viernes, abril 06, 2012

“Aquí se hace lo que yo obedezco” : Los guardianes de la tierra


Texto ganador de la beca de Creación de Periodismo Cultura, Ministerio de Cultura 2011

Por: John Harold Giraldo Herrera
Docente Universidad Tecnológica de Pereira
john.giraldo.herrera@gmail.com

Fotos: Rodrigo Grajales

1.    Resguardo de los guambianos: la tierra lo da todo

El día de conteo de votos, Jeremías Tunubala rezaba con su familia para que los comicios no le favorecieran. Su comunidad, los indígenas guambianos, lo postuló para ser su gobernador general en el año 2011. No era que Jeremías se negara a ser gobernador, lo que ocurría era que sabía que le esperaba un arduo trabajo por un periodo de un año si lo elegían. Sin ansias por el poder, la máxima de los líderes, es ofrecer su trabajo de modo desinteresado en función de su pueblo, una labor por la que no se reciben pagos, se trabaja las 24 horas del día y se atiende toda serie de encargos: resolver conflictos entre los indígenas, ser representante ante el Estado, convertirse en taita y autoridad. Y contra su pronóstico, Jeremías fue electo. Las diversas masacres, la guerra, el olvido, la falta de respaldo y las pugnas por la tierra marcan la existencia de un gobernador, cuya vida siempre corre peligro. Mandó obedeciendo.

2.    El gobernador ahora concejal

“Soy indígena de pensamiento”, enuncia Jhon  Mario Restrepo emberá-chamí de Marmato en Caldas, quien fue gobernador. Su acento paisa, su modo de vestir, y su manera de ser podría poner en duda su condición indígena. Siempre porta un largo y colorido collar, con símbolos alusivos a su cultura, hecho con chaquiras y tejido por él. En el municipio de Marmato es un líder cívico. El 30 de octubre del 2011 fue elegido como concejal de su municipio, por tanto, Adriana Palomino es la nueva en el mando de los emberá. Su comunidad no ha querido ser reconocida como resguardo indígena, no existe de modo legal, aunque se encuentran milenariamente asentados allí. Por los intereses desatados gracias al oro que hay en las montañas, el resguardo de los Cartama parece sufrir más que el pueblo palestino en el Medio Oriente, cuyo territorio en el mapa, está esparcido sin unión geográfica y sin ser reconocido como estado.

3.    Horacio Nariquiaza cumplió un mandato

Horacio Nariquiaza en Mistrató-Risaralda, enfrentó su modo de gobernar muy contento. Vivió las incertidumbres de la politiquería, lo llamaron a generar negocios turbios, le ofrecieron dádivas, pero él, como su comunidad, resiste incólume. Horacio abandonó sus estudios de Licenciatura en Pedagogía Infantil, al quedar electo gobernador del resguardo de Purembará en 2011. Vive en la alta montaña de la Cordillera Occidental con los emberá-chamí, en un lugar sin vías adecuadas y amenazado por multinacionales y grupos al margen de la ley. Allí, la desnutrición, las enfermedades de la selva y la falta de atención estatal acechan. Los emberá como guardianes de la montaña protegen los recursos naturales, conviven en armonía con el medio ambiente. Algunos de los mestizos-colonos de Mistrató les llaman irracionales. Han sido pacíficos, su modo de resistir es con la palabra y con su legado como comunidad ancestral. La guardia y el cabildo representan la dignidad. Horacio gobernó con la voz de todos. Su voz fue una más de las que se escuchaban en cada asamblea cuando se reúnen para debatir y decidir su camino. Por eso suelta una sentencia: “Aquí se hace lo que yo obedezco”. Lo dice luego de una reunión con la gente del Consejo de Justicia.

Más de un millón son los indígenas en Colombia, y esta es la historia de tres de sus gobernadores. Sin cifras claras, se cree, según datos del DANE, que pueden ser más de 638 gobernadores generales. Las vidas de los gobernadores indígenas se hilan por pertenecer a rincones olvidados, donde se incuba el terror, sitios privilegiados por el paisaje, sus gentes, donde la riqueza natural abunda, pero las necesidades apremian. Sitios donde la autonomía de gobernar les cuesta vidas y señalamientos a las comunidades indígenas. Una labor por la que no se reciben pagos, se trabaja las 24 horas del día y se atiende toda serie de encargos: resolver conflictos entre los indígenas, ser representante ante el Estado, convertirse en autoridad.

