lunes, junio 11, 2012

Stalin, Himmler, Fidel Castro, Franco y Ratko Mladic ...Las hijas de


Mi padre es un tirano

Las hijas de Stalin, Himmler, Fidel Castro, Franco y Ratko Mladic han vivido historias trágicas

A sus ojos, sus padres pasaron de héroes a dictadores y criminales

¿Los juzgan? ¿Se hereda la culpa?

Himmler con su hija Gudrun en 1938 / AP
Oscar Wilde escribió: “De pequeños, los hijos quieren a sus padres; de mayores, los juzgan, rara vez los perdonan”. Como todos los aforismos, este admite salvedades y matices; hay hijos que no quieren a sus padres, los hay que nunca los juzgan. Para bien o para mal, la familia nos determina desde el primer día que asomamos al mundo nuestra cabecita. Nuestros padres configuran nuestra identidad: nos dan el nombre y los apellidos, que nos señalan como hijos suyos. En el imaginario colectivo, los hijos pertenecen a los padres, son una extensión suya. En la Biblia, Dios ordena a Abraham que le sacrifique a su hijo Isaac, y solo una vez ha comprobado que Abraham le obedece, manda a un ángel para que impida el sacrificio. Ese es el término empleado: sacrificio, no ejecución, ni asesinato, ni, en terminología jurídica moderna, parricidio. Abraham al matar a su hijo se sacrifica; ofrece a Dios algo suyo. Ninguna divinidad ha exigido nunca a un hijo que le demuestre su fidelidad sacrificándole a su padre. Los padres no pertenecen a los hijos. Quizá por ello los descendientes heredan la culpa, y no al revés.
¿Qué sucede cuando las leyes del Estado las dicta tu padre? ¿Cuando lo que está bien y lo que está mal, no solo en el seno familiar, sino en todo el país, lo determina su voluntad o su capricho? Cuando tu padre es lo más parecido a una divinidad de carne y hueso que conoces; cuando su efigie adorna los billetes, cuando las calles llevan su nombre… Y de pronto llega un día en que el mundo que conoces sufre un vuelco y tu padre, que era un héroe, se convierte en el enemigo público número uno y los medios de comunicación denuncian sus crímenes. ¿Cómo es la vida de la hija de un tirano? ¿Se hereda la culpa? ¿Juzgan a sus padres? Y si lo hacen, ¿los absuelven o los condenan?
La conclusión a la que he llegado tras analizar las biografías de las hijas de cinco tiranos, o dictadores, o genocidas, Svetlana Stalina, Carmen Franco, Alina Fernández (hija de Fidel Castro), Gudrun Himmler y Ana Mladic, es que, como era previsible, no hay una norma o un patrón general: unas buscan sacudirse la pesada carga del apellido paterno cambiándoselo y huyendo a otro país; otras, por el contrario, se enorgullecen de su filiación y reivindican con fanatismo la figura del padre, cuyos crímenes niegan; la quinta y última, Ana Mladic, tiene una reacción trágica e imprevisible. Unas se presentan como víctimas, otras eligen ser cómplices; de lo que no cabe duda es de que su trayectoria personal, su identidad, lo que hacen o dicen, quiénes son y cómo las ven los demás, viene determinado por su apellido y que ninguna de ellas ha logrado evadirse de la ominosa sombra paterna.
Un retrato oficial de Stalin
I. Svetlana
Svetlana Alilúyeva, nacida Svetlana Stalina, fue la única hija de Iósif Stalin. Nació en Rusia el 28 de febrero de 1926. Murió en Wisconsin el 22 de noviembre de 2011 bajo el nombre de Lana Peters.
Según contó en un libro autobiográfico, Veinte cartas a un amigo, tuvo una infancia privilegiada, de princesa comunista: la educó una institutriz y su padre la adoraba. La llamaba “mi pequeño gorrión”, le regalaba juguetes fuera del alcance de otros niños rusos, solía cogerla en brazos, besarla, acariciarla… Hay fotos que inmortalizan esos recuerdos; en una de ellas se ve a Svetlana, una niña de unos diez años, en brazos de un mostachudo Stalin, de uniforme y con gorra de plato. Su madre, Nadya, era más distante con ella, menos cariñosa. En noviembre de 1932, los jerifaltes comunistas celebraron un banquete en conmemoración del decimoquinto aniversario de la revolución. Stalin exigió en público a su mujer que bebiera alcohol; Nadya se negó. Su marido insistió hasta que Nadya se levantó de la silla, salió corriendo de la sala y regresó a su apartamento en el Kremlin, donde se pegó un tiro. A la pequeña Svetlana le dijeron que su madre había muerto de apendicitis. Circularon rumores que atribuían la muerte de Nadya al propio Stalin. Svetlana desmiente esa acusación; su madre se suicidó y dejó una carta dirigida a su marido llena de reproches y acusaciones, no solo personales, sino también políticas.
Los siguientes diez años de la vida de Svetlana transcurrieron sin mayores sobresaltos, en un mundo de privilegios y envuelta en el cariño de su padre, quien no era igual de tierno con sus otros hijos. Svetlana tenía un medio hermano, Yakov, que intentó suicidarse, sin conseguirlo, provocando el comentario de su padre: “Es tan inútil que ni matarse sabe”. Durante la II Guerra Mundial, Yakov cayó prisionero de los alemanes, quienes exigieron a Stalin la entrega de un general alemán a cambio de su liberación. Stalin rechazó el trueque y el ejército alemán ejecutó a su hijo.
Al cumplir Svetlana los 17 años, las relaciones con su padre cambiaron. Fue cuando descubrió que su madre no había muerto de enfermedad y fue testigo del maltrato de sus dos hermanos por su padre: a uno lo dejó morir; al otro, Vassily, lo humilló y acosó de tal modo que se volvió alcohólico. Svetlana inició un romance con un joven realizador de cine judío. Su padre, antisemita, montó en cólera al enterarse, la abofeteó y acusó al joven de ser un espía inglés, deportándolo a Siberia. Svetlana desafió a su padre casándose a continuación con otro hombre judío, a quien Stalin nunca quiso conocer y del cual Svetlana se divorció tras dar a luz un niño.
Su segundo matrimonio fue de conveniencia: por indicación de su padre se casó con el hijo de un alto cargo del partido, con el que tuvo una hija y de quien también se divorciaría. Tras la muerte de Stalin en 1953, Svetlana dejó de ser una princesa comunista. Jruschov denunció públicamente los crímenes de su padre y ella fue despojada de sus prerrogativas. Su apellido ya no le abría todas las puertas, al contrario: era el del déspota caído en desgracia, al que todos odiaban. Quizá por eso, en 1957 adoptó de forma legal el apellido de su madre, Alilúyeva. En 1963 se enamoró de un comunista indio que visitaba Moscú, Brajesh Singh. No llegaron a casarse, el Gobierno no se lo permitió, aunque ella siempre se refería a él como a su marido. Singh murió enfermo en Moscú en 1966 y Svetlana obtuvo permiso para viajar a India con las cenizas de su marido. En ese viaje, la vida de Svetlana dio un giro: para escándalo del Gobierno soviético y regocijo del norteamericano, pidió asilo político en la Embajada de Estados Unidos en Nueva Delhi. Llegó a Nueva York en abril de 1967 y en una multitudinaria conferencia de prensa tildó a su padre de déspota y de monstruo y afirmó que huía a Estados Unidos en busca de la libertad de que estaba privada en Rusia, donde imperaba un régimen corrupto. Dejó en Rusia a sus dos hijos. En Estados Unidos escribió el libro autobiográfico que he mencionado, por el que cobró medio millón de dólares y en el que, reconociendo las atrocidades cometidas por su padre, atenuaba la culpa de este atribuyendo sus desmanes a un trastorno paranoico que se le habría declarado tras el suicidio de su mujer y a la influencia de su insidioso jefe de policía, el taimado Beria. En 1970 se casó con el arquitecto William Wesley Peters, discípulo de Frank Lloyd Wright. Actuó como celestina Olgivanna, la viuda de Wright, una mujer que creía en el espiritismo y que había llegado a la conclusión de que Svetlana era la reencarnación de su propia hija, también llamada Svetlana, quien murió en un accidente de tráfico tras su matrimonio con Peters. A Olgivanna se le metió en la cabeza casar al viudo con la reencarnación de su hija y lo consiguió. Peters fue el padre de Olga, la tercera hija de Svetlana. Ese matrimonio tampoco duró. Svetlana se fue a vivir a Inglaterra con Olga, y en 1984, en otro viraje sorprendente, volvió a la Unión Soviética, donde fue recibida como una hija pródiga y donde no se cansó de condenar “los sufrimientos y miserias” del mundo occidental.
