sábado, septiembre 05, 2015

FABIO CASTILLO

Hay tipos curiosos por los papeles de las notarias, los juzgados, las Cámaras de Comercio, las oficinas de registro. Hablan con los recién salidos y los recién salvados. Esculcan y desconfían, como virtud y enfermedad. Fabio Castillo, autor de Los jinetes de la cocaína, fue un enemigo agazapado contra la mafia. ¡Está vivo!
 
 
Reportero sin rostro
Maria Isabel Naranjo. Ilustración: Cachorro
Llevo un año detrás de él. Seis correos electrónicos y cinco llamadas han hecho posible que hoy, 18 de diciembre de 2013, tengamos una cita para una entrevista: "4:00 p.m. Café Luna Lela". Estoy sentada a unos metros de la entrada del café, pasando la calle, en una de las bancas del Park Way, un parquecito lleno de árboles y tranquilo como su barrio: La Soledad. Me siento esperando a un viejo conocido y de pronto pienso ¿cómo voy a reconocer a Fabio Castillo? Solo se me viene a la mente una foto borrosa que aparece en la solapa de su libro Los jinetes de la cocaína, donde se ve a un hombre moreno luciendo esa barba poblada que acostumbraban los intelectuales de los ochenta, con unas gafas de marco grande. Pero esa es una imagen de cómo era él antes de salir en el primer avión con destino a ninguna parte, huyendo de la ira de los carteles de la droga.
***
La primera vez que escuché hablar a Fabio Castillo fue una mañana de junio de 2012 en La W. Ese testimonio me hizo recordar un correo de Alberto Donadio en el que me aconsejaba dar con el escondite de Fabio, un periodista que, según él, Guillermo Cano apreciaba como si fuera un hijo y que sustentaba todo lo que él escribía en los editoriales. "No sé dónde conseguirlo, pero es una voz que no se puede olvidar", decía el correo. Decidí entonces buscarlo un mes, dos meses, tres meses, seis meses… hasta hoy.
Llamé a algunos amigos que podrían conseguirme algo, un mínimo dato. Me confiaron tres correos a los que escribí pero rebotaron automáticamente con el mensaje Delivery... Luego acudí a una asociación de periodistas de investigación donde me dieron un nuevo correo que no vino sin el consabido: "No tenemos ni idea de dónde pueda estar". Lo envié con la retahíla que tenía preparada y cuatro días después apareció en mi bandeja de entrada: "El periodismo de investigación está en crisis porque de tiempo en tiempo tiene que huir de las amenazas de los culpables en las investigaciones, y del miedo por compromiso de los dueños de los medios. Será un placer hablar contigo cuando te apetezca. Fabio. PD: ¿Quién te dio mi correo?". Esa posdata me hizo reír. No fue tan difícil desenterrarlo.
***
Fabio Castillo llegó a El Espectador en septiembre de 1979. Con veinte años recién cumplidos ya tenía un premio Simón Bolívar, una escuela de libertad en El Siglo y se intuía en sus temas un sentido de la justicia que más tarde lo llevaría a enfrentarse cara a cara con los narcotraficantes de Colombia. Ese carácter fue determinante para unirlo a la lucha que desde el periodismo y la plaza pública hicieron Guillermo Cano, Rodrigo Lara Bonilla, Luis Carlos Galán Sarmiento y Manuel Gaona Cruz. Con ellos (y luego sin ellos) emprendió una lucha solitaria en alianza con seres anónimos que arriesgaron su vida para aguarles la fiesta a los narcotraficantes en su pretensión de llevarse por delante la democracia, arrodillando a medio país con su dinero y matando al otro medio con sus bandas.
***
Juego a adivinar cómo es el hombre que va a llegar a la puerta del café. ¿Será acaso ese de pelo blanco, saco y corbata que acaba de cruzar la calle? Así me la paso durante diez minutos sin atinar con nadie hasta que alguien sube la escalera que conduce al café y llama: "Alo"; "Sí, hola, soy Fabio, estoy en la puerta esperándote". Es un hombre mediano y tiene unos cincuenta y cinco años, ya no tiene la barba negra y abundante, y su pelo grisáceo delata que han pasado casi treinta años desde la foto que recuerdo. Paso la calle. Él abre sus brazos en señal de bienvenida y entramos al café.
Fabio, podríamos comenzar por… 
Comprar una grabadora buena (lo dice en tono de chiste y sonríe).
¿Le parece que mi grabadora no sirve? 
Pues no le veo el IVA y de pronto es de contrabando.
Pues de pronto sí porque la compré en Monterrey ¿Lo conoce? 
¿Monterrey, México? Sí.
No, el centro comercial de Medellín.
Ah, no, si es de Medellín es de contrabando.
¿Usted dónde nació? 
No. (Ese "no" es enfático, duro, y se pone en medio como un muro que hay que derribar). Yo no hablo sino de temas estrictamente profesionales, de temas personales absolutamente nada.
¿O sea que tampoco habla de su exilio? 
Ah, no pues sí, pero salí al exilio y ¿qué?
Siendo así, hablemos del momento en el que llega a El Espectador. ¿Por qué llegó precisamente a ese diario?
El tema de don Guillermo era el mismo de Álvaro Gómez Hurtado: la justicia. Él tenía allí a Óscar Alarcón, el que cubría mis fuentes; pero estaba estudiando derecho en El Externado y no tenía casi tiempo; mejor dicho, yo lo mantenía chiviado y salíamos con la noticia El Tiempo El Siglo, y don Guillermo le decía: "Óscar ¿qué pasó?"; y él: "ay es que yo estaba en un parcial" (se ríe). Pero don Guillermo apoyaba mucho a la gente para que estudiara, y en lugar de fregar a Óscar, le dijo: "pues convenza a Fabio para que se venga". Así que me llamó: "Fabio, don Guillermo Cano pregunta si usted se vendría a trabajar a El Espectador". Y yo le respondí: "pues poderoso caballero es don dinero ¿no? Cuente a ver de qué estamos hablando". Y así fue como empecé a trabajar en El Espectador en septiembre de 1979. El salario que me pagaban era de unos 150 dólares de hoy, como 240 mil pesos, por los que casi nos hacemos matar como quince en el periódico.
¿Ser tan joven cuando entró a la redacción de El Espectador explica lo que dice Alberto Donadio, que usted era la "ñaña" de Cano? 
En la redacción casi todos éramos chiquitos. Don Guillermo era feliz con periodistas que hacían cosas insólitas que no hacían los viejos, que querían estar sentados en sus escritorios interpretando los hechos; lo que nosotros queríamos era descubrirlos.
A usted le ofrecieron irse varias veces para El Tiempo, pero don Guillermo Cano no quería, ¿cómo lo convenció? 
Como don Guillermo Cano no podía igualarme lo que me ofrecían en El Tiempo, que era como dos veces más de lo que ganaba, me decía: "Mijo venga y trabaja los domingos y se gana su triple" –porque antes de que existiera Álvaro Uribe Vélez a los obreros les pagaban el triple por trabajar un domingo–. Entonces yo me guardaba hasta ese día una noticia que sabía que no iban a encontrar los otros, y la escribía entre las nueve y las once de la mañana. Pero don Guillermo Cano siempre llegaba el domingo a las 9:30, nos sentábamos a tomar tinto y él me contaba el chisme político y la vaina económica y yo lo de la Corte, el Concejo, los políticos… en esas conversaciones fue donde surgió una comunicación inalámbrica con él, una vaina muy… (ese recuerdo lo deja sin aire. Inhala, exhala, sus ojos se encharcan, su rostro cambia y dice con la voz entrecortada: "ah, ¡cheeee!, qué cagada, yo nunca hablo de eso". Toma agua y vuelve a retomar el hilo) o sea, yo no tenía que sustentarle las investigaciones a don Guillermo, teníamos mucha… como se diría eso… empatía, porque él era un gozón y le gustaba el desparpajo de uno, la falta de respeto a la autoridad.
¿Y por qué se fue de El Espectador en 1982? 
Me fui de secretario privado del procurador Carlos Jiménez Gómez.
¿Y por qué regresó El Espectador apenas un año después? 
