domingo, marzo 30, 2014

Así se fabrican guerrilleros muertos

Los soldados colombianos que asesinaron a Leonardo Porras cometieron errores flagrantes al disfrazar su crimen. Gracias al empeño de Luz Marina Bernal, madre de Leonardo, el caso sirvió para destapar un negocio siniestro dentro del Ejército: los falsos positivos. Secuestraban a jóvenes para asesinarlos, luego los vestían como guerrilleros y así cobraban recompensas secretas del Gobierno de Álvaro Uribe. La Fiscalía ha registrado 4.716 casos de homicidios presuntamente cometidos por agentes de las fuerzas públicas. Bernal y las otras Madres de Soacha  (el primer municipio donde se supo de esto) luchan desde entonces contra la impunidad. Los observadores internacionales denuncian la dejadez, incluso la complicidad del Estado en estos crímenes masivos.
-Así que es usted la madre del comandante narcoguerrillero -le dijo el fiscal de la ciudad de Ocaña.
-No, señor. Yo soy la madre de Fair Leonardo Porras Bernal.
-Eso mismo, pues. Su hijo dirigía un grupo armado. Se enfrentaron a tiros con la Brigada Móvil número 15 y él murió en el combate. Vestía de camuflaje y llevaba una pistola de 9 milímetros en la mano derecha. Las pruebas indican que disparó el arma.
Luz Marina Bernal respondió que su hijo Leonardo, de 26 años, tenía limitaciones mentales de nacimiento, que su capacidad intelectual equivalía a la de un niño de 8 años, que no sabía leer ni escribir, que le habían certificado una discapacidad del 53%. Que tenía la parte derecha del cuerpo paralizada, incluida esa mano con la que decían que manejaba una pistola. Que desapareció de casa el 8 de enero y lo mataron el 12, a setecientos kilómetros. ¿Cómo iba a ser comandante de un grupo guerrillero?
-Yo no sé, señora, es lo que dice el reporte del Ejército.
A Luz Marina no le dejaron ver el cuerpo de su hijo en la fosa común. Unos veinte militares vigilaban la exhumación y le entregaron un ataúd sellado. Un año y medio más tarde, cuando lo abrieron para las investigaciones del caso, descubrieron que allí solo había un torso humano con seis vértebras y un cráneo relleno con una camiseta en el lugar del cerebro. Correspondían, efectivamente, a Leonardo Porras.
Este fue uno de los casos que destapó el escándalo de los falsos positivos: miembros del Ejército colombiano secuestraban a jóvenes de barriadas marginales, los trasladaban a cientos de kilómetros de sus casas, allí los asesinaban y los hacían pasar por guerrilleros muertos en combate, para cobrar así las recompensas establecidas en secreto por el Gobierno de Álvaro Uribe. De ahí el término “falsos positivos”, en referencia a la fabricación de las pruebas.
Diecinueve mujeres, cuyos hijos fueron secuestrados y asesinados por el Ejército a principios de 2008, fundaron el grupo de las Madres de Soacha para exigir justicia. A mediados de 2013, la Fiscalía General contaba 4.716 denuncias por homicidios presuntamente cometidos por agentes públicos (entre ellos, 3.925 correspondían a falsos positivos). Navanethem Pillay, alta comisionada de las Naciones Unidas para los derechos humanos, denuncia que las investigaciones son muy escasas y muy lentas, que los militares vinculados a los crímenes continúan en activo, que incluso reciben ascensos, y que sus delitos gozan de una “impunidad sistémica”.

“Escogíamos a los más chirretes”