Su regreso coincidió, y no por casualidad, con la rehabilitación oficial de la figura de Stalin; Svetlana, que tanto lo había criticado en América, le dedicó todo tipo de elogios e inauguró un museo en su honor. Volvió a ver a su hijo Yosef; su hija Ekaterina no quiso encontrarse con ella. El idilio ruso duró poco; su hijo y ella se pelearon, el Gobierno la trató bien, aunque no tanto como esperaba, y en 1986 regresó a Estados Unidos, donde llevó una vida solitaria bajo la identidad de Lana Peters. Allí murió hace unos meses en una residencia de la tercera edad. ¿Era Svetlana Stalin una oportunista que solo dejó la URSS tras la muerte de su padre y su caída en desgracia? ¿Lo habría criticado públicamente en otro caso? Es difícil saber.
Lo cierto es que fue una mujer inestable que no encontró el equilibrio ni la paz en ningún sitio y que su vida estuvo marcada de principio a fin por su filiación. “La sombra de mi padre me envuelve haga lo que haga o diga lo que diga”, se quejó. Puede que fuera eso lo que intentara, inútilmente: escapar de la sombra del padre, del peso del apellido, del estigma o la mancha de ser la hija del tirano, de una culpa heredada de la que no consiguió librarse.
II. Carmen
Debe de ser muy extraño criarte en un país en el que las calles principales de todas las poblaciones llevan el nombre de tu padre, su foto preside las oficinas administrativas, los despachos oficiales, las aulas escolares, los hospitales; estatuas suyas a caballo o en pose marcial adornan las plazas, y los sacerdotes ruegan por su salud y su alma en todas las misas. Es como si el país entero fuera parte del patrimonio familiar, y todos sus habitantes, súbditos de tu padre, siervos suyos.
La familia Franco / EFE
Tu padre hace y deshace a su antojo; ordena construir una carretera o un aeropuerto, nombra y depone a los ministros del Gobierno, sus subalternos, dicta las leyes, cambia la geografía: por una decisión suya, un valle entero queda sumergido bajo un pantano… Tu padre es omnipotente: ante él tiemblan generales cubiertos de medallas y galones y cardenales purpurados. En las películas del cine, los actores van cambiando, solo hay uno permanente: tu padre, en el No-Do, donde a veces también sales tú, acompañando a mamá, las dos con los brazos cargados de flores. Te acostumbras desde que tienes razón a ver a tu papá rodeado de cortesanos que le rinden tributo y le lisonjean. Si has de dar crédito a tus ojos, es un hombre muy querido. Lo llaman salvador de la patria, Caudillo… Y a ti también te quieren mucho; todo el mundo te hace fiestas, se te consienten todos los caprichos, las niñas se pelean por ser tus amigas y hay un consenso unánime sobre lo guapa que eres, lo lista y lo simpática. Es como vivir en un país encantado, en un lugar de cuento, y como en los cuentos, también hay malos: los rojos, esos seres siniestros a los que tu padre derrotó en la guerra, y los judíos y los masones, los cuales están constantemente conspirando contra ese héroe, tu padre, quien con mano firme los persigue y castiga: mata a los malos o los mete en la cárcel, hace justicia y asegura la paz y la prosperidad de esta gran finca vuestra, donde sois tan amados y que se llama España.
En su familia la llamaban Nenuca y Carmencita. Fue educada por su madre, porque su padre tenía ocupaciones más importantes. Se casó con el marqués de Villaverde y tuvo siete hijos, todos nacidos en el palacio del Pardo. En el año 2008 publicó un libro titulado Franco, mi padre, en el que cuenta que su padre era muy cariñoso y extravertido y que solía cantar zarzuela, pero la guerra le cambió el talante “por el sentido de la responsabilidad”. Dijo que a su padre no le molestaba que le llamaran dictador porque a él no le parecía que eso fuera algo malo, lo cual es coherente con su forma de pensar: a Franco lo que le parecía mal era la democracia.
Según carmen franco, su padre hizo mucho bien: elevó el nivel de vida de España y creó la clase media, “que ahora existe y antes de él no existía”. El progreso del país, para su hija, fue mérito de su padre y no de sus habitantes. Sobre la represión política bajo la dictadura de su padre, aclara que “no se hablaba de eso en casa”, y en cuanto a la pena de muerte, su padre era partidario de la ley del Talión. También era muy monárquico, dice, y confiaba en que el rey Juan Carlos seguiría fiel a los principios del régimen, dando a entender que los franquistas, y entre ellos la hija de Franco, se han sentido traicionados.
Nuestra transición fue incruenta, por fortuna, pero hubo que pagar un precio por ello. No hubo condena oficial del régimen franquista, ni de las atrocidades y excesos del dictador; una ley de amnistía impide pedir cuentas por los crímenes de la Guerra Civil. La familia de Franco no fue empujada al exilio, ni desposeída del enorme patrimonio que el dictador acumuló durante sus años de gobierno; siguieron veraneando en el pazo de Meirás y a Carmen Franco se le otorgó el título de duquesa de Franco con grandeza de España y vive muy tranquila, salvo por algún percance, como cuando la detuvo la policía en el aeropuerto de Barajas, cargada de joyas, con destino a Suiza. Dudo que Carmen Franco sienta compunción o vergüenza alguna por lo que hizo su padre; supongo que ella considera que era un mal necesario y que, fuera como fuere, había que poner coto a los rojos. Por tanto, sospecho que, a diferencia de Svetlana Stalina, no se siente abrumada por el peso de la culpa de su padre, porque para ella este no era culpable de nada.
III. Alina
Alina Fernández es la única hija de Fidel Castro, que además tiene siete hijos varones. Su madre, Natalia Revuelta, pertenecía a la alta burguesía cubana de la época de Batista. Nati Revuelta era una mujer muy guapa y bastante osada, que entregó al rebelde Fidel Castro la llave de un apartamento suyo en La Habana para que este pudiera organizar desde allí sus actividades clandestinas. Nati y Fidel se hicieron amantes. En 1953, Castro fue detenido y acabó en prisión, pero siguió comunicándose con Nati en secreto.
Fidel Castro en 1959 / REUTERS
Un día envió por error a su mujer, Myrta Díaz-Balart, una carta dirigida a su amante. El adulterio se descubrió; Myrta Díaz-Balart pidió el divorció y abandonó Cuba. En 1959, cuando la revolución triunfó, fue el doctor Fernández, el marido de Nati, quien huyó de Cuba con su hija mayor. En La Habana se quedaron Nati y Alina, la hija ilegítima y no reconocida de Fidel Castro. Según Alina, aunque Fidel siguió visitando regularmente a su madre en los primeros años de la revolución, nunca ofreció casarse con Nati, ni reconoció a su hija como tal; para Alina, Fidel Castro era un amigo muy simpático de su madre que le hacía regalos.
A los diez años se enteró de que Fidel Castro era su verdadero padre. En su libro autobiográfico La hija de Castro: Memorias del exilio de Cuba, escribió que reaccionó pidiendo a su madre que llamara a Fidel Castro. “Dile que venga ahora mismo. ¡Tengo tantas cosas que decirle!”, y Nati le contestó que no podía hacerlo porque no sabía cómo localizarlo. Sea verdad o mentira, esta es la historia que cuenta Alina. Escribe en su relato que su padre acabó por reconocerla y le ofreció su apellido, pero ella no lo aceptó, la oferta llegó demasiado tarde. Sus detractores sostienen que durante su adolescencia y juventud, Alina gozó de los privilegios propios de los hijos de los altos cargos del partido comunista: tenía coche, chófer, fue aceptada en el equipo de natación sincronizada y en la escuela de ballet sin ningún requisito previo, le bastaba con pedir un trabajo para conseguirlo…