Pues porque terminó aliado con Pablo Escobar (se ríe). Mi oficina quedaba justo al lado de la del procurador. Sobre el escritorio de la oficina tenía una lamparita de esas chiquitas y como un viejito me quedaba a veces hasta las once de la noche pegado de los papeles, leyendo todas las investigaciones, seleccionando lo que servía y lo que no. Cuando pum, pum, pum, se prendieron todas las luces y entraron como cuarenta tipos, y como en esa época el M19 nos tomó de rehenes dos veces me dije "mierda, otra vez". Cuando entró el señor Pablo Escobar Gaviria directamente al despacho del procurador. Yo apagué la luz y me quedé calladito, escondido.
¿Qué pasó por su cabeza en ese momento? 
Lo peor, y me dije que no había sino una forma de saberlo. Al otro día llegué a las 6:30 de la mañana, el procurador llegaba a las siete. Tan pronto lo vi pasar me fui para su oficina y le dije: "quiubo procurador, ¿cómo le fue anoche?"; "bien hombre, estuvo tranquilo"; "¿y dónde estuvo?"; "por allá en una comida"; "¿aquí?"; "no, no, yo de aquí me fui a las seis y no volví"; "mire"; "¿qué es esto?"; "mi renuncia", y me fui. Salí, llamé a don Guillermo: "don Guillermo, me tocó renunciar"; "¡¿qué pasó?!"; "no, yo no le puedo contar, pero es gravísimo". Y así fue que regresé.
Y su regreso coincidió con que se metieron de lleno a investigar las estructuras de los jefes del narcotráfico. ¿Cómo lo hicieron? 
La controversia dura del narcotráfico empezó en 1982, o sea, fin del gobierno de Julio César Turbay e inicio de Belisario Betancur. En ese momento es cuando arranca Luis Carlos Galán a denunciar el tema de los "dineros calientes". Aquí siempre nos inventamos eufemismos, pero se trataba de la presencia de dineros de la mafia en la política. En Bogotá nadie se atrevía a hablar de la mafia porque pensábamos que era un fenómeno guajiro, y Juan Gossaín ya la había radiografiado en La mala hierba de una forma tan sabrosa que nos quedó que eso era de los costeños, que no era serio, que no era nada. Hasta que llega Galán y empieza a denunciar que esta gente está comprando los partidos. Don Guillermo nos explicaba que para él era exactamente lo mismo investigar al Grupo Grancolombiano que investigar a la mafia porque eran dos manifestaciones de un mismo fenómeno: el uno era un señor muy rico queriendo comprar todos los poderes, y los otros, los mafiosos, eran unos nuevos ricos queriendo también comprarlo todo; luego, los dos eran un fenómeno antidemocrático. Por lo tanto, políticamente era válido y periodísticamente oportuno investigarlos y seguirlos.
Hablar de narcotráfico es muy difícil precisamente porque lo que se tienen son testimonios, rumores. ¿Usted cómo hizo para publicar sin el temor de que fuera falso lo que le decían?
Primero que todo no era la sociedad de hoy, entonces te puede parecer difícil de creer que haya habido centenares de colombianos que arriesgaron y ofrecieron su vida por ayudarme. ¿Te acuerdas de la foto de Escobar capturado con unos kilos de coca? Ese proceso penal a mí me lo entregaron físicamente y la persona que lo hizo me dijo: "con esto le estoy entregando mi vida". A los tres días de publicarlo, pese a que no había forma de que nos relacionaran y en esa época no había celulares que le rastrearan a uno la llamada, esa persona apareció muerta. Sin embargo lo hizo porque creía que era un servicio para la sociedad revelar quién era realmente Pablo Escobar. Y todo esto pasó porque entendimos que estábamos a punto de perder nuestra democracia a manos de unos locos que lo único que tenían era plata y ganas de matar gente.
¿Alguna vez lo han denunciado por calumnia? 
Fuad Char, el dueño de Olímpica, me pidió una indemnización por cinco mil millones de pesos. Y lo único que dije en la indagatoria fue: "el señor Fuad Char no tiene visa para viajar a Estados Unidos. Aquí está la ley por la cual le pueden quitar a uno esa visa y no tiene sino tres causales. Primera, enfermedad infectocontagiosa incurable; que le hagan un examen. Segunda, que sea miembro de una banda terrorista internacional; yo lo eximo de esa prueba, él no es miembro de una banda terrorista internacional. Y tercero, que sea narcotraficante; eso sí ya le tocará explicarlo a él". Con eso se cayó el proceso, a él le tocó callarse la boca y retirarse de la política; y ahora tiene a sus hijos de alcaldes, los herederos de los capitales calumniados. Pero nunca le he huido a ningún proceso y nunca he pasado de la indagatoria porque siempre tengo documentos.
¿Recuerda cuántos procesos ha tenido? 
No los puedo contar, pero solo he tenido un abogado en mi vida.
¿Usted? 
No, uno de verdad. Yo estudié derecho en la Universidad Caótica (Católica) pero mamando gallo. Mi abogado es un gran amigo y tenemos una estrategia: yo soy el bueno e inocente, y él es el malo y el cabrón. En una indagatoria yo llego y digo: "todo el mundo dice que ese señor es narcotraficante y yo nunca he visto que él pueda decir que no"; y llega él: "como dice mi defendido, ese señor no es solo un reconocido narcotraficante, sino también un reputado narcotraficante", entonces se ponen a pelear con el abogado y lo acusan a él, lo joden a él y se olvidan de mí (se ríe).
¿En qué momento decidió escribir Los jinetes de la cocaína
No, yo no lo decidí. Las circunstancias lo decidieron. Cuando asesinaron a don Guillermo nosotros teníamos cuarenta cajas grandes con la historia de todos los grupos mafiosos de Colombia, repletas de documentos que nos llegaban de los jueces, los fiscales, los procuradores, los concejos… de todo el mundo. En una reunión que se hizo con los directores de los medios yo propuse la publicación simultánea de las investigaciones que hiciéramos sobre el tema en El Espectador y todo el mundo aceptó. La situación que se planteaba era que nos querían silenciar y no podíamos permitir eso: "o nos matan a todos los directores o nos callamos definitivamente". Así arrancamos ese frente común en el que se publicaba simultáneamente en los periódicos, en la radio y en la televisión. Publicamos en serio como unas cuatro investigaciones, no recuerdo cuáles. Pero nuestro gran trabajo era la historia del Cartel de Cali, porque estaban haciendo cosas mucho más graves que lo que hacía Pablo Escobar en Medellín. Cuando presentamos a ese grupo una torta donde estaban todas las empresas involucradas con el dinero de los Rodríguez fue un escándalo y todo el mundo salió en desbandada: El Tiempo, Semana, El Mundo, El Colombiano... Y quedamos los de El Espectador ahí, sentados como unas pelotas preguntándonos: "¿y ahora qué hacemos?". Pues nada, se acabó. Yo algún día contaré esa historia completa, pero el hecho es que nos quedamos Juan Guillermo Cano, Fernando Cano y yo, y les dije: "yo con esta investigación de más de seis meses sobre los Rodríguez Orejuela no me quedo, pero tampoco les puedo pedir a ustedes que asuman el costo de eso. Yo me retiro, me pongo a escribir y cuento todas estas historias que nos vetaron".
¿Quiénes le ayudaron a hacer ese libro? 
El libro fue el trabajo espiritual y físico de muchísimas personas que arriesgaron su vida, por ejemplo, metiéndose por la noche a fotocopiar expedientes, a robarse documentos en las notarías, a sacar papeles de las oficinas de registro de instrumentos públicos. Hubo cuatro jueces que se dedicaron a ayudarme: "Tenga Fabio, tenga"; y yo: "Necesito un proceso que está en tal parte", y a los tres días: "Tenga Fabio". Fueron una cantidad de seres anónimos que trabajaron conmigo, y que siempre serán anónimos.

