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martes, mayo 09, 2017

Todo criminal de guerra, del bando que sea, debe pagar, asumir la verdad, reparar, y acogerse a la justicia

Los militares tienen a Santos bajo chantaje: Myles Frechette

Exembajador de EE. UU. en Colombia en la época de Samper, dice que Acore es quien presiona para que a los militares no se les dé el mismo tratamiento que a la guerrilla en la JEP.

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Para el exembajador Frechette, los autores intelectuales del crimen de Álvaro Gómez siguen libres en Colombia. / Jorge Gómez Pinilla
El embajador de Estados Unidos en Colombia durante el proceso 8.000, Myles Frechette —a quien Jaime Garzón llamaba “procónsul” y Horacio Serpa definió como “gringo maluco”— publicó en 2015 un libro-entrevista con el periodista Gerardo Reyes (Frechette se confiesa, Editorial Planeta), donde al ser preguntado sobre los posibles autores del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, habló de un grupo de militares retirados. Teniendo en cuenta que él era quizás la persona mejor informada sobre lo que ocurría en el país en ese entonces, y que en el libro confesó que “hay secretos de Estado que no los voy a contar”, viajé hasta Washington a entrevistarlo, en busca de que aportara nuevas luces que contribuyan a esclarecer ese crimen.
El resultado fue una conversación de cuatro horas sin pausa en la terraza interior del hotel Bethesda Hyatt, durante las cuales, a sus 81 años a punto de cumplir, no mostró la menor señal de cansancio y solo bebió un café americano acompañado de un vaso de agua. Allí hizo importantes revelaciones para una publicación que saldrá en próximos días, pero aquí he extractado sus puntos de vista sobre algunos temas de actualidad que tocó, como el “chantaje” que le estarían haciendo al presidente Juan Manuel Santos los militares agrupados en ACORE. A su vez, se refirió al expresidente Álvaro Uribe en duros términos; según Frechette, el desarme de los grupos paramilitares ocurrido durante su gobierno fue algo “completamente chimbo”.
En su libro, al referirse al golpe de Estado contra Ernesto Samper que se estaba fraguando y al que se le ve relacionado con el asesinato de Álvaro Gómez, usted dijo: “yo creo que ellos, los militares jubilados, le pidieron a él que encabezara ese gobierno”. Todo indica que se refiere a la Asociación de Oficiales Retirados de las Fuerzas Militares (ACORE), y queda entonces la impresión de que usted sabe más sobre el papel que pudo haber desempeñado esa asociación en torno a ese crimen…
Bueno, mire: ACORE es una organización poderosísima en Colombia. Ya ve usted el chantaje que le están haciendo al presidente Santos para que no les den el mismo tratamiento a los militares que a la guerrilla por crímenes de lesa humanidad. Llega un momento en que ellos dicen “¡Ni puel carajo!”. Santos los oye y toma asiento con ellos, pero no están totalmente contentos y siguen presionando. Y van a seguir así, porque si yo fuera uno de ellos pensaría igual en cuanto a que es posible que yo haya hecho cosas brutales, pero lo hice por el bien de la patria.
¿Quién cree que saldrá ganador en ese pulso entre los militares y Santos?
Santos es una persona que tomó un rumbo diferente a su antecesor. Él tiene una visión internacional de Colombia. Comenzó con un acuerdo mutuo de no agresión con Chávez, porque eso estaba medio candela, ¿no? Y decidió hacer el acuerdo de paz con las Farc, hizo muchos acuerdos de libre comercio, y comenzó a abrir espacios y horizontes participando más y más en organizaciones internacionales. Muchas de las cosas que ha hecho Santos son cosas que le han hecho mucho bien a Colombia. Ahora, en lo de ACORE, es obvio que, si Santos no hace algo para eximirlos, ellos seguirán presionando.
Llama la atención cuando usted dice que ha habido militares que hicieron cosas brutales, pero lo hicieron por el bien de la patria. En el caso del crimen de Álvaro Gómez, ¿ve alguna posibilidad de que lo hubieran hecho también por el bien de la patria?
No. Lo hicieron simplemente porque querían borrar su rastro, borrar la conexión entre ellos y Álvaro Gómez. Cuando él les dijo que no, ellos pensaron “caracho, de pronto el tipo suelta la letra o se le sale algo”.
¿O sea, lo inmolaron?
Lo inmolaron, sí. El autor material pudo ser cualquier persona. Pero los autores intelectuales están ahí todavía, ahora. No sé a dónde, pero están en Colombia. No han sido apresados, no han sido detenidos, nada.
Esto encaja con la teoría de Claus Roxin sobre los aparatos organizados de poder: en los crímenes de autoría mediata, la voluntad conductora de la acción corresponde al autor mediato y no al ejecutor material. En el caso del asesinato de Álvaro Gómez todo indica que fue obra de un aparato organizado de poder desde el estamento militar, pero del que solo fue encontrado culpable un autor material, Héctor Paul Flórez, quien por cierto acaba de salir libre por pena cumplida. ¿Es ese aparato organizado de poder el que sigue impune?
No le puedo contestar, pero me llama la atención que el grupo de ACORE sigue presionando públicamente al presidente Santos para que les dé una escapadita. Yo no soy el único que piensa eso, también Human Rights Watch (HRW) y toda la gente que se ocupa de Derechos Humanos, todos ellos creen que es así. La presión de ACORE ha hecho retroceder varias veces al presidente Santos, y eso indica que tienen mucha influencia. No sé si él contempla que ellos pudieran tomarse el poder, lo dudo. Pero podrían arruinarle todo el esquema. Santos sigue bajo presión, y creo que los de ACORE están tratando de salvar su pellejo.
¿Ese “salvar su pellejo” incluye medidas desestabilizadoras?
No, yo creo que no. Ellos siempre han dicho, y usted lo ha leído: “Nosotros somos sirvientes del Estado. Si hicimos alguna cosa en forma errada, fue al servicio de la patria”. Tiene una cierta lógica, pero la cosa es que el Derecho Internacional Humanitario (DIH) establece que hay todo tipo de militares que cometen crímenes de lesa humanidad. Yo recuerdo haber leído un artículo que hablaba de unos militares que llegaron a un lugar y encontraron a ciertos hombres con uniforme de guerrilla, y no se les veía ningún balazo. Pero al quitarles la chaqueta, habían sido acribillados.
¿Deberían estar los autores de esos delitos, conocidos como falsos positivos, cobijados por el tribunal de la Justicia Especial de Paz (JEP)?
 ¡Claro que no! Y HRW y otras organizaciones están de acuerdo en que no debe ser así, y leí un informe de hace menos de una semana donde la HRW se opone, pero no solo en Colombia sino al nivel de la Corte Penal Internacional (CPI). Todos los esfuerzos de ACORE hoy están empeñados en torcerle el brazo al presidente Santos. Cuando yo llegué a Colombia recuerdo haber leído un informe sobre la mendacidad de las Fuerzas Armadas. En un lugar, creo que era Antioquia, había una base militar y a medio kilómetro de ahí había una base de los paramilitares. Y los militares, con una cara de yo no fui, decían ante la evidencia: “No es verdad”. Eso indica que en Colombia el poder de los militares es enorme.
¿Pueden las organizaciones de Derechos Humanos presionar por su lado para que esos crímenes de lesa humanidad no queden impunes?
Yo conozco gente de HRW y son personas decentes, muy creíbles, y están empujando. Si no fuera por la presión de ellos, al presidente Santos le habría quedado más fácil resolver el tema con ACORE. Pero en este momento está en una situación bien difícil. ¿Por qué? Porque Trump no sopla hacia Colombia con buena gana, y nadie sabe lo que pueda pasar. Los colombianos se metieron al proceso de paz creyéndole a Sergio Jaramillo, en cuanto a que la implementación de los acuerdos tomaría diez años y que habría mucha plata. Y Cárdenas puso la reforma tributaria, y mucha gente quedó descontenta con eso. Ciertos elementos del acuerdo de paz están cuestionados por personas serias. Seguir adelante como si no pasara nada, no es suficiente. Hay dudas en Colombia, hay un tufo de corrupción poderosísimo, y eso le está haciendo mucho daño a Santos. En su discurso de posesión de 2014, sacó una declaración donde dijo: “Una de las cosas que no me gusta hacer es ir a Washington a limosnear”. Y cuando un laboratorio de Colombia le dijo que el glifosato sí hacía daño, inmediatamente paró la aspersión aérea. Y ahora se está dando cuenta de que esa decisión fue errada, demasiado apresurada. Y esto lo deja a él en una situación dificilísima.
¿Se refiere al aumento de los cultivos de coca en el país?
Santos es una persona a la que nunca le gustó la aspersión aérea sobre los cultivos de coca, no obstante que en Colombia se usa el glifosato en productos agrícolas que se consumen en la mesa. Después de más de cien pruebas hechas por científicos, nunca se llegó a concluir que estaba causando daño a la salud a personas que vivían cerca. Y súmele a esto que las Farc son muy inteligentes. Vieron que el Gobierno estaba diciendo que “en regiones donde hay coca vamos a poner plata para hacer cambio de cultivos”, y salieron ellos a amenazar con rifle a los tipos que estaban en las regiones de coca, a que plantaran más coca para traer más plata del Gobierno. Es decir: las Farc pueden ser brutales, pero no son pendejos.
Cambio de tercio: usted habla en su libro de personas que le decían “no le tenga mucha confianza a Uribe, es un tipo ligado con los narcos, que apoya a los paramilitares”. Hoy, después de tantos años, ¿cree usted que Uribe apoyaba a los paramilitares… y viceversa?
Cuando yo fui a Antioquia a visitarlo siendo gobernador, él tenía una gran reputación como buen gobernador y gran político. Yo tenía varias preguntas que hacerle, y una de ellas era por qué le había dado el control de expedir licencias para avionetas a César Villegas, un tipo que estaba dándoles esos permisos a naves ligadas al narcotráfico. Era algo que él sabía perfectamente. Y bueno, me dijo que se puso a buscar en Colombia a ver si había alguien que sabía de aviación civil, y no había… Y me dijo que Villegas se había graduado para hacer eso en una universidad de Toronto, y que por eso le ofreció el puesto. Y le dije sí, entiendo lo primero. Pero lo que no entiendo es por qué no lo sacó. Y no pudo darme una respuesta creíble. Habló mucho, ‘cantinfló’.
¿Sabía usted además lo de las Convivir de Uribe, que nacieron precisamente en Antioquia?
Claro. Yo le dije: “mire, eso de las Convivir no nos convence”. Él me dijo “es que no van a cargar armas. Serán personas de la región que estarán vigilando los bosques e informarán por radio que hay personas desconocidas en esos lugares”. No niego que me comí el cuento. Y con el pasar del tiempo me di cuenta de que era un señor extremamente hábil, pero muy creyente en lo de los paramilitares.
¿Usted cree que Uribe tuvo algo que ver con el auge del paramilitarismo en Colombia?
Por supuesto. Las Convivir fueron la raíz de lo que después se convirtió en un enorme problema. Cuando Uribe como presidente se dio cuenta de que ya los gringos estaban oliéndose todo, entonces decidió hacer el desarme de los paramilitares. Un desarme completamente chimbo, como usted sabe. Había unidades completas que nunca habían sido Convivir ni nada de esas cosas. Y Washington se quedó dormido.
¿Cómo así, usted cree que Washington fue alcahueta de Uribe en el tema de los paramilitares?
Sí.
¿Y eso por qué…?
Porque al acabarse esas acciones de Uribe y los paramilitares, se reduciría la violencia. Washington quería reducir la violencia en Colombia, y le comió el cuento. Es más, no le voy a decir ante quién, pero yo hablé con personas de muy alto nivel del Departamento de Estado a decirles “este señor Uribe les está vendiendo una historia falsa”. Yo nunca me olvido del pilón de armas que dejaron los paramilitares: muchas de ellas eran nuevas cuando Napoleón fue Emperador de Francia. Es decir, a otro perro con ese hueso. Pero Uribe tenía apoyo en el Congreso y EE UU quería reducir la violencia. Esas son razones de Estado con las cuales yo no concuerdo.
¿O sea que usted cree que quedaron estructuras paramilitares intactas después de esa supuesta negociación?
Es que se fueron a otros lugares. En lugar de seguir operando en los lugares donde habían estado, se fueron al sur y al este del país, a continuar sus fechorías. Ellos son los que ahora se dedican a la minería ilegal, a minería de piedras preciosas. Y mientras tanto el ELN muy feliz haciendo volar el oleoducto…
Teniendo en cuenta la inconformidad que usted siempre tuvo por igual hacia Ernesto Samper y Álvaro Uribe, ¿si le pusieran en una balanza a escoger entre ambos, con quién se quedaría?
Eso es un falso dilema. Samper solo tuvo un período de gobierno, mientras que Uribe consiguió que se cambiara la Constitución para que le permitieran un segundo período, y no contento ¡pidió un tercer período…! Pero el Congreso no le aguantó el sablazo

domingo, febrero 12, 2012

NUNCA OLVIDAR: “Yo conocí la maldad”

en http://www.semana.com/nacion/conoci-maldad/171934-3.aspx

“Yo conocí la maldad”

TESTIMONIOSEMANA publica el testimonio de un excombatiente que cuenta la increíble crueldad con la que Héctor Buitrago y sus hijos, Martín Llanos y Caballo, armaron uno de los más grandes grupos paramilitares del país. Los reclutas eran obligados a 'picotear' cuerpos y los mataban en los entrenamientos.
Sábado 11 Febrero 2012
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Yo nací en Puerto Gaitán, Meta, en 1985. Crecí haciendo trabajo en el campo. Me encanta el ganado. La ciudad casi no me gusta. Cuando tenía 7 entré a la escuela y a los 9 me salí. Nunca le pude coger el ritmo. Cuando tenía como 15 años me volví vaquero. Hasta ese momento nunca había visto la violencia.
Comencé a verla cuando me fui para las armas y conocí la maldad. Yo tenía 16 años. Nunca había anhelado eso. Pero uno mira a otro con un arma y dice: "Mire cómo se gana la plata de suave y mire cómo me toca trabajar a mí". A lo último decidí y me fui, creyendo que el trabajo era más suave, una vida buena, y solamente a limpiar fusil por ahí. Pero cuando comenzó el entrenamiento las cosas eran muy diferentes a lo que me imaginaba.

En el curso mío éramos 220, entre ellos 15 mujeres. Mucha gente lloraba porque los habían traído de la noche a la mañana. Del Casanare llevaron como 150, la mayoría a la fuerza. Después de ese curso fue cuando comenzó a crecer la organización en el Meta, porque cuando yo llegué, ahí solamente había 180 hombres de los Buitrago. Los Buitrago eran el papá, don Héctor, y los dos hijos, Martín (Llanos) y Caballo. Ya a los dos o tres años pudieron llegar a tener unos 5.000 hombres. Yo lo digo porque cuando llegué a ser comandante de contraguerrilla, nos reunían a 100 o 200 comandantes y segundos al mando y una contraguerrilla es de 40 hombres. Pero así como iba entrando gente, iba muriendo.

Entrenamiento 
En el entrenamiento lo que más me llamó la atención era que mataban a los del curso. Duró un mes. Fue en El Tropezón, por el lado de San Martín. A uno le bolean mucho plomo. Si uno no corría lo mataban. A dos peladitos se les durmió la mosca y los mataron. Uno tenía 17 años y el otro 25. Teníamos que correr en zigzag en una pista de obstáculos y nos tiroteaban.

Eso fue a los cuatro días de empezar la instrucción. Fue aterrador. Lo único que sabía yo era que no volvía a la casa. Uno cuando va a entrar es ciego, no recibe consejo de nadie, y cuando ya está allá piensa diferente pero ya no se puede salir.

En el entrenamiento en total murieron como 15. A una china la mataron en un río. Era una pelada que tenía un rendimiento muy bueno, y decente. Los comandantes querían acostarse con ella y ella le dijo al comandante alias 800 que ella no venía a acostarse con uno y otro. Él le dijo: "Ahí veremos". Ella se paró y se fue. Al otro día nos tocaba 'pasopista' (pista con obstáculos). Cuando ella iba pasando la manila de equilibrio sobre el río, se cayó. El comandante la mandó a matar porque no pasó el ejercicio.

A otros los mataban porque no servían. Gente que llegaba con un pie jodido y no podía boliar equipo, por ejemplo. A esa gente la arrumaban en un rancho para que cocinara, diciéndoles que les iban a dar la retirada y era mentira; los iban sacando y los iban matando. Había un señor de 40 años que tenía una pierna enferma. Y un día lo llamaron, que iban a matar una vaca. Y la vaca era él.

En otros cursos, cuando empezó a crecer la organización, uno miraba un día que se llevaban a un grupito de diez muchachitos todos flaquitos dizque para un entrenamiento y no volvían tres o cuatro.

A muchos los picoteaban para no abrir un hueco grande. Yo nunca piqué a nadie. El que más pálido esté a ese le toca. El primero que picaron en mi curso les tocó a las mujeres. Les tocaba picar brazo por brazo. Unas se tiraron a desmayar. Pero ahí no era si querían o no. A todas les toca o si no se mueren. El mismo instructor militar enseñaba eso. Ahí mismo donde se mataba a uno les decía "quítele un brazo", "quítele una pata", se la quitaban con macheta, iban despegando los huesos y los botaban al río y otros los enterraban. El brazo lo partían en dos partes

En el momento le corre a uno como un escalofrío por el cuerpo, pero la vaina es que no lo vayan a mandar a uno porque lo más duro es que a uno le toque hacerlo. Porque si uno ve que lo hacen otros, listo. La primera vez estábamos todos ahí viendo a cuatro peladas chicoteando. Todos en silencio, porque nadie puede decir nada. Algunos ni miraban porque les daba impresión. Pero lo increíble es el principio, porque después se va volviendo como muy común. Ya uno lo toma como si estuviera despresando una vaca. Lo único que uno piensa después es que no lo maten a uno.

En algunos cursos también les tocó probar carne humana. En el mío no. Yo la probé ya después por curiosidad. Un comandante que trabajaba con nosotros dijo: traigan un pedazo de carne para que prueben. Al muchacho lo habían matado porque se le había insubordinado a un comandante. Yo comí y me supo normal. Eso se frita. Después de eso no volví a ver eso.

Eso a veces se volvía una recocha muy extraña. También, por recocha, comenzaban a tomar sangre. Simplemente cortaban a la gente y los chorros de sangre salían y ponían la mano y se la tomaban.

'La loquera'Por todas esas muertes, empezó un boleo muy berraco. A la gente como que se les metía el demonio y comenzaban a hacer locuras. Se tiraban contra los árboles a matarse y cuando despertaban, preguntaban "¿qué fue lo que pasó?", no se acordaban de nada. Como almas que quedaron de esos cuerpos, que los botan y quedan esos espíritus rondando. Y eso era lo que se les metía a las personas. Me aterré mucho porque pensé que eso solo existía en la televisión cuando uno mira fantasías, pero allá lo ve uno con los propios ojos.

La última vez que yo miré eso fue en el Casanare, que les pasó a tres viejas. Fue en 2004, les comenzó como a las seis de la tarde hasta las 12 de la noche y tocó amarrarlas y echarlas a una quebrada de agua fría. Allá se les quitaba la loquera. Primero se desmayaban, y cuando se levantaban, era como un espanto y uno corría detrás hasta que otra vez caían, y cuando volvían en sí preguntaban qué les había pasado. Soltaban carcajadas como un hombre. Me tocó durar una semana completa cuidando ocho mujeres. Nunca se mató ninguna pero sí se estropearon mucho.

Ya después eso era común. Cuando a alguien le daba decían: "Vayan, amárrenlo, y cuando se le quite la loquera lo sueltan y listo".

Niños 
Allá se hablaba muy poco. No se podía conversar porque era disociar. Solo uno preguntaba por qué se habían venido. Un compañero de 14 años me contó que se había venido porque le gustaban las armas. Otros tenían problemas con la ley o no tenían trabajo y buscaron las armas para conseguir plata para la familia. Y había muchos que unos reclutadores los traían engañados o a las malas. A esos reclutadores les pagaban 200.000 pesos por cada chino que traían. Les decían que iban a trabajar en una finca o los convencían fácil porque aguantaban hambre en la calle. Había unos niños que vendían dulces en el centro de Bogotá y los habían traído. Cuando llegaban allá se daban cuenta. Se sentaban a llorar. Después de ser uno libre estar bajo mando de personas, eso es muy duro.

El menor que me tocó fue de 13 años. Un chino sobresaliente, porque el pelado pequeño es más guerrero que el viejo, es más listo para matar a cualquiera, más práctico para pelear, aunque de pronto le falta habilidad porque es una persona que no ha visto nada en el mundo. Aunque había reclutados, la mayoría de menores que yo conocí allá gozaba la guerra.

La coca 
Cuando terminamos el entrenamiento ya jura bandera uno y lo echan a las contraguerrillas. Me tocó hacer cosas buenas y malas. En mi vida cambiaron hartas cosas, la mentalidad le cambia mucho. Estuve en un régimen en que lo que decía tenía que hacerlo. Hoy alguien le alza la voz o lo va a mangonear, uno no se va a dejar, porque la mentalidad de uno ya pasó como a otro límite.

El comandante le reportaba a los patrones, a don Héctor y a Caballo, el otro hijo de él. Porque Martín mandaba en el Casanare y Caballo mandaba en el Meta con el papá.

La consigna es pelear, limpiar zona, poner la gente civil del lado de nosotros, y que no hubiera infiltrados de la guerrilla en las zonas que estuviéramos. Pero tras el ideal iba la coca, y eso lo cuidamos por eso. "Por una Colombia libre" (eslogan de las autodefensas), pero tras el ideal iba la coca.

Estábamos en Mapiripán, Meta, en la Cooperativa. De ahí pa'lante nos tocaba la pelea con la guerrilla. Uno va cuidando eso para la base, la compra de la misma organización y allá la pasan para procesarla y la sacan. Uno pelea contra la guerrilla, pero siempre cuida la zona cocalera. No nos tocaba sacar cargamentos. La contraguerrilla es la que pelea por defender la zona. Uno se daba cuenta lo que sacaban al pueblo. Llegaban unos camiones de plátano y llevaban cinco bultos de plata y hay chinos que escoltan eso mientras compran la coca.

El mando 
Cuando tenía ya 17 años, y llevaba siete meses en la organización, me dieron un mando sobre una escuadra (eran diez). Me tocó recibir gente de 40 años y lo miraban a uno como una empanada. Al principio sí tuve mis precios por esa vaina. Porque uno tan joven y mandar a gente más vieja que uno. Usted cuando es comandante piensa cómo es la pelea, pues se traumatiza un poco mientras le coge el tiro, pero de resto es mandar, fulano traiga el agua, traiga la comida. Uno de comandante no trabaja, solamente espere que lleve el tinto. Un viejo trayéndole comida a uno. Hay viejos que estuvieron en la cárcel, pues eso es maluco, porque un culicagado mandando.

Físicamente no se entrenaba. Se engordaba. Pero en el momento de los operativos quedaba otra vez flaco, porque aguanta mucha hambre.

La guerra 
Pelear, pelear, que me haya tocado meter la cara, eso fue como en abril de 2002: las del Anzuelo, que fueron peleas duras, esa vez nos mataron tres chinos, como siete heridos, y guerrilla no hubo nada. La pelea quieta duró todo un día, el uno allá y el otro acá, bomba tras bomba, cilindros, granadas de fragmentación que le tira a uno la guerrilla. Íbamos haciendo operativos cuando nos atropellamos con ellos y duramos como cuatro días peleando. El Anzuelo es de la Cooperativa para abajo. Después nos mataron como cuatro más, y en adelante solo gente herida porque nos retiramos. Nos veíamos muy acosados porque por allá había mucha guerrilla. Cuando se pelea todo un mediodía la pólvora lo seca a uno todo.

Ese sitio era importante porque de ahí pa'bajo había harta coca; es por coger los terrenos y los sitios donde está la droga, porque de ahí es de donde sale la plata, se peleaba era por eso, y por sacar la guerrilla que por ahí estaba muy acumulada.

En los cuatro años que estuve en las armas de este tamaño tuve como cuatro combates, contando estos dos, duros pero duros, porque peleas cortas fueron como unas diez. Esos eran los combates contra la guerrilla, que fueron hasta el 2003 como hasta junio.

Después empezaron los combates contra los Centauros (el Bloque Centauros, de Miguel Arroyave, con el que las Autodefensas del Casanare libraron una cruenta guerra). Les decían Urabeños porque eran de Urabá.

Esa pelea se desató, hasta donde habla la gente, fue por poder: el otro le pidió las tierras a don Héctor, y por coca. Ese Arroyave tuvo vínculos con John 40, el guerrillero (del frente 43 de las Farc, del Guaviare). Martín tuvo como cuatro reuniones con el man y el man no le quiso ceder; eso fue en el 2003 y no pudieron arreglar y se declararon la guerra. Murió tanta gente y no se hizo nada.

El último combate fue como en 2005, en julio. Fueron 18 meses de la guerra más dura. Una guerra entre paramilitares y narcos increíble. No mata uno guerrilla así como paramilitares. Imagínese, el primer combate que tuve éramos diez manes contra una contraguerrilla de 30 de Urabeños y les matamos 25 manes.

Yo creo que tuvieron que morir 500 manes. Esa vez de esa pelea murieron 100 hombres de ellos, porque después llegó la aviación del Ejército, y a nosotros no nos dieron plomo. De pronto fue una equivocación, porque Arroyave había comprado el Ejército. La aviación solo los miró a ellos y les pegó a ellos. Esa fue de las primeras peleas, en 2003, en San Martín. Las últimas peleas fueron en Casanare. ?

Colaboración 
En la mayoría de los pueblos se trabajaba con el Ejército: los que yo conocí en Casanare, en Tauramena, Monterrey; y en el Meta, en Puerto López, con la Policía, y en Mapiripán. En esos pueblos se trabajaba con la ley. La zona de Monterrey y Tauramena el Ejército no, porque nunca peleamos con la guerrilla allí. Cuando fue la pelea con el Urabá el Ejército no metió mano. Siempre estaba aparte y lo mismo la Policía. Uno andar en un pueblo cualquier 15, 20, 30 paracos, eso se mira a leguas. Cada uno en su sitio. Ellos entraban en las peleas. Como tres veces en Mapiripán entraron a apoyarnos allá, y nosotros también los ayudamos a ellos porque la guerrilla los tenía llevados de la berraca.

Como siempre tiene uno la frecuencia uno del otro, y hablan por radio. Uno retira un tantico la tropa, para que los soldados no la miren y ellos entran. Uno echaba para atrás y ellos entraban.

No más 
Yo hablé con don Héctor, yo le dije que no quería trabajar más, que me dejara hacer mi vida, que cuando no pudiera con la civil me volvía para las armas. La última vez que miré a ese señor fue en 2005. La Policía casi me mata en esa época. Nosotros nos abrimos tres. Como a las 2:30 de la tarde, oímos una camioneta. Duramos la santa noche metidos en el caño. Al otro día igual. Y nos volvimos a meter a un caño abajo. Salimos al Casanare. Santo remedio, yo no vuelvo a coger un arma. Que me maten ellos; yo no trabajo más.