Ella afirma que su vida no fue fácil; solo una vez visitó en su casa a Fidel Castro, sus contactos con él eran esporádicos y vivía como cualquier otro cubano “en un país sin comida, ni electricidad, ni libertad de opinión o movimientos”. Ser hija de Fidel, protesta, suponía vivir bajo vigilancia permanente. “No puedo poner una pata en la calle sin que me hagan un informito. Si voy a un cabaret, intimidan a la gente que me invita. No puedo entrar dos veces a una embajada, está prohibido que me monte en un avión. No encuentro trabajo si alguien no lo autoriza. Si me ves con una amiga, se convierte en tu amante. Soy una isla dentro de esta dichosa isla. ‘¿Quieres que acabe por pegarme un tiro?”, le preguntó una desesperada Alina al ministro del Interior cuando intentaba conseguir la autorización de Fidel para casarse, según recoge su autobiografía. Lo cierto es que pese a su carácter rebelde, su apoyo a la disidencia y sus críticas constantes al Gobierno de su padre, no fue perseguida ni encarcelada: es obvio que sí tenía privilegios, por lo menos este. Su padre quería que estudiara Químicas; ella emprendió, y no terminó, estudios de medicina, fue modelo, editora y prostituta (“jinetera”), o eso afirma, para poder dar de comer a su hija. “Ser hija de Fidel Castro no es fácil, ni en Cuba ni fuera”, se lamenta. “Cuando la gente me ve, se acuerda de su verdugo. Cuando me encuentro con sus víctimas, no puedo evitar angustiarme, sentir culpa”.
Se casó con un mexicano y pidió permiso para viajar a México; le fue denegado. En 1993, haciéndose pasar por una turista española, con un pasaporte falso y una peluca, escapó de Cuba y se instaló en Miami, sede del exilio cubano. Como Svetlana Stalin, huyó sola, dejando atrás una hija, Mumin, aunque poco después Castro permitió que saliera del país para reunirse con su madre.
Alina Fernández ha dedicado su vida en el exilio a criticar a su padre y su régimen político. Dice de Fidel que en un principio fue un revolucionario, empeñado en lograr la justicia social, pero que cuando accedió al poder y empezó a fusilar gente, el revolucionario se tornó en déspota. Ella se presenta como otra víctima más de Fidel Castro. Puede que influya en su reacción el ser hija ilegítima y no querida, tal vez haya un fondo de resentimiento en su postura. Al igual que Svetlana Stalin, tiene un carácter inestable, con bruscos cambios de humor. Ha tenido problemas de anorexia, dicen de ella que es imprevisible y caprichosa. Niega haber sido nunca una hija de papá y se considera una disidente como cualquier otra. “Nuestros padres son un accidente genético, no los escogimos”, alega, y lleva razón, pero es y será hasta que muera la hija de Fidel, el héroe para algunos, el tirano para otros; como Svetlana Stalina, haga lo que haga, diga lo que diga, no podrá escapar de su sombra.
IV. Gudrun
La culpa heredada puede ser colectiva. En la Alemania de la posguerra, una generación de niños creció sabiendo que sus padres habían sido nazis. Para escribir su libro Nacido culpable, Peter Sichrovsky entrevistó a 40 descendientes de nazis. La mayoría de ellos confesaron que una cosa es condenar los asesinatos, las torturas, las vejaciones cometidas por los nazis, y otra, enterarte de que tu padre fue uno de ellos. En muchos casos lo descubrieron tarde y a través de terceras personas, en sus familias había un pacto de silencio.
Las reacciones de los hijos de los nazis oscilaban del odio y el rechazo a la vergüenza callada, la distancia, el disgusto o la lealtad. Ninguno hablaba de amor al referirse a su padre. Peter Sichrovsky estaba empeñado en que esos hijos se atrevieran a preguntar a sus padres: “¿por qué lo hiciste?”, y esa, quizá, es la pregunta que no querían o no podían hacer, por temor a la respuesta: “Porque para mí estaba bien, no me arrepiento de nada; lo volvería a hacer”.
No me arrepiento de nada es precisamente el título de una biografía de Rudolph Hess publicada por su hijo, Wolf-Rüdiger Hess, negador del Holocausto y quien sostiene que su padre no murió de forma natural en la cárcel, sino que fue asesinado. Niklas Frank, uno de los dos hijos de Hans Frank, el gobernador nazi de Polonia, contó a la revista alemanaStern que el día que ahorcaron a su padre tras el juicio de Núremberg se masturbó sobre una foto de aquel hombre a quien calificaba de cobarde, corrupto, ansioso de poder, cruel y asesino, “el hombre que hizo posible Auschwitz”.
Niklas Frank dedicó gran parte de su vida a publicar libros y artículos contra su padre. Su hermano Norman declaró en 1959 que su progenitor era culpable sin paliativos. “Cometió crímenes terribles y pagó por ello con su vida”. Norman no ha querido tener hijos propios para no propagar la simiente maldita, para extinguir ese apellido infame.
Martin Bormann, el hijo del lugarteniente de Hitler, se aplicó a la misión de investigar la vida de su padre, con un objetivo: averiguar si aquel tenía conocimiento del Holocausto y los crímenes perpetrados por el régimen al que sirvió o si era inocente. Llegó a la conclusión de que su padre lo sabía todo; su firma estaba al pie de demasiados documentos y órdenes importantes. Sin embargo, lleva siempre en su bolsillo una vieja postal que su padre le mandó en 1943 en la que le llamaba “hijo de mi corazón”. Se disculpa diciendo: “Entienda usted que esa es la imagen que yo tengo como hijo y no me la pueden quitar”.
Dentro de la jerarquía de los criminales nazis, tras Hitler, quizá el que más horror o espanto provoca es Heinrich Himmler, el jefe de las temibles SS, quien dirigió, como ministro del Interior, a la policía secreta de la Gestapo y fue el impulsor, organizador y responsable del programa de exterminio de los judíos, a los que odiaba. Himmler se enorgullecía de sus SS, en sus palabras “una Organización Nacional Socialista integrada por hombres escogidos por sus características nórdicas y unidos por un juramento de sangre… Con el coraje de ser impopulares… Con el valor de ser duros e insensibles…”. En esa alocución de octubre de 1943, Himmler explicó a sus generales de las SS que “el pueblo judío está siendo exterminado… Muchos de vosotros sabréis lo que es contemplar una montaña de 100, 500 o 1.000 cadáveres… Esta es una página gloriosa de nuestra historia”.
Los judíos, según himmler, aunque física y biológicamente idénticos a los demás seres humanos, eran mental y espiritualmente inferiores, menos que animales: subhumanos. Himmler era un fanático, un tipo gris, frío, metódico, tremendamente eficaz, obsesionado con medrar y complacer al Führer, pero era también un padre cariñoso que idolatraba a su única hija, Gudrun, una niña rubia de aspecto angelical a quien llamaba Puppi (muñeca). En una fotografía muy difundida se ve a Heinrich Himmler ataviado con el uniforme negro de las SS, en la manga izquierda un brazalete con la esvástica, sosteniendo en sus rodillas a la pequeña Gudrun, y hay un gran contraste entre ese hombre de perfil ratonil, con nariz afilada, gafas redondas, bigotito fascista, mejillas fofas y barbilla huidiza y esa niña guapa, de trenzas rubias, piel transparente y rasgos delicados, la perfecta aria. Gudrun adoraba a su padre; solía entretenerse recortando las fotos de Himmler que aparecían en la prensa y pegándolas en un álbum.
Al final de la guerra, Himmler fue capturado por los ingleses y se suicidó antes de ser juzgado, como su venerado Hitler. Gudrun y su madre fueron detenidas en Italia por los americanos, quienes las recluyeron en un campo de prisioneros, donde Gudrun dio muestras de su obstinación y su carácter. En el libro My Father’s Keeper (en español, Tú llevas mi nombre), de Stephan y Norbert Lebert, sobre las vidas de seis hijos de gerifaltes nazis, se recoge una anécdota muy ilustrativa: a Gudrun no le gustaba el rancho que les daban los americanos e inició una huelga de hambre. Se puso enferma, perdió peso de forma alarmante, pero consiguió su propósito: al cabo de unas semanas, ella y su madre fueron las únicas prisioneras que tenían el privilegio de comer lo mismo que los oficiales norteamericanos. Gudrun y su madre pasaron dos años en sucesivos campos de concentración; las llevaron a Núremberg, en calidad de testigos. A Gudrun le preguntaron si alguna vez había ido a un campo de concentración.
–Una vez fui a Dachau –respondió.
¿Con tu padre?
–Sí.
–¿Y qué viste allí?
–Mi padre me mostró un jardín plantado con hierbas y me enseñó a diferenciar unas de otras –dijo Gudrun.
–Ya veo… ¿Quieres darme a entender que no viste a ningún prisionero?
–Vi algunos prisioneros… –admitió Gudrun.
–¿Y qué te explicó tu padre sobre ellos?
–Me dijo que los que llevaban un triángulo rojo eran presos políticos, y los otros, criminales.