Dicen que cuando su libro se publicó, Pablo Escobar mandó a sus hombres a recogerlo de las calles, así como hizo con El Espectador; y que algunas partes de ese libro fueron cambiadas o que algunas hojas fueron arrancadas para que nadie leyera los nombres que aparecían allí...
Los jinetes de la cocaína
Yo no conocí el libro en las calles. Después de la muerte de don Guillermo Cano me hicieron varias llamadas amenazantes y tuve que cambiar de residencia. Me ofrecieron escoltas y dije: "yo no acepto escoltas porque ellos lo venden a uno. Nadie sabe quién es su familia, quiénes son sus amigos, y anda con un escolta y en quince días le conocen sus rutinas, su papá, su mamá, sus hermanos, sus debilidades físicas y sexuales, de todo, por eso mejor ando solo". Entonces me dijeron: "si usted no quiere irse del país la única posibilidad es que viva es en el peor sitio de Bogotá, donde nadie lo encuentre". Y el "peor" sitio resultó ser la habitación 304 del Hotel Lucho (hotelucho), en la carrera novena con la calle 21, en plena zona roja del Centro de Bogotá, que por esos días se conocía como el barrio de las prostitutas. Yo llegaba por la noche y me saludaban las puticas: "Uyyy, llegó el bacán del barrio". Y cuando llegaba con alguna amiga: "¡Quéee, como va acompañado ahora si no conoce!", y más de una se devolvió berraca. (se ríe). En ese lugar nunca me pasó absolutamente nada, llegara como llegara, borrachito, en sano juicio, cuando salía a las cuatro de la tarde o a las cuatro de la mañana. 
El libro se escribió en absoluto silencio, nadie conocía una línea, hasta que yo le conté a alguien, a un editor. Él me dio todas las indicaciones: "El tamaño es este, ningún capítulo de más de tantas páginas, ningún precio por encima de tanto", o sea, me aconsejó todo. Terminé el libro y los primeros veinticinco ejemplares fueron numerados. Si ves un número en un libro del 01 al 025 entonces puedes decir que es uno de los cómplices de Fabio. Pero resulta que este tipo fotocopió una página y la repartió por fax, y antes de que el libro saliera a las librerías yo ya tenía amenazas de muerte concretas. "¿Pero cómo es posible?", me preguntaba, y no había sino una explicación: el editor trabajaba para la mafia.

