina, aunque Fidel siguió visitando regularmente a su madre en los primeros años de la revolución, nunca ofreció casarse con Nati, ni reconoció a su hija como tal; para Alina, Fidel Castro era un amigo muy simpático de su madre que le hacía regalos.
A los diez años se enteró de que Fidel Castro era su verdadero padre. En su libro autobiográfico La hija de Castro: Memorias del exilio de Cuba, escribió que reaccionó pidiendo a su madre que llamara a Fidel Castro. “Dile que venga ahora mismo. ¡Tengo tantas cosas que decirle!”, y Nati le contestó que no podía hacerlo porque no sabía cómo localizarlo. Sea verdad o mentira, esta es la historia que cuenta Alina. Escribe en su relato que su padre acabó por reconocerla y le ofreció su apellido, pero ella no lo aceptó, la oferta llegó demasiado tarde. Sus detractores sostienen que durante su adolescencia y juventud, Alina gozó de los privilegios propios de los hijos de los altos cargos del partido comunista: tenía coche, chófer, fue aceptada en el equipo de natación sincronizada y en la escuela de ballet sin ningún requisito previo, le bastaba con pedir un trabajo para conseguirlo…
Ella afirma que su vida no fue fácil; solo una vez visitó en su casa a Fidel Castro, sus contactos con él eran esporádicos y vivía como cualquier otro cubano “en un país sin comida, ni electricidad, ni libertad de opinión o movimientos”. Ser hija de Fidel, protesta, suponía vivir bajo vigilancia permanente. “No puedo poner una pata en la calle sin que me hagan un informito. Si voy a un cabaret, intimidan a la gente que me invita. No puedo entrar dos veces a una embajada, está prohibido que me monte en un avión. No encuentro trabajo si alguien no lo autoriza. Si me ves con una amiga, se convierte en tu amante. Soy una isla dentro de esta dichosa isla. ‘¿Quieres que acabe por pegarme un tiro?”, le preguntó una desesperada Alina al ministro del Interior cuando intentaba conseguir la autorización de Fidel para casarse, según recoge su autobiografía. Lo cierto es que pese a su carácter rebelde, su apoyo a la disidencia y sus críticas constantes al Gobierno de su padre, no fue perseguida ni encarcelada: es obvio que sí tenía privilegios, por lo menos este. Su padre quería que estudiara Químicas; ella emprendió, y no terminó, estudios de medicina, fue modelo, editora y prostituta (“jinetera”), o eso afirma, para poder dar de comer a su hija. “Ser hija de Fidel Castro no es fácil, ni en Cuba ni fuera”, se lamenta. “Cuando la gente me ve, se acuerda de su verdugo. Cuando me encuentro con sus víctimas, no puedo evitar angustiarme, sentir culpa”.
Se casó con un mexicano y pidió permiso para viajar a México; le fue denegado. En 1993, haciéndose pasar por una turista española, con un pasaporte falso y una peluca, escapó de Cuba y se instaló en Miami, sede del exilio cubano. Como Svetlana Stalin, huyó sola, dejando atrás una hija, Mumin, aunque poco después Castro permitió que saliera del país para reunirse con su madre.
Alina Fernández ha dedicado su vida en el exilio a criticar a su padre y su régimen político. Dice de Fidel que en un principio fue un revolucionario, empeñado en lograr la justicia social, pero que cuando accedió al poder y empezó a fusilar gente, el revolucionario se tornó en déspota. Ella se presenta como otra víctima más de Fidel Castro. Puede que influya en su reacción el ser hija ilegítima y no querida, tal vez haya un fondo de resentimiento en su postura. Al igual que Svetlana Stalin, tiene un carácter inestable, con bruscos cambios de humor. Ha tenido problemas de anorexia, dicen de ella que es imprevisible y caprichosa. Niega haber sido nunca una hija de papá y se considera una disidente como cualquier otra. “Nuestros padres son un accidente genético, no los escogimos”, alega, y lleva razón, pero es y será hasta que muera la hija de Fidel, el héroe para algunos, el tirano para otros; como Svetlana Stalina, haga lo que haga, diga lo que diga, no podrá escapar de su sombra.
IV. Gudrun
La culpa heredada puede ser colectiva. En la Alemania de la posguerra, una generación de niños creció sabiendo que sus padres habían sido nazis. Para escribir su libro Nacido culpable, Peter Sichrovsky entrevistó a 40 descendientes de nazis. La mayoría de ellos confesaron que una cosa es condenar los asesinatos, las torturas, las vejaciones cometidas por los nazis, y otra, enterarte de que tu padre fue uno de ellos. En muchos casos lo descubrieron tarde y a través de terceras personas, en sus familias había un pacto de silencio.
