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viernes, agosto 12, 2022

“A los verdaderos responsables de la deforestación no los judicializan”

 




Foto: EFE - Mauricio DueÒas CastaÒeda

La Operación Artemisa fue la gran estrategia del gobierno Duque contra la deforestación, pero los campesinos aseguran que solo se persigue a los pequeños colonos, mientras los grandes terratenientes siguen impunes.


 

Por 

Juan Ramiro Artehortúa Gutiérrez*

 La Ley 2111 de 2021, Ley de Delitos Ambientales, da herramientas para penalizar la deforestación, pero crea otros cinco delitos ambientales y aplica mayor rigurosidad a las penas y sanciones ya existentes. Es el soporte jurídico para la “Operación Artemisa”, una estrategia que fue declarada por el presidente Duque como una acción permanente. Según el Ministerio de Defensa, gracias al plan han sido capturadas 107 personas señaladas como ecocidas y han sido intervenidas 27.043 hectáreas de bosques. En Artemisa han participado funcionarios de la Fiscalía General, el Escuadrón Móvil de Carabineros, la Policía, el Ejército Nacional y los ministerios de Defensa y de Ambiente y Desarrollo Sostenible.

Los operativos se han concentrado en departamentos del pie de monte amazónico, como Meta, Caquetá y Guaviare, entre tensiones y choques con las comunidades y enfrentamientos violentos, ocurridos también en medio de erradicaciones forzadas de cultivos de coca, que han dejado incluso campesinos gravemente heridos, como ocurrió a Manuel Ayala y Pedro Mosquera, quienes recibieron balazos en las piernas y sufrieron amputaciones en 2020 y 2021, respectivamente.

Le puede interesar: Las capturas en Meta que generan dudas sobre nueva fase de la Operación Artemisa.

Aunque no han sido judicializados, denuncias publicas señalan varios nombres de los presuntos responsables de la deforestación en Guaviare, entre ellos al exgobernador Nebio Echeverry. Para entender la visión de las comunidades sobre la Operación Artemisa conversamos con Édgar Ariza Cubides, líder del municipio El Retorno, expresidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda La Paz, miembro de la Mesa del Paro Campesino Sur del Meta-Guaviare. Este es su testimonio:

“Soy nacido en Lanzazuri, Santander. Vinimos al Guaviare hace 36 años buscando un futuro para la familia, fundamos la escuelita de la vereda La Paz, con nuestros propios recursos pagábamos el profesor. No tenemos para dónde irnos, por eso luchamos por nuestras comunidades. El problema que más nos aqueja en este sector, no solo en La Paz, sino a toda la población del río Inírida, tiene que ver con el plan Artemisa, porque cada día se hace más grande y para nosotros es bastante la problemático. Siempre tenemos la represalia del Estado colombiano, aquí somos campesinos que llevamos 35 o 40 años en nuestra región, con hijos y nietos que nacieron acá y todos los días recibimos atropellos de la Fuerza Pública y del Gobierno. Primero, en la época paramilitar no podíamos salir a los pueblos cercanos porque nos señalaban de guerrilleros y hasta nos mataban, motivo por el cual los hijos no podían salir, para que no fueran matados hasta por el mismo Ejército, muchachos con veinte y treinta años que no conocen la ciudad. Ahora con Artemisa nos piensan desplazar.

 “Frente a esa problemática nos queda es luchar para que el Gobierno Nacional se ponga la mano en el corazón y piense en los campesinos. Que no nos desplacen más, que nos traigan proyectos productivos. Imagínese que las poquitas vías que tenemos han sido construidas con nuestras manos, a pulso, y llega Artemisa y nos queman las casas, nos dinamitan las carreteras y caminos, y nos bombardean los puentes. Nosotros ya no deforestamos, el campesino no tiene plata para deforestar grandes extensiones, por eso son los grandes terratenientes que llegan a la región y contratan gente para realizar tumbas de 500, 800 o mil hectáreas.



'Consecuencias humanas' / Dibujo anónimo.

“El Ejército y el gobierno saben quiénes son, pero para demostrar positivos se ensañan contra el pobre campesino y con eso le demuestran al mundo que están haciendo la tarea. No les importa matar seres humanos o dejarlos sin piernas, como ha ocurrido en nuestras veredas.