¿O sea que la mafia sabía todo? 
No porque yo solo le entregué la copia cuando el libro ya estaba impreso. Pero eso se iba a repartir una semana más tarde. Cuando llamó a El Espectador el general Miguel Maza Márquez: "Juan Guillermo Cano, acaban de salir dos grupos de sicarios de Medellín y de Cali para matar a Fabio Castillo. No puedo parar esa vaina, no sabemos quiénes son, pero lo van a matar. Necesito hablar con él, ¿dónde está?"; "jm, nadie sabe dónde está". Entonces se fue el general para El Espectador y les contó cómo era la operación que me tenían montada los del Cartel. Luego me llamó Juan Guillermo y me dijo: "Fabio, no hay nada qué hacer" (le carraspea la voz).
¿Qué hizo cuando supo eso?
Convoqué a mi comité de crisis compuesto por diez amigos a una "junta de seguridad". El plan era que desde una finca de la sabana, a cierta hora del día, los tres carros saldrían en direcciones opuestas y yo iría escondido en la cajuela de uno de los tres. Y así, metido en esa cajuela, llegué hasta Quito. Meses antes un amigo entrañable, del que ya puedo dar el nombre porque está muerto: Edgar Lenis Garrido, el entonces presidente de Avianca, me llamó y me dijo: "mijo, yo no lo dejo matar a usted", me entregó un paquete de diez pasajes internacionales, todos en blanco, y me dio las instrucciones: "Usted llénelo, eso tiene mi firma. No tiene que pagar un peso, váyase para donde quiera. Pero eso sí, no me cuente". Con esos pasajes en Quito cogí un avión hacia Miami. Llegué a la casa de un colega del Miami Herald, Guy Gugliotta, y le conté todo. Como a los dos días de estar allí llamé a Edgar Lenis y él me dijo: "Sí, ya supe que le tocó irse, ¿dónde está?"; "pues aquí en su oficina en Miami"; "llego mañana a las nueve de la mañana". Cuando nos vimos me dijo: "Esto es más peligroso que Colombia, usted no se puede quedar aquí. Puede que le ofrezcan trabajo pero lo matan mijo, váyase". Hablé con Guy, que ya me había ofrecido trabajar en el Nuevo Herald, y me llevó hasta la terminal de Greyhound donde tomé un bus con destino a Nueva York. Allí me quedé una noche, cambié de pasaje, cambié de pasaporte, cambié de nombre, de todo, de cara si no (se ríe), y me fui a Madrid.
La familia Cano me había dado mis cesantías cuando salí de Colombia: un billete de veinte dólares. Con eso y tres dólares más llegué a Madrid. No estaba entre mis planes pedir asilo porque iban a decir que ese país me había pagado por escribir el libro; entonces la única opción que tenía era valerme por mí mismo. En Madrid me hospedé en el hostal más barato que encontré, el Cantabria, a cien metros de la Puerta del Sol. Desde allí llamé a un gran amigo, un monstruo absolutamente admirable y maravilloso que se llama Antonio Caballero, y me dijo: "uy, no sea loco, usted qué hace aquí. Nos vemos en el café Jijón"; ¿en el café aguijón?". Yo no sabía ni qué era esa vaina. Nos vimos y conversamos: "¿qué va a hacer?"; "pues, trabajar, no he hecho otra cosa en mi vida"; "vaya a Cambio 16 a ver qué". Antonio habló con el dueño, Juan Tomás de Salas, y el hombre se animó pero para hacerme una entrevista, y yo les dije qué cuál entrevista si lo que necesitaba era plata. "Y a usted qué tema sobre España se le ocurre", me dijo; "pues yo si tengo un tema: los amigos españoles de la mafia colombiana"; "si lo logra es portada, ¿cuánto me cobra por eso?"; "diez mil dólares"; "listo". En mi puta vida me había ganado esa plata, y ni siquiera me lo hubiera imaginado.
El día que Juan Tomás de Salas me entregó los diez mil dólares en efectivo me fui donde siempre iba a tomarme mi copa de vino, pero esa noche llegué a pedir más de una copa. Salí borrachito para mi hostal cuando me agarró un tipo por detrás y otro me puso un cuchillo por delante: "¡deme la blanca!" (gritando); "¿la qué?"; "el parné"; "usted de qué me está hablando hermano, hábleme en español"; "¿usted de dónde es?"; "de Colombia"; "pues te estoy atracando, tío"; "no sean jijueputas hermano, yo llevo toda mi vida ahorrando para llegar a España, el país que nos ha robado durante quinientos años, y llego y al único al que van a atracar es al colombiano (suelta una carcajada); vayan atraquen a un español, no me jodan", y los manes empezaron a reírse y terminamos sentados en la calle, ellos gastándome cerveza a mí.
¿Y qué pasó con esa publicación de Cambio 16
Dos semanas después de la publicación llegué al hostal y la señora me entregó un sobre que decía "Para Fabio Castillo", y le dije: "yo no soy ese"; "pues si chaval, ese eres porque me dieron la descripción". Cuando lo abrí, era una bala dum-dum.
Ese sobre fue una amenaza directa. ¿Le toca irse de nuevo? 
Desde que salí de Colombia mi vida era como la de un caracol: tenía un morral donde cabían todas mis pertenencias. Así que me puse la casa en la espalda y me dirigí al aeropuerto de Barajas a coger el primer avión que saliera, y ese avión iba para París. Llegué a pedirle trabajo a un amigo que estaba de corresponsal en Le Monde Diplomatic y me preguntó: "¿Usted habla francés?"; "pues yo estaba convencido de que hablaba francés hasta antes de llegar a Francia; pero la verdad es que yo no les entiendo ni mierda de lo que me dicen" (se ríe). Y es que como había estudiado Filología e Idiomas en la Universidad Libre, estaba convencido de que ellos me habían enseñado, pero me engañaron (se ríe). En todo caso, en Le Monde hice un tema sobre los paraísos fiscales que hay en Europa, porque sin esos paraísos Colombia no tendría el problema del narcotráfico. A los días me dijeron que se iba a crear El Mundo en Madrid, que me estaban buscando para entrenar a un equipo para hacer investigaciones, y fueron apareciendo otras diez mil cosas. Así de medio en medio fui sobreviviendo.
¿Y así cuántos años pasaron?
Seis años. Después de Le Monde estudié fotografía. Estuve en la caída del muro de Berlín, y como yo el único muro que conocía era la canción de Pink Floyd, me fui a recorrerlo. Caminando me topé con un poco de chinos chiquitos corriendo porque los perseguían unos soldados con perros. Eran vietnamitas que vivían en la Alemania comunista y no los dejaban pasar a la Alemania capitalista porque los tenían que aceptar como asilados. Mi investigación fotográfica fue "El muro no cayó para todos", una página completa en El Paísde Madrid, y cinco mil dólares. Mucho después la Fundación Reuters me dio una beca para estudiar ciencia del caos y periodismo en Oxford. Hasta que regresé a Colombia. Eso fue una semana antes de que mataran a Pablo Escobar. Cuando lo mataron llegué a El Espectador todo el mundo me dijo: "usted sabía, usted se devolvió por eso, usted lo mató" (se ríe).
¿Y por qué regresó? 
Porque se me habían acabado las posibilidades. Había vivido en Haití, trabajé con Naciones Unidas en una misión de protección de libertad de expresión de los haitianos hasta que nos expulsó Raúl Cedras, el dictador. Llegué a Panamá, me comí una bandeja paisa, llamé a Juan Guillermo Cano y le dije: "Yo me devuelvo hermano"; "Fabio por favor, quédese allá que nosotros estamos muy tranquilos así" (se ríe).
¿Se puede saber cuál fue el nombre con el que vivió en el exilio? 
Manuel Carreras. Manuel por Manuel Gaona Cruz, que era para mí un faro político y personal; y Carreras porque era corra pa'arriba y pa'abajo (se ríe).
Salir corriendo hacia el primer avión que sale para ninguna parte, esconderse durante semanas, vivir lejos de su familia... ¿Por qué arriesgó tanto? 
Por un salario de 150 dólares, por amor a mi profesión, por la verdad histórica, pero ante todo porque los colombianos podían alegar cualquier cosa frente a los debates de los narcotraficantes, pero no sobre sus historias tenebrosas de crímenes y asesinatos.
¿Usted se siente relegado de la historia del periodismo?
La historia es una arpía contada por los vencedores, y hasta ahora la historia de la mafia la van ganando los mafiosos y sus asistentes políticos, económicos y sociales. Pero la historia no se escribe hoy, se escribe dentro de veinte o treinta años. Y ese juicio será hecho por otras personas, con mejor perspectiva, menos intereses y más preocupados por cómo Colombia se dejó desmembrar por la geopolítica estadounidense de esta última década.
¿Y en qué ha estado trabajando en la última década? 
Si alguna persona o un periodista viene a Colombia a trabajar un tema de alguna empresa me contratan para tenerle a esa persona un dossier completo y así esa persona no tiene sino que llegar con la seguridad de que hay una documentación absolutamente fiable y transparente, como si la hubiera conseguido él de primera mano. Y también hago investigaciones propias, escribo libros, lo que se pueda hacer.
¿Y sobre qué está escribiendo ahora? 
No se puede saber.
¿Por qué? 
Porque me matan.
¿Alguna vez se ha dejado tomar una fotografía? 
No.
¿Por qué? 
Porque ese es mi seguro de vida. UC
Cachorro
Cachorro