1a. Llegar a Guambia

“!Popayán¡ !Popayán¡ !Piendamó¡”, gritaba el pato, el ayudante del conductor. Y su grito no paró hasta que llegamos a uno de los 38 municipios del Departamento del Cauca. En la buseta íbamos 4 personas, después de los vociferantes anuncios y de parar en cada estacionadero, la buseta quedó repleta. El pato gritaba, se bajaba y en cada arranque se quedaba atrás en la acera y se venía corriendo para subirse de nuevo y seguir gritando: “!Popayán¡ !Popayán¡ !Piendamó¡ La única forma de acceder a Silvia, territorio ubicado en la margen occidental de la Cordillera Central, es llegar a Piendamó y abordar una nueva buseta. Jeremías nos esperaba.

“Esto está echando humo, esto sí es caliente, disfrute del verdadero pandebono”, coreaba otro vendedor que se subió al bus rumbo a Piendamó a ofrecer una de las comidas típicas del departamento del Valle. Ir a Silvia es recorrer un país que pasa por una temperatura fresca, calor pegajoso, al frío extremo. Y esa variedad climática se refleja en la diversidad cultural: mulatos, negros, mestizos e indígenas conviven en una misma geografía.En cada trayecto, un montón de vendedores se subían, desde el que vende todo tipo de comestibles hasta el que promueve una vida basada en la botánica: “Le tengo la planta para la calvicie, la piel...” País del rebusque, de la necesidad, de la incesante búsqueda por el sustento.

Jeremías es de Guambía en Silvia, mientras le hablo por teléfono, me dice que hay que tener mucho cuidado, varios comunicados han puesto en peligro su vida. En septiembre le llegó una amenaza del grupo Nietos del Quintín Lame, se autoproclaman portavoces de los indígenas sin tierra para recuperarla, como lo hizo el legendario indígena en la década de los 30. Dicen luchar contra el Estado, también contra un semejante: “si no se va lo torturamos a usted y a su familia”, precisa la amenaza. En Cauca se fragua la guerra intensa que vive el país con todo tipo de matices: guerra irregular, ataques constantes de la subversión a las fuerzas militares, tomas, señalamientos, desapariciones, barbarie. Llegamos, los guambianos junto con los paeces deambulan por la plaza central del pueblo.

2a. Resguardo Cartama: El oro les genera trabajo pero los puede exterminar

Marmato es el pesebre de oro de Colombia. En una de sus montañas se presume que hay 10 millones de onzas del preciado metal, representan como 16 billones de pesos, es lo estimado de endeudamiento de los Estados Unidos para el 2012. Desde la llegada de los españoles, pasando por la financiación de varias de las batallas emprendidas por Simón Bolívar hasta las ansias de multinacionales por quedarse con la riqueza, marcan la vida del pueblo caldense. El oro genera todo tipo de disputas.

Marmato se encuentra a unas 3 horas y media de Pereira. A 75 kilómetros de Manizales, luego de llegar hasta la troncal occidental, vía a Medellín, uno se baja en la Felisa y espera la chiva que lo lleva hasta El Llano, el nuevo lugar a donde se ha ido trasladando a la población. El barrio de arriba parece fantasma, salvo por la actividad de mercado fuerte en la plaza y por la iglesia, se extraña al párroco Reinel Restrepo, líder, asesinado en en el mes de septiembre del 2011.

Recorrer el resguardo de Cartama de los emberá-chamí es subir por un filo largo y empinado. Abunda la pobreza y la sencillez de las gentes. Son 2.800 indígenas viven de de la extracción del oro, “tanta riqueza en esta montaña y nosotros a veces sin tener para comer”, expresa una indígena. En los jornales ganan entre $10.000 y $15.000 diarios. Para ellos, el pesebre parece haber escondido el niño dios.

3a. En el 2011 gobernó Horacio Nariquiaza

 “Adelante compañeros, dispuestos a resistir, defendiendo nuestros derechos así nos toque morir”, se escucha a las 6y30 de la mañana en el resguardo, en una canción que pone en un moderno equipo amplificado uno de los alguaciles de la guardia indígena. Hay jornada cultural en el internado -el colegio hecho hace unos 40 años como parte de la colonización de la iglesia judeo-cristiana-, se conmemora la diversidad cultural. Los 200 estudiantes organizaron bailes, discursos y una serie de actos con otros estudiantes de las veredas aledañas. El calor pega a unos 28 grados centígrados.

