domingo, septiembre 28, 2014

Verdad, Justicia y Reparación // Delitos de Lesa Humanidad // Lo que nunca se debió ni perdonar ni olvidar


en http://www.latarde.com/entretenimiento/septimo-dia/139999-los-ultimos-dias-del-c-o-n-d-o-r

Domingo 28 de Septiembre de 2014 - 02:01 AM

Los últimos días del C ó n d o r

El 10 de septiembre de 1956 en que lo mataron a 35 pasos de su casa en Pereira, León María Lozano, más conocido y temido en todo el país por el remoquete de “El Cóndor” (rey de los pájaros), se levantó, como de costumbre, poco antes de la 5 de la mañana ( no necesitaba despertador; todas las noches
antes de acostarse y después de rezar con mucha convicción la misma oración que rezaba desde niño: “Con Dios me acuesto,/ con Dios me levanto,/ la Virgen Santísima me cubre con su manto…”, les pedía a las almas del Purgatorio que lo despertaran a la misma hora). Había dormido mal. El asma que padecía desde sus tiempos escolares, a pesar del fuelle que utilizaba para darse aire, le había impedido conciliar el sueño. “Ayer domingo se acostó como a las ocho de la noche, pero se la pasó forcejeando con su respiración hasta llegada la una de la madrugada”, me dijo, ahogada por el llanto, su esposa Agripina, una hora después de su muerte, cuando el cuerpo acribillado, sin que se hubiera efectuado su levantamiento, fue traído por vecinos caritativos desde el interior de la tienda donde había sido ultimado y colocado sobre la cama matrimonial. Allí permaneció hasta que llegaron las autoridades, practicaron las primeras diligencias legales, después de increpar a quienes habían movido al muerto del lugar en que cayó, y dispusieron su traslado a Medicina Legal. Yo, aún inexperto reportero y estudiante de derecho, había llegado de Bogotá quince días antes. Supe la noticia en mi casa de la calle 19 con carrera quinta por el alboroto radial que armó La Voz del Pueblo, al que siguió el tono atropellado del jefe liberal Camilo Mejía Duque aconsejándoles a sus copartidarios que se pusieran a salvo de posibles represalias. Desoyendo la opinión adversa de mi padre, me fui en volandas hasta la casa del Cóndor (ocho días antes yo había logrado la proeza de entrevistarlo en la Cafetería La Paz, situada en la carrera séptima con calle catorce, y él mismo me había dado su dirección. Calle y casa desbordaban de amigos y curiosos. Para abrirme paso, le fui diciendo a todo el que se me atravesaba que yo venía del periódico La Patria, y a empellones y codazos pude llegar hasta la alcoba donde la viuda, sentada en un taburete frente a los despojos sangrantes de su marido, respondía, entre sollozos, las preguntas que se le hacían. “Desde que se acostó hasta que se levantó no hizo sino toser; le silbaba el pecho y se incorporaba en la cama alzando los brazos, como pidiendo auxilio o misericordia”, me dijo, sin que yo le preguntara. Nada hacía pensar, sin embargo, que la vida de este individuo, a quien se le atribuía la muerte violenta de miles de personas, estuviera a punto de terminar, también violentamente. León María no había manifestado ninguna inquietud sobre su seguridad personal, aun cuando sabía que sus enemigos eran incontables y muchos y desconocidos los que tenía en Pereira. Despertó con dolor de cabeza y aún así se bañó a las carreras con agua tibia, se afeitó y se puso el mismo pantalón que se había puesto el día anterior, pantalón de paño gris y una franela blanca, un tanto raída. Y metió sus pies, de uñas mal cuidadas, en arrastraderas de caucho. En su cuello no le faltó nunca el escapulario protector de la Virgen del Perpetuo Socorro, y fuera de su casa siempre llevó colgada sobre el hombro una toalla húmeda para secarse el sudor. Ni reloj de pulso en su mano izquierda. Ni argolla de matrimonio. Las manos toscas de menestral.
APEGADO A SU PUEBLO
León María Lozano había nacido y vivido en Tuluá y por nada del mundo había querido moverse de allí. Era hijo de Benito Lozano, antiguo contador del Ferrocarril del Pacífico y jubilado meritorio que gastaba sus últimas tardes –sus ojos sin lumbre- escuchando la algarabía de las bandadas de garzas que volaban hacia el sur entre los vientos luminosos del Pacífico. Se inició como pequeño empleado de comercio; se hizo más tarde empresario y obtuvo permiso para instalar y atender personalmente una venta de quesos en el interior de la plaza de mercado. Temperamento religioso y pacífico, asistía a misa todos los días y comulgaba con frecuencia. No se le conocieron malquerientes. Todo el mundo sentía aprecio por su espesa y efusiva persona. Nadie supo a qué horas y por qué motivos de la noche a la mañana dejó de ser un hombre respetuoso, gentil y servicial, un buen ciudadano, para convertirse en el peor criminal que haya ensangrentado la historia de Colombia y, por supuesto, la del Valle del Cauca, marcada con oro eterno por la pluma inmaculada de Isaacs. Hasta su tierna novela, de la que se dice que habría sido escrita sobre la rodilla de los ángeles, fue mancillada por el crimen. Opinan algunos que el sectarismo político que “le torció el alma” a León María Lozano le comenzó el 9 de abril de 1948, cuando el asesinato de Gaitán desató una incontrolable reacción popular que en muchos lugares del país causó desolación y ruina. En Tuluá, una turba enardecida intentó incendiar y destruir un colegio regentado por una comunidad religiosa y colgar de las vigas de los templos en los que ejercían su ministerio a varios sacerdotes. León María Lozano, “comerciante de quesos de la galería”, habría puesto en fuga a los energúmenos arrojándoles un taco de dinamita. Difieren otros de este concepto. Dicen que el episodio de valor personal y de fervor católico lo que hizo fue remover hasta ponerla en carne viva una larvada sensibilidad política que le venía por la sangre desde su abuelo paterno, combatiente conservador que pereció en la bárbara batalla de Los Chancos. Como quiera que sea, el hecho fue que León María Lozano ¡se volvió un monstruo!
El poder por asalto
Algunos lo previeron, pero pocos se dieron cuenta de que León María Lozano, individuo casi analfabeto, se tomó por asalto la jefatura de su partido en Tuluá y la del Valle del Cauca y dio comienzo a una etapa de acoso y de persecución contra los liberales y a una espantosa degollina como no se había registrado jamás en el país; menos en el Valle del Cauca, donde las luchas políticas fueron tradicionalmente ardorosas, pero incruentas.
Muchos no recuerdan, y los jóvenes no tienen memoria para lo que fue el drama de Tuluá y su extensión a diversas partes de Colombia. Muertos y más muertos. Bala y cuchillo. Los lugartenientes del Cóndor se habían especializado en una diversidad de excesos criminales. Por ejemplo: Pájaro Azul les cortaba a sus víctimas los órganos sexuales, la lengua y las orejas y se los tiraba a su perro “gavilán”; Pájaro Verde decapitaba con una perfecta habilidad quirúrgica; Lamparilla les abría un tajo en la garganta por el cual les sacaba la lengua, el “corte de corbata”; el Vampiro bebía sangre del que acababa de matar; Alfredo Rojas, el más cruel de todos, el más perverso, les amarraba las piernas a la nuca, los violaba, los castraba y los dejaba desangrarse en plena vía pública. Eran centenares los asesinos pagados por el Estado, bajo las órdenes de León María Lozano, a cuya casa llegaban de Cali, en vehículos oficiales, armas y municiones. El periódico Relator los bautizó con el nombre de “Pájaros” y a su jefe o rey “El Cóndor”. ¡Pájaros!. Acaso por su agilidad, por su volátil rapidez que les permitía matar aquí y allá, con la complacencia de las autoridades y sin riesgo de ser detenidos. León María Lozano me había dicho días antes, en la entrevista a que antes me referí: “El Cóndor”. “No me chocaría ese apodo, si no tuviera la mala intención que tiene”.
Muertos y más muertos. Nadie quedaba herido. Las armas eran de la mejor marca y los hombres que las accionaban, certeros, no fallaban un tiro. El médico y dirigente liberal Ignacio Cruz me dijo tiempo después, cuando yo dirigía en Cali un diario liberal, que llegó un momento en que el cementerio de Tuluá se llenó hasta los topes con los muertos de esa ciudad y hubo necesidad de recurrir a los cementerios de localidades cercanas, como Riofrío, Trujillo, Bolívar, La Unión, Roldanillo y hasta Cartago, todos los cuales ya casi sin dónde sepultar a sus propios difuntos. “Durante el reinado del Cóndor, que duró varios años, tuvimos en el Valle no menos de cinco mil muertos, en gran parte oriundos o vecinos de Tuluá” me dijo el doctor Cruz.
La carta suicida
Una decena de dirigentes de Tuluá le envió una carta a la revista norteamericana Life denunciando la crítica situación de esa ciudad en las manos criminales del Cóndor, a quien ya se candidatizaba para gobernador del Valle. La revista envió a un reportero que, al parecer, no alcanzó a entrevistarse con León María, pero escribió y publicó una excelente crónica que intituló “La tierra del Cóndor, el jefe de los Pájaros”. Su texto y sus fotos no le gustaron a León María, e instruyó a su abogado Gustavo Salazar García, para que demandara a Life. En cuanto a la carta, ésta llegó a poder de El Tiempo y el diario colombiano la publicó. Tampoco le gustó a León María. Pero la taza se rebosó con el asesinato del radioperiodista Pedro Alvarado. Alvarado calificó de afrenta a la decencia pública la expedición del decreto 1453 por medio del cual el gobierno nacional confirió la Cruz de San Carlos “al ilustre colombiano don León María Lozano”. El gobernador del Valle viajó de Cali a Tuluá a imponer ese galardón. Alvarado fue abatido a tiros cuando cruzaba el llamado “Puente Blanco”. Lo mató, por orden del Cóndor, Lamparilla. En cuanto a los firmantes de la carta suicida fueron eliminados uno tras otro.
La Habana-Cúcuta-Pereira
El presidente Rojas Pinilla, amigo y protector del Cóndor, decidió sacarlo de Tuluá. Nombró a Amapola, su hija, en un cargo diplomático en Cuba, con la condición de que se llevara a su padre. León María no se amañó en La Habana y le pidió a Rojas que lo devolviera a Colombia. Rojas repatrió a Amapola y la trajo a Cúcuta como jefe del SIC. León María tampoco se amañó en Cúcuta y Rojas lo situó en Pereira. Don Jesús Valencia, propietario de la casa de la calle 14 número 4-72 que le arrendó al SIC para vivienda de León María, me dijo en los días que siguieron a su muerte que El Cóndor no parecía ser lo que era. Taciturno sí y de pocas palabras, pero afable al tratarlo. “Yo vivía a continuación de su casa”, me dijo don Jesús, “y como él hablaba muy duro, lo escuchábamos todos los días cuando llamaba al presidente por teléfono y le imploraba que le permitiera volver a Tuluá”. Rojas le respondía que lo que hacía era protegerle la vida. Que se serenara y mirara las cosas con seriedad. Hasta el sábado 8 de septiembre llamó al presidente insistiéndole en que quería regresar a su casa de Tuluá.
En Pereira
La vida del Cóndor en Pereira fue breve y rutinaria. Abandonaba su casa al filo de las seis de la mañana, escoltado por dos hombres con metralletas. Subía, chancleteando, los 220 metros que lo separaban del templo de la Valvanera. Asistía a la misa que oficiaba el párroco Benjamín Peláez Gómez. Salía de la iglesia a las 6.30 a.m., e iba a sentarse en el mismo lugar y a la misma mesa de la Cafetería La Paz.
Allí lo esperaban muchos de sus amigos y copartidarios de esta ciudad. Tomaba un tinto cerrero, espeso y sin azúcar. Se informaba sobre la situación política en el país y preguntaba sobre la política de Pereira. Finalmente, se despedía de cada uno de sus acompañantes y regresaba a su casa. Pero antes de “encerrarse”, como el decía, entraba a una pequeña tienda en la carrera quinta con calle catorce. Saludaba a su dueño, don Delfín Ramírez y, de pie junto al mostrador, dando la espalda a la carrera quinta, se tomaba un aguardiente doble. “Era su costumbre diaria”, me dijo don Delfín. “Eso sí, nunca me habló de política”.
El día final
El día en que lo mataron, me dijo el padre Peláez Gómez, León María entró a la iglesia sin sus escoltas. Oyó la misa, muy atento a la celebración y antes de salir se arrodilló ante la urna del Santo Sepulcro, se echó la bendición y salió a la carrera séptima por la puerta izquierda. “Vino a la cafetería y tomó el camino de su casa sin los muchachos que lo cuidaban”, me dijo Hernando López Molina, uno de sus contertulios. “No llegaron cumplidos esos güevones y tuve que venirme solo, contrariando a mi mujer”, le dijo León María a López Molina. En efecto, Agripina le suplicó que no se aventurara sin sus ángeles de la guarda. “Espere, mijo, a que lleguen”, le dijo. Pero León María Lozano, el rey de los pájaros, el amigo del presidente de Colombia, el jefe de todo el mundo en el Valle del Cauca, no le oía consejos a nadie, menos a su mujer, Agripina Salgado. Era férreo el concepto de su autonomía y de su poder. El lunes diez de septiembre inició su regreso a casa. Bajó por el andén derecho de la calle catorce hasta la tienda de don Delfín Ramírez, diagonal a su casa. Pidió su habitual aguardiente doble. Alzó la copa para apurarlo y en ese momento preciso, me dijo el inspector de Permanencia, Rogelio Bravo Ángel, una doble ráfaga de disparos “lo volvió un colador”. Dos hombres dispararon al mismo tiempo. Uno por la puerta de la carrera quinta. El otro por la puerta de la calle catorce. Doce impactos de bala en total. Seis de revólver de calibre 38 largo, seis de pistola 357 Magnum, de proyectiles blindados capaces de derruir un muro de cemento.
Eran las 7.22 minutos de la mañana. Caía sobre Pereira una llovizna agujereante.
El asesinato del Cóndor dio origen a una ruidosa situación de orden público. En pocas horas llegaron a Pereira numerosos buses-escalera repletos de Pájaros del Valle. Hicieron unos cuantos tiros al aire y rompieron avisos comerciales en las carreras séptima y octava, pero fueron expulsados por el ejército y su comandante el Coronel Carlos Sus Pacheco, a instancias del alcalde don Lázaro Nicholls. El ejército, además, se apoderó del cadáver de León María, que lo querían retener los pájaros y le dio sepultura no se supo dónde.
Un poeta popular, Feliciano Ocampo, dijo desde su mesa del Café El Patio en la plaza de Bolívar:
“Del Cóndor que era el peor pistolero
no quedó en Pereira ni siquiera el plumero”.
Publicada por
MIGUEL ÁLVAREZ DE LOS RÍOS

sábado, septiembre 27, 2014

JAIME GARZON ... Vale la pena… ¡de muerte!

en http://www.eltiempo.com/bocas/jaime-garzon-en-revista-bocas/14575038
Hace 15 años fue asesinado el más ácido, agudo y celebrado humorista político de Colombia. Tres lustros después, cuando su muerte aún permanece en la impunidad, Bocas recoge buena parte de sus mejores entrevistas y publica una serie de fotografías desconocidas hechas por Ca rlos Duque. Eduardo Arias, uno de sus grandes socios en la elaboración de textos y personajes, se encargó de la edición de estas entrevistas y nos presenta un perfil del hombre que quiso reconciliar a los colombianos a través de la risa, pero que, en medio de su tarea, se encontró con el odio y la muerte.
Por Eduardo Arias / Fotos Carlos Duque
Si Colombia fuera un país un tris más decente, en estos días Jaime Hernando Garzón Forero estaría a punto de cumplir 54 años de edad. ¿En qué andaría Jaime? ¿Dedicado al humor en televisión, radio, teatro, donde le abrieran las puertas? ¿O habría logrado consolidarse como dirigente político o el director de una ONG influyente? ¿Habría desempeñado con éxito la tarea de hacer realidad su sueño, el de reconciliar a los colombianos y abrir espacios civilizados para el diálogo y el debate?
Pero no, la realidad dice otra cosa. Fue asesinado el 13 de agosto de 1999. A su entierro asistieron unos dos millones de personas. Se convirtió en un mártir más, a la altura de Luis Carlos Galán, de Jorge Eliécer Gaitán.
Desde hace 15 años la gente siempre se pregunta cada vez que sucede algo (o sea casi todos los días): “¿Qué habría dicho Jaime Garzón?”. Tantos episodios… Caguán, parapolítica, chuzadas, atentados terroristas de la guerrilla, Santa Fe Ralito, Piedad Córdoba en Caracas apechuchada con Iván Márquez, las fugas del doctor Ternura, la conejita Hurtado y Uribito, el carrusel de la contratación, las zonas francas de Tom y Jerry...

Garzón fue alcalde menor de Sumapaz, una localidad rural del Distrito, en la administración de Andrés Pastrana, como alcalde mayor de Bogotá.
De la vida de Jaime a mí me tocaron los últimos diez años, en particular los casi tres que duró al aire el programa Zoociedad, es decir, entre finales de 1990 y 1993, y 1996, año en que estuve vinculado a Quac. A él lo conocí en 1989, cuando yo trabajaba en el diario La Prensa, en una casona de estilo español en el Bosque Izquierdo. Se presentó como “Jaime, el hermano de Alfredo Garzón”, ilustrador y caricaturista, autor de los “Cartones” que desde hace más de 30 años se publican en El Espectador. Por esas casualidades del destino, en esos días yo formaba parte del equipo creativo que trabajaba en un proyecto de humor para televisión. En las reiteradas visitas de Jaime a La Prensa comenzó a imitar expresidentes y a mostrar su gran sentido del humor. En una reunión lo propuse como un posible imitador de personajes.
Cuando arranqué a trabajar con él, en octubre de 1990, comencé a saber de su pasado. Que había nacido el 23 de octubre de 1960, una semana antes que Diego Armando Maradona. Más adelante supe que, además de Alfredo, Jaime tenía dos hermanos más. Que fue el tercero de los cuatro hijos que tuvieron Ana Daisy Forero Portella y Félix María Garzón Cubillos. Jorge, el mayor, luego Alfredo y Marisol, su hermana menor, quien muchos años más tarde escribiría el libro Jaime Garzón: mi hermano del alma. También supe entonces que su padre había muerto cuando él tenía siete años de edad. De niño vivió en el barrio San Diego, en el centro de Bogotá, a espaldas del Museo Nacional. Un par de veces fui a esa pequeña casa republicana localizada en una calle muy pendiente.
Jaime estudió derecho en la Universidad Nacional, terminó sus estudios pero no se graduó porque sus oficios como funcionario público y sus inicios en la televisión le impidieron escribir la tesis de grado. Colaboró con Andrés Pastrana, el alcalde de Bogotá.
Durante su gobierno fue alcalde menor de Sumapaz, una localidad rural del Distrito. Fue en esa etapa de su vida cuando lo conocí en sus visitas a La Prensa. Casi un año después de haber arrancado Zoociedad, Jaime comenzó a trabajar con el recién posesionado presidente César Gaviria. Una vez redactada la Constitución Política de 1991, una de sus misiones fue traducirla a varios idiomas indígenas. Esa doble función de humorista de televisión que comenzaba a ser reconocido en todos los rincones de Colombia (no solo en Bogotá) y de asesor directo del presidente le permitió conocer de primera mano el funcionamiento del Estado y a varias personalidades de la clase política.
Ya no era únicamente el estudiante universitario que hacía oposición o burla o ambas cosas desde afuera, sino alguien que conocía de primera mano qué se cocinaba en Palacio, función que desde la ficción encararía con gracia y eficacia en 1995 y 1996 en el papel de Dioscelina Tibaná, la cocinera del Palacio de Nariño, uno de los tantos personajes entrañables que dejó en Quac.
Jaime Garzón era una persona muy preparada. Además de estudiante de derecho y asesor de gobernantes había sido monaguillo. Más que un buen imitador de voces, interpretaba los personajes de una manera exacta porque conocía su carreta, sus muletillas, su verborrea. Además, Jaime era, ante todo, un excelente actor y contador de historias con grandes dotes de pedagogo.
Zoociedad era un programa muy flexible. En ese contexto, el aporte de Jaime era permanente. Cosa muy diferente sucedía en Quac, donde Jaime estaba muy ceñido a los libretos que escribían Antonio Morales y Miguel Ángel Lozano. Este programa, diseñado en el formato de un falso noticiero, mostró a un Jaime Garzón capaz de interpretar gran cantidad de personajes de ficción.
Además de la ya citada Dioscelina Tibaná, encarnó a Néstor Elí, el portero del edificio Colombia; a Godofredo Cínico Caspa, a Inti de la Hoz, a John Lenin, al oficial del Que Mando Central, a Frankenstein Fonseca, por solo citar algunos. Además continuó con sus imitaciones de los principales protagonistas de la convulsionada política de los tiempos del Proceso 8.000.
Aunque pocas semanas después del arranque de Zoociedad ya se había convertido en un personaje reconocido, jamás se le subieron los humos. Fue muy generoso con quienes trabajaban a su alrededor. Se enfurecía y a veces era hasta grosero con los que estaban en su nivel o por encima de él, pero jamás fue desconsiderado o déspota con el personal técnico, los maquilladores o los asistentes de la producción.
Jaime estudió derecho en la Universidad Nacional, terminó sus estudios pero no se graduó porque sus oficios como funcionario público y sus inicios en la televisión le impidieron escribir la tesis de grado. 
Además de Zoociedad (1990 a 1993) y Quac (1995 a 1996), Jaime también participó en 1997 en Lechuza, un proyecto que infortunadamente duró pocas semanas. En ese programa surgió el personaje de Heriberto de la Calle, que desarrolló en los dos últimos años de su vida. En aquellos años finales también trabajó en el noticiero de RadioNet, donde imitaba las voces de personajes de la clase política.
En esos últimos meses de su vida, como de manera tan brillante señala Antonio Morales, “Garzón dejó de ser un personaje de ficción y entró en el mundo real. Por eso se volvió peligroso”. En efecto, Jaime ya no estaba en la ficción de unos programas de humor, sino que hacía entrevistas a personajes reales (y en tiempo real) en noticieros de televisión. Además, trabajó en tareas humanitarias para liberar secuestrados. ¿Qué habrá visto, de qué se habrá enterado para que el humorista se convirtiera en un objetivo militar?
El hecho es que en el amanecer del viernes 13 de agosto de 1999 dos motociclistas lo asesinaron a muy pocas cuadras de los estudios de RadioNet. “Mataron al humor”, fue la frase que se oyó en aquellos días. Como si algún político rencoroso se hubiera vengado de alguna de sus burlas o parodias. Pero no, no habían matado al humorista. Habían asesinado a un personaje de la vida pública que sabía más de lo debido. Un personaje cuya muerte ha estado empantanada en un mar de procesos judiciales en los que se han desviado las investigaciones, en las que los procesos avanzan a paso de tortuga.
Varias declaraciones de jefes paramilitares que se han acogido a los procesos de paz y reparación manifiestan que fue un crimen de Estado. Un asesinato planeado y ejecutado por paramilitares y miembros de las fuerzas de seguridad. Como ha manifestado el abogado Alirio Uribe, defensor de los intereses de la familia Garzón, durante años se intentó desviar la investigación y el proceso estuvo totalmente estancado.
Volvió a reactivarse cuando la Fiscalía llamó a juicio a José Miguel Narváez, exsubdirector del DAS. La investigación contra el coronel retirado Jorge Eliécer Plazas Acevedo, otro de los implicados, tampoco ha logrado mayores avances.
Y así, en este país cada vez menos decente, ese que hubiera querido cambiar Jaime aunque fuera un poquito, los procesos judiciales parecen diseñados para garantizar que su muerte quede en la completa impunidad.
¿Quién es Jaime Garzón?
Uno no sabe quién es, uno sabe quién no es. O sea, uno, por ejemplo, no es tan amable como los Sánchez Cristo, no es tan honesto como el presidente de la república, no es tan cumplido como el presidente Gaviria, tiene mejor salud que el papa, no es tan amable y tan bello como Pilar Castaño. Uno en realidad no sabe quién es, uno es la congruencia de lo que no son los otros.
¿Usted desde pequeñito tuvo esas aptitudes de imitador y mamagallista?
Sí, hace poquito me encontré a un tipo que estudió conmigo en el seminario. Le decíamos Pericles. Y me contó que una vez estaba yo, a las diez de la mañana, comiéndome un “calentao” grandísimo en el comedor del seminario, y que entró el padre rector, me vio ahí y se fue a la cocina, regañó a la madre y le dijo: “¿Qué hace Garzón ahí comiendo?”, y ella le dijo: “Padre, pero si usted llamó hace ratico y dijo que le dieran desayuno”. Yo ni me acordaba de eso. Seguramente llamé y le dije a la monja: “Dele desayuno a Garzón”.
¿El humor es la única manera que tiene el periodismo de hacer crítica política?
Yo creo que sí, porque no está comprometido. Es un espacio en el cual la risa y la no comprensión de lo dicho permite que sea interpretado de varias maneras. Entonces no agrede. Woody Allen decía que si uno dice la verdad y no hace reír lo matan; si uno dice la verdad y hace reír es más suave, entra más suave.
¿Por qué dice que se considera un “mamerto de corazón”?
Los “mamertos” tienen dos cualidades que yo siempre admiro: son gente muy trabajadora y fundamentalmente muy fieles y tercos. Mire le cuento, en las zonas donde los camaradas tienen trabajo es donde hay más posibilidades de actividad comunitaria, porque no existe rapiña política ni ganas de tumbar.
¿Cuánto piensa resistir en Zoociedad?
Bueno, yo no estoy como Carlos Muñoz que cuenta sus apariciones, pero creo que 52 está bien, es decir, un año.
¿Y para seguir en qué?
Yo seguiré con mi porvenir político.
De sus personajes imitados, ¿cuál es el que más se ha disgustado?
Quizá Plinio Apuleyo Mendoza. Cuando me encontró me dijo, bravo, muy bravo, que yo tenía más cara de desamparado de lo que parecía.
Y con alguna de las personas a las que les ha mamado gallo, ¿ha tenido problemas?
Sí. Los hermanos Rodríguez Orejuela tampoco tienen muy buen concepto mío. Además, los colombianos nos decimos mentiras. De Cali nos mandaron una carta diciendo que cómo se nos ocurría poner en el programa un narcotraficante caleño. Y pues qué pena, pero es que nosotros no nos inventamos el Cartel de Cali, ni el conflicto. Eso es verdad, eso existe ahí. Los colombianos… parece que uno les pone el espejo y se asustan, se molestan al mirarse al espejo.
Y eso que usted acaba de decir de Cali antes era con Medellín, los costeños muchas veces creen que los bogotanos los están persiguiendo. Somos de un parroquialismo en eso…
Sí, y en que es mejor no decir la verdad. “Ese tema no lo toque”, ¿pero por qué si esa es la verdad, esa es la realidad? “No, no, ese tema no”. Algo así como: “Hablemos de los dientes de Garzón”. “No, ese tema no”. ¿Pero por qué si es la realidad? Hay que meterse en el tema y asumirlo con tranquilidad.
¿Y qué pasó con García Márquez a raíz de esa llamada en la que usted fingía que era el presidente Gaviria para que intercediera por la paz y colgó convencido?
Se molestó tremendamente y hasta hizo una campaña para echarme del Plan Nacional de Rehabilitación de la Presidencia de la República.
Garzón siempre fue un hombre crítico. "Yo creo que esta administración la debería coger una señora, las mujeres saben más de administración, ¿no?", solía destacar en sus conversaciones.
¿Los políticos no representan a los ciudadanos?
Inicialmente se supone que los políticos representaban intereses, entonces se dividieron…, cómo será de viejo que todavía el Congreso está dividido entre los que tienen tierra, los que tienen habitantes y los que tienen plata, eso fue mil setecientos y pico, de Francia, y todavía lo tenemos.
Entonces, ¿qué hacen ahí?
Se supone que los tipos representan a la gente, por cada cantidad de personas había un tipo que hablaba por ellos. Pero fue tal el desamparo y la desunión, la separación y el antagonismo entre la sociedad representada y representante, que él se ha ido quedando solo y se queda solo con unos que lo eligen y lo mantienen. Los demás estamos en el trabajo cotidiano, en la vida, en el impuesto, en la labor diaria, nos separamos de ese Estado que no es nuestro. Entonces ellos convirtieron eso en un botín personal y lo heredan y lo usan y todo eso… y Barranquilla no tiene acueducto y Santa Marta no tiene acueducto. Hay cosas tan absurdas como que en la Sierra Nevada nacen 75 ríos y Santa Marta no tiene acueducto; es tan sencillo como coger un tubo, clavárselo a un río y bajarlo a una alberca, pero no hay presupuesto, siempre ha sido gastado en otras cosas.
¿O sea que la plata se la gastan en lo que no toca?
Para presupuesto de elecciones se gastan millones y millones de pesos. En presupuesto de armas, solo en 1993, en enero, hemos gastado un millón y medio de dólares comprándole al Ejército inglés armas para nosotros. Gastamos 10.500 millones de pesos en tenerle escoltas a una gente que necesita escoltas, ¿usted se imagina qué haríamos nosotros con 10.500 millones de pesos en obras para infraestructura en escuelas, en todo eso? Perdemos la tercera parte de la producción de petróleo solucionando líos de petróleo, porque rompen los tubos, dizque lo del petróleo no se usa en el bienestar de la gente. Es un tema organizacional, ¿o no? Yo creo que esta administración la debería coger una señora, las mujeres saben más de administración, ¿no?
Hablemos de corrupción…
La corrupción e inmoralidad vienen de mucho tiempo atrás, eso no es nuevo. No es nuevo que los políticos hayan usado al Estado en beneficio propio. No es nuevo que las universidades estatales se vuelvan ahora problemas burocráticos. No es nuevo que los maestros peleen por plata, pero no por calidad de educación. No es nuevo que los militares aparezcan en problemas legales. No es nuevo que existan organizaciones paralelas a las militares, que hacen justicia por su propia mano. Y como este país es uno más de esa gran hacienda que es América del Sur, pues hay temas que se ponen de moda. Entonces viene la corrupción en Brasil, atraviesa y entonces llega aquí y lo in, de moda, es la corrupción, y cualquier cosa de mal manejo se llama corrupción y va pasando, va pasando.
¿Qué piensa de los paramilitares?
Los paramilitares son la clara demostración de que entre el Estado tradicional y la delincuencia hay un silencioso pacto.
¿Hay esperanza?
Bolívar hablaba de multicostumbrismo. Báteman hablaba de un sancocho. Esto es como una colcha de retazos, pero es que eso somos. ¿Usted se imagina reunir a Álvaro Gómez, a Navarro, a Challita, a María Mercedes Carranza, a Misael Pastrana, a Jaime Castro? ¿A los indígenas? Porque el país por primera vez se dio cuenta de que había indígenas. Yo me acuerdo de que las cámaras le tomaban la falda a los indígenas como si vinieran de otro planeta y venían de la Sierra, y nadie se había enterado, solo los antropólogos y los mechudos europeos que se metieron allá a fumar marihuana y se vinieron a vivir allá. Pero eso es el país, es eso una mezcla de todo. Y por eso tiene tantos artículos y por eso hay errores graves.
¿Como cuáles?
Que la Justicia sea nombrada por el Congreso es un error grave, porque es “tú me nombras, yo te elijo, ellos nos callamos”. Entonces eso sí es grave. Pero hay cosas buenas: que podamos hablar al fin, que soporten cosas en televisión, en los medios, que haya una apertura. Esto va pa’largo.
Hay personas que usted ha imitado y con las cuales tenía una estrecha cercanía, por ejemplo el doctor Andrés Pastrana, era muy amigo de él, y lo sigue siendo a pesar de lo que ha dicho.
Mi alegato es que amigo no es el que le adula a uno los errores. Amigo es el que le dice que está errando. Lo que pasa es que creo que él está un poco distanciado de mí como consecuencia de que la gente que lo rodea nos ha creado una distancia. Pero yo sé que él, en el fondo, sabe que lo que yo le digo, y lo que le decimos en Quac, es para él y por él, porque él hoy en día no es una alternativa. Si hiciera las cosas bien, hoy sería la alternativa, pero no lo es como consecuencia de sus errores.
¿Quac es un medio de comunicación o de incomunicación?
El programa es un “noticero”, es decir, un programa donde se desinforma a la gente que quiere ver ese programa.
¿Alguna vez lo autocensuran? Como para no usar una palabra tan fuerte como censura.
No es censura, sino que en Quac no se “edita”, sino que se “evita”.
Usted está en televisión y también en radio, ¿por qué no la prensa escrita?
Lo que estoy haciendo en radio es una experiencia no más, no voy a estar mucho tiempo ahí. En televisión es lo que yo hago, que es un espacio en el cual uno prepara, toda la semana, 22 minutos de desinformación para que la gente tenga una visión amable de su propia realidad.
¿Cómo ha sido su experiencia en radio?
Muy dura. Madrugar es muy duro. Una de las cuatro causas por las que el país es violento es que la gente madruga mucho. Me toca levantarme a las cuatro y veinte para estar a las cinco y media en la emisora.
¿Usted fue alcalde de Sumapaz y ahora critica al Estado?
No, eso es seguir haciendo política. La política no es solo el ejercicio del poder, sino la visión del poder desde fuera del mismo poder.
¿Qué otra forma usaría para hacer crítica política que no fuera el humor?
Más que criticar el poder lo que uno hace es tratar de enseñarle a la gente que tiene derechos, que tiene posibilidades, que tiene alternativas y que el país no es propiedad de ellos, que el país es nuestro y ellos son para nuestro servicio.
En una palabra, defíname estos términos tan de moda en estos tiempos del gobierno Samper y el Proceso 8.000.
Muy bien. Dele, a ver.
Descertificación…
Chantaje.
Extradición…
Necesidad.
Aumento de penas…
Pregúnteles a los Rodríguez.
Candidatura presidencial…
¡Qué susto!
Paro estatal…
Democracia.
Diálogos guerrilleros…
Carreta.
Holguín…
¿Holguín Sardi? Miguel Rodríguez.
Serpa…
Ayyyy.