*Esta es una versión de la entrevista que hace parte del trabajo de grado de la autora: Cuando perdimos la inocencia. Testimonios de periodismo investigativo en Colombia.

lunes, agosto 24, 2015

la barbarie paramilitar ...Justicia y Paz

JUDICIAL 15 JUN 2015 - 9:00 PM en http://www.elespectador.com/noticias/judicial/los-paras-calle-articulo-566483
La inminente salida de los jefes de las Auc

Los “paras” a la calle

A propósito de la orden de libertad para alias “Diego Vecino”, El Espectador presenta una radiografía de las confesiones y crímenes de 12 desmovilizados que pronto saldrán de prisión por pena alternativa cumplida en Justicia y Paz.
Por: Jaime Andrés Flórez Suárez

Los “paras” a la calleFreddy Rendón Herrera, alias “El Alemán”, cuando se desmovilizó, en 2006. /Archivo - El Espectador
En el ajedrez del conflicto colombiano, la barbarie paramilitar fue protagonista de casi tres décadas. Hoy, luego de purgar las penas alternativas de Justicia y Paz, los máximos comandantes de las autodefensas que no fueron extraditados en mayo de 2008 a Estados Unidos se disponen a recobrar su libertad. Para muchos su tiempo en prisión fue mínimo en comparación con la estela de sangre que le dejaron a Colombia.
 