La tarde anterior un arcoíris inmenso cubría parte del paisaje.  Para los indígenas emberá, el arcoíris representa espíritus benignos y malignos: “Cada vez que un niño muere sale”, expresa Adriano, el profesor de Lingüística del internado. Se ofrecen mensajes de solidaridad a la familia del niño, se desconocen los motivos de la muerte, el enfermero del puesto de salud, dice que pudo haber sido por desnutrición. El 40% de los niños se encuentran desnutridos. En todo caso, los emberá, siempre tienen una frase que promueven con los estudiantes: “¿Cómo se sienten? ¿Contentos, cierto?”. Esa forma de saludo es parte de su filosofía de vida: vivir contentos en el ancho y espeso contexto de las montañas. Aunque en época electoral suelen sufrir divisiones por la actividad de los políticos que prometen para unos algo y para los otros algo más o menos.
Las decisiones, cualquiera que ellas sean, en los emberá son tomadas en colectivo. Las autoridades son fieles al cumplimiento de las necesidades e intereses de la comunidad y su poder no obedece a intereses individuales sino colectivos. Horacio, participa como autoridad ofreciendo un discurso en un evento, su frase con la que cierra es determinante: “El estudio es fundamental para los seres humanos”, y convidó a los estudiantes a aprovechar el espacio de formación con el que contaban en el resguardo y a ser guardianes de la montaña. Los bailes y discursos no cesaron en todo el día. Horacio gobernó durante un año corrido intentando conseguir recursos y algunas mejorías para el resguardo y caminando la ancha montaña solucionando problemas entre los indígenas.
1b. Jeremías cumplió una obligación

Jeremías participa de un encuentro con mujeres. Una de las diversas reuniones que en un día sostiene con su comunidad: «Estoy en una reunión con mujeres del pueblo Misak, súbase al carro de don Víctor, es de confianza y los espero en el hospital “Mama Domingo”». Silvia es llamada la Suiza de América, si allá el paisaje retumba en los ojos, acá la maravilla no deja de causar expectación: “Parece un paraíso”, dice Rodrigo Grajales, el fotógrafo que me acompaña, quien no cesa de capturar la belleza. Son unas montañas, con pinos y árboles de diversa especie, donde el azul y el verde se confunden; lo típico es ver caminar a los guambianos con sus faldas azules, bufandas de colores subidos, botas grulla y sombrero. Las mujeres lucen un vestido similar, cargan a los niños en sus espaldas. Sitios donde los guambianos fueron esclavizados, terrajeros, colonizados y desterritorializados por los españoles desde 1535 cuando llegó el español Sebastián Belálcazar, como lo relata Didier uno de los organizadores del grupo de comunicaciones del pueblo Misak.

El mandato de Jeremías lo acompañaron 174 personas quienes no reciben sueldo, salvo el que maneja la ambulancia, el médico, entre otros. El conductor dice que ya no tiene trabajo: “Pero es justo ya que todos necesitamos trabajito”. La gobernabilidad no pelea por la burocracia, el poder se asume con serenidad, parte esencial del ser guambiano, cada cual sabe que cumple una obligación.

2b. Las presiones: John Mario y el territorio

Cartama no tiene unidad gracias a los continuos desplazamientos a los que han sido sometidos, tampoco tienen su lengua propia porque la han dejado olvidar y el resguardo lucha por unificarse y recuperar su identidad. Monterredondo es la vereda donde queda ubicado el resguardo. La multinacional canadiense ha comprado varios títulos de pequeños mineros, cuenta con la ventaja que el pueblo se ha venido trasteando gracias “a deslizamiento ocurrido” en abril, dice Adriana y a un plan estratégico para bajarlo de la montaña para ser explotado a cielo abierto. La montaña se la van a llevar.

Jhon Mario ha sufrido toda clase de persecuciones. “Me siento más seguro acá en mi tierra que cuando salgo”, su liderazgo parece incomodar intereses. “Es más importante la libertad de un pueblo que llenarme de plata”, afirma con contundencia, y relata cómo se ha sentido perseguido. Juega con los niños del resguardo y sus preocupaciones se disipan. Una vez en un foro, hizo requisar a dos personas, les encontraron carné de la Medoro, y cuenta que lo persiguen como una forma de asedio. Le han ofrecido dineros para que cese de “molestar” y permita hacer estudios en los sitios ancestrales de su comunidad, “Pórtese bien que nosotros le ayudamos”, le han dicho los emisarios de la Medor. Es concejal para evitar que “sigan gastando el recurso público de las regalías en fiestas con la multinacional o robándoselo”.