No le pudieron sacar nada más. Gudrun se enteró de la muerte de su padre por casualidad, sus captores se la habían ocultado, pero un día un periodista americano fue a entrevistar a la mujer de Himmler en su celda y Gudrun aprovechó para hacerle aquella pregunta que nadie le respondía:
–¿Dónde está mi padre?
–Muerto –respondió el periodista–. Se envenenó con cianuro hace algún tiempo.
Gudrun, que ya había cumplido los quince años, sufrió un colapso físico y mental. Era una chica pálida, enfermiza, extremadamente delgada, propensa a los desmayos y poco desarrollada; a los dieciséis años la tomaban por una niña de doce. Siempre ha negado el suicidio de su padre y afirma que fue asesinado. Los americanos no sabían cómo sacarse de encima a la viuda y la hija del gerifalte nazi. Estas les confesaron que no tenían familia, ni conocidos, ni nadie a quien acudir. Estaban solas en el mundo y tenían un apellido maldito. Los americanos les aconsejaron que se lo cambiaran, pero Gudrun se resistió; mantuvo el apellido Himmler, y cuando le preguntaban sobre la ocupación de su padre, contestaba: “Era el jefe de las SS”.
Tuvo problemas para ser admitida en la escuela y en la universidad y perdió varios trabajos debido a su apellido, pero se negó en redondo a modificarlo; por voluntad propia se convirtió en una especie de mártir del nazismo. Con el tiempo se casó y pasó a llamarse Gudrun Burwitz. Tuvo varios hijos y fue una típica madre de familia alemana, con un hobbymuy especial: Gudrun Burwitz es el alma de una organización de apoyo a los exmiembros del régimen nazi denominada Stille Hilfe (ayuda tranquila), que les presta ayuda financiera, médica y legal, tanto en Alemania como en otros países donde buscaron refugio los nazis prófugos. Stille Hilfe nació en 1951 como una organización humanitaria, promovida por la aristocracia nazi, la Iglesia católica y la protestante, que contó con el beneplácito del papa Pío XII, de un obispo y del sacerdote responsable de Cáritas de Alemania. Dispone de amplios recursos y más de un millar de benefactores. Gudrun Burwitz es asidua a los mítines neonazis y ha consagrado su vida a rehabilitar la figura de su padre y a glorificar su memoria. Es una nazi convencida; para ella, su padre no fue culpable, sino víctima. Al parecer, tiene mal carácter, es una mujer áspera, desabrida y terca que ha hecho de su vida una cruzada: Gudrun Himmler contra el mundo.
V. Ana
Hace seis años leí en el periódico inglés The Times una historia que me impresionó sobre una joven serbia, de 23 años, atractiva, simpática y muy estudiosa, que cursaba el último curso de Medicina en la Universidad de Belgrado, quizá para cumplir la vocación frustrada de su padre, quien la quería con locura. Era una hija modelo y se llamaba Ana; su padre es Ratko Mladic, también conocido como el Carnicero de Srebrenica, comandante en jefe del Ejército serbobosnio, el Himmler de Karadzic, a quien se imputan, entre otros crímenes de guerra, el prolongado asedio de Sarajevo y la matanza de 8.000 musulmanes en Srebrenica, la mayor masacre en suelo europeo desde la II Guerra Mundial.
Ratko Mladic / REUTERS
A principios de marzo de 1994, en plena guerra de Bosnia, Ana fue a Moscú con compañeros de curso en viaje de fin de carrera. A su regreso era otra: se quejaba de un incesante dolor de cabeza, de no poder concentrarse en el estudio de los exámenes finales, estaba triste, abatida, apenas hablaba… La noche del 24 de marzo de 1994, Ana se disparó un tiro en la sien con la pistola favorita de su padre, quien se hallaba en el frente. Esa pistola tenía un significado especial en la familia: era la que regalaron sus compañeros al general cuando se graduó como el mejor cadete de su promoción en la academia militar de Belgrado. Mladic había dicho que solo la dispararía para celebrar el nacimiento del primer nieto que llevara su apellido. En la casa había otras dos pistolas. ¿Por qué eligió aquella Ana? La hija de Mladic no dejó ninguna nota que explicara sus motivos. Tras su muerte se dispararon los rumores: se decía que Ana había descubierto en Moscú las atrocidades perpetradas por su padre y que esa revelación la empujó al suicidio. Mladic sigue sin aceptar que su hija se quitara la vida; sostiene que fue asesinada o que alguien en Moscú le inoculó un veneno que le trastornó la mente. “Mi hija nunca se mataría con esa pistola”, afirma. “Sabía lo que significaba para mí”.
Si con su gesto Ana mandó a su padre un mensaje cifrado que buscaba hacerle recapacitar, no lo consiguió: tras la muerte de su hija, la crueldad de Mladic se desató hasta extremos inconcebibles. Pocos días después del entierro emprendió la ofensiva de Gorazde, que bautizó con el nombre de Operación Estrella, apelativo cariñoso que daba a su hija. En julio de 1995 invadió Srebrenica; en menos de cuatro días, las fuerzas de Mladic ejecutaron a sangre fría a 8.000 varones musulmanes de entre 12 y 75 años, todos civiles, que se habían refugiado en la base militar de la ONU de Potocari. Los cadáveres fueron arrojados a fosas comunes. Diecisiete años después, un equipo internacional de forenses continúa trabajando en la apertura de las fosas y en la exhumación de los cuerpos para su identificación. Ratko Mladic permaneció fugitivo de la justicia durante 15 años; era el criminal de guerra más buscado de Europa. Poco después de su captura en Serbia, en mayo de 2011, Ratko Mladic pidió al Gobierno serbio que antes de extraditarlo a La Haya le permitieran visitar la tumba de su hija, “o si no, que me traigan su ataúd a la cárcel”, dijo. Está previsto que mañana, 14 de mayo, comience la vista oral de su juicio en La Haya.
El caso de Ana Mladic es excepcional. Las otras hijas de genocidas y tiranos que acabo de mencionar, bien han reaccionado negando los crímenes de sus progenitores, bien han procurado librarse de la culpa heredada mediante la huida y una nueva identidad. Ana Mladic se quitó la vida cuando su padre era un héroe para los que le rodeaban, cuando aún no había perdido la guerra ni había caído en desgracia. Ana era una joven nacionalista serbia que creía firmemente en la causa del general Mladic y en su visión maniquea de la contienda: nosotros somos los buenos, y ellos, los musulmanes, los malos; hay que aniquilarlos para que no acaben con el pueblo serbio. Pero algo sucedió en Moscú que resquebrajó esa certidumbre. Todo hace pensar que tuvo lugar una lucha entre el amor filial y su sentido de lo que estaba bien y lo que estaba mal: se atrevió a dudar, a enfrentarse a la verdad. He empleado tres años en investigar la vida de Ana Mladic y el conflicto bélico de los Balcanes. En mi novela La hija del Este mezclo realidad y ficción; creo que el lector advertirá cuán cercano le resulta el personaje y se dirá, como me decía yo en el curso de mi investigación: “Podría haber sucedido aquí, podríamos ser nosotros”.
el peso del apellido. Iósif Stalin llamaba a su hija Svetlana (con él en las imágenes) “mi pequeño gorrión”, le regalaba juguetes, solía besarla… A los 17 años descubrió que su madre se había suicidado y fue testigo del maltrato a sus hermanos. El resto de su vida fue un continuo deambular tratando de huir de la sombra de su padre. orgullo de raza. En la imagen, Heinrich Himmler (segundo por la izquierda), con otros ditrigentes nazis en Praga.Al lado, Himmler con su hija en 1938. Y abajo, Gudrun y su madre en la 88ª División de la Armada de EE UU en 1945 en Bozen (Italia), país en el que fueron detenidas al acabar la guerra. del amor al suicidio. A la izquierda, Ratko Mladic, El carnicero de Srebrenica, con su mujer y su hija Ana, que se suicidó en 1994. Al lado, su tumba en Belgrado. Abajo, el comandante del Ejército serbobosnio entrevistado en el monte Igman (Sarajevo) en agosto de 1993. El padre justiciero. Si todos le adulan, es fácil ver así a un padre, haga lo que haga. A la derecha, Franco con su hija Carmen el día de su boda en 1950. Abajo, en la comunión de su nieto Jaime Martínez-Bordiú. En la otra página, la hija de Franco en el Valle de los Caídos, en 2005, en el 30º aniversario de la muerte de su padre. de revolucionario a déspota. De izquierda a derecha, Alina Fernández con su madre; en una protesta contra el régimen castrista, y con su padre, el día de su comunión.

Trotski


León Trotski (1879-1940). / ARCHIVO ROGER VIOLLET / FRANCE PRESSE



CRÍTICA:LIBROS / BIOGRAFÍA

El mito de Trotski

Autor de dos libros de referencia sobre Lenin y sobre Stalin, Robert Service cierra el triángulo de biografías sobre revolucionarios rusos con la que ahora nos llega sobre Trotski. Desde el principio es consciente de que el terreno es más resbaladizo. La condición de mártir del estalinismo y la supervivencia de buen número de epígonos tuvo por resultado que desde el clásico estudio de Isaac Deutscher hayan predominado los relatos de mayor o menor valor, pero siempre con un sesgo hagiográfico. La vulgata trotskista ha forjado además un molde ideológico muy útil para sentirse revolucionario, de una revolución siempre en el orden del día, con el proletariado como protagonista, que sólo resulta frustrada por el reformismo del traidor a la historia que es el partido comunista, con Stalin y después de Stalin. El capitalismo o la reacción, ya se sabe lo que son: no entran en el problema. Resultado: una construcción maniquea con Trotski (la Revolución) como polo del Bien, en tanto que Stalin y sus sucesores encarnan el Mal.

Trotski

Robert Service
Traducción de Frances Reyes
Ediciones B. Barcelona, 2010
528 páginas. 29 euros
La reconstrucción de la vida y las ideas de Trotski por Service está dirigida a quebrar ese mito. "Este libro es la primera biografía extensa sobre Trotski escrita por un no ruso y no trotskista", advierte. Una exhaustiva búsqueda documental en los archivos con material de primera mano en diversos lugares del mundo, de Moscú a Harvard, la permite profundizar en las actitudes y en las intenciones reales del revolucionario con mucha mayor precisión que lo que ofrece la obra publicada. El resultado es un tríptico en el cual los aspectos biográficos de tipo personal, las actuaciones políticas y los planteamientos ideológicos convergen en un cuadro esclarecedor de la compleja personalidad del político.
Service destaca en Trotski su excepcional calidad como orador, organizador y líder. En lo primero fue superior a Lenin y como organizador de procesos revolucionarios en curso, inigualable, como probó su dirección del soviet de San Petersburgo en 1905 y la preparación del acto insurreccional de octubre de 1917, por no hablar de su decisiva tarea en la organización y dirección del Ejército Rojo. Otra cosa fue su calidad como líder y organizador político, lastrada por un excesivo personalismo, exacerbado en los últimos años, y por su olvido de las reglas que presiden el funcionamiento de un partido político, tema en el cual fue siempre a remolque de sus adversarios. Deficiencia que por otra parte sorprende, ya que fue el primero en darse cuenta muy pronto, en 1904 y en su folleto Nuestras tareas políticas, de los mecanismos dictatoriales que encerraba el modelo organizativo propuesto por Lenin y de la inevitable sustitución que del mismo se derivaba hacia el vértice sofocando el supuesto poder del proletariado. Nunca aplicó tales previsiones a su etapa de gestor del poder soviético.
Trotski creía demasiado en sí mismo y por otro lado tendía a construcciones esquemáticas -inevitabilidad de la revolución permanente y del gobierno obrero-, que funcionan en 1905 o en 1917, a favor de corriente, pero que luego se distanciaron de la realidad tanto como sus valoraciones peyorativas de Stalin o de momentos críticos de la historia europea. Rara vez admitía los desmentidos que los hechos infligían a sus posiciones, expuestas siempre como verdades indiscutibles. Tal rigidez le resultó muy costosa en las relaciones con sus propios fieles. Uno de ellos desengañado, el futuro teórico de lamanagerial revolution, se lo planteó: no hay una "verdad de clase" y los hombres más peligrosos son aquellos que se creen en la posesión de la verdad. Trotski ignoró la observación.
Trotski fue un antidemócrata convencido, si bien creyó en una "democracia socialista" donde coexistieran las distintas corrientes revolucionarias. Aunque aplastó Kronstadt. No fue la cara amable de la revolución, por contraste con Stalin. Estudioso de la Revolución Francesa, el equivalente de la guillotina era su instrumento preferido en 1917 para aplicar a la burguesía. En Terrorismo y comunismo (1920) escribe: "La vía del socialismo pasa por la tensión más alta de estatización", "la militarización del trabajo", "el gobierno más despiadado que pueda existir, un gobierno que abarca imperiosamente la vida de todos los ciudadanos". Totalitarismo puro.
La grandeza de Trotski residió en su capacidad para desarrollar una línea política original, sobrevolando los enfrentamientos entre bolcheviques y mencheviques y percibiendo la inviabilidad de la fase democrática -a diferencia de Lenin pre-17- en la Rusia zarista. Su aislamiento resultó además compatible con una práctica revolucionaria desarrollada, llegado el caso, con una excepcional capacidad de gestión. Pero ese aislamiento le fue fatal cuando se planteó la lucha por el poder a la muerte de Lenin. Era el hombre a abatir y lo eliminaron. Una vida espléndida y trágica, que salvando los escollos de la traducción el libro de Robert Service nos devuelve en un gran relato.

viernes, abril 06, 2012

“Aquí se hace lo que yo obedezco” : Los guardianes de la tierra


Texto ganador de la beca de Creación de Periodismo Cultura, Ministerio de Cultura 2011

Por: John Harold Giraldo Herrera
Docente Universidad Tecnológica de Pereira
john.giraldo.herrera@gmail.com

Fotos: Rodrigo Grajales

1.    Resguardo de los guambianos: la tierra lo da todo

El día de conteo de votos, Jeremías Tunubala rezaba con su familia para que los comicios no le favorecieran. Su comunidad, los indígenas guambianos, lo postuló para ser su gobernador general en el año 2011. No era que Jeremías se negara a ser gobernador, lo que ocurría era que sabía que le esperaba un arduo trabajo por un periodo de un año si lo elegían. Sin ansias por el poder, la máxima de los líderes, es ofrecer su trabajo de modo desinteresado en función de su pueblo, una labor por la que no se reciben pagos, se trabaja las 24 horas del día y se atiende toda serie de encargos: resolver conflictos entre los indígenas, ser representante ante el Estado, convertirse en taita y autoridad. Y contra su pronóstico, Jeremías fue electo. Las diversas masacres, la guerra, el olvido, la falta de respaldo y las pugnas por la tierra marcan la existencia de un gobernador, cuya vida siempre corre peligro. Mandó obedeciendo.

2.    El gobernador ahora concejal

“Soy indígena de pensamiento”, enuncia Jhon  Mario Restrepo emberá-chamí de Marmato en Caldas, quien fue gobernador. Su acento paisa, su modo de vestir, y su manera de ser podría poner en duda su condición indígena. Siempre porta un largo y colorido collar, con símbolos alusivos a su cultura, hecho con chaquiras y tejido por él. En el municipio de Marmato es un líder cívico. El 30 de octubre del 2011 fue elegido como concejal de su municipio, por tanto, Adriana Palomino es la nueva en el mando de los emberá. Su comunidad no ha querido ser reconocida como resguardo indígena, no existe de modo legal, aunque se encuentran milenariamente asentados allí. Por los intereses desatados gracias al oro que hay en las montañas, el resguardo de los Cartama parece sufrir más que el pueblo palestino en el Medio Oriente, cuyo territorio en el mapa, está esparcido sin unión geográfica y sin ser reconocido como estado.

3.    Horacio Nariquiaza cumplió un mandato

Horacio Nariquiaza en Mistrató-Risaralda, enfrentó su modo de gobernar muy contento. Vivió las incertidumbres de la politiquería, lo llamaron a generar negocios turbios, le ofrecieron dádivas, pero él, como su comunidad, resiste incólume. Horacio abandonó sus estudios de Licenciatura en Pedagogía Infantil, al quedar electo gobernador del resguardo de Purembará en 2011. Vive en la alta montaña de la Cordillera Occidental con los emberá-chamí, en un lugar sin vías adecuadas y amenazado por multinacionales y grupos al margen de la ley. Allí, la desnutrición, las enfermedades de la selva y la falta de atención estatal acechan. Los emberá como guardianes de la montaña protegen los recursos naturales, conviven en armonía con el medio ambiente. Algunos de los mestizos-colonos de Mistrató les llaman irracionales. Han sido pacíficos, su modo de resistir es con la palabra y con su legado como comunidad ancestral. La guardia y el cabildo representan la dignidad. Horacio gobernó con la voz de todos. Su voz fue una más de las que se escuchaban en cada asamblea cuando se reúnen para debatir y decidir su camino. Por eso suelta una sentencia: “Aquí se hace lo que yo obedezco”. Lo dice luego de una reunión con la gente del Consejo de Justicia.

Más de un millón son los indígenas en Colombia, y esta es la historia de tres de sus gobernadores. Sin cifras claras, se cree, según datos del DANE, que pueden ser más de 638 gobernadores generales. Las vidas de los gobernadores indígenas se hilan por pertenecer a rincones olvidados, donde se incuba el terror, sitios privilegiados por el paisaje, sus gentes, donde la riqueza natural abunda, pero las necesidades apremian. Sitios donde la autonomía de gobernar les cuesta vidas y señalamientos a las comunidades indígenas. Una labor por la que no se reciben pagos, se trabaja las 24 horas del día y se atiende toda serie de encargos: resolver conflictos entre los indígenas, ser representante ante el Estado, convertirse en autoridad.

1a. Llegar a Guambia

“!Popayán¡ !Popayán¡ !Piendamó¡”, gritaba el pato, el ayudante del conductor. Y su grito no paró hasta que llegamos a uno de los 38 municipios del Departamento del Cauca. En la buseta íbamos 4 personas, después de los vociferantes anuncios y de parar en cada estacionadero, la buseta quedó repleta. El pato gritaba, se bajaba y en cada arranque se quedaba atrás en la acera y se venía corriendo para subirse de nuevo y seguir gritando: “!Popayán¡ !Popayán¡ !Piendamó¡ La única forma de acceder a Silvia, territorio ubicado en la margen occidental de la Cordillera Central, es llegar a Piendamó y abordar una nueva buseta. Jeremías nos esperaba.

“Esto está echando humo, esto sí es caliente, disfrute del verdadero pandebono”, coreaba otro vendedor que se subió al bus rumbo a Piendamó a ofrecer una de las comidas típicas del departamento del Valle. Ir a Silvia es recorrer un país que pasa por una temperatura fresca, calor pegajoso, al frío extremo. Y esa variedad climática se refleja en la diversidad cultural: mulatos, negros, mestizos e indígenas conviven en una misma geografía.En cada trayecto, un montón de vendedores se subían, desde el que vende todo tipo de comestibles hasta el que promueve una vida basada en la botánica: “Le tengo la planta para la calvicie, la piel...” País del rebusque, de la necesidad, de la incesante búsqueda por el sustento.

Jeremías es de Guambía en Silvia, mientras le hablo por teléfono, me dice que hay que tener mucho cuidado, varios comunicados han puesto en peligro su vida. En septiembre le llegó una amenaza del grupo Nietos del Quintín Lame, se autoproclaman portavoces de los indígenas sin tierra para recuperarla, como lo hizo el legendario indígena en la década de los 30. Dicen luchar contra el Estado, también contra un semejante: “si no se va lo torturamos a usted y a su familia”, precisa la amenaza. En Cauca se fragua la guerra intensa que vive el país con todo tipo de matices: guerra irregular, ataques constantes de la subversión a las fuerzas militares, tomas, señalamientos, desapariciones, barbarie. Llegamos, los guambianos junto con los paeces deambulan por la plaza central del pueblo.

2a. Resguardo Cartama: El oro les genera trabajo pero los puede exterminar

Marmato es el pesebre de oro de Colombia. En una de sus montañas se presume que hay 10 millones de onzas del preciado metal, representan como 16 billones de pesos, es lo estimado de endeudamiento de los Estados Unidos para el 2012. Desde la llegada de los españoles, pasando por la financiación de varias de las batallas emprendidas por Simón Bolívar hasta las ansias de multinacionales por quedarse con la riqueza, marcan la vida del pueblo caldense. El oro genera todo tipo de disputas.

Marmato se encuentra a unas 3 horas y media de Pereira. A 75 kilómetros de Manizales, luego de llegar hasta la troncal occidental, vía a Medellín, uno se baja en la Felisa y espera la chiva que lo lleva hasta El Llano, el nuevo lugar a donde se ha ido trasladando a la población. El barrio de arriba parece fantasma, salvo por la actividad de mercado fuerte en la plaza y por la iglesia, se extraña al párroco Reinel Restrepo, líder, asesinado en en el mes de septiembre del 2011.

Recorrer el resguardo de Cartama de los emberá-chamí es subir por un filo largo y empinado. Abunda la pobreza y la sencillez de las gentes. Son 2.800 indígenas viven de de la extracción del oro, “tanta riqueza en esta montaña y nosotros a veces sin tener para comer”, expresa una indígena. En los jornales ganan entre $10.000 y $15.000 diarios. Para ellos, el pesebre parece haber escondido el niño dios.

3a. En el 2011 gobernó Horacio Nariquiaza

 “Adelante compañeros, dispuestos a resistir, defendiendo nuestros derechos así nos toque morir”, se escucha a las 6y30 de la mañana en el resguardo, en una canción que pone en un moderno equipo amplificado uno de los alguaciles de la guardia indígena. Hay jornada cultural en el internado -el colegio hecho hace unos 40 años como parte de la colonización de la iglesia judeo-cristiana-, se conmemora la diversidad cultural. Los 200 estudiantes organizaron bailes, discursos y una serie de actos con otros estudiantes de las veredas aledañas. El calor pega a unos 28 grados centígrados.

La tarde anterior un arcoíris inmenso cubría parte del paisaje.  Para los indígenas emberá, el arcoíris representa espíritus benignos y malignos: “Cada vez que un niño muere sale”, expresa Adriano, el profesor de Lingüística del internado. Se ofrecen mensajes de solidaridad a la familia del niño, se desconocen los motivos de la muerte, el enfermero del puesto de salud, dice que pudo haber sido por desnutrición. El 40% de los niños se encuentran desnutridos. En todo caso, los emberá, siempre tienen una frase que promueven con los estudiantes: “¿Cómo se sienten? ¿Contentos, cierto?”. Esa forma de saludo es parte de su filosofía de vida: vivir contentos en el ancho y espeso contexto de las montañas. Aunque en época electoral suelen sufrir divisiones por la actividad de los políticos que prometen para unos algo y para los otros algo más o menos.
Las decisiones, cualquiera que ellas sean, en los emberá son tomadas en colectivo. Las autoridades son fieles al cumplimiento de las necesidades e intereses de la comunidad y su poder no obedece a intereses individuales sino colectivos. Horacio, participa como autoridad ofreciendo un discurso en un evento, su frase con la que cierra es determinante: “El estudio es fundamental para los seres humanos”, y convidó a los estudiantes a aprovechar el espacio de formación con el que contaban en el resguardo y a ser guardianes de la montaña. Los bailes y discursos no cesaron en todo el día. Horacio gobernó durante un año corrido intentando conseguir recursos y algunas mejorías para el resguardo y caminando la ancha montaña solucionando problemas entre los indígenas.
1b. Jeremías cumplió una obligación

Jeremías participa de un encuentro con mujeres. Una de las diversas reuniones que en un día sostiene con su comunidad: «Estoy en una reunión con mujeres del pueblo Misak, súbase al carro de don Víctor, es de confianza y los espero en el hospital “Mama Domingo”». Silvia es llamada la Suiza de América, si allá el paisaje retumba en los ojos, acá la maravilla no deja de causar expectación: “Parece un paraíso”, dice Rodrigo Grajales, el fotógrafo que me acompaña, quien no cesa de capturar la belleza. Son unas montañas, con pinos y árboles de diversa especie, donde el azul y el verde se confunden; lo típico es ver caminar a los guambianos con sus faldas azules, bufandas de colores subidos, botas grulla y sombrero. Las mujeres lucen un vestido similar, cargan a los niños en sus espaldas. Sitios donde los guambianos fueron esclavizados, terrajeros, colonizados y desterritorializados por los españoles desde 1535 cuando llegó el español Sebastián Belálcazar, como lo relata Didier uno de los organizadores del grupo de comunicaciones del pueblo Misak.

El mandato de Jeremías lo acompañaron 174 personas quienes no reciben sueldo, salvo el que maneja la ambulancia, el médico, entre otros. El conductor dice que ya no tiene trabajo: “Pero es justo ya que todos necesitamos trabajito”. La gobernabilidad no pelea por la burocracia, el poder se asume con serenidad, parte esencial del ser guambiano, cada cual sabe que cumple una obligación.

2b. Las presiones: John Mario y el territorio

Cartama no tiene unidad gracias a los continuos desplazamientos a los que han sido sometidos, tampoco tienen su lengua propia porque la han dejado olvidar y el resguardo lucha por unificarse y recuperar su identidad. Monterredondo es la vereda donde queda ubicado el resguardo. La multinacional canadiense ha comprado varios títulos de pequeños mineros, cuenta con la ventaja que el pueblo se ha venido trasteando gracias “a deslizamiento ocurrido” en abril, dice Adriana y a un plan estratégico para bajarlo de la montaña para ser explotado a cielo abierto. La montaña se la van a llevar.

Jhon Mario ha sufrido toda clase de persecuciones. “Me siento más seguro acá en mi tierra que cuando salgo”, su liderazgo parece incomodar intereses. “Es más importante la libertad de un pueblo que llenarme de plata”, afirma con contundencia, y relata cómo se ha sentido perseguido. Juega con los niños del resguardo y sus preocupaciones se disipan. Una vez en un foro, hizo requisar a dos personas, les encontraron carné de la Medoro, y cuenta que lo persiguen como una forma de asedio. Le han ofrecido dineros para que cese de “molestar” y permita hacer estudios en los sitios ancestrales de su comunidad, “Pórtese bien que nosotros le ayudamos”, le han dicho los emisarios de la Medor. Es concejal para evitar que “sigan gastando el recurso público de las regalías en fiestas con la multinacional o robándoselo”.

Además, cree que el estado no ha querido reconocer su territorio como sagrado, porque les conviene por si en la otra montaña no hay el oro esperado. El resguardo fue fundado por él y otras personas en el 2003. Han hecho correr sus predios, el anterior alcalde, Uriel Ortiz Castro, tiene una gran finca al frente del resguardo y como cuentan con una cancha de fútbol la ha reclamado como parte de sus predios. Mario dice: “Mientras la finca del exalcalde tiene muchos arreglos y parece de mafioso, las casas de los emberá no tienen ninguna mejora”.

3b. La guardia indígena

La guardia indígena es el mayor baluarte para los emberá, con ella se han defendido, ser guardia es un honor y un modo de ofrecer el valor para resistir. El poder no trasnocha a Horacio, es apenas un modo para: “Mantener la autonomía, fortalecer la organización, la unidad, la gobernabilidad debe ser fuerte aquí, y la justicia”. En el cepo, sitio donde pagan las penas los emberá, se cumplen los castigos ordenados por la justicia. Estar colgado de los pies es un modo de purgar las faltas, así como haciendo trabajo comunitario. La guardia además de proteger el territorio, hace cumplir la justicia.

27.600 hectáreas tiene el resguardo, su mayoría de selva. A sus 35 años Horacio, camina más de lo que no lo había hecho antes, esas hectáreas donde se encuentran sus compañeros debe recorrerlas. “Los caminos son tan difíciles que en mula es más peligroso”, comenta. Le ha tocado imponer el orden, incluso hablando con quienes le mataron a su hermano, los guerrilleros de las FARC, “Respetan la autonomía de nuestro pueblo o si no la hacemos respetar con nuestra guardia indígena”, les anunció.

El plátano, civiricu en emberá, es la base de la alimentación. Comen mucho arroz, y muchas veces aguantan hambre, la comida escasea y las tierras donde viven no son muy fértiles, saben que deben ampliar su base alimentaria porque de lo contrario seguirán viviendo con índices de desnutrición. Las enfermedades como la leishmaniasis, o el paludismo los atacan con frecuencia. Caminar y resistir es ser emberá.

1c. Reexistir es parte del ser guambiano

“Ya no tenemos tierras para recuperar, defenderemos con nuestra vida las que tenemos”, sentencia Jeremías Tunubala, el gobernador indígena, luego de un discurso en el resguardo de Santiago, en Silvia Cauca. La conexión con la tierra es su esencia, vivir en sus tierras les ha permitido mantenerse como cultura, aunque han tenido que defenderla con su resistencia. Las 6 mil hectáreas en las que viven todos los guambianos, les permite tener 2.500 metros cuadrados por persona, para cultivar, tener estanques con trucha algunos o solo la casa. El problema es que sin tierras y creciendo la comunidad se encuentra una incertidumbre: “más la amenaza de que vengan por nuestros recursos naturales”, apunta en su discurso el gobernador.

“Acá nació el movimiento indígena de Colombia y queremos seguir su legado”, va enunciando el gobernador, “Queremos continuar con las enseñanzas que nos dejaron nuestros sabios”, enfatizó en la idea de seguir organizados y resistiendo de modo pacífico. Muchas frases suelta Jeremías, cada una de ellas con una apropiación de lo que son como comunidad. “Recuperar el territorio para recuperarlo todo” es la consigna que han sostenido desde décadas cuando fueron esclavizados y exiliados en su territorio. Los guambianos son 17.500 integrantes, su mayor fuerza está en Silvia. Su visión de mundo contrasta con la idea que si cuentan con territorio lo demás se va construyendo.

2c. Ser indígena es un acto de pensamiento

Los indígenas conviven con la humillación constante, creen que solo sirven para cargar y trabajar. En Marmato, los tienen en cuenta en los trabajos más duros en las minas, cuenta Mario y sigue caminando por el filo del resguardo. Los indígenas Cartama fueron extinguidos por los españoles gracias a los forzosos trabajos impuestos en 1625. “Si no nos organizamos terminamos extinguidos de nuevo”, afirma Mario.
Los integrantes del resguardo conservan rasgos de mestizo, le pregunto a Mario lo particular de su fisionomía, como si ser indígena fuera cuestión de fenotipos y me responde: “En la época de la colonización, no por Cristóbal Colon sino por un grupo de indígenas de diferentes etnias del país -no tenemos un dato exacto- sabemos que  vinieron ansermas, quimbayas, supías, varias tribus y para nosotros fue muy importante hacer un estudio y darnos cuenta de dónde veníamos. Porque cuando se sabe cuál es el valor de la vida es cuando uno decide a qué se puede pertenecer y qué cultura lleva consigo”, además me increpa y me dice que yo también soy un mestizo.
3c. Un Guardián que continuó como antes: siendo docente.

Horacio recuerda que hace 8 años su hermano fue llevado por la guerrilla y asesinado. Un hecho que lo ha dejado marcado. Su vida se desenvuelve de modo tranquilo en las montañas. Vive con sus cinco hijos y compañera, los de 13 y 15 años le ayudan en las labores agrícolas, los demás van creciendo, jugando, como todo niño, nos cuenta. Ser gobernador ha significado retrasar sus estudios, la comunidad luego de ver sus dotes de profesor en el internado por más de 11 años, lo propuso en una asamblea como su gobernador, fue elegido con más de mil votos y por todo el 2011 fue su líder. Mandó eso sí, obedeciendo lo que le dijeron las demás autoridades de las 33 veredas del resguardo donde viven cerca de 7 mil indígenas. Se puede reelegir hasta tres años pero no quiso. Extraña mucho a su familia y las labores como gobernador lo han hecho distanciarse un poco. El padre Julián de la iglesia afirma: “El gobernador es elegido para servicio de la comunidad, no para beneficio propio. Cuando termina su periodo, de un año, sigue siendo uno más de ellos”
Horacio a sus 35 años, volvió a las clases a enseñar. Su comunidad sufre, muere de hambre y debe resistir, un mega proyecto como la instalación de una hidroeléctrica y la construcción de una vía panamericana por sus sagrados territorios, amenaza con desplazarlos. “Necesitamos territorio, nosotros no hablamos por tierra sino por territorio, de eso se vive, nosotros cuidamos el territorio, no queremos perderlo porque en él nacimos, según la historia en 1074, Colombia estaba dividida en 400 naciones y llegan los españoles y los portugueses, y nos cambian ese mundo por uno nuevo y empiezan ellos a perseguir a los indígenas, a desplazarlos cada vez más a la selva. Y por eso nosotros cuidamos nuestro territorio porque en él nacimos”. Esa es su esencia y su necesidad, estar en su tierra. Ahora volvió a dar clases como cualquiera, en el 2012 gobierna Nelson Ziagama y afronta un nuevo mandato.

1d. Los misak son una familia, Jeremías un hijo

Jeremías es padre de una hija, Maia Sofía Tunubala, su compañera la Mama Liliana desde el 1° de enero del 2011 también asumió como gobernadora. Su casa queda en la vereda Puente Real. Allí cerca al río Piendamó, recuerda, que cuando niño, sus padres, le hacían el ritual del refresco. Lo sumergían en el río todas las mañanas a las 5:00 am, tres veces para que nunca se le olvidara de donde venía, además de motivarle la vida y conectarlo con la naturaleza. En su casa se enterró su cordón umbilical, muestra de saber que son y pertenecen a la tierra.
Los Misak consideran la familia como prioridad, la familia es la que gobierna. Jeremías, a sus 35 años, es uno de los gobernadores más jóvenes de su pueblo. Pertenece a una familia numerosa, 9 hermanos, 5 mujeres y 4 hombres, él es el de la mitad, quienes se convocan todos los días en la cocina donde ubican el fogón para conversar los temas de familia y tomar las decisiones de manera mancomunada. Se quita los zapatos y bebe una aguadepanela.
Alrededor del fogón se relaciona y fortalece la comunidad guambiana, desde el fogón se traspasan los valores. Al ser una comunidad edificada por la palabra, su cultura nace en las conversaciones en la cocina. El fogón se ubica en la mitad de la casa como lugar de encuentro. Cada uno tiene un puesto, un rol a desempeñar. El hermano menor dice que la gobernabilidad nace en el fogón. Ahí se discuten los problemas, comparten sus alegrías, enfrentan las situaciones adversas.
Lorenzo Muelas uno de sus máximos líderes dice que son como “una espiral, podemos enrollar y desenrollar, salir y salir, pero siempre volveremos a nuestra tierra”. El maíz es la base de su alimentación, tienen estanques con trucha, una serie de legumbres y tubérculos en sus fincas. “Si no labramos la tierra, no tenemos derecho al plato de comida diario”, comenta Lorenzo.
Jeremías se graduó de Comunicador social en la universidad del Valle, estaba haciendo una especialización en Conflicto y Derecho Internacional, que cesó por ser el gobernador, la responsabilidad es de 24 horas al día, los 7 días de la semana. Al haber acabado el mandato vendrán nuevos hijos y la continuación de varios proyectos personales.
Jeremías ha viajado por el mundo, las amenazas no lo intimidan. Resolver conflictos de justicia, que incluye el dar fuetazos, o dirimir problemas conyugales, ser el representante ante el estado, luchar por la unidad de los guambianos, realizar proyectos, y ejercer el mandato de su comunidad han sido sus prioridades. Ha vivido de la tierrita, y de ayudas familiares mientras en el 2012 retoma su vida normal. Deja de beber la aguadepanela y nos dice que debemos irnos, sin embargo, cuenta que los Misak no solo: “Resistimos re-existimos, es algo más profundo”. Jeremías mandó obedeciendo, su familia rezó para poder hacer un buen mandato. Ya acabó, lo importante fue estar con su comunidad departiendo.
2d. Resguardo Cartama: El oro les genera trabajo pero los puede exterminar

Jhon Mario Restrepo a sus 26 años cuenta con 12 de líder. Fue personero en el colegio, y tres periodos de gobernación indígena. Un sábado, trabaja en el molino, en las labores mineras. Es soltero, no tiene compañera “por no tener tiempo”. Su dedicación a la comunidad lo mantiene entretenido. Es amante de las plantas, como también de las esencias, se las unta todos los días, comenta que Don Juan del dinero, combinada con un trago de aguardiente en la mañana sirve “para atraer buenas energías y pensamientos”. Su angustia es la de creer que en algún momento los van a sacar de su territorio, las tierras donde viven son improductivas y no cuentan con una extensión acorde donde vivir con dignidad, por lo menos se refugian de las inclemencias del clima.
Es auxiliar contable y técnico en informática. Cuenta con 7 hermanos y gracias a la minería su papá les dio estudio a todos. Sueña con ser el alcalde de Marmato. Le aterra la forma como se aprovechan de su gente, le da mucha rabia participar de las reuniones donde se negocian sus derechos, por eso todas las noches “me tomo un vaso con agua, es como purificarme de los malos pensamientos, porque uno dentro de una reunión se pelea con esta gente y a uno le entran malos pensamientos, porque lo reconozco, pero siempre hago esto para que dios me purifique y al otro día me levante con la misma energía y alegría para seguir luchando por mis indígenas”.
Recorrer el resguardo es como ser exiliados en su propia tierra. Hace un mes encontraron en Monterredondo Alto un cementerio indígena. En ese mismo lugar, colocan una torre de Comcel, sin mediar diálogo, fue impuesta. Mario se queda jugando con una veintena de niños indígenas que nos siguen en el camino por el filo. “Todos los domingos, me levanto y vengo a jugar lleva con los niños, o al escondite”.
Una mujer que nos recibe en su casa, al preguntarle sí es indígena, baja la cabeza, la medio y sube y dice con voz entrecortada: “Sí, pero me da mucha pena”. La forma de vida de los indígenas es refugiarse en las tardes a ver televisión “viendo esas novelas malucas de Caracol” cuenta Martha Liliana Bueno, de 27 años. La base de su alimentación es muy precaria, “arroz, con papa, cebolla y tomate”, no hay para más. Mientras se acomoda en su casa de bahareque donde viven 12 personas en un espacio de 2.5 por 7 metros cuadrados.
Mario debe irse a una reunión con la comunidad. Pero antes me dice, cuando le interrogo por el ser indígena: “Es tener no solo sentido de pertenencia sino la visión, además amar  la tierra y todo lo que nos rodea y saber defender la autonomía y eso lo hace a uno ser indígena”. Se despide, pero antes, informa que tengamos cuidado porque en las noches patrullan por el filo gente con camuflado y armadas, no se sabe quiénes son.


( Una Versión editada de este texto fue publicada en http://www.elespectador.com/impreso/nacional/articulo-336513-los-guardianes-de-tierra )