No obstante, al margen de esos cálculos, lo cierto es que los jueces de la República ya empiezan a otorgar las primeras libertades, y muchas preguntas siguen rondando: ¿Está preparado el Estado para el retorno de estos exjefes paramilitares a las regiones que durante años violentaron? ¿Qué va a ocurrir en las regiones una vez estas personas recobren su libertad? ¿Cómo hacer para que las llamadas bandas criminales no terminen apoderándose de los ejércitos privados que controlaban hace apenas unos años?
 
El Espectador obtuvo varios reportes de la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía sobre los hechos confesados, los bienes entregados y las verdades reveladas por 12 exjefes de las autodefensas que están en la ruta de recuperar su libertad. No hay duda de que muchos hechos criminales jamás habrían sido documentados de no ser por las confesiones de estos desmovilizados. Sin embargo, para muchos el sapo que se tragó Colombia fue demasiado grande. 
 
“El Iguano”
 
Jorge Iván Laverde Zapata entró a las autodefensas cuando apenas tenía 17 años. Inicialmente delinquió en Chocó, hasta que se hizo comandante del frente Fronteras del bloque Catatumbo, que operó en Norte de Santander. Desde allí coordinó la toma a sangre y fuego del paramilitarismo en una región con una fuerte presencia guerrillera y de cultivos de droga. Se desmovilizó en 2004 en Tibú, con 473 hombres.
 
Ha confesado cerca de 1.500 crímenes y aún no ha dado su versión sobre 5.000 más que tiene registrados. Entre sus confesiones reconoció que ordenó quemar decenas de cuerpos en hornos en el Catatumbo para que no pudieran ser encontrados y que ordenó varios homicidios en territorio venezolano. Hace dos meses un magistrado de Justicia y Paz le negó la libertad argumentando que no participó en actividades de resocialización durante sus primeros años en prisión. Su defensa apeló y “El Iguano” espera salir pronto.
 
“Jorge Pirata”, el terror de los Llanos
 
A los 20 años, Manuel de Jesús Pirabán se hizo paramilitar y llegó a ser el comandante del bloque Héroes del Llano, que extendió su influencia a Boyacá y Cundinamarca. A comienzos de los 90 se ensañó con la Unión Patriótica, asesinó a varios de sus integrantes y en 1992 perpetró la masacre de Caño Sibao, en la que murieron la alcaldesa saliente y el alcalde electo del municipio de El Castillo (Meta) y otros tres funcionarios. Además fue protagonista de la guerra contra las Autodefensas Campesinas del Casanare, que dejó unos 3.000 muertos.
 
“Pirata” se desmovilizó en Puerto Lleras (Meta), en 2006, y ha sido imputado por más de 800 hechos delictivos e investigado por 2.000 más. Todavía no hay sentencia en su contra, aunque ya cumplió la pena de ocho años.
 
“Botalón”
 
Arnubio Triana Mahecha fue parte de la escuela de paramilitares organizada por el mercenario israelí Yair Klein en los años 80 y financiada por Gonzalo Rodríguez Gacha, “El Mexicano”, socio del capo Pablo Escobar. Además, estuvo vinculado al narcotráfico en el Magdalena Medio durante al menos dos décadas. En 1991 se desmovilizó de las filas paramilitares y tres años después reingresó a la organización, se convirtió en comandante de las Autodefensas Campesinas de Puerto Boyacá y negoció el control del Magdalena Medio con Ramón Isaza.
 
“Botalón” ha confesado más de 400 hechos delictivos, entre ellos 89 homicidios y 112 desapariciones forzadas. Ya solicitó su libertad y está a la espera de la decisión del juez.
 
“Don Antonio”
 
Édgar Ignacio Fierro, mano derecha de “Jorge 40”, fue capturado en marzo de 2006 y los secretos contenidos en su computador dieron lugar a las primeras pesquisas de la parapolítica. Su centro de operación fue Soledad (Atlántico), desde donde ordenó homicidios y desarrolló una estrategia para establecer puentes con políticos de la región. Fue el primer excomandante paramilitar en solicitar la libertad, pero también resultó envuelto en el sonado caso de la exrectora de la Universidad Autónoma del Caribe Silvia Gette. Una juez le revocó la pena alternativa al considerar que no pidió perdón públicamente a sus víctimas. Está condenado a 40 años.
 
El poder de “El Alemán”
 
Freddy Rendón Herrera, apodado “El Alemán” por su obsesión con el orden y la disciplina, se vinculó a las Auc a los 22 años y siguió los pasos de Carlos Castaño, nacido en Amalfi (Antioquia) como él. Empezó como informante del grupo paramilitar La 70 y escaló en la organización hasta llegar a ser el comandante del bloque Élmer Cárdenas, donde tuvo 1.534 hombres bajo su mando. Su influencia se extendió por Córdoba, Antioquia, Boyacá y Cundinamarca, pero se concentró especialmente en el Urabá chocoano, donde se apoderó del negocio de la explotación maderera.
 
Tuvo gran poder político en esos territorios a través de su proyecto “Urabá grande, unido y en paz”, por el cual se dictó en 2010 medida de aseguramiento a 23 dirigentes políticos del Urabá antioqueño. Además de hablar largo sobre parapolítica, ha declarado acerca de la relación entre la Fuerza Pública y los paramilitares, especialmente en el episodio de la operación Génesis, en 1997, por lo cual resultó condenado el general (r) Rito Alejo del Río. Se lo investiga, junto a otros 27 desmovilizados, por 2.700 crímenes. En marzo de 2015 se le otorgó la libertad a prueba, pero aún tiene varias investigaciones en curso.
 