Las reacciones de los hijos de los nazis oscilaban del odio y el rechazo a la vergüenza callada, la distancia, el disgusto o la lealtad. Ninguno hablaba de amor al referirse a su padre. Peter Sichrovsky estaba empeñado en que esos hijos se atrevieran a preguntar a sus padres: “¿por qué lo hiciste?”, y esa, quizá, es la pregunta que no querían o no podían hacer, por temor a la respuesta: “Porque para mí estaba bien, no me arrepiento de nada; lo volvería a hacer”.
No me arrepiento de nada es precisamente el título de una biografía de Rudolph Hess publicada por su hijo, Wolf-Rüdiger Hess, negador del Holocausto y quien sostiene que su padre no murió de forma natural en la cárcel, sino que fue asesinado. Niklas Frank, uno de los dos hijos de Hans Frank, el gobernador nazi de Polonia, contó a la revista alemanaStern que el día que ahorcaron a su padre tras el juicio de Núremberg se masturbó sobre una foto de aquel hombre a quien calificaba de cobarde, corrupto, ansioso de poder, cruel y asesino, “el hombre que hizo posible Auschwitz”.
Niklas Frank dedicó gran parte de su vida a publicar libros y artículos contra su padre. Su hermano Norman declaró en 1959 que su progenitor era culpable sin paliativos. “Cometió crímenes terribles y pagó por ello con su vida”. Norman no ha querido tener hijos propios para no propagar la simiente maldita, para extinguir ese apellido infame.
Martin Bormann, el hijo del lugarteniente de Hitler, se aplicó a la misión de investigar la vida de su padre, con un objetivo: averiguar si aquel tenía conocimiento del Holocausto y los crímenes perpetrados por el régimen al que sirvió o si era inocente. Llegó a la conclusión de que su padre lo sabía todo; su firma estaba al pie de demasiados documentos y órdenes importantes. Sin embargo, lleva siempre en su bolsillo una vieja postal que su padre le mandó en 1943 en la que le llamaba “hijo de mi corazón”. Se disculpa diciendo: “Entienda usted que esa es la imagen que yo tengo como hijo y no me la pueden quitar”.
Dentro de la jerarquía de los criminales nazis, tras Hitler, quizá el que más horror o espanto provoca es Heinrich Himmler, el jefe de las temibles SS, quien dirigió, como ministro del Interior, a la policía secreta de la Gestapo y fue el impulsor, organizador y responsable del programa de exterminio de los judíos, a los que odiaba. Himmler se enorgullecía de sus SS, en sus palabras “una Organización Nacional Socialista integrada por hombres escogidos por sus características nórdicas y unidos por un juramento de sangre… Con el coraje de ser impopulares… Con el valor de ser duros e insensibles…”. En esa alocución de octubre de 1943, Himmler explicó a sus generales de las SS que “el pueblo judío está siendo exterminado… Muchos de vosotros sabréis lo que es contemplar una montaña de 100, 500 o 1.000 cadáveres… Esta es una página gloriosa de nuestra historia”.
Los judíos, según himmler, aunque física y biológicamente idénticos a los demás seres humanos, eran mental y espiritualmente inferiores, menos que animales: subhumanos. Himmler era un fanático, un tipo gris, frío, metódico, tremendamente eficaz, obsesionado con medrar y complacer al Führer, pero era también un padre cariñoso que idolatraba a su única hija, Gudrun, una niña rubia de aspecto angelical a quien llamaba Puppi (muñeca). En una fotografía muy difundida se ve a Heinrich Himmler ataviado con el uniforme negro de las SS, en la manga izquierda un brazalete con la esvástica, sosteniendo en sus rodillas a la pequeña Gudrun, y hay un gran contraste entre ese hombre de perfil ratonil, con nariz afilada, gafas redondas, bigotito fascista, mejillas fofas y barbilla huidiza y esa niña guapa, de trenzas rubias, piel transparente y rasgos delicados, la perfecta aria. Gudrun adoraba a su padre; solía entretenerse recortando las fotos de Himmler que aparecían en la prensa y pegándolas en un álbum.
Al final de la guerra, Himmler fue capturado por los ingleses y se suicidó antes de ser juzgado, como su venerado Hitler. Gudrun y su madre fueron detenidas en Italia por los americanos, quienes las recluyeron en un campo de prisioneros, donde Gudrun dio muestras de su obstinación y su carácter. En el libro My Father’s Keeper (en español, Tú llevas mi nombre), de Stephan y Norbert Lebert, sobre las vidas de seis hijos de gerifaltes nazis, se recoge una anécdota muy ilustrativa: a Gudrun no le gustaba el rancho que les daban los americanos e inició una huelga de hambre. Se puso enferma, perdió peso de forma alarmante, pero consiguió su propósito: al cabo de unas semanas, ella y su madre fueron las únicas prisioneras que tenían el privilegio de comer lo mismo que los oficiales norteamericanos. Gudrun y su madre pasaron dos años en sucesivos campos de concentración; las llevaron a Núremberg, en calidad de testigos. A Gudrun le preguntaron si alguna vez había ido a un campo de concentración.
–Una vez fui a Dachau –respondió.
¿Con tu padre?
–Sí.
–¿Y qué viste allí?
–Mi padre me mostró un jardín plantado con hierbas y me enseñó a diferenciar unas de otras –dijo Gudrun.
–Ya veo… ¿Quieres darme a entender que no viste a ningún prisionero?
–Vi algunos prisioneros… –admitió Gudrun.
–¿Y qué te explicó tu padre sobre ellos?
–Me dijo que los que llevaban un triángulo rojo eran presos políticos, y los otros, criminales.
No le pudieron sacar nada más. Gudrun se enteró de la muerte de su padre por casualidad, sus captores se la habían ocultado, pero un día un periodista americano fue a entrevistar a la mujer de Himmler en su celda y Gudrun aprovechó para hacerle aquella pregunta que nadie le respondía:
–¿Dónde está mi padre?
–Muerto –respondió el periodista–. Se envenenó con cianuro hace algún tiempo.
Gudrun, que ya había cumplido los quince años, sufrió un colapso físico y mental. Era una chica pálida, enfermiza, extremadamente delgada, propensa a los desmayos y poco desarrollada; a los dieciséis años la tomaban por una niña de doce. Siempre ha negado el suicidio de su padre y afirma que fue asesinado. Los americanos no sabían cómo sacarse de encima a la viuda y la hija del gerifalte nazi. Estas les confesaron que no tenían familia, ni conocidos, ni nadie a quien acudir. Estaban solas en el mundo y tenían un apellido maldito. Los americanos les aconsejaron que se lo cambiaran, pero Gudrun se resistió; mantuvo el apellido Himmler, y cuando le preguntaban sobre la ocupación de su padre, contestaba: “Era el jefe de las SS”.
Tuvo problemas para ser admitida en la escuela y en la universidad y perdió varios trabajos debido a su apellido, pero se negó en redondo a modificarlo; por voluntad propia se convirtió en una especie de mártir del nazismo. Con el tiempo se casó y pasó a llamarse Gudrun Burwitz. Tuvo varios hijos y fue una típica madre de familia alemana, con un hobbymuy especial: Gudrun Burwitz es el alma de una organización de apoyo a los exmiembros del régimen nazi denominada Stille Hilfe (ayuda tranquila), que les presta ayuda financiera, médica y legal, tanto en Alemania como en otros países donde buscaron refugio los nazis prófugos. Stille Hilfe nació en 1951 como una organización humanitaria, promovida por la aristocracia nazi, la Iglesia católica y la protestante, que contó con el beneplácito del papa Pío XII, de un obispo y del sacerdote responsable de Cáritas de Alemania. Dispone de amplios recursos y más de un millar de benefactores. Gudrun Burwitz es asidua a los mítines neonazis y ha consagrado su vida a rehabilitar la figura de su padre y a glorificar su memoria. Es una nazi convencida; para ella, su padre no fue culpable, sino víctima. Al parecer, tiene mal carácter, es una mujer áspera, desabrida y terca que ha hecho de su vida una cruzada: Gudrun Himmler contra el mundo.
V. Ana
Hace seis años leí en el periódico inglés The Times una historia que me impresionó sobre una joven serbia, de 23 años, atractiva, simpática y muy estudiosa, que cursaba el último curso de Medicina en la Universidad de Belgrado, quizá para cumplir la vocación frustrada de su padre, quien la quería con locura. Era una hija modelo y se llamaba Ana; su padre es Ratko Mladic, también conocido como el Carnicero de Srebrenica, comandante en jefe del Ejército serbobosnio, el Himmler de Karadzic, a quien se imputan, entre otros crímenes de guerra, el prolongado asedio de Sarajevo y la matanza de 8.000 musulmanes en Srebrenica, la mayor masacre en suelo europeo desde la II Guerra Mundial.
Ratko Mladic / REUTERS
A principios de marzo de 1994, en plena guerra de Bosnia, Ana fue a Moscú con compañeros de curso en viaje de fin de carrera. A su regreso era otra: se quejaba de un incesante dolor de cabeza, de no poder concentrarse en el estudio de los exámenes finales, estaba triste, abatida, apenas hablaba… La noche del 24 de marzo de 1994, Ana se disparó un tiro en la sien con la pistola favorita de su padre, quien se hallaba en el frente. Esa pistola tenía un significado especial en la familia: era la que regalaron sus compañeros al general cuando se graduó como el mejor cadete de su promoción en la academia militar de Belgrado. Mladic había dicho que solo la dispararía para celebrar el nacimiento del primer nieto que llevara su apellido. En la casa había otras dos pistolas. ¿Por qué eligió aquella Ana? La hija de Mladic no dejó ninguna nota que explicara sus motivos. Tras su muerte se dispararon los rumores: se decía que Ana había descubierto en Moscú las atrocidades perpetradas por su padre y que esa revelación la empujó al suicidio. Mladic sigue sin aceptar que su hija se quitara la vida; sostiene que fue asesinada o que alguien en Moscú le inoculó un veneno que le trastornó la mente. “Mi hija nunca se mataría con esa pistola”, afirma. “Sabía lo que significaba para mí”.
Si con su gesto Ana mandó a su padre un mensaje cifrado que buscaba hacerle recapacitar, no lo consiguió: tras la muerte de su hija, la crueldad de Mladic se desató hasta extremos inconcebibles. Pocos días después del entierro emprendió la ofensiva de Gorazde, que bautizó con el nombre de Operación Estrella, apelativo cariñoso que daba a su hija. En julio de 1995 invadió Srebrenica; en menos de cuatro días, las fuerzas de Mladic ejecutaron a sangre fría a 8.000 varones musulmanes de entre 12 y 75 años, todos civiles, que se habían refugiado en la base militar de la ONU de Potocari. Los cadáveres fueron arrojados a fosas comunes. Diecisiete años después, un equipo internacional de forenses continúa trabajando en la apertura de las fosas y en la exhumación de los cuerpos para su identificación. Ratko Mladic permaneció fugitivo de la justicia durante 15 años; era el criminal de guerra más buscado de Europa. Poco después de su captura en Serbia, en mayo de 2011, Ratko Mladic pidió al Gobierno serbio que antes de extraditarlo a La Haya le permitieran visitar la tumba de su hija, “o si no, que me traigan su ataúd a la cárcel”, dijo. Está previsto que mañana, 14 de mayo, comience la vista oral de su juicio en La Haya.
El caso de Ana Mladic es excepcional. Las otras hijas de genocidas y tiranos que acabo de mencionar, bien han reaccionado negando los crímenes de sus progenitores, bien han procurado librarse de la culpa heredada mediante la huida y una nueva identidad. Ana Mladic se quitó la vida cuando su padre era un héroe para los que le rodeaban, cuando aún no había perdido la guerra ni había caído en desgracia. Ana era una joven nacionalista serbia que creía firmemente en la causa del general Mladic y en su visión maniquea de la contienda: nosotros somos los buenos, y ellos, los musulmanes, los malos; hay que aniquilarlos para que no acaben con el pueblo serbio. Pero algo sucedió en Moscú que resquebrajó esa certidumbre. Todo hace pensar que tuvo lugar una lucha entre el amor filial y su sentido de lo que estaba bien y lo que estaba mal: se atrevió a dudar, a enfrentarse a la verdad. He empleado tres años en investigar la vida de Ana Mladic y el conflicto bélico de los Balcanes. En mi novela La hija del Este mezclo realidad y ficción; creo que el lector advertirá cuán cercano le resulta el personaje y se dirá, como me decía yo en el curso de mi investigación: “Podría haber sucedido aquí, podríamos ser nosotros”.
el peso del apellido. Iósif Stalin llamaba a su hija Svetlana (con él en las imágenes) “mi pequeño gorrión”, le regalaba juguetes, solía besarla… A los 17 años descubrió que su madre se había suicidado y fue testigo del maltrato a sus hermanos. El resto de su vida fue un continuo deambular tratando de huir de la sombra de su padre. orgullo de raza. En la imagen, Heinrich Himmler (segundo por la izquierda), con otros ditrigentes nazis en Praga.Al lado, Himmler con su hija en 1938. Y abajo, Gudrun y su madre en la 88ª División de la Armada de EE UU en 1945 en Bozen (Italia), país en el que fueron detenidas al acabar la guerra. del amor al suicidio. A la izquierda, Ratko Mladic, El carnicero de Srebrenica, con su mujer y su hija Ana, que se suicidó en 1994. Al lado, su tumba en Belgrado. Abajo, el comandante del Ejército serbobosnio entrevistado en el monte Igman (Sarajevo) en agosto de 1993. El padre justiciero. Si todos le adulan, es fácil ver así a un padre, haga lo que haga. A la derecha, Franco con su hija Carmen el día de su boda en 1950. Abajo, en la comunión de su nieto Jaime Martínez-Bordiú. En la otra página, la hija de Franco en el Valle de los Caídos, en 2005, en el 30º aniversario de la muerte de su padre. de revolucionario a déspota. De izquierda a derecha, Alina Fernández con su madre; en una protesta contra el régimen castrista, y con su padre, el día de su comunión.