Leonardo Porras desapareció el 8 de enero de 2008 en Soacha, prácticamente un suburbio de Bogotá, una ciudad de aluvión en la que se apiñan miles de desplazados por el conflicto colombiano, miles de inmigrantes de todo el país, una población que en los últimos veinte años pasó de 200.000 a 500.000 habitantes, muchos de ellos apiñados en casetas de ladrillo y tejado de chapa, estancados en asentamientos ilegales, divididos por las fronteras invisibles entre bandas de paramilitares y narcotraficantes.
El mediodía del 8 de enero alguien llamó por teléfono a Leonardo. Él solo respondió “sí, patroncito, voy para allá”, colgó y le dijo a su hermano John Smith que le acababan de ofrecer un trabajo. Salió de casa y nunca más lo vieron.
En Soacha todos conocían a Leonardo, el chico “de educación especial” que se apuntaba siempre a los trabajos comunitarios, a limpiar calles y parques, a trabajar en la iglesia, y que hacía recados a los vecinos a cambio de propinas. Algunos abusaban de su entusiasmo: le tenían acarreando ladrillos o mezclando cemento en las obras y al final de la jornada le daban un billete de mil pesos (38 céntimos de euro).
-Él no distinguía el valor del dinero -dice Luz Marina Bernal- pero le gustaba mucho ayudar a la gente, era muy trabajador, muy sociable, muy cariñoso. Cuando ganaba unos pesos, me traía una rosa roja y una chocolatina, y me decía: ‘Mira, mamá, me acordé de ti’.
Alexánder Carretero Díaz sí distinguía el valor del dinero: aceptó doscientos mil pesos colombianos (unos 75 euros) a cambio de engañar a Leonardo y entregárselo a los militares. Carretero vivía en Soacha, a pocas calles de la familia Porras Bernal, y llevaba varias semanas prometiéndole a Leonardo un trabajo como sembrador de palma en una finca agrícola. El 8 de enero le llamó por teléfono, se reunió con él y al día siguiente viajaron juntos en autobús unos 600 kilómetros, hasta la ciudad de Aguachica, en el departamento de Norte de Santander. Allí dejó a Leonardo en manos del soldado Dairo Palomino, de la Brigada Móvil número 15, quien lo llevó otros 150 kilómetros hasta Ábrego. “El muchacho no era normal, hablaba muy poco, miraba muy raro”, dijo Carretero ante el juez, casi cuatro años más tarde. A Leonardo los soldados lo llamaban “el bobito”, explicó.
Carretero era uno de los reclutadores que surtía de víctimas a los militares. Otro de los reclutadores, un joven de 21 años, testigo protegido durante uno de los juicios, explicó que engañaban a chicos desempleados, drogadictos, pequeños delincuentes: “Escogíamos a los más chirretes, a los que estuvieran vagando por la calle y dispuestos a irse a otras regiones a ganar plata en trabajos raros”. Confesó haber engañado y entregado a más de treinta jóvenes a los militares, por cada uno de los cuales cobraba 75 euros, la tarifa habitual. También hizo negocio revendiendo pistolas y balas del mercado negro a los soldados del Batallón 15, que luego se las colocaban a sus víctimas para hacerlas pasar así por guerrilleros.
El reclutador Carretero entregó a Leonardo a los militares el 10 de enero. Le quitaron la documentación y su nombre desapareció. A partir de entonces aquel chico ya solo fue uno de los cadáveres indocumentados de los supuestos guerrilleros que la Brigada Móvil 15 afirmó haber matado en combate, a las 2.24 de la mañana del 12 de enero de 2008, en el municipio de Ábrego. Ya solo fue uno de los cuerpos acribillados, guardados en bolsas de plástico y arrojados a una fosa común. No existió nadie llamado Fair Leonardo Porras Bernal, ni vivo ni muerto, en los siguientes 252 días.
Leonardo, hijo de Marina, tenía discapacidad mental y la mano con la que decían que manejaba una pistola, paralizada / PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)
Esos 252 días los pasó Luz Marina Bernal buscando a su hijo en comisarías, hospitales, juzgados y morgues, levantándose a las cinco de la mañana para recorrer los barrios de Soacha y Bogotá, por si su hijo había perdido la memoria y dormía en la calle. Su hijo estará de fiesta, le decían los funcionarios, se habrá escapado con alguna muchacha. En agosto empezaron a identificar algunos cadáveres hallados en una fosa común de la ciudad de Ocaña, departamento de Norte de Santander: pertenecían a otros chicos de Soacha, desaparecidos en la misma época que Leonardo Porras. El 16 de septiembre una doctora forense enseñó a Luz Marina Bernal una fotografía.
-Era mi hijo. Fue espantoso verlo. La cara estaba desfigurada por varios balazos pero lo reconocí.
Le pedían unos cinco mil euros por exhumar y transportar el cadáver, una cantidad desorbitada para una familia pobre de Soacha. Durante ocho días reunió dinero, pidió préstamos y al fin alquiló una furgoneta en la que viajó hasta Ocaña con su marido y su hijo John Smith. Allí el fiscal le dijo que Leonardo era un comandante narcoguerrillero y que había muerto en combate.

 Uribe: “No fueron a coger café”

Luz Marina Bernal, 54 años, es una mujer de gestos pausados, con un discurso tranquilo del que brotan verdades punzantes; parece que ha amasado el dolor hasta cuajarlo en una firmeza granítica. Vive en una de las pequeñas casas de ladrillo de Soacha. El dormitorio de Leonardo es ahora un santuario en memoria del hijo asesinado, un pequeño museo con fotografías, recortes de prensa y velas. Luz Marina muestra un retrato enmarcado de su hijo: un joven de hombros anchos y porte elegante, vestido con chaqueta negra, camisa blanca y corbata celeste, que mira a la cámara con la mandíbula prieta y unos ojos claros deslumbrantes. Son los mismos ojos claros de Luz Marina, que acerca mucho el retrato a su cara.
Desde la cocina se extiende el olor de las arepas que está cocinando John Smith Porras, hermano de Leonardo, para desayunar. John Smith viene a casa de vez en cuando pero tuvo que marcharse a vivir a otro lado porque recibió amenazas de muerte. Y porque ya asesinaron al familiar de otra víctima de Soacha, “por no cerrar la boca”. Ante la pasividad judicial, John Nilson Gómez decidió averiguar por su cuenta quiénes habían sido los reclutadores y los asesinos de su hermano Víctor. Recibió amenazas telefónicas, le conminaron a marcharse de la ciudad y al final alguien se le acercó en una moto y le pegó un tiro en la cara. La familia Porras Bernal ha recibido amenazas por teléfono, por debajo de la puerta y en plena calle. Para que cierren la boca.
Luz Marina abre un álbum. Colecciona las portadas que publicaron los periódicos en aquellos días de septiembre de 2008, cuando iban apareciendo los cadáveres de los chicos de Soacha. Clava el dedo índice sobre uno de los titulares: “Hallan fosa de 14 jóvenes reclutas de las Farc”.
El presidente Álvaro Uribe compareció ante los medios para ratificar que los chicos de Soacha habían muerto en combate: “No fueron a coger café. Iban con propósitos delincuenciales”. Luz Marina Bernal mastica despacio esa frase, con una media sonrisa dolorida: “No fueron a coger café. No fueron a coger café. Fue terrible escuchar de la boca del presidente que nuestros hijos eran delincuentes”.
Luis Fernando Escobar, personero de Soacha, defensor de la comunidad ante la administración, denunció las sospechosas irregularidades de estas muertes. Tres semanas más tarde el escándalo era ya indisimulable. Se demostró que los chicos habían sido asesinados muy lejos de sus casas a los dos o tres días de su desaparición (y no al cabo de un mes, como afirmó Uribe para defender la idea de que habían organizado una banda) y se encontraron diversas chapuzas en los montajes de los crímenes: algunas víctimas llevaban botas de distinto tamaño en cada pie; otras aparecieron con disparos en el cuerpo pero les habían puesto unas ropas de guerrillero en las que no había un solo orificio; incluso aparecieron cadáveres acribillados en terrenos donde no había ni una sola huella de disparos. El caso del discapacitado mental al que los militares presentaron como comandante colmó el vaso.
Ante la avalancha de pruebas, Uribe no tuvo más remedio que comparecer de nuevo, esta vez acompañado por generales y por el ministro de Defensa Juan Manuel Santos, actual presidente de Colombia. Y dijo: “En algunas instancias del Ejército ha habido negligencia, falta de cuidado en los procedimientos, y eso ha permitido que algunas personas puedan estar incursas en crímenes”. Luego anunció la destitución de 27 militares.
Las destituciones fueron un mero gesto administrativo. No se emprendieron investigaciones sobre las denuncias por ejecuciones extrajudiciales, que se iban acumulando por cientos, sino todo lo contrario: el Estado las obstaculizó de mil maneras. Y cuando el general Mario Montoya, comandante del Ejército, dejó su cargo por el escándalo de Soacha, Uribe lo nombró embajador en la República Dominicana.
Ante la proliferación de casos denunciados y documentados, Philip Alston, relator especial de las Naciones Unidas para ejecuciones extrajudiciales, viajó a Colombia en junio de 2009. “Las matanzas de Soacha fueron flagrantes y obscenas”, declaró al final de su estancia, “pero mis investigaciones demuestran que son simplemente la punta del iceberg”. El término “falsos positivos”, según Alston, “da una apariencia técnica a una práctica que en realidad es el asesinato premeditado y a sangre fría de civiles inocentes, con fines de lucro”. Describió de manera detallada los reclutamientos con engaños, los asesinatos y los montajes. Afirmó que los familiares de las víctimas sufrían amenazas cuando se atrevían a denunciar. Y rechazó que se tratara de crímenes aislados, cometidos “por algunas manzanas podridas dentro del Ejército”, como defendía el Gobierno de Uribe. La gran cantidad de casos, su reparto geográfico por todo el país y la diversidad de unidades militares implicadas indicaban “una estrategia sistemática”, ejecutada por “una cantidad significativa de elementos del Ejército”.
Se sucedieron las denuncias de observadores internacionales y asociaciones colombianas de derechos humanos: las desapariciones forzosas y las ejecuciones extrajudiciales eran una práctica frecuente dentro de las fuerzas públicas y el Estado obstaculizaba las investigaciones y hasta homenajeaba a los agresores. En palabras de la Fundación para la Educación y el Desarrollo (FEDES), de Bogotá: en Colombia la impunidad es una política de Estado.
El presidente Uribe respondió que “la mayoría” de las acusaciones eran falsas. Que venían de “un cúmulo de abogados pagados por organizaciones internacionales”, cargados “de odio y de sesgos ideológicos”. Y salió una y otra vez a defender a los militares: “Nosotros sufrimos la pena de ver cómo llevan a la cárcel a nuestros hombres, que no ofrecen ninguna amenaza de huida, simplemente para que sean indagados. Tenemos que asumir la defensa de nuestros hombres contra las falsas acusaciones”.
Mientras el presidente desplegaba los recursos públicos para defender a los militares imputados en los asesinatos, los familiares de las víctimas solo recibían portazos de las instituciones. Cuando las Madres de Soacha decidieron manifestarse un viernes al mes para reclamar el apoyo de las autoridades, cuando contaron sus historias en los medios, empezaron las amenazas. El 7 de marzo de 2009, María Sanabria caminaba por una calle angosta cuando se le acercaron dos hombres en una moto. El que iba detrás, sin quitarse el casco, se bajó, agarró a Sanabria del pelo y la empujó contra la pared: “Vieja hijueputa, a usted la queremos calladita. Nosotros no jugamos. Siga abriendo la boca y va a acabar como su hijo, con la cara llena de moscas”.
Zapatillas colgadas en cables en el Barrio Santo Domingo, Medellín. / PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)
El hijo de María, Jaime Estiven Valencia Sanabria, tenía 16 años y estudiaba el bachillerato en Soacha cuando lo secuestraron, lo llevaron al Norte de Santander y lo asesinaron. Cuando su madre empezó a buscarlo, un fiscal le dijo que su hijo estaría de farra con alguna novia mientras ella lloraba “como una boba”. Cuando llegó a Ocaña, a sacarlo de la fosa común, le dijeron que su hijo era un guerrillero. Cuando se van a cumplir seis años del asesinato, ni siquiera se ha abierto una investigación judicial, María ni siquiera sabe si el caso está en los juzgados de Cúcuta o de Bogotá, porque en la Fiscalía nadie le responde.
“Sabemos que a nuestros hijos los mataron a cambio de una medalla”, dice Sanabria, “a cambio de un ascenso, a cambio del dinero que les pagaba el Estado”.

A 1.400 euros el muerto

El Estado pagaba recompensas a los asesinos. A los pocos días de que Uribe alegara “negligencia” y “falta de cuidado en los procedimientos” del Ejército, el periodista Félix de Bedout reveló una directiva secreta del ministerio de Defensa. La directiva 029, del 17 de noviembre de 2005, establecía recompensas por la “captura o el abatimiento en combate” de miembros de organizaciones armadas ilegales. Se contemplaban cinco escalas: desde los 1.400 euros por un combatiente raso, hasta 1,8 millones de euros por los máximos dirigentes. También incluía una tabla exhaustiva de seis páginas con las recompensas por el material incautado a los combatientes, material que iba desde aviones hasta pantalones de camuflaje, pasando por ametralladoras, misiles, minas, balas, discos duros, teléfonos o marmitas.
En enero de 2008, en las mismas fechas en que los soldados de la Brigada 15 estaban secuestrando y asesinando a los chicos de Soacha, uno de los antiguos miembros de esa brigada reveló en la prensa la práctica de los falsos positivos. El sargento Alexánder Rodríguez ya había denunciado los asesinatos y los montajes en diciembre ante sus superiores militares. A los tres días lo retiraron de su puesto. Entonces acudió a la revista Semana y contó cómo sus compañeros de la Brigada 15 habían asesinado a un campesino, cómo habían puesto un dinero común para comprar la pistola que después le colocaron a la víctima y cómo a cambio de su colaboración en el crimen obtuvieron cinco días de descanso. Las denuncias del sargento Rodríguez fueron acalladas por los altos mandos y así no hubo ningún problema para que en las siguientes semanas secuestraran y asesinaran a los chicos de Soacha.
Las recompensas alentaron un negocio siniestro dentro del Ejército: la fabricación de cadáveres de guerrilleros. A raíz de la directiva 029, las denuncias por ejecuciones extrajudiciales se multiplicaron: en 2007 ya eran más del triple que en 2005 (de 73 pasaron a 245, según la Fiscalía colombiana). Y aún no había llegado la oleada de denuncias tras el escándalo de Soacha en 2008. Los dedos empezaron a señalar las políticas del presidente Uribe.
Álvaro Uribe estableció como eje de sus mandatos entre 2002 y 2010 la llamada Política de Seguridad Democrática: una ofensiva del Estado, principalmente militar, para imponerse a las guerrillas (que sufrieron grandes derrotas pero aún cuentan con más de nueve mil miembros), a los paramilitares (que pactaron una desmovilización pero que en realidad mutaron en nuevas bandas) y al narcotráfico (un fenómeno que sigue envolviendo como una hiedra al conflicto colombiano).
Uribe multiplicó el presupuesto y la actividad del Ejército. Con la bandera de la “lucha contra el terrorismo”, empezaron las detenciones masivas y arbitrarias de civiles. En los dos primeros años arrestaron a siete mil personas de forma ilegal, según denunciaron asociaciones de derechos humanos y las Naciones Unidas. Los agentes llegaban a un pueblo y detenían a montones de personas, con una acusación genérica de colaborar con las guerrillas, sin indicios ni fundamentos. Arrestaban a pueblos enteros y luego los investigaban, para ver si descubrían alguna conexión con los guerrilleros.
En la madrugada del 18 de agosto de 2003, la Policía detuvo a 128 personas en Montes de María, acusadas de rebelión. El fiscal Orlando Pacheco vio que no había ninguna prueba, que los informes policiales estaban plagados de disparates, y ordenó liberar a todos los detenidos. Entonces el fiscal general de Colombia destituyó inmediatamente al fiscal Pacheco y lo tuvo dos años y medio bajo arresto domiciliario. Al cabo de tres años, tras las denuncias de asociaciones jurídicas internacionales, la Corte Suprema dio la razón al fiscal Pacheco. Pero nadie fue castigado por las detenciones ilegales multitudinarias.
En Arauca, una de las zonas con mayor presencia de las guerrillas, el presidente Uribe hizo esta declaración el 10 de diciembre de 2003: “Le dije al general Castro que en esa zona no podíamos seguir con capturas de cuarenta o cincuenta personas todos los domingos, sino de doscientos, para acelerar el encarcelamiento de los terroristas”. Miles de personas fueron detenidas sin pruebas ni garantías, pasaron temporadas largas en la cárcel y salieron absueltas pero con un estigma social muy grave. “La política de seguridad democrática de Uribe ha vulnerado masiva, sistemática y permanentemente el derecho a la libertad”, denunció la misión de observadores internacionales CCEEUU (Coordinación Colombia-Europa-Estados Unidos).
También se desató una persecución sistemática a los opositores políticos. La revista Semana reveló en 2009 abundantes casos de espionajes ilegales, grabaciones, pinchazos de teléfonos, acosos y criminalizaciones contra periodistas, jueces, políticos, abogados y defensores de derechos humanos, persecuciones montadas por el DAS, los servicios secretos directamente dependientes de Uribe. El DAS ya había protagonizado otro escándalo en 2006, cuando su director Jorge Noguera, hombre de confianza de Uribe, fue acusado de colaborar con grupos paramilitares y de facilitarles información sobre sindicalistas y defensores de derechos humanos que luego fueron asesinados. En plena tormenta, Noguera dejó la dirección del DAS. Pero Uribe afirmó que ponía la mano en el fuego por él y lo nombró cónsul en Milán. Cuando en 2011 condenaron a Noguera a 25 años de cárcel por homicidio, concierto para delinquir, revelación de secretos y destrucción de documentos públicos, Uribe publicó este mensaje en Twitter: “Si Noguera hubiera delinquido, me duele y ofrezco disculpas a la ciudadanía”. Algunos de los delitos, como el espionaje a periodistas y jueces, se fueron extinguiendo por la lentitud de los procesos judiciales y prescribieron.
Al final de sus ocho años de mandato, la Oficina de la Presidencia de Uribe dio estas cifras para mostrar la eficacia de sus políticas: 19.405 combatientes fueron “abatidos” (un eufemismo para no decir “muertos”), 63.747 fueron capturados y 44.954 fueron desmovilizados.
Luz Marina Bernal es una de las diecinueve 'Madres de Soacha'. / PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)
La suma alcanza 128.106 personas y resulta asombrosa. La fundación FEDES calcula que en el año 2002 había unos 32.000 miembros armados ilegales en Colombia, entre guerrilleros y paramilitares. Es decir: o cayeron todos y se renovaron por completo cuatro veces seguidas o en realidad “la llamada Política de Seguridad Democrática no estaba exclusivamente dirigida contra miembros de estos grupos sino en contra de un amplio espectro de la población civil, que fue víctima constante de crímenes como los falsos positivos”.
Con la necesidad de presentar cifras de bajas y con el estímulo de las recompensas secretas fijadas en 2005, en los años de Uribe se multiplicaron las ejecuciones extrajudiciales. La misión de observadores internacionales CCEEUU documentó 3.796 ejecuciones extrajudiciales entre 1994 y 2009, de las cuales 3.084 ocurrieron en la segunda mitad de este periodo, durante la Política de Seguridad Democrática.

Una grieta en la impunidad

La familia Porras Bernal no tenía dinero suficiente para una tumba en Soacha. Un amigo les dejó un espacio en el cementerio de La Inmaculada, una extensa pradera con pequeñas lápidas dispersas, en el extremo norte de Bogotá. Desde Soacha, en el extremo sur, Luz Marina tarda dos horas en autobús cada vez que va a visitar la tumba de Leonardo.
A la entrada del cementerio compra tres ramos de claveles y margaritas. Camina por la hierba mullida, coloca las flores en el lugar donde reposan los restos de Leonardo, se sienta en el césped y acaricia la tierra. Llora en silencio y habla en susurros, mirando al suelo.
-Le doy las noticias de la familia. Le explico cómo estamos, qué hacemos, cuánto le echamos de menos. Y le cuento cómo va la lucha de las Madres de Soacha. Le digo que los diecinueve muchachos asesinados tienen que pedirle a Diosito que nos dé fuerzas, que estamos luchando por ellos, para que les hagan justicia. Se lo cuento todo a Leonardo y vuelvo a casa más tranquila y más fuerte.
Luz Marina cumple otra cita con Leonardo y los muchachos asesinados: las concentraciones de las madres en un parque de Soacha, el último viernes de cada mes. María Sanabria le ayuda a llevar una gran pancarta en la que denuncian casos de tortura, desapariciones forzadas, montajes, fosas comunes, y en las que acusan a los presidentes Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos de ser responsables de más de 4.700 crímenes de lesa humanidad. Las Madres de Soacha visten túnicas blancas, llevan al cuello las fotos de sus hijos asesinados y despliegan pancartas.
Cuando empezaron a reunirse y a reclamar la verdad, llegaron las amenazas, las persecuciones, los ataques. Pero ellas nunca callaron. Y sus gritos y sus cantos quebraron el silencio: los medios relataron sus historias; Amnistía Internacional les envió 5.500 rosas y 25.000 mensajes de todo el planeta y les organizó una gira por Europa en 2010 para denunciar sus casos; y en marzo de 2013, a propuesta de Oxfam-Intermón, recibieron el premio Constructoras de Paz en el parlamento de Cataluña.
-Nos siguen acosando -dice Luz Marina Bernal- pero la comunidad internacional vigila y esa es nuestra protección. Si nos ocurre algo, nosotras señalamos al Estado.
La Corte Penal Internacional (CPI) tiene a Colombia en la lista de los países en observación, desde 2005, por la sospecha de que no investiga ni juzga debidamente los crímenes de lesa humanidad cometidos por las Farc, los paramilitares y los agentes de las fuerzas públicas. Uno de los casos bajo la lupa es precisamente el de los falsos positivos. En un informe de noviembre de 2012, la CPI afirmó que había “bases razonables” para creer que estos crímenes corresponden a una política estatal, conocida desde hace años por altos mandos militares y como mínimo “maquillada” o “tolerada” por los niveles superiores del Estado.
El empeño de Luz Marina Bernal y las Madres de Soacha consiguió un triunfo mayúsculo el 31 de julio de 2013. El Tribunal Superior de Cundinamarca (departamento al que pertenece Soacha) aumentó la condena a los seis militares culpables de la muerte de Leonardo: de los 35 y 51 años de prisión con los que fueron castigados en primera instancia, pasaron todos a 53 o 54 años. Y lo más importante: además de considerarlos culpables de desaparición forzada, falsificación de documentos públicos y homicidio, como se estableció en el primer juicio, el Tribunal Superior añadió que se trataba de un plan criminal sistemático de los militares, ejercido contra población civil, y que por tanto debía considerarse como crimen de lesa humanidad. Y que así debían considerarse todos los casos de falsos positivos.

Como crímenes contra la humanidad

Esta sentencia fue un terremoto: los crímenes contra la humanidad no prescriben y pueden juzgarse en cualquier país. Así se abrieron las primeras grietas en la impunidad. Los 4.716 casos de ejecuciones extrajudiciales denunciados ante la Fiscalía colombiana, muchos de ellos encerrados en un sarcófago de olvido, podrían recibir alguna luz a través de esas grietas.
Pero no será fácil. Los abogados recurrieron la sentencia, que tardará en ser firme. Los observadores internacionales insisten en que las investigaciones son escasas y lentas. Y el asesinato de Leonardo Porras fue el más flagrante pero aún quedan muchas muertes que no han recibido ninguna atención. Como la de Jaime Estiven Valencia, el estudiante de 16 años, el chico que quería ser cantante y veterinario, el hijo de María Sanabria.
-A mi niño me lo asesinaron el 8 de febrero de 2008, va para seis años, y no se ha dado ni una orden de investigación –dice-. A mi niño me lo mataron y a nadie le importa. La impunidad me enferma. Me muero de tristeza. Pero sigo viviendo para que nuestros hijos no hayan muerto en vano. Porque al denunciar sus casos conseguimos salvar muchas otras vidas.
-Necesitamos la verdad para seguir viviendo -dice Luz Marina Bernal-. Y no nos basta con saber quiénes apretaron el gatillo. Solo están condenando a los soldados, a los rangos bajos, pero queremos saber quiénes lo organizaron todo, quiénes dieron órdenes y quiénes pagaron los asesinatos con dinero del Estado.

domingo, marzo 23, 2014

¿Quienes son los verdaderos dueños del país? Versión 2014.

De frente con Gustavo Petro

"Con las Farc y con Uribe hablaré de la constituyente"

El destituido alcalde de Bogotá les cantó la tabla a sus detractores y perfiló su futuro político en un diálogo franco con El Espectador.
Por: Juan David Laverde Palma, Camilo Segura Álvarez"Con las Farc y con Uribe hablaré de la constituyente"
El destituido alcalde de Bogotá Gustavo Petro sostiene que su movimiento Progresistas va a volver a ganar en las urnas en las próximas elecciones atípicas. / Luis Ángel - El Espectador
Gustavo Petro es un hombre sin rodeos. El pasado viernes recibió a El Espectador y despachó sus últimos cartuchos sobre su súbita salida de la Alcaldía, los supuestos cálculos del presidente Santos para asegurar su reelección y los tentáculos del carrusel de la contratación que, dice, cortaron su cabeza. Así, franco y directo, disparó en esta entrevista.
Ya fuera de la Alcaldía, ¿cómo han sido estas últimas 72 horas?
No puedo decir que soy ciudadano porque Santos me quitó parte de mi ciudadanía y mis derechos políticos. Ha sido muy duro. Mis hijas quedaron muy golpeadas, están muy pequeñas. Sus primeros interrogantes son sobre en qué tipo de país viven.
¿El presidente Santos lo llamó antes de anunciar su decisión?
Yo lo llamé no para que dialogáramos. Él decidió con sus amigos y sus clientelas políticas.
¿Lo llamó cuando supo la decisión o para preguntarle qué iba a hacer?
Teníamos rumores y decidimos hablar con él.
¿Él le dijo que iba a acatar la destitución?
Sí. Me reuní con él en la Casa de Nariño. La reunión no duró ni cinco minutos. Le dije que iba a cometer una arbitrariedad. La tesis del presidente fue que no entendía cómo cinco horas después de tomada la decisión del Consejo de Estado, de desestimar las tutelas que me favorecían, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) me otorgara medidas cautelares.
El presidente le dijo “voy a acatar el fallo del procurador” y usted le dijo “va a cometer una arbitrariedad”. ¿Ahí acabó la charla?
Me paré, allí estaba Rafael Pardo y le dije que no me parecía que fuese él, protagonista del proceso de paz con el M-19, quien fuera el encargado de acabarla. Le dije al presidente que su decisión obedecía a un cálculo político y que lamentaba que se manipularan temas tan importantes como la democracia y la paz.
Pero, ¿acaso Santos había adquirido compromisos con usted?
Cuando falló el procurador la destitución me reuní con el presidente, incluso antes de viajar a Washington, y el 18 de diciembre pasado él me expresó: “Quiero ser neutral, no puedo estar ni con el procurador ni con usted”. Yo entendí la postura. Le pedí que mantuviera esa misma neutralidad ante la CIDH. Él me contestó: “No hay problema, si la CIDH decide a su favor, yo lo respeto”. Y vea lo que pasó. Mintió.
En su criterio, ¿cuál fue el cálculo político de Santos?
El presidente ya no es un hombre libre. Por su formación política entiende que la gobernabilidad significa gozar del apoyo de la mayoría de la clase política, y concretarlo no es más que un presupuesto. Tuve un debate con él siendo ministro de Hacienda de Andrés Pastrana sobre los cupos parlamentarios, una forma de asignar códigos secretos a congresistas para entregarles contratos. Ahora como presidente hace lo mismo. A eso llaman gobernabilidad: negociar con clientelas. Lo discerní siendo alcalde respecto a los concejales. Si uno cede, pierde la libertad. Esas clientelas son el mayor enemigo de la democracia y de la paz. La más grande de esas clientelas es la de Germán Vargas Lleras con su propio club de contratistas.
¿Haber desacatado sus medidas cautelares tendrá efecto en la posible reelección del presidente?
Cuando un político termina preso de las clientelas es porque no tiene opinión pública y tiene un gran problema de incomunicación con la sociedad. Además Santos no tiene votos. Ahí es donde entró a jugar Vargas Lleras.
¿Va a hacer algo para buscar que a Santos le cueste esa decisión?
En mí no cabe la venganza. Lo aprendí cuando hice la paz. Le reconozco a Santos que se está esforzando por la paz, y eso era lo que me atraía de apoyarlo, lo acompañé en la movilización del 9 de abril de 2013. Pero ahora, con su decisión, creo que el presidente está moralmente incapacitado para concretar la paz.
¿Y si el presidente logra la reelección y la paz?
La paz no es una firma. Hoy, 25 años después de la paz con el M-19, creo que nos traicionaron. El compromiso era que sus hombres y mujeres tendrían garantías para el ejercicio de sus derechos políticos. Lo primero que sucedió cuando gané la Alcaldía de Bogotá fue una denuncia por mi antigua pertenencia al M-19. Intentaron sacarme siempre.
Se dice que ahora va a promover el voto en blanco, ¿así va a ser?
Son decisiones que tomaré en su debido momento. La reflexión que hasta este momento me he hecho es que el 19 de abril de 1970 el Estado se robó las elecciones y hubo una reacción armada. Ahí nació el M-19. Lo que hizo Santos fue peor porque fue un golpe de Estado y su dimensión fue peor. Pero hoy la vía no son las armas, es la constituyente. Por otras razones la apoyan Uribe o las Farc.
¿O sea que usted va a terminar liderando una constituyente con Uribe y las Farc?
La derecha está ligada al latifundio, base de la guerra. A las Farc hay que preguntarles cómo van a aislarse de los delitos de lesa humanidad. Y al uribismo que se aparte de la idea absurda de buscar que Uribe vuelva al poder.
¿Y si en la constituyente se terminan legitimando o empoderando quienes han estado en contra suya?
La constituyente no puede verse como un juego de mayorías, sino como un tratado de paz. Por eso no me asusta que el uribismo plantee su constituyente. Es la diversidad colombiana.
¿Va a ir a hablar con las Farc a Cuba?
Tengo ganas. También me gustaría hablar con Uribe sobre lo que piensa de la constituyente, qué importa que antes me hubiera espiado desde el DAS.
¿Cree que Germán Vargas Lleras cumplió algún papel en su destitución?
Vargas Lleras es el jefe político de un cartel de contratistas. Es un enemigo del proceso de paz y tiene encarcelado al presidente.
¿De qué cartel habla?
De su amigo Alberto Ríos. Es tan poderoso con su dinero que han puesto en peligro la democracia.
¿Realmente cree que iba a ganar el proceso de la revocatoria?
La íbamos a contrarrestar en las urnas.
¿Pero usted durante un año buscó dilatarla por todos los medios?
Sólo quisimos saber cuántas firmas habían sido legítimas, estábamos en nuestro derecho. Llegamos a tener una opinión favorable del 70% de la opinión pública bogotana después de la decisión arbitraria del procurador. Ellos sabían que íbamos a ganar.
¿Qué les diría hoy a las Farc?
Quiero hablarles de la constituyente. Un proceso de paz serio es un tratado de reformas democráticas que se tienen que volver prácticas y el mecanismo para hacerlo no es el Congreso, es la constituyente.
¿Va a apoyar la candidatura de Enrique Peñalosa a la Presidencia?
No tuve tiempo de pensar en las presidenciales y como alcalde no podía participar en política. Ahora, con el pedazo de ciudadanía que me quedó, tengo que pensar qué voy a hacer. Peñalosa es una persona franca, diferente a Santos. Ideológicamente bastante distante de mí. Su electorado le reprocharía que se acerque a mí y el mío que me acerque a él. La discusión con él en temas de urbanismo es importante. Ya tuvimos esa disputa en la lucha por la Alcaldía de Bogotá.
¿Santos será reelegido?
Ni idea. Si lo logra va a ser esclavo del clientelismo político.
¿Cree que Alejandro Ordóñez va a estar en la pelea en 2018?
Quiere lanzarse, pero creo que la fractura y el dolor que provocó en Bogotá con mi destitución no le permitirá aglutinar una mayoría de electores en Colombia. Cuando voté por él en el Senado en su primer período no sabía quién era. Me equivoqué. Él cree que está haciendo una cruzada y está matando herejes en la hoguera. Soy un hereje para él. Toda la “Bogotá Humana” es contraria a su religión tridentina.
¿Cómo cree que va a terminar su caso en la Corte Interamericana?
El Sistema Interamericano es una creación institucional que se dio luego de décadas de guerras en América. Eso que nació en Bogotá el 9 de abril de 1948 y se volvió el Pacto de San José de Costa Rica en 1969, se empoderó y hoy es la Constitución de América. Cuando Santos la desacató, le pegó una puñalada trapera al sistema interamericano.
¿La Corte Interamericana le va a restituir los derechos políticos?
La medida cautelar buscaba impedir un daño irreparable. Lo que hizo Santos fue producirlo. Ese proceso durará uno o dos años y el Estado será condenado por violar mis derechos, pero el daño irreparable está hecho y lo produjo el presidente Santos. A mí me devolverán mis derechos porque la única manera de quitarle a un ciudadano sus derechos políticos es que cometa un delito y yo no le he hecho.
¿Y si la Corte Constitucional le da la razón a su tutela en unos meses?
Lo que me preocupaba era el corto plazo. Para eso eran las medidas cautelares. Pero ya se consumó el daño irreparable. En la jurisprudencia de la Corte hay 12 fallos de tutela que dicen que las medidas cautelares de la CIDH son vinculantes y tienen que ser acatadas. En mi caso se violó todo.
Pero los antecedentes de la CIDH sobre medidas cautelares se referían a casos concretos en los que obligaba al Estado a darles protección a personas en peligro de muerte. Este no era su caso. Aquí protegían derechos políticos.
Ese es un argumento de ignorancia crasa. La Convención Americana trata sobre derechos fundamentales, eso incluye los políticos. La Corte Constitucional jamás ha dicho que las medidas cautelares de la Comisión Interamericana sólo sean obligatorias para el derecho a la vida. Protegió mis derechos políticos y los de 731.000 ciudadanos que me eligieron. Pero eso nos los quitó el Gobierno.
Usted buscó medidas cautelares de la CIDH dos meses antes del fallo del procurador. Por eso fue criticado. ¿Ya sabía que lo iban a destituir?
Intuí lo que el procurador iba a hacer. Nunca me mostró su faceta fanática, pero había pasado lo de Piedad Córdoba y además me insultó cuando propuse tratar con medidas de salud pública a los drogadictos. Sabía que todo lo que hacía la “Bogotá Humana” era considerado por él como una herejía religiosa. Entonces busqué mi protección.
¿Qué fue lo que pasó en el paro agrario? En su gabinete dicen que ese día casi que hubo un golpe de Estado en Bogotá, que la Policía no le hizo caso.
El 29 de agosto fue muy difícil. Le había advertido al Gobierno que la mafia que actúa en el centro del país se estaba reconfigurando. Buena parte de esas mafias se ubicaron en los límites con Soacha. Hablé con el Ministerio de Defensa, con la Policía y los militares. Les explique lo que estaba pasando. No me hicieron caso y lo que sucedió fue que las mafias se tomaron Soacha. Recibí llamadas de su alcalde, angustiado porque tuvo que salir de la alcaldía. Yo envié gente de salud, de convivencia. La Policía no se atrevió a meterse porque vieron que los heridos eran de bala. Como a la Policía la habían mandado a controlar las marchas campesinas, estaba sobrepasada en el perímetro urbano. Tuve que sacar el Ejército y militarizar Ciudad Bolívar. Apliqué el toque de queda. Lo que hubo fue una toma mafiosa en Soacha y trataron de hacerla en Bogotá.
¿Se equivocó al señalar a todos los medios de comunicación de ser aliados de las mafias?
Sí hubo un error de mi parte en la falta de comunicación. El Twitter me ayudó mucho a comunicar en momentos difíciles, pero mi gabinete no estaba acostumbrado a comunicar porque venía de la academia. Con el periodismo de base creo tener buenas relaciones, pero algunos directores son amigos del cartel de la contratación. Por ejemplo, Álvaro Dávila era intocable porque era el relacionista. Su estrategia fue relacionarse con los medios. No estaba en sus planes que yo fuera alcalde y por eso me atacaron cuando empezaron a aparecer en el escándalo el abogado Manuel Sánchez o el contratista Emilio Tapia. La estrategia del exalcalde Samuel Moreno fue diferente. Su defensa era achacarles todo lo malo a los primos Nule. Ese cartel lo descubrimos. El segundo cartel está conformado por el empresario Andrés Jaramillo, que no ha sido tocado por los medios. A la gente se le olvida también que William Vélez, empresario de las basuras, era socio de los Nule en el contrato de la calle 26, por el que hoy están presos. Y nadie ha tocado aún la tercera parte del cartel.
¿Quiénes son, según usted?
William Vélez y Alberto Ríos. Los Nule son unos pecuecos al lado de ellos. El contrato de recaudo, que se lo reparten entre ellos, es de $2,5 billones. Ellos me dieron el golpe. La tercera parte del cartel fue la que logró imponerse y ese cartel tiene como su líder político a Germán Vargas Lleras.
¿Va a dar la orden en progresistas de participar en la terna para reemplazarlo y en las elecciones?
Vamos a presentar una terna, vamos a ir a las elecciones y las vamos a ganar. El programa de la “Bogotá Humana” va a seguir.
¿Quiénes van a estar en la terna?
No me quiero meter en la conformación de esa lista, pero vamos a ganar en las atípicas. Creo que Santos, que se burló de las elecciones del 30 de octubre de 2011 y que saboteó las del 6 de abril por la revocatoria, va a querer que no se hagan elecciones y mantener a su ministro Rafael Pardo hasta 2015.

@jdlaverde9
@CamiloSeguraA