Ramón Isaza, amo y señor del Magdalena Medio
 
“El Viejo” tiene su alias bien puesto. Su historia como paramilitar comenzó en los años 70, en Puerto Triunfo (Antioquia), donde formó un pequeño grupo de hombres para defenderse, según él, de los guerrilleros que extorsionaban y asediaban la zona. Su área de influencia se extendió por todo el Magdalena Medio. Como comandante de las autodefensas le declaró la guerra a Pablo Escobar en los 90 y amplió su poder a principios de siglo hasta la Comuna 13 de Medellín, a través del frente José Luis Zuluaga.
 
Se desmovilizó en febrero de 2006 con 990 hombres a su cargo. La desmovilización estuvo al borde del fracaso porque alias “McGiver” y “El Gurre”, comandantes a su cargo (su yerno e hijo adoptivo, respectivamente), se negaban a dejar las armas. Se le contabilizan más de 5.000. En mayo de 2014 se profirió sentencia en su contra, junto a otros cuatro subalternos, por 100 hechos delictivos de toda índole. Ha solicitado en dos ocasiones la sustitución de medida de aseguramiento, pero se le ha negado por no cumplir a cabalidad con la entrega de bienes.
 
“Julián Bolívar”
 
El 22 de mayo de este año, Rodrigo Pérez Alzate se convirtió en el primer exjefe paramilitar en recobrar la libertad. El bloque Central Bolívar, que comandó y en el que tuvo más de 1.000 hombres a su cargo, estuvo muy implicado en el negocio de la coca. Sus zonas de influencia en los Llanos, Antioquia, Bolívar, Boyacá y Cundinamarca coincidían con las de mayor presencia del cultivo. Fue requerido en extradición por Estados Unidos por 21 cargos relacionados con tráfico de estupefacientes.
 
Se le señala de haber participado en más de 20 masacres, dirigidas en su mayoría contra trabajadores vinculados a Sincotrainder, que agremia a los transportadores de Santander, y a la Unión Sindical Obrera. Entre las 280 conductas delictivas por las que se le condenó, las más recurrentes son homicidios, desaparición y desplazamiento forzado.
 
“El Águila”, el poder en Cundinamarca
 
Luis Eduardo Cifuentes Galindo fue militante de la Juventudes Comunistas de Cundinamarca hasta que en 1986, según sus propias confesiones, miembros de las autodefensas le pusieron un ultimátum: o se unía a los “paras” o lo asesinaban. Así dio el primer paso en esa organización, en la que llegó a ser comandante del bloque Cundinamarca, creado en 1997 y del que se desmovilizó con 148 hombres. Se le recuerda por acordar un pacto de no agresión con las Farc en ese departamento, el cual, tras su ruptura en 2003, dio paso a violentos enfrentamientos que dejaron un centenar de muertos.
 
“El Águila” fue condenado en 2014 por 128 homicidios, 29 desapariciones forzadas y un centenar más de crímenes. Su solicitud de libertad fue negada por el Tribunal Superior de Bogotá.
 
Actualmente la Fiscalía lo investiga por posibles delitos cometidos después de su desmovilización, entre ellos homicidio agravado y secuestro extorsivo, que de probarse supondrían su exclusión de Justicia y Paz y penas muy superiores a la alternativa que ofrece la Ley 975 de 2005.
 
“Monoleche”
 
Jesús Ignacio Roldán Pérez fue reclutado para trabajar en una finca de los hermanos Castaño Gil cuando tenía 17 años. Se ganó su confianza y terminó de escolta y jefe de seguridad del clan, lo que lo convirtió en testigo y partícipe de la fundación de las Autodefensas Unidas de Colombia. Además de ocuparse de la seguridad de los Castaño, administraba algunas de sus fincas y negocios en Urabá y Córdoba. “Monoleche” confesó su participación en el asesinato del jefe político de las Auc, Carlos Castaño, por orden de su hermano Vicente Castaño, en abril de 2004.
 
Se desmovilizó junto con el bloque Calima, ha confesado 78 crímenes y en diciembre de 2014 fue condenado parcialmente por homicidio en persona protegida, desaparición forzada, hurto calificado y concierto para delinquir. En la misma sentencia, el Tribunal Superior de Medellín le concedió libertad a prueba, pero la decisión fue apelada ante la Corte Suprema de Justicia.
 
“Ernesto Báez”, el testigo cuestionado
 
La mayoría de jefes paramilitares transitaron de las armas a la política. Iván Roberto Duque Gaviria, alias “Ernesto Báez”, lo hizo a la inversa. Abogado de profesión, llegó a ser alcalde de La Merced (Caldas), empleado de las Empresas Públicas de Manizales y secretario de Gobierno de Boyacá. Sus primeros roces con el paramilitarismo se dieron de la mano de Henry Pérez, fundador de las autodefensas del Magdalena Medio.
 
Terminó como comandante político del poderoso bloque Central Bolívar, que en su apogeo tuvo cerca de 5.500 hombres y 29 frentes en 10 departamentos. Desde que se desmovilizó, su alias ha figurado constantemente en los titulares de prensa, pues ha sido testigo en casos como el magnicidio de Luis Carlos Galán, con múltiples señalamientos por falso testimonio. Incluso rindió declaración en el caso del magistrado de la Corte Constitucional Jorge Pretelt. Aparte de las investigaciones por su pasado paramilitar, que lo involucran en 1.600 delitos, hay varias por falso testimonio, fraude procesal y cohecho propio. Hace poco le fue negada la solicitud de libertad porque, según el magistrado a cargo, durante sus primeros años en prisión “Báez” no se esforzó por resocializarse.
 
“Diego Vecino” y las armas en Sucre y Córdoba
 
Este viernes 12 de junio una jueza de Justicia y Paz le otorgó libertad condicional por pena cumplida a Édward Cobos Téllez, alias “Diego Vecino”, quien fue el artífice de la masacre de Mampuján. Su paso por este corregimiento de María La Baja (Bolívar), en marzo de 2000, en compañía de “Juancho Dique” y “Cadena”, dejó 12 muertos y 180 familias desplazadas.
 