Noemí…
Ay, tan linda.
Pastrana…
Inepto.
¿Qué dice Jaime Garzón de sí mismo?
Esa pregunta definitivamente es para hacérsela al psicoanalista.
¿Cuál ha sido su mejor personaje?
El de Jaime Garzón, porque es el que más se parece a mí.
¿Qué es lo más jarto del humor?
Que se le tome en serio.
¿Qué es lo que Garzón más odia de Garzón?
La fama y sus consecuencias.
¿Cómo ve al país?
Con gafas.
¿Qué quiere decir que nunca haya podido decir?
No lo puedo decir.
¿Por qué quiere que lo recuerde la gente?
Porque hice lo imposible para que nadie me recordara.
¿Qué le saca la piedra?
Las entrevistas.
Usted ya hizo una vez política, por lo menos ocupó un puesto público. Es muy fácil, pero muy fácil, que a usted, o bien para comprarlo un poco o bien porque se lo merece, y se lo merece, le ofrezcan hacer política, ¿no la haría?
Claro, claro. No solo política. Los Rodríguez mandaron a decir que “¿qué es lo que quiere? ¿Lo que quiere es plata?”. Entonces yo dije: “Si al presidente le dieron seis mil, entonces denme a mí siete mil y me callo”. [Risas].
¡Qué barbaridad! Pero no me contestó: ¿le gustaría hacer política?
Yo creo que lo que hacemos en Quac es política…
Claro, pero aspiraciones de ocupar un puesto, ¿no?
Pues esa es una discusión que uno tiene. Si uno después de tener legitimidad quiere el poder. Es como decir que ustedes los que saben de toros, y desde la barrera hacen crítica taurina, van a ir a torear.
¿Usted se lanzaría al ruedo?
Yo creo que nos levanta el toro.
¿Qué piensa de ser colombiano?
Ser colombiano para nosotros significa tener una astucia terrible y casi siempre mal usada. Somos astutísimos, somos los mejores falsificadores del mundo, somos compatriotas del gerente de la compañía ilegal más grande del mundo y nadie lo ha podido coger, somos compatriotas de los políticos más adinerados y con el presupuesto nacional del mundo, y no los hemos cogido.
Sabemos que usted tiene fama de mamagallista, pero que es un hombre trascendentalísimo y se junta con gente trascendental. ¿A esos trascendentales les mama gallo también?
Yo soy aburridísimo. Yo creo en la vida, creo en los demás, creo que este cuento hay que lucharlo por la gente, creo en un país en paz, creo en la democracia, creo que lo que pasa es que estamos en malas manos, creo que esto tiene salvación. Y eso es un norte demasiado largo.
Hablemos ahora con Heriberto de la Calle. A Mockus le echó cepillo duro, ¿o no?
No. Lo que pasa es que a ese doctor no es que yo le echara cepillo sino que, como no se le entiende, tocaba embolarlo largo mientras le entendía. Es que hay doctores inteligentísimos que no los entiende nadie.
¿Cuál es el doctor más inteligente que ha pasado por la célebre banquita de Heriberto?
Bueno, hay dos niveles de inteligencia: los inteligentes fáciles de entender y los inteligentes que ni siquiera ellos saben si son inteligentes o no.
¿Qué es eso de la “güevoná”, Heriberto?
No pues, la güevoná. La güevoná, por ejemplo, es que aquí salió en la “perubólica” el cacorro ese del Baily -uy, no vaya a poner eso, ponga mejor cacorrazzzo, ahhh, jaaaa, uy hijue...-, entonces, claro, sale Larry King en la televisora y ahora entonces don Roberto Pombo es Larry King y don Pablo Laserna se cree Larry King y don Yamile Amat se cree Larry King y don Darío Arizmendi -imagínese ese “huesazo”-, todos se creen Larry King. Eso viene siendo como la güevoná.
¿A quién ha manchado intencionalmente?
Sabe a quién manché y me dio un patadón el hijuep..., a la señorita esa de los Aterciopelados.
¿Dónde se entera Heriberto de tanta vaina?
Yo tengo la oportunidad de leer, compro El Espacio.
¿Y los “doctores” también le cuentan cosas?
No, qué va, lo que pasa es que los “dotores” se sientan ahí, sacan el “cedular” y se ponen a hablar de la güevoná y ahí uno, “cayetano”, y sin querer uno va lustrando, y entonces el man me dice: “Oiga se está demorando”, y uno ta y ta y ta y ta. Y fresco.
¿Qué diría Heriberto de la Calle de usted?
¡Uy, Garzón! ¡Qué huesssazo! Yo no entiendo un tipo tan maluco y feo cómo le ha ido de bien. La güevoná de la suerte. Pero como la televisión está llena de cretinos, donde nadie entra ahí por bueno sino por cretino o por ser el novio, o la moza de, o el tal de...
¿Le da miedo ser tan lengüilargo?
A mí no me da miedo que me maten, a mí me da miedo es que me dejen como a don Navarro Wolf.
¿Hacer humor sí paga en Colombia?
Vale la pena… ¡de muerte!