martes, marzo 15, 2016

La historia la escriben los vencedores ...¿?... solía suceder (Las víctimas olvidadas, crímenes de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial)

Por  marzo 15, 2016
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La Segunda Guerra Mundial fue el conflicto armado más sangriento de la historia de la humanidad, 60 millones de personas, civiles inocentes la gran parte de ellos, murieron víctimas de las balas, bombas o simple limpieza étnica; sin embargo, millones de personas más resultaron heridas, desaparecidas, con algún tipo de discapacidad física o emocional, cientos de barrios, aldeas y vecindarios se esfumaron en bombardeos inhumanos. También se registraron ocasiones en las que los crímenes de guerra no fueron un acto sólo de los Nazis, y los pueblos de Alemania, Japón e Italia sufrieron en carne propia el horror y locura que significan la guerra.
Como dicen por ahí, “la historia la escriben los vencedores” y la Segunda Guerra Mundial es muestra de el odio que existía. La tensión a la que fueron sometidos los soldados durante todo el conflicto era espeluznante; de lado soviético, saber que volverían a casa, quizás sin familia o un hogar que los espera, llevaron a estos hombres a cometer crímenes que hoy son eclipsados por tratarse de ciudadanos de países que fueron derrotados.
Hoy las víctimas de las masacres y bombardeos aún recuerdan el sentimiento, el ver a vecinos y conocidos carbonizados o llenos de disparos, nada en absoluto quitará los miedos, las pesadillas y el horror que millones de personas sintieron alrededor del mundo gracias al conflicto entre las potencias del eje y las aliadas, pero hoy no serán los reclusos en el campo de concentración, las famélicas familias en Leningrado, los habitantes del París ocupado o las personas asesinadas en masa en Nankin, sino los millones de inocentes que no simpatizaban con las ideas de Hitler, Mussolini o Hideki Tojo, pero que estaban al final en un lugar que muchos prefieren olvidar.

A continuación te presentamos algunas de las acciones más bajas que se cometieron durante la Segunda Guerra Mundial y que fueron olvidadas por muchos:
Violaciones en Masa

Segunda Guerra Mundial
Un crimen de guerra que buscaba hacer pagar a las mujeres alemanas las monstruosidades de las Wehrmacht en territorios ocupados, se calcula que más de 2 millones de mujeres habitantes del Tercer Reich fueron violadas sólo por tropas soviéticas, eso sin contar las que lo fueron por los estadounidenses y británicos en el momento de la ocupación, muchas de ellas prefirieron suicidarse ante la vergüenza. Mención aparte merecen los miles de abortos fruto de las violaciones.
Bombardeo de Dresde

segunda guerra mundial
La suerte de la guerra ya estaba echada, los alemanes habían sido derrotados en Stalingrado, Kursk y El Alamein, la mayoría de ciudades alemanas habían sido arrasadas por las bombas o el avance del Ejercito Rojo, Dresde no era un centro militar o industrial, era una ciudad culturas e histórica conocida por su belleza y canales como la Florencia del Elba, pero entonces británicos y estadounidenses bombardearon con todo lo que tenían a un ciudad sin defensas y llena de civiles (muchos refugiados de otras regiones). En ese ataque murieron más de 35 mil personas quemadas vivas la mayoría en tan sólo 3 días de ataques, los militares de ambos países atacaron sólo para asesinar civiles.
Hiroshima y Nagasaki

Hiroshima y Nagasaki
Uno de los mayores crímenes de guerra de todos los tiempos, una sola bomba en cada una de las dos ciudades acabó en cuestión de segundos con la vida de más de 250.000, la mayoría de ellos como siempre civiles inocentes, al día de hoy sigue siendo el único ataque nuclear llevado a cabo contra ciudades pobladas.
Masacre de Katyn

Masacre de Katyn
Entre abril y mayo de 1940, 21 mil polacos fueron asesinados por la policía secreta soviética, el ataque en conjunto tanto de la Alemania Nazi como de la Unión Soviética, fue demasiado para las fuerzas polacas que no tardaron en rendirse. Inmediatamente, Stalin mandó a ejecutar a miles de oficiales del ejercito rendido que se habían tomado prisioneros, así como soldados, intelectuales, dueños de fabricas y demás enemigos del estado.
Profanación de cadáveres japoneses

Profanación de cadáveres japoneses
Mientras conquistaban territorios del Pacífico, y producto de la fuerte campaña antijaponesa que se dio en Estados Unidos, los soldados norteamericanos creían que los habitantes del Imperio del sol naciente no eran humanos, por que decoraban sus tanques y bases con trozos de los japoneses muertos en combate en lugar de darles sepultura o entregar los restos, aún hoy se pueden encontrar miles de cráneos japoneses en territorio estadounidense.
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jueves, marzo 10, 2016

El cura y sus 12 apostoles

El cura de las dos biblias

Estaba por alcanzar los 60 años de edad cuando llegó al pueblo en un bus de línea y una maleta de cuero que arrastró hasta la residencia parroquial donde viviría. No daba la apariencia a primera vista de ser un cura cualquiera porque, entre otras particularidades, tenía dos biblias.
Revestido hasta los talones con su sotana negra, abrochada de arriba a abajo y desteñida por el uso y los años, Gonzalo Javier Palacio Palacio, llegó para servirle de ayudante al párroco principal de la iglesia Las Mercedes del pueblo de Yarumal, departamento colombiano de Antioquia. El nuevo sacerdote pronto cobró fama porque indagaba hasta el último detalle sobre cada uno de los pecados de los feligreses que iban a pedirle que se los perdonara en el ámbito secreto del sacramento de la confesión.
                  “Otra cosa que recuerdo de él es que tenía dos biblias: una, común y corriente, para las misas y en la otra, que llevaba a todas partes, había abierto un hueco entre las páginas para esconder un revólver Smith & Wesson, calibre 32, de seis tiros y cacha negra”, precisó un viejo campesino que acudió muchas veces a buscar la bendición del cura.
                  En los oficios religiosos tronaba desde el púlpito exhibiendo la Biblia de decir misa: “en este evangelio vemos muy claro que Cristo nos da a sus apóstoles el poder de perdonar los pecados. En ninguna parte dice que los cristianos deban pedirle perdón a Dios directamente. No, siempre deben pedírnoslo a nosotros, sus apóstoles”, rememoró el viejo campesino.
                  Recuerda que, como ningún otro cura, examinaba cada confesión con detenimiento para saber de ella hasta los más pequeños detalles. Podría decirse que con sus preguntas le hacía la autopsia a cada pecado hasta verificar si tenía rastro de algún delito secreto. “No le bastaba saber si uno había mentido, si uno tuvo un mal pensamiento, si uno juró en vano el santo nombre de Dios o si uno deseó a la mujer del prójimo. No, preguntaba de quién era hija la mujer del prójimo, dónde había estudiado, cómo se llamaba, dónde vivía y qué hacía exactamente ese prójimo”.
                  Otra peculiaridad del cura Palacio Palacio era que, en contraste con sus exhaustivos interrogatorios, “ponía penitencias muy cómodas. Usted podía confesarle, pongamos por caso, que se peleó con un vecino o que se robó un carro. Entonces, le preguntaba, eso sí, hasta el último detalle del vecino o del carro y al final simplemente daba la bendición y, cuando más, ponía de penitencia un simple padrenuestro”.
                  No obstante la serie de preguntas exhaustivas a las que sometía a sus feligreses, ellos preferían que él les tomara la confesión para verse recompensados con la simplicidad de sus penitencias.
                  Pero la predilección por este padrecito comenzó a disminuir entre la gente debido a que adoptó la costumbre perniciosa de pedirles a ciertos parroquianos fotografías de personas que fueran mencionadas en las confesiones y dejaba en suspenso el perdón de Dios hasta cuando el penitente cumpliera la orden celestial impartida a través de él.
                  Luego, el apóstol de Cristo comenzó a despertar sentimientos de pavor entre un sector del pueblo que descubrió cómo muchas de las personas por las que el cura preguntaba con sumo detalle en el confesionario eran asesinadas después por bandas de pistoleros, la Policía Nacional o el Ejército.
Llegó un momento en que ya nadie acudía al locutorio de su reverencia el padre Palacio Palacio y éste, extrañado por esa pérdida repentina de fe, salió a las calles y las cantinas del pueblo a indagar entre los feligreses acerca de por qué habían decidido esquivarlo.
“Su reverencia, a mí me dijo una señora que es que usted tiene muy mal aliento y por eso ahora prefieren confesarse con el párroco o ir hasta Santa Rosa”, recuerda que le mintió el viejo campesino cuando fue interceptado una mañana por el cura.
                  En medio del terror que sembró en la región un largo y creciente período de asesinatos de personas sobre las que Palacio Palacio había preguntado en la confesión, los miembros de la Policía Nacional en Yarumal comenzaron a amarrar cadáveres al parachoques delantero del carro de patrulla Nissan Patrol del destacamento para exhibirlos durante lentos recorridos por el pueblo.
                  Era 1990. Los paisanos no debieron hacer muchos esfuerzos para descubrir que un grupo de hacendados y comerciantes del pueblo, asociados con la Policía Nacional y el Ejército, estaban cometiendo asesinatos selectivos, llamados “limpieza social”, bajo la dirección principal del ganadero Santiago Uribe Vélez, hermano del controvertido político regional Álvaro Uribe Vélez, ambos hijos del extinto comerciante, ex socio de Pablo Escobar y supuesto comerciante de cocaína Alberto Uribe Sierra, a quien las influencias de su hijo Álvaro lo habían salvado de un pedido de extradición hecho por el gobierno de Estados Unidos.
                  Antes de poner en práctica la estrategia aterrorizante de exhibir al público los cadáveres de las víctimas de “Los doce apóstoles”, en expedientes judiciales quedó registrado que Santiago Uribe Vélez mandó renovar el carro de patrulla del destacamento usado para ello y lo hizo repintar con los colores reglamentarios, negro y blanco, que entonces distinguían a los vehículos de la Policía Nacional.
                  Las víctimas de la “limpieza social” eran, por lo común, drogadictos, prostitutas, homosexuales, izquierdistas, forasteros, trabajadores agrarios inconformes que denunciaban judicialmente a sus empleadores, protestantes, deudores morosos, ladrones, ateos, sospechosos de congeniar con el hampa guerrillera y, en general, todo aquel que fuera contrario a la decencia, la moral pública y las sanas costumbres cristianas.
                  Bajo el imperio del terror, Yarumal se convirtió, según se hizo costumbre reconocerlo, en un remanso ejemplar de orden, paz y seguridad con democracia.
                  Las indagaciones cautelosas que, sin embargo, hacía el pueblo para averiguar la realidad permitieron determinar que la organización criminal causante de tantos “beneficios de higiene social” era manejada por un consejo de once personas, más el mensajero de Cristo en Yarumal, su reverencia Gonzalo Javier Palacio Palacio: por eso se dio en llamarla “Los doce apóstoles”.
                  Las pesquisas que, con silencio y cautela, los pobladores comentaban en la clandestinidad y debatían en voz baja, les permitieron establecer que los asesinos que asolaban los campos de la región eran adiestrados por policías y militares en un sector de la gigantesca hacienda La Carolina, de los hermanos Uribe Vélez, situada entre los municipios de Yarumal y Santa Rosa de Osos, en el norte del departamento de Antioquia. El latifundio estaba dedicado principalmente a la crianza de toros de lidia.
                  La semana pasada, con una tardanza de 25 años, fue arrestado Santiago Uribe Vélez por la formación de esa banda criminal cuyas fechorías suman cerca de 300 homicidios. Fue una acción judicial inesperada que siempre impidió llevar adelante el eficiente poder saboteador que ha tenido sobre este caso Alvaro Uribe Vélez, presidente de Colombia entre 2002 y 2010.
                  El propio ex presidente está enredado en el sumario matriz, compuesto por cerca de 13 mil folios, de los cuales guardo copia auténtica, a buen recaudo, en Nueva York. Distinguido con el número 8051 de la Unidad de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de la Fiscalía General de Colombia,  contiene abundantes denuncios, informes forenses, declaraciones de testigos reservados, investigaciones independientes, delaciones, confesiones de narcotraficantes, conceptos de organismos internacionales, organigramas, peritajes, informes oficiales acusatorios de distintas autoridades y enlaces a otros procesos penales en los que, de la misma manera, abundan los señalamientos directos contra Santiago y Álvaro Uribe Vélez por variados delitos de lesa humanidad atribuidos a “Los doce apóstoles”,  raíz y cimiento de lo que años después sería el gran ejército de los carteles del narcotráfico que, con más de 20 mil sicarios distribuidos en bloques paramilitares regionales, se conoció como Autodefensas Unidas de Colombia, AUC.
                  “La verdad sea dicha, para condenar a Álvaro Uribe no han faltado pruebas sino cojones”, sentenció en su cuenta de Twitter la abogada penalista de Bogotá Diana Muñoz.
                  Una de las masacres más repudiadas de “los doce apóstoles” fue la de la familia López, en la zona rural La Solita, del municipio de Campamento, próximo a Yarumal, en la que fueron asesinados seis campesinos, entre ellos dos niñas de ocho y once años, Yoli y Milena (ver foto). A un niño de ocho años, Darwin (ver foto), le perdonaron la vida para que contara cómo fue cometido el crimen múltiple y aterrorizara a la población con su relato. Este chico salvó a un bebé de brazos al que las balas de los asesinos lo rozaron por todos lados pero solamente recibió heridas menores con esquirlas de una granada de fragmentación lanzada por los asesinos.
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En la masacre participó el batallón Bárbula, de la IV Brigada del  Ejército Nacional, y los muertos, incluidas las dos niñas, fueron presentados como combatientes de las FARC.
La familia López supo que el Ejército y “Los doce apóstoles” habían decidido asesinarlos y durante un par de meses pasó las noches durmiendo a la intemperie escondida en las montaña. Luego abandonó su parcela campesina y se escondió en Medellín y Anorí pero regresó en la clandestinidad para saldar asuntos domésticos que habían quedado pendientes. Cuando todo estuvo en orden, los López se prepararon para huir del todo en una larga caminata que emprenderían en la madrugada, sanos y salvos.
Sin embargo, a partir de un par de desprevenidas confesiones de penitentes recibidas en el locutorio de la parroquia de Las Mercedes, de Yarumal, el cura Palacio Palacio ató cabos, dedujo que los López habían regresado a La Solita, bendijo a los confesantes, pasó la información a los asesinos y estos masacraron a la familia cuando acababa de beber una olla de café cerrero y se disponía a emigrar por las montañas en una marcha de varios días que intentó emprender antes de que brillaran las primeras luces del nuevo día.
Veinte años después, María Eugenia López, quien perdió a su familia en la masacre, supo que el cura Palacio Palacio daba misas en la parroquia del barrio San Joaquín, en Medellín, donde la iglesia Católica lo escondía de la justicia, y decidió buscarlo. Al entrar en la iglesia reconoció la voz del apóstol que rebotaba contra las paredes del ámbito sagrado, esperó que terminara la misa y lo encaró.
–Usted mató a mi familia –lo increpó María Eugenia.
– No sé de qué me está hablando –contestó el cura atolondrado.
 –Usted asesinó a mi familia, en La Solita, con el ejército y “Los doce apóstoles” –le gritó de nuevo María Eugenia mirándolo a los ojos.
–Lo que quiera saber pregúntelo en la Fiscalía, yo soy inocente –murmuró el cura con el aliento agitado y próximo a alcanzar los 80 años de edad.
– A usted lo apresaron el 22 de diciembre de 1995 y le encontraron el revólver que escondía entre una biblia y después quedó libre pero usted es un asesino –afirmó María Eugenia con un coraje que jamás en su vida había experimentado.
–¿Y es que yo no puedo tener un arma? –replicó el ahora anciano cura. Con el pulso tembloroso, sustrajo de un bolsillo de su sotana una navaja y desdobló la hoja bruñida y filosa –¿El que yo tenga esta navaja significa que la vaya a matar? –preguntó haciendo una embestida fallida hacia la garganta de María Eugenia, que la esquivó –¡Ese revólver me lo regaló el general Gustavo Pardo Ariza! (el que fue destituido por haber protegido a Pablo Escobar para que huyera de la cárcel en 1991).
– Yo no lo voy a perdonar a usted ni voy a olvidar lo que me hizo. Sólo quiero saber la verdad y que haya justicia –le exclamó María Eugenia al apóstol de Cristo que acababa de oficiar una misa y de errar un lance de puñal.

miércoles, marzo 02, 2016

MORAL PASADO PRESENTE Y FUTURO

4 "horrores" por los que las próximas generaciones van a condenarnos

  • 2 marzo 2016
Estatua de Cecil Rhodes en OxfordImage copyrightAFP
Image captionEstatua de Cecil Rhodes en Oxford.
Manifestantes en Sudáfrica y Oxford han reclamado la destrucción de los monumentos en honor de Cecil Rhodes, un hombre cuyas creencias y comportamientos son inaceptables en el mundo actual.
En este artículo de opinión el escritor y ensayista Adam Gopnik se pregunta si nuestra forma actual de vivir no será cuestionada también por las futuras generaciones.
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La controversia sobre la estatua de Cecil Rhodes en Oxford es algo que he seguido de cerca.
Debido a que Rhodes, una vez considerado un héroe del Imperio Británico, ahora es contemplado como un racista y un imperialista –ambas cosas muy malas– la idea general es que no debería ser honrado en una institución educativa.
¿Debemos derrumbar su estatua? Los franceses tienen una interesante expresión para hablar de la destrucción de cosas del pasado en busca de los valores del presente: il faut bruler ("hay que quemar").
¿Pero tenemos que quemar a Sartre o a Luis XIV o a Victor Hugo por algo muy importante en que se hayan equivocado?
No tengo ninguna simpatía por Rhodes, aunque pienso que esta clase de controversias pueden fácilmente transformarse en una suerte de inquisición.
Podemos hurgar en el pasado de cualquier figura histórica y encontrar algo desagradable para los parámetros de 2016.
Tráfico de esclavosImage copyrightGetty
Image captionLa esclavitud fue aceptada por años por líderes que hoy recordamos con próceres.
En el fondo yo pienso que deberíamos usar esas preguntas no para acusar moralmente a otros sino para evaluarnos moralmente a nosotros.
¿Qué actitudes o prácticas aceptamos despreocupadamente ahora como parte del necesario desenvolvimiento del mundo que serán vistas como algo horroroso en el futuro?
¿Qué estará en la lista cuando nuestros descendientes –más prístinos que nosotros– nos lean los cargos en nuestra contra? He llegado a una lista tentativa de cuatro de esos horrores.
No creo que esta sea la lista más correcta ni la más completa, ni siquiera opino que debemos "quemar" estas cosas, sólo que estas son prácticas que gente con inquietudes morales en el futuro puede encontrar curiosas de nuestro presente.

1. La crueldad detrás de nuestra comida

La primera es la crueldad generalizada contra los animales para conseguir comida. Esas granjas industriales, esa matanza industrializada.
Aunque mucho nos han dicho de estos lugares, seguimos alejando esta verdad de nuestros ojos.
Las condiciones de estos animales –pollos obligados a una vida de inmovilización, cerdos hacinados en jaulas y sacrificados en cintas de producción de pánico–pueden ser vistas por nuestros descendientes como algo tan atroz como nosotros vemos el tráfico de esclavos.
Criadero de pollosImage copyrightAlamy
Image captionLa crianza industrializada de animales de granja podría generar más de una pregunta en el futuro.
El hecho de que nos sentamos a comer filetes de ternera en una conferencia sobre ética (yo lo hice una vez) puede ser contemplado por futuras generaciones como algo tan brutalmente hipócrita como los dueños de esclavos en Estados Unidos hablando de libertad.
Mi idea es que –teniendo en cuenta que siempre comeremos otros animales– deberíamos plantearnos no solo cómo los consumimos sino también cómo los tratamos.
Un animal criado amablemente y sacrificado sin dolor me parece a mí un procedimiento correcto, pero estoy en minoría en mi propia familia, que la única carne que come es la de pescado, y quizás algún día pueda convertirme yo también.

2. El funcionamiento de nuestras escuelas

La próxima atrocidad moral que el futuro puede condenar es la crueldad hacia los niños en la escuela.
Claro que éste parece ser un pecado menor en relación con otras realidades mucho peores como la total ausencia de educación para muchas niñas en países islámicos.
EscuelaImage copyrightGetty
Image captionLa forma en la que funcionan nuestras escuelas merece repensarse.
Pero el sistema educativo occidental que aceptamos sin críticas es, después de todo, un remanente de un tiempo anterior, un síntoma actual de una reglamentación de la vida en el siglo XIX que también nos trajo el reclutamiento en masa y el entrenamiento militar.
Ya superamos la conscripción masiva pero seguimos muchas veces imponiendo un organigrama militar a nuestros hijos.
Damos como seguro que se beneficiarán de largas jornadas escolares y muchas tareas cuando no hay una pieza de evidencia que diga que esto es cierto y existe un gran cuerpo de evidencia que dice que es falso.
Seguimos pensando que es esencial y redituable despertar adolescentes bien temprano por la mañana, luego tenerlos sentados y quietos mientras escuchan lecciones por ocho horas para que luego hagan otras tres o cuatro horas de ejercicios en el hogar.
La evidencia sugiere que es la peor forma posible de educar a nadie, mucho menos a un chico de 15 años que necesita dormir mucho, libertad de pensamiento y mucho tiempo para escapadas creativas.
Steve Jobs Image copyrightGetty
Image captionJobs recordaba haber conocido a Shakespeare fuera de clases.
Escapadas como las de John Lennon y Paul McCartney, cuando se ausentaban de clase para tocar la guitarra, o las que recordaba Steve Jobs de su colegio en California, donde decía que conoció a Shakespeare y a las drogas, al mismo tiempo y quizás en la misma medida.
Nos dicen que las sociedades súper reglamentadas como las asiáticas nos van a dominar pero es Apple, inventada por aquel estudiante de Shakespeare y de las drogas, la que envía teléfonos para hacer en China, no al revés. Los avances genuinos vienen de gente y lugares extraños.
En el futuro, cuando los alumnos lleguen al colegio no tan temprano y les enseñemos matemáticas de la forma en que hoy les enseñamos deportes –con una metodología abierta, de manera grupal y autorregulada– quizás comprendamos que cada mente trabaja de forma particular y podremos ver nuestro actual sistema como algo descabellado.

3. Nuestro tratamiento de enfermos y ancianos

El tercer elemento de la lista que imagino causará preocupación en el futuro es nuestra crueldad con los enfermos y los ancianos en nuestro fetiche por la intervención quirúrgica.
La medicina moderna es casi una bendición pura y todo aquel que sueña con las certezas metafísicas de los tiempos medievales debería ser obligado a tratar a su familia con medicina del Medioevo.
Operación quirúrgicaImage copyrightAFP
Image caption¿Son los bisturíes elementos de fetiche?
Pero ninguna bendición es totalmente pura y sospecho que nuestra insistencia por masivas intervenciones de enfermedades postreras, nuestro apetito por válvulas cardíacas, rodillas y caderas artificiales e infinitos arregos de marcapasos, serán vistos por nuestros descendientes como prácticas tan fetichistas y confusas como nosotros vemos el apetito por usar sanguijuelas y desangrar pacientes del pasado.
Por supuesto que todos conocemos gente cuyas vidas han sido extendidas y mejoradas por articulaciones artificiales y marcapasos, pero nuestro sistema de salud está designado para que los doctores vean más los beneficios de las intervenciones que sus costos.
No hace mucho leía la declaración de un médico que decía lo siguiente sobre la aparentemente benigna práctica de la angioplastía para pacientes cardíacos: "No ha mostrado que extienda la expectativa de vida ni un día, mucho menos 10 años, y es hecha millones de veces al año en este país".
Cada generación se enfrenta con la mortalidad y cada generación subsiguiente mira hacia el pasado y tiembla ante las armas que el pasado usó en ese enfrentamiento.

4. Nuestras categorías sexuales

Por último sospecho que el futuro fruncirá el ceño ante cualquier forma de categoría sexual, excepto las que están basadas completamente en el abuso de poder.
Homo o hétero; bi o trans; número, clase o vicio; todo lo que importa es el consentimiento de dos personas capaces de decidir por sí mismos e informarse.
Oscar WildeImage copyrightGetty
Image captionLa historia de Wilde se ha reescrito varias veces en estos años.
Cuando Oscar Wilde fue condenado socialmente hace más de un siglo en Londres por tener sexo con hombres menores de edad que se prostituían, se volvió una figura demoníaca y tanto su vida como su carrera fueron destruidas.
Después de 50 años su persecución nos pareció intolerable y en la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX él fue visto como un mártir de la liberación homosexual.
Pero hace recientes 20 años la moneda volvió a girar, no por la homosexualidad sino porque la explotación de adolescentes con fines sexuales es vista hoy, correctamente pienso, como uno de los peores pecados.
Sospecho que en el futuro habrá más tolerancia a la diversidad sexual y menos tolerancia a la explotación de los indefensos.
Marcha gay en BogotáImage copyrightGetty Images
Image captionLa lucha por la igualdad de derechos todavía tiene camino por recorrer.
Y quizás ése sea el punto principal. La moralidad se vuelve más clara con el tiempo, no específicamente sobre qué está bien o está mal al momento de elegir libremente una pareja o la errónea forma de comer o de pensar, sino sobre qué es justo y qué no lo es en una relación de poder.
Si queremos una regla moral simple de aplicar a través de los siglos, ésta podría ser: mira quien necesita ayuda y ayúdalo. Eso siempre se ve bien en perspectiva.
Mientras, la curiosidad moral debería separarse de la histeria moral y cuando condenemos moralmente a nuestros ancestros deberíamos abrir nuestros oídos y escuchar los vagos sonidos de nuestros descendientes hablándonos de nuestras tristes verdades.