Lea también: “Artemisa no va a poder frenar la deforestación”: comandante fuerza de tarea Omega.

“¿Y qué pasa con los terratenientes y grandes deforestadores? A ellos nunca los judicializan; es a nosotros, los pobres campesinos. A los grandes terratenientes, que llevan cuatro o cinco años y ya han tumbado hasta mil hectáreas, no les hacen nada. Nosotros vivimos atemorizados que a cualquier momento vienen y vamos a ser judicializados sin deber nada. No somos delincuentes para que nos esposen y nos lleven en helicóptero ante los jueces: somos trabajadores que luchamos por el sustento de nuestras familias. El plan Artemisa es macabro con los campesinos, los que producimos la comida, la yuca, el plátano, las frutas, el chontaduro y hasta la leche. No sabemos qué es lo que va a pasar con nosotros, no tenemos con qué pagar un abogado, en el momento que llegue el plan Artemisa a llevarnos, a quemar nuestras casas, nos toca firmar y que el juez nos desplace, irnos con las familias a aguantar hambre a la ciudad.”

*Periodista de Juventud Estéreo.

 original en https://www.elespectador.com/colombia-20/conflicto/operacion-artemisa-sobre-deforestacion-en-guaviare-y-sur-del-meta-persigue-campesinos/


domingo, diciembre 30, 2018

#2018 Yo estuve en el desmonte de la selva amazónica (Selva, Amazonía, Deforestación)

Rodrigo Botero, director de la FCDS, sobrevoló más de 10.000 kilómetros de selva durante el 2018. Fue un testigo de la deforestación que la devoró este año.
El Ideam informó este año que la deforestación se duplicó en el Amazonas. Mientras en 2016 se deforestaron 70.074 hectáreas, en 2017 la cifra aumentó a 144.147. FCDS
Durante 2018 recorrí más de 10.000 kilómetros de selva amazónica a bordo de una pequeña aeronave. Los recorridos fueron a baja altura —500 metros sobre el suelo—, para poder captar el cambio en los bosques, así como las formas de uso del suelo que se están dando en esta región. Sobrevolar la selva ha sido una oportunidad única de llevar un registro del cambio acelerado que padece uno de los ecosistemas más importantes del planeta. (Lea: Con viejas recetas naturales, un español reforesta la Amazonía peruana)
El primer recuerdo de este año es el de los sobrevuelos de los primeros tres meses, en medio del verano, cuando grandes zonas deforestadas fueron incineradas ante la impotencia del Estado. A ratos, el humo imposibilitaba la visibilidad en la avioneta. Por esa época, Juan Manuel Santos, que terminaba su período presidencial, viajó con una comitiva al Vaupés y, para su sorpresa, encontró la Amazonia en llamas. Esa imagen fue decisiva para tomar el último impulso que logró ampliar el Parque Nacional Chiribiquete (declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco este año), que ya veía venir a los grandes deforestadores por los lados de los ríos Yarí, Camuya, La Tunia y Guayabero mientras había un puesto de mando ambiental en San José.
Finalizando el verano, tuve la oportunidad de pasar por el valle del río Duda, desde Mesetas hasta los ríos Losada y Guayabero. Me impactó el acelerado proceso de transformación y ocupación. Al otro lado de la serranía de La Macarena conté con los dedos las cascadas que quedaban aún sin quemar. Otros eran los tiempos en que los acuerdos con las asociaciones campesinas parecían poder cerrar el proceso de deforestación. Cientos de familias han llegado este año al Parque Tinigua, en el Área de Manejo Especial La Macarena, y allí se observa cómo desde el río Perdido hasta el Guayabero ya hay trochas que se marcan por importantes y extensos potreros recién hechos.
Al entrar el invierno sobrevolé de nuevo las zonas de ampliación de Chiribiquete. Encontramos formaciones vegetales no descritas antes,accidentes geográficos que aún no aparecen en la cartografía, en fin, se trata de la imponencia del más grande bosque continuo no intervenido de nuestro país. Pude pasar algunas noches en aquellos cerros, bajo lluvias torrenciales de 12 horas que me recordaron lo que el bosque tropical aún puede ofrecer. Observé el nivel de conservación de aquellas selvas en donde existen indicios de los pueblos indígenas en aislamiento voluntario, e incluso algunas señales de su trasegar por la selva.
Al pasar la mitad del año, el proceso deforestador rompió el comportamiento estacional y se volvió permanente: vi bosques en el suelo, hectáreas enteras quemadas, cinco meses antes del verano, que es la época en donde “tradicionalmente” la Amazonia entra en llamas. También sobrevolamos muchas, muchísimas casas grandes y nuevas. El brillante reflejo de los techos de zinc que aún no han sido corroídos por el tiempo, el tamaño cada vez mayor de las casas, de los corrales y hasta de los postes de cemento que llegan al borde de la selva en las Sabanas del Yarí (Caquetá) fueron inevitables de notar desde el aire.
En la Reserva Campesina del Guaviare, cerca del hermoso cerro de La Lindosa, ya hay gigantescas fincas, marcadas por postes bien pintados. Es curioso porque se requiere mucha plata para hacer toda esta inversión. De manera reiterada vi lotes vacíos, sin gente, ni pasto, ni casas ni ganado. Según dicen, esperando a que se lo asignen a alguien o que alguien los compre. (Puede leer: Así se organiza la Amazonía para el posconflicto)
Llegó diciembre, con un verano temprano y la promesa del fenómeno de El Niño a cuestas. Volamos todo el llamado “arco de deforestación” y el paisaje no es alentador. En este último sobrevuelo del año vi cómo lotes gigantes de bosques en el suelo ya están siendo quemados en La Macarena, Tinigua, el Yarí, Camuya y Caguán. Los resguardos de Nukak y Yaguará caen depredados a una velocidad increíble. Carreteras, fincas, tractores, cocales, plataneras, casas… Pero indios pocos, por ahí medio al escondido. Pasamos por la Reserva Nukak, hermana geológica de Chiribiquete, y parece que entramos en un mundo irreal. Lotes interminables de coca aparecen por todas partes. Grandes, pequeños, raspados, con hoja, en la vega, en la terraza, en la loma. Donde ponga los ojos hay coca.
Hay un punto en donde el río Inírida pasa un surco milenario en la roca, en su nacimiento, y cae en un hermoso chorro. Alrededor, la vereda Nueva York y sus extensos cultivos de coca que llenarán las calles de su homónima estadounidense se alzan en la mitad de la selva.
Pasamos entre Chiribiquete y Macarena y me doy cuenta de que hay alguien que conoce el territorio muy bien, mejor que cualquiera. Conoce las viejas trochas, conoce los ríos, conoce a la gente indicada. Hay alguien que piensa en ese territorio y planifica lo que será de él. Van apareciendo fincas, trochas bajo el bosque que poco a poco se descubren y para final de año son vías expuestas que conectan territorios inmensos y lejanos. Alguien tiene otro plan y no es el de un paisaje protegido para los indígenas en aislamiento voluntario. Nos regresamos, pensando en huir del humo y el olor de madera fresca aserrada, que a 500 metros sobre el suelo inunda la pequeña aeronave. Busco afanoso las fincas de los campesinos que avanzan en las iniciativas de manejo forestal, a ver si logro compensar el escepticismo con que salgo cada vez que vuelo sobre la Amazonia.
Y cuando creo que escapamos de la tragedia me encuentro una imagen alucinante: una palma al borde del bosque. No es de asaí, ni de seje, ni de canangucha ni alguna especie nativa. Es palma de aceite. Se alzan dentro de la Reserva Forestal del Guaviare, donde se está sembrando palma. Dentro de la vecina Reserva Campesina hay postes instalados —y muchos—, maquinaria y carreteras hasta donde alcanza la vista. Al otro lado del río, sobre el Ariari, veo bosques en el suelo y pequeñas palmas en siembra.
He trabajado en la Amazonía durante dos décadas, y nunca antes había visto algo así. No puedo sino pensar que quienes tienen planes para la Amazonia distintos a conservarla y usarla sosteniblemente están triunfando como nunca antes. (Lea también: Pueblos indígenas de la Amazonía colombiana recuperan hectáreas de su territorio ancestral)
* Director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS).
texto de https://www.elespectador.com/noticias/medio-ambiente/yo-estuve-en-el-desmonte-de-la-selva-amazonica-articulo-831538