Y cuenta Eduardo Galeano, escritor:
"En el fútbol, como en casi todo lo demás, los primeros fueron los chinos. Hace cinco mil años, los malabaristas chinos bailaban la pelota con los pies. La valla estaba al centro y los jugadores evitaban, sin usar las manos, que la pelota tocara el suelo. De dinastía en dinastía continuó la costumbre, como se ve en algunos relieves de monumentos anteriores a Cristo y también en algunos grabados posteriores, que muestran a los chinos de la dinastía Ming jugando con una pelota que parece de Adidas.
Se sabe que en tiempos antiguos los egipcios y los japoneses se divertían pateando la pelota. En el mármol de una tumba griega de cinco siglos antes de Cristo, aparece un hombre peloteando con la rodilla. Dicen que el emperador Julio Cesar era bastante bueno con las dos piernas, y que Nerón no embocaba una: en todo caso, no hay duda de que los romanos jugaban algo bastante parecido al fútbol mientras Jesús y sus apóstoles morían crucificados.
En los pies de los legionarios romanos, llegó la novedad a las islas británicas. Siglos después, en 1314, el rey Eduardo II estampó su sello en una cédula que condenaba este juego plebeyo y alborotador, "estas escaramuzas alrededor de pelotas de gran tamaño, de las que resultan muchos males que Dios no permita".
El fútbol, que ya se llamaba así, dejaba un tendal de víctimas. Se disputaba en montoneras, y no había límite de jugadores, ni de tiempo, ni de nada. Un pueblo entero pateaba la pelota contra otro pueblo, empujándola a patadas y a puñetazos hacia la meta, que por entonces era una lejana rueda de molino. Los partidos se extendían a lo largo de varias leguas durante varios días, a costa de varías vidas. Los reyes prohibían estos lances sangrientos: en 1.349, Eduardo III incluyó al fútbol entre los juegos "estúpidos y de ninguna utilidad», y hay edictos contra el fútbol firmados por Enrique IV en 1410 y Enrique VI en 1547. Cuanto más lo prohibían, más se jugaba.
En Florencia, el fútbol se llamaba calcio, como se llama todavía en toda Italia. Leonardo da Vinci era hincha fervoroso y Maquiavelo jugador practicante. Participaban equipos de 27 hombres, distribuidos en tres líneas, que podían usar manos y pies para golpear la pelota y para despanzurrar adversarios. Una multitud acudía a los partidos que se celebraban en las plazas más amplias y sobre las aguas congeladas del Arno. Lejos de Florencia, en los jardines del Vaticano, los papas Clemente VII, León IX y Urbano VIII solían arremangarse las vestiduras para jugar al calcio.
En México y América Central, la pelota de caucho era el sol de una ceremonia sagrada desde unos mil quinientos años antes de Cristo; pero no se sabe desde cuándo se juega el fútbol en muchos lugares de América. Según los indios de la selva amazónica de Bolivia, tiene orígenes remotos la tradición que los lleva a correr tras una bola de goma maciza, para meterla entre dos palos sin hacer uso de las manos. En el siglo XVIII, un sacerdote español describió así, desde las misiones jesuitas del Alto Paraná, una antigua costumbre de los guaraníes: «No lanzan la pelota con la mano, como nosotros, sino con la parte superior del pie descalzo». Entre los indios de México y América Central la pelota se golpeaba generalmente con la cadera o con el antebrazo, aunque las pinturas de Teotihuacán y de Chichén-Itzá revelan que en ciertos juegos se pateaba la pelota con el pie y con la rodilla. Un mural de hace más de mil años muestra a un abuelo de Hugo Sánchez jugando de zurda en Tepantitla.
Cuando el juego concluía, la pelota culminaba su viaje: el sol llegaba al amanecer después de atravesar la región de la muerte. Entonces, para que el sol saliera, corría la sangre. Según algunos entendidos, los aztecas tenían la costumbre de sacrificar a los vencedores.
Antes de cortarles la cabeza, les pintaban el cuerpo en franjas rojas. Los elegidos de los dioses daban su sangre en ofrenda, para que la tierra fuera fértil y generoso el cielo."
texto de
Una Antropóloga En la Luna
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