“Vecino”, en ese entonces comandante del bloque Montes de María, se desmovilizó en julio de 2005 junto con 594 paramilitares bajo su mando. La Fiscalía le ha imputado más de 400 delitos y, por lo ocurrido en Mampuján, el Tribunal Superior de Bogotá lo condenó en 2010 a ocho años de prisión. Además se le vinculó con otros delitos, como homicidio en persona protegida, desaparición forzada, tortura, despojo de tierras, acceso carnal violento y secuestro, entre otros.
 
“Juancho Dique”, el secuaz de “Vecino”
 
Como comandante del frente Canal del Dique, del bloque Montes de María, Úber Enrique Bánquez Martínez secundó a “Diego Vecino” en su cruel paso por Mampuján. Se desmovilizó en La Ceja (Antioquia), en 2005, como miembro del bloque comandado por “Vecino”, y, al igual que su jefe, en junio de 2010 fue condenado como coautor de la masacre.
 
Además de Mampuján se le atribuyen ocho masacres, entre ellas las de El Salado y Chengue. “Juancho Dique”, el primer exjefe paramilitar condenado en Justicia y Paz, está recluido pese a que el Tribunal de Barranquilla le otorgó la sustitución de medida de aseguramiento en enero de este año, pues aún tiene pendientes trámites de acumulación de penas. Tiene 40 sentencias por distintos crímenes.
 
 
 
jflorez@elespectador.com


domingo, mayo 31, 2015

Con la #paz se mete todo el mundo, gente insignificante y gente importante #Colombia

2015/05/30 22:00 http://www.semana.com/nacion/articulo/otto-morales-benitez-nadie-firma-un-acuerdo-de-paz-para-luego-ir-la-carcel/429564-3

“Nadie firma un acuerdo de paz para luego ir a la cárcel”

Claudia Palacios entrevistó a Otto Morales Benítez antes de su muerte. Estas son sus impresiones sobre el proceso de paz.
 “Nadie firma un acuerdo de paz para luego ir a la cárcel” Foto: Daniel Reina Romero
Pocos meses antes de su muerte Otto Morales Benítez, quien hizo parte de dos procesos de paz, dio sus impresiones sobre los diálogos de La Habana. Este es el resumen de su última entrevista, un extenso diálogo que aparecerá en el libro de la periodista Claudia Palacios sobre perdón y reconciliación, que saldrá a fin de año.

Claudia Palacios: Leyendo la historia, parece que fue fácil lograr la paz en el gobierno de Alberto Lleras, comparándolo con el actual proceso.

Otto Morales Benítez: 
Era otro país. Re-cuerdo que había un general de nombre López Caicedo que iba por todo el país diciéndole a la gente a nombre del gobierno que ni el Ejército ni la Policía volverían a disparar contra la población. Como el principal problema era la tierra se formó una oficina de rehabilitación con diez abogados y diez economistas que con la Caja Agraria resolvían lo relacionado con la propiedad. Para solucionar el problema del desempleo se decidió que las obras de ingeniería se harían a pico y pala, no con maquinaria, para que los que dejaran las armas tuvieran trabajo.

C. P.: ¿Y la situación judicial de esos guerrilleros cómo se resolvió?

O. M. B.: Con amnistía, la de Lleras Camargo fue la ley más importante de todas. Antes de recibirla, los guerrilleros tenían que presentarse ante los jueces a demostrar qué hacían y probar que no habían vuelto a participar en ningún acto de violencia. Luego en el gobierno de Guillermo León Valencia, Álvaro Gómez boicoteó ese proceso de paz con el ataque a lo que él llamaba repúblicas independientes.

C. P.: Y luego vuelve a estar usted involucrado en la paz en el gobierno de Belisario Betancur… ¡20 años después!

O. M. B.: 
Acabé ahí, sin querer, nombrado por decreto. La historia es que en el gobierno de Turbay, el antecesor de Betancur, ya se había nombrado una comisión de paz, de la que nombraron presidente al expresidente Lleras Restrepo. Este se enferma, y le dice a Belisario que el que lo tiene que reemplazar soy yo. Yo le dije a Belisario que no, pero aun así sacó el decreto de mi nombramiento.

C. P.: O sea que le toca a regañadientes. ¿Y cómo se contacta con la guerrilla?

O. M. B.: Un día me monté en un taxi y el taxista me dijo que cómo era yo de bruto por haber aceptado la comisión de paz de Belisario. Y me dice que me tiene una carta de parte de Manuel Marulanda, pero que me la entrega más adelante. En la carta Marulanda dice que está muy complacido de que yo estuviera en la comisión y que le dijera cuándo nos podíamos ver. Le pregunté al taxista cuándo se iba a ver con Marulanda, me respondió que cuando yo dijera. Saqué una tarjeta de presentación mía y por la parte de atrás le puse: Marulanda, gracias por su carta, diga cuándo nos podemos ver y en dónde.

C. P.: ¿Y en cuánto tiempo volvió el taxista con la respuesta?

O. M. B.: Luego apareció otro señor en la oficina y me dijo que Marulanda mandaba a decir que si me podían recoger el sábado en mi casa a las ocho de la mañana, que yo ya sabría dónde iba a ser la entrevista. Que sacara tres días, uno para ir, otro para conversar y otro para regresar.

C. P.: ¿Y entonces arrancó rumbo a Neiva?

O. M. B.: 
Sí, en Neiva nos llevaron a un hotel y nos dijeron que nos recogían al otro día a las seis de la mañana. Al otro día nos fuimos por una carreterita mala hasta una casa campesina donde nos recibió una señora muy amable, nos ensillaron bestias y nos fuimos montaña arriba unas dos horas, con los otros de la comisión, John Agudelo Ríos, