Hay muchos espacios desde donde se puede contar el proceso de producción de la cocaína, sin embargo, el enfoque durante mucho tiempo se ha dado desde los cultivos. No es para menos, allí en las raíces parece que naciera un problema estructural. Colombia habla de extensiones de coca, aunque no hable de los puestos políticos y las campañas que se financian con plata del narcotráfico, de lo fuerte que es la cocaína para la economía del país y de que realmente el cultivador es un pequeño eslabón de una cadena chirriante de alta tensión. “Yo no le hago mal a nadie”, dice una mujer de sombrero y buzo azul a quien llamaremos Andrea*. Es indígena nasa, tiene 46 años y tres hijos de 24, 21 y 15 años. Vive en el resguardo y tiene un cultivo de coca de unas 700 matas. Trabaja en esto hace dos años en compañía de sus hijos, que le ayudan a raspar cada tres o cuatro meses que se da la cosecha. Le puede interesar: La fuerza y dignidad que no han podido desplazar de Buenos Aires (Cauca) - ¿Por qué coca y no otro producto? - Yo siembro comida para la familia, pero eso no da plata, hay que sacarla y muchas veces compran muy barato. Por la hoja vienen a comprarla acá a la casa. Al menos mantiene un precio fijo, a veces se baja o se sube, pero se mantiene un precio casi siempre. - ¿Y sus hijos estudian? - No, a ellos eso no les gustó y ¿quién puede con ellos? El mayor ya tiene mujer y unos hijos y los otros dos me ayudan acá en la casa con todo. - ¿Y los grupos armados o la gente que maneja esa economía? - La vacuna acá se la cobran al que viene a comprar y uno allí no tiene nada que ver. Yo nunca he tratado con esa gente, aunque a algunos los conozco de vista porque a veces hasta han sido del mismo territorio. Andrea, como varios cultivadores, recalca que ella siembra y después raspa, pero que “no se queda con plata en cantidad”. Dice que eso es para quienes pueden procesar la hoja para convertirla en pasta base de coca, y que no es su caso. Ella encabeza una de las más de 950 familias que viven de esta economía ilícita, según cuenta la autoridad Henry Chocué. De las 1.676 hectáreas que tiene el resguardo, 312 están tupidas de cultivos de coca. Desde la cima del cabildo indígena, cuando no ha bajado la neblina, se puede ver a lo lejos varios techos negros que, según las autoridades, son laboratorios de procesamiento. Este resguardo lleva al menos una década intentando hacerle frente a los cultivos de coca, pero los costos de las economías lícitas, según Henry Chocué, siguen disminuyendo a medida que pasa el tiempo. “Antes una persona que trabajara en una finca de cultivos de pancoger podía ganarse $30.000 el día, pero ahora lo máximo que pagan son $25.000, mientras que un raspachín se gana entre $40.000 y $45.000 el día”. Por eso, la lucha contra los cultivos de uso ilícito ha costado tantas vidas, como la de Breiner Cucuñame, el niño ambientalista de 14 años que fue asesinado el 14 de enero de este año. Pero esta también es la tierra que vio crecer a Albeiro Camayo, ex coordinador de la guardia indígena, a quien asesinaron 14 días después por oponerse al uso ilícito de la coca.Campesinos que sustituyeron coca en Guaviare pasan hambre por incumplimientos del Estado Su legado es imborrable. Los indígenas dicen que heredaron esa lucha, pero también la tatuaron sobre las paredes del cabildo, donde se observan ambos rostros pintados en una pared. El proceso indígena ha tratado de acompañar más de cerca a grupos como el movimiento juvenil Álvaro Ulcué Chocué, con el fin de proteger a la nueva generación de líderes que se está formando en Las Delicias y alejarlos de la posibilidad de caer en cultivos de uso ilícito y de integrar grupos armados. Para hacerlo, programan jornadas de pedagogía juvenil como la del 13 de mayo pasado en Las Delicias a la que asistieron 45 muchachos de cinco municipios del norte del departamento. Otro contexto en el Cauca: El infierno del reclutamiento forzado que viven los jóvenes de Caldono (Cauca) Muchos de los que asistieron a la jornada son -o han sido- raspachines. Uno de ellos ahora integra la guardia indígena y lidera procesos juveniles en Las Delicias. Tiene 24 años y pasó 5 años de su vida trabajando en un cultivo y un laboratorio de procesamiento. El cultivo era de su padre, que a sus 48 años comenzó a sembrar en la casa con su familia. Él, que conoce de cerca todo el proceso, cuenta que las ganancias que hacía su padre con ese cultivo ilícito iban para el estudio de él y de sus hermanos. “En ese momento no teníamos otra alternativa, lo único que generaba ganancias suficientes para que pudiéramos estudiar, esa la coca”. Agacha la cabeza. La coca, al igual que la marihuana y la amapola han permitido la entrada de gente foránea al territorio, que es ahora una de las preocupaciones más latentes de los gobernadores indígenas. Así fue que comenzó todo, cuando en 1994 Incora emitió la resolución de consolidación del resguardo indígena quedó consignado que, además del territorio colectivo, quedaban 312 hectáreas de tierra divididas en varias fincas privadas que en su momento fueron espacios de reserva forestal, pero ahora son extensiones de tierra con cultivos ilícitos. Para nosotros lo Nasa hay un momento crucial cuando recién llegamos al mundo y empezamos a hacer parte de un territorio, se trata del Cxab We´s, una práctica en la que el cordón umbilical se siembra en la tierra de donde somos y así se crea la conexión con Uma Kiwe (la madre tierra). Nuestros ombligos están directamente pegados a la tierra, somos parte de ella y nuestro arraigo es grande: por eso no nos vamos, daremos la vida por este territorio. * Tejido de Comunicación de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca. original en https://www.elespectador.com/colombia-20/conflicto/lideres-indigenas-en-las-delicias-piden-que-oponerse-a-cultivos-ilicitos-no-les-cueste-mas-vidas/
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