Además, cree que el estado no ha querido reconocer su territorio como sagrado, porque les conviene por si en la otra montaña no hay el oro esperado. El resguardo fue fundado por él y otras personas en el 2003. Han hecho correr sus predios, el anterior alcalde, Uriel Ortiz Castro, tiene una gran finca al frente del resguardo y como cuentan con una cancha de fútbol la ha reclamado como parte de sus predios. Mario dice: “Mientras la finca del exalcalde tiene muchos arreglos y parece de mafioso, las casas de los emberá no tienen ninguna mejora”.

3b. La guardia indígena

La guardia indígena es el mayor baluarte para los emberá, con ella se han defendido, ser guardia es un honor y un modo de ofrecer el valor para resistir. El poder no trasnocha a Horacio, es apenas un modo para: “Mantener la autonomía, fortalecer la organización, la unidad, la gobernabilidad debe ser fuerte aquí, y la justicia”. En el cepo, sitio donde pagan las penas los emberá, se cumplen los castigos ordenados por la justicia. Estar colgado de los pies es un modo de purgar las faltas, así como haciendo trabajo comunitario. La guardia además de proteger el territorio, hace cumplir la justicia.

27.600 hectáreas tiene el resguardo, su mayoría de selva. A sus 35 años Horacio, camina más de lo que no lo había hecho antes, esas hectáreas donde se encuentran sus compañeros debe recorrerlas. “Los caminos son tan difíciles que en mula es más peligroso”, comenta. Le ha tocado imponer el orden, incluso hablando con quienes le mataron a su hermano, los guerrilleros de las FARC, “Respetan la autonomía de nuestro pueblo o si no la hacemos respetar con nuestra guardia indígena”, les anunció.

El plátano, civiricu en emberá, es la base de la alimentación. Comen mucho arroz, y muchas veces aguantan hambre, la comida escasea y las tierras donde viven no son muy fértiles, saben que deben ampliar su base alimentaria porque de lo contrario seguirán viviendo con índices de desnutrición. Las enfermedades como la leishmaniasis, o el paludismo los atacan con frecuencia. Caminar y resistir es ser emberá.

1c. Reexistir es parte del ser guambiano

“Ya no tenemos tierras para recuperar, defenderemos con nuestra vida las que tenemos”, sentencia Jeremías Tunubala, el gobernador indígena, luego de un discurso en el resguardo de Santiago, en Silvia Cauca. La conexión con la tierra es su esencia, vivir en sus tierras les ha permitido mantenerse como cultura, aunque han tenido que defenderla con su resistencia. Las 6 mil hectáreas en las que viven todos los guambianos, les permite tener 2.500 metros cuadrados por persona, para cultivar, tener estanques con trucha algunos o solo la casa. El problema es que sin tierras y creciendo la comunidad se encuentra una incertidumbre: “más la amenaza de que vengan por nuestros recursos naturales”, apunta en su discurso el gobernador.

“Acá nació el movimiento indígena de Colombia y queremos seguir su legado”, va enunciando el gobernador, “Queremos continuar con las enseñanzas que nos dejaron nuestros sabios”, enfatizó en la idea de seguir organizados y resistiendo de modo pacífico. Muchas frases suelta Jeremías, cada una de ellas con una apropiación de lo que son como comunidad. “Recuperar el territorio para recuperarlo todo” es la consigna que han sostenido desde décadas cuando fueron esclavizados y exiliados en su territorio. Los guambianos son 17.500 integrantes, su mayor fuerza está en Silvia. Su visión de mundo contrasta con la idea que si cuentan con territorio lo demás se va construyendo.

2c. Ser indígena es un acto de pensamiento

Los indígenas conviven con la humillación constante, creen que solo sirven para cargar y trabajar. En Marmato, los tienen en cuenta en los trabajos más duros en las minas, cuenta Mario y sigue caminando por el filo del resguardo. Los indígenas Cartama fueron extinguidos por los españoles gracias a los forzosos trabajos impuestos en 1625. “Si no nos organizamos terminamos extinguidos de nuevo”, afirma Mario.
Los integrantes del resguardo conservan rasgos de mestizo, le pregunto a Mario lo particular de su fisionomía, como si ser indígena fuera cuestión de fenotipos y me responde: “En la época de la colonización, no por Cristóbal Colon sino por un grupo de indígenas de diferentes etnias del país -no tenemos un dato exacto- sabemos que  vinieron ansermas, quimbayas, supías, varias tribus y para nosotros fue muy importante hacer un estudio y darnos cuenta de dónde veníamos. Porque cuando se sabe cuál es el valor de la vida es cuando uno decide a qué se puede pertenecer y qué cultura lleva consigo”, además me increpa y me dice que yo también soy un mestizo.
3c. Un Guardián que continuó como antes: siendo docente.

Horacio recuerda que hace 8 años su hermano fue llevado por la guerrilla y asesinado. Un hecho que lo ha dejado marcado. Su vida se desenvuelve de modo tranquilo en las montañas. Vive con sus cinco hijos y compañera, los de 13 y 15 años le ayudan en las labores agrícolas, los demás van creciendo, jugando, como todo niño, nos cuenta. Ser gobernador ha significado retrasar sus estudios, la comunidad luego de ver sus dotes de profesor en el internado por más de 11 años, lo propuso en una asamblea como su gobernador, fue elegido con más de mil votos y por todo el 2011 fue su líder. Mandó eso sí, obedeciendo lo que le dijeron las demás autoridades de las 33 veredas del resguardo donde viven cerca de 7 mil indígenas. Se puede reelegir hasta tres años pero no quiso. Extraña mucho a su familia y las labores como gobernador lo han hecho distanciarse un poco. El padre Julián de la iglesia afirma: “El gobernador es elegido para servicio de la comunidad, no para beneficio propio. Cuando termina su periodo, de un año, sigue siendo uno más de ellos”
Horacio a sus 35 años, volvió a las clases a enseñar. Su comunidad sufre, muere de hambre y debe resistir, un mega proyecto como la instalación de una hidroeléctrica y la construcción de una vía panamericana por sus sagrados territorios, amenaza con desplazarlos. “Necesitamos territorio, nosotros no hablamos por tierra sino por territorio, de eso se vive, nosotros cuidamos el territorio, no queremos perderlo porque en él nacimos, según la historia en 1074, Colombia estaba dividida en 400 naciones y llegan los españoles y los portugueses, y nos cambian ese mundo por uno nuevo y empiezan ellos a perseguir a los indígenas, a desplazarlos cada vez más a la selva. Y por eso nosotros cuidamos nuestro territorio porque en él nacimos”. Esa es su esencia y su necesidad, estar en su tierra. Ahora volvió a dar clases como cualquiera, en el 2012 gobierna Nelson Ziagama y afronta un nuevo mandato.

1d. Los misak son una familia, Jeremías un hijo

Jeremías es padre de una hija, Maia Sofía Tunubala, su compañera la Mama Liliana desde el 1° de enero del 2011 también asumió como gobernadora. Su casa queda en la vereda Puente Real. Allí cerca al río Piendamó, recuerda, que cuando niño, sus padres, le hacían el ritual del refresco. Lo sumergían en el río todas las mañanas a las 5:00 am, tres veces para que nunca se le olvidara de donde venía, además de motivarle la vida y conectarlo con la naturaleza. En su casa se enterró su cordón umbilical, muestra de saber que son y pertenecen a la tierra.
Los Misak consideran la familia como prioridad, la familia es la que gobierna. Jeremías, a sus 35 años, es uno de los gobernadores más jóvenes de su pueblo. Pertenece a una familia numerosa, 9 hermanos, 5 mujeres y 4 hombres, él es el de la mitad, quienes se convocan todos los días en la cocina donde ubican el fogón para conversar los temas de familia y tomar las decisiones de manera mancomunada. Se quita los zapatos y bebe una aguadepanela.
Alrededor del fogón se relaciona y fortalece la comunidad guambiana, desde el fogón se traspasan los valores. Al ser una comunidad edificada por la palabra, su cultura nace en las conversaciones en la cocina. El fogón se ubica en la mitad de la casa como lugar de encuentro. Cada uno tiene un puesto, un rol a desempeñar. El hermano menor dice que la gobernabilidad nace en el fogón. Ahí se discuten los problemas, comparten sus alegrías, enfrentan las situaciones adversas.
Lorenzo Muelas uno de sus máximos líderes dice que son como “una espiral, podemos enrollar y desenrollar, salir y salir, pero siempre volveremos a nuestra tierra”. El maíz es la base de su alimentación, tienen estanques con trucha, una serie de legumbres y tubérculos en sus fincas. “Si no labramos la tierra, no tenemos derecho al plato de comida diario”, comenta Lorenzo.
Jeremías se graduó de Comunicador social en la universidad del Valle, estaba haciendo una especialización en Conflicto y Derecho Internacional, que cesó por ser el gobernador, la responsabilidad es de 24 horas al día, los 7 días de la semana. Al haber acabado el mandato vendrán nuevos hijos y la continuación de varios proyectos personales.
Jeremías ha viajado por el mundo, las amenazas no lo intimidan. Resolver conflictos de justicia, que incluye el dar fuetazos, o dirimir problemas conyugales, ser el representante ante el estado, luchar por la unidad de los guambianos, realizar proyectos, y ejercer el mandato de su comunidad han sido sus prioridades. Ha vivido de la tierrita, y de ayudas familiares mientras en el 2012 retoma su vida normal. Deja de beber la aguadepanela y nos dice que debemos irnos, sin embargo, cuenta que los Misak no solo: “Resistimos re-existimos, es algo más profundo”. Jeremías mandó obedeciendo, su familia rezó para poder hacer un buen mandato. Ya acabó, lo importante fue estar con su comunidad departiendo.
2d. Resguardo Cartama: El oro les genera trabajo pero los puede exterminar

Jhon Mario Restrepo a sus 26 años cuenta con 12 de líder. Fue personero en el colegio, y tres periodos de gobernación indígena. Un sábado, trabaja en el molino, en las labores mineras. Es soltero, no tiene compañera “por no tener tiempo”. Su dedicación a la comunidad lo mantiene entretenido. Es amante de las plantas, como también de las esencias, se las unta todos los días, comenta que Don Juan del dinero, combinada con un trago de aguardiente en la mañana sirve “para atraer buenas energías y pensamientos”. Su angustia es la de creer que en algún momento los van a sacar de su territorio, las tierras donde viven son improductivas y no cuentan con una extensión acorde donde vivir con dignidad, por lo menos se refugian de las inclemencias del clima.
Es auxiliar contable y técnico en informática. Cuenta con 7 hermanos y gracias a la minería su papá les dio estudio a todos. Sueña con ser el alcalde de Marmato. Le aterra la forma como se aprovechan de su gente, le da mucha rabia participar de las reuniones donde se negocian sus derechos, por eso todas las noches “me tomo un vaso con agua, es como purificarme de los malos pensamientos, porque uno dentro de una reunión se pelea con esta gente y a uno le entran malos pensamientos, porque lo reconozco, pero siempre hago esto para que dios me purifique y al otro día me levante con la misma energía y alegría para seguir luchando por mis indígenas”.
Recorrer el resguardo es como ser exiliados en su propia tierra. Hace un mes encontraron en Monterredondo Alto un cementerio indígena. En ese mismo lugar, colocan una torre de Comcel, sin mediar diálogo, fue impuesta. Mario se queda jugando con una veintena de niños indígenas que nos siguen en el camino por el filo. “Todos los domingos, me levanto y vengo a jugar lleva con los niños, o al escondite”.
Una mujer que nos recibe en su casa, al preguntarle sí es indígena, baja la cabeza, la medio y sube y dice con voz entrecortada: “Sí, pero me da mucha pena”. La forma de vida de los indígenas es refugiarse en las tardes a ver televisión “viendo esas novelas malucas de Caracol” cuenta Martha Liliana Bueno, de 27 años. La base de su alimentación es muy precaria, “arroz, con papa, cebolla y tomate”, no hay para más. Mientras se acomoda en su casa de bahareque donde viven 12 personas en un espacio de 2.5 por 7 metros cuadrados.
Mario debe irse a una reunión con la comunidad. Pero antes me dice, cuando le interrogo por el ser indígena: “Es tener no solo sentido de pertenencia sino la visión, además amar  la tierra y todo lo que nos rodea y saber defender la autonomía y eso lo hace a uno ser indígena”. Se despide, pero antes, informa que tengamos cuidado porque en las noches patrullan por el filo gente con camuflado y armadas, no se sabe quiénes son.


( Una Versión editada de este texto fue publicada en http://www.elespectador.com/impreso/nacional/articulo-336513-los-guardianes-de-tierra )


Así mataban los soldados de Hitler


Un libro recoge inéditas escuchas secretas a los prisioneros alemanes Revelan una sorprendente brutalidad gratuita Barcelona 6 ABR 2012 - 00:19 CET379

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Imagen de la ejecución de rehenes por la Wehrmacht / AP
“Me lo cargaba todo: autobuses en las calles, trenes de civiles. Teníamos órdenes de machacar las ciudades. Yo disparaba contra todos y cada uno de los ciclistas”. Así se despachaba el suboficial Fischer, piloto derribado de un caza Messerschmitt 109 en mayo de 1942 en una conversación con un colega en un centro de internamiento de prisioneros británico sin saber que estaba siendo oído por sus captores. “Hicimos algo muy bonito con el Heinkel 112”, explicaba otro aviador a un camarada en las mismas circunstancias y en tono jocoso. “Le instalamos un cañón delante. Luego volábamos sobre las calles a baja altura y cuando nos cruzábamos con coches encendíamos las luces y ellos se pensaban que tenían delante otro coche. Y entonces hacíamos fuego con el cañón”. “Reventamos un transporte de niños”, comenta creyéndose en la intimidad el marinero Solm, tripulante de un submarino. “Un transporte infantil… para nosotros fue todo un placer”. “En Italia, a cada lugar al que llegábamos, el teniente escogía al azar 20 hombres”, narra el cabo Sommer del regimiento blindado de granaderos número 29. “Todos para el mercado, se acercaba uno con tres ametralladoras –rrr…¡rum!- y todos tiesos. Así es como se hacía”. Sommer y su interlocutor, Bender, del comando de intervención número 20 de la Marina (una unidad especial de nadadores de combate con fama de duros), ríen a gusto…
Son algunos de los muchos testimonios terribles recogidos por los aliados en el marco de un programa de escuchas secretas sin precedentes que arrojó un material escalofriante sobre la forma de luchar y sobre todo de matar del Ejército alemán en la II Guerra Mundial. Ese conjunto de documentación inédito en buena parte ha sido diseccionado y estudiado ahora por dos investigadores alemanes, Sönke Neitzel, catedrático de historia moderna, y Harald Welter, psicólogo, ambos miembros del instituto de ciencias culturales de Essen, que han recogido su trabajo en el libro Soldaten (2011), recién publicado en España bajo el título Soldados del Tercer Reich, testimonios de lucha, muerte y crimen (Crítica, 2012).
Reventamos un transporte infantil, para nosotros fue un placer
Durante la II Guerra Mundial, Gran Bretaña y EE UU retuvieron a cerca de un millón de prisioneros alemanes (en las filas de la Wehrmacht combatieron 17 millones de soldados). De ellos varios millares fueron llevados a campos especiales preparados al efecto y sometidos a pormenorizadas escuchas. Cabe imaginar que a algunos de los oyentes les habrá costado mantener la frialdad profesional cuando oían por ejemplo explicar cómo el sargento primero berlinés Müller, tirador de precisión, se cargaba sistemáticamente en Francia a las mujeres que se acercaban con ramos de flores a los soldados liberadores aliados.
El Centro de Interrogación Detallada de los Servicios Combinados (CSDIC) británico levantó 16.960 actas de lo escuchado a escondidas a los soldados alemanes que suman cerca de 50.000 páginas, mientras que los estadounidenses también extrajeron mucho material de 3.298 prisioneros cuidadosamente seleccionados de la Wehrmacht y las Waffen-SS y recluidos en Fort Hunt, Virginia. La diversidad de los espiados es completa, con todos los currículos militares imaginables, desde soldados ordinarios, de tropa corriente, hasta generales. Los miembros de las unidades de combate y particularmente de los submarinos y de la Luftwaffe están especialmente representados.
Los prisioneros hablaban con total libertad entre ellos sin tener ni idea de que estaban siendo escuchados. Para animarlos, se introducía entre los cautivos a agentes, exiliados y prisioneros dispuestos a colaborar. Pero los mejores resultados se consiguieron colocando juntos a prisioneros de rangos similares y de la misma arma. Se pirraban los tíos por contarse unos a otros sus experiencias, sus vivencias de combate y los detalles técnicos de sus útiles de guerra, ya fueran aeroplanos, tanques, submarinos o morteros.
Neitzel se topó con los expedientes en el Archivo Nacional británico
Con las escuchas, los aliados pudieron formarse una idea muy exacta del estado, la moral y la táctica de todos los ámbitos del Ejército alemán así como de detalles técnicos de su armamento. Lo que no imaginaban los servicios secretos es que más de medio siglo después, los historiadores y psicólogos iban a encontrar un filón dorado –o más bien gris pánzer- en esa documentación. Neitzel se topó con los antiguos expedientes en el Archivo Nacional británico. “Había actas y más actas”, dice en el prólogo de su libro. “Quedé absorbido por la lectura de las conversaciones y me sentí transportado de inmediato al mundo interior de la guerra”. Lo que más le sorprendió, dice, “fue la franqueza con la que hablaban de luchar, matar y morir”.
Autores como Joanna Bourke (An intimate history of killing, 1999) o Samuel Hynes (The soldier’s tale, 1997) ya nos habían mostrado qué fácil y hasta placentero puede ser matar para el soldado. Y Wolfram Wette había revelado la culpabilidad homicida y criminal del Ejército regular alemán destripando el mito de una Wehrmacht limpia en contraposición a unas SS que se habrían encargado de las tareas sucias y de perpetrar los asesinatos en la II Guerra mundial (La Wehrmacht, Crítica, 2006). Pero Neitzel y Welter van más allá en su forma de exponer y analizar el impulso violento de los soldados del III Reich.
Probablemente lo más perturbador de las escuchas es constatar que para matar no hacía falta estar especialmente adoctrinado ideológicamente ni brutalizado por la experiencia bélica. En los testimonios se oye a los militares explayarse sobre acciones terriblemente violentas de una gratuidad absoluta, llevadas a cabo en situaciones en las que no estaban sometidos a ningún estrés y cuando no llevaban suficiente tiempo luchando como para haberse librado de la capa de civilización que supuestamente impide cometer actos así. Son ya extremadamente violentos de entrada, sin necesidad de ninguna introducción en la barbarie. Tipos que ni siquiera son especialmente nazis. Es como para perder la fe en el ser humano. “El acto de matar a otros y la violencia extrema pertenecen a la vida cotidiana del narrador y de sus interlocutores”, señala Welter. “No son nada extraordinario y hablan sobre ello durante horas al igual que hablan de aviones, bombas, ciudades, paisajes y mujeres”.
El libro aprovecha el material para diseccionar el ejército alemán
“Para mí, lanzar bombas se ha convertido en una necesidad”, dice un teniente de la Luftwaffe en una de las escuchas. “Emociona de lo lindo, es un sentimiento fantástico. Es tan bonito como cargarse a alguien a tiros”. En otra conversación, un aviador comparte el placer de cazar soldados solitarios desde su aparato “y también gente común”, que “corría como loca en zigzag”. El piloto llevaba solo cuatro días de campaña de Polonia y ya sentía gusto al matar por el simple hecho de hacerlo, con indiferencia de a quién alcanzaba. “Violencia autotélica”, la denominan Neitzel y Welter, matar por matar. Experimentar la sensación de ejercer ese último poder total, y sin castigo. “Esa clase de violencia no requiere de causa ni motivo”.
“Macho, ¡no sabes lo que me llegué a reír”, dice otro aviador que hacía saltar casas por los aires. Y otro: “Abatimos cuatro aviones de pasajeros”. “¿Íban armados?”. “Nones”. El teniente Hans Hartigs, del escuadrón de cazas 26, sobre un vuelo en el sur de Inglaterra: “Nos cargamos a mujeres y niños de cochecitos”. “Los dejamos a todos tiesos, secos. Hombres, mujeres, niños, los sacamos de la cama a todos”, cuenta el cabo paracaidista Büsing de sus acciones en Francia tras la invasión de los aliados. A veces se esgrimen motivos de una irrelevancia atroz: “A un francés le pegué un tiro por detrás. Iba en bicicleta”. “¿Te quería capturar?”. “Ni por asomo. Era que yo quería la bicicleta”.
Es un universal de la guerra el no necesitar motivos para matar
Soldados del Tercer Reich aprovecha el material de las escuchas para realizar una disección extraordinaria del Ejército alemán –desde el sistema de condecoraciones al trato a los prisioneros, la violencia sexual o las Waffen-SS, sin olvidar la participación de las unidades militares regulares en el genocidio judío o la diferencia de moral entre las diferentes armas-. La fe en Hitler –al que los soldados caracterizan con rasgos similares a los de una estrella del pop actual (!), la falta en general de conciencia entre las tropas de que se estuviera llevando a cabo una guerra racial como machacaba la propaganda, la importancia en cambio del grupo y la camaradería, el respeto que se daba a conceptos como el valor, la dureza y la disciplina y ¡al trabajo bien hecho!, o el juicio que se hace en las conversaciones de mandos como Rommel (“valiente, intrépido” pero “sin escrúpulos”), son algunas de las materias que examinan los autores.
Neitzel y Welter, que aportan ejemplos de militares de otras contiendas y sostienen que es un universal de la guerra que el soldado no necesita motivos para matar (“los motivos son indiferentes”, “mata porque es su función”), citan en el capítulo final el elocuente testimonio de un soldado alemán Willy Peter Reese, que cayó en la II Guerra Mundial. “El hecho de que fuéramos soldados bastaba para justificar los crímenes y las depravaciones y bastaba como base de una existencia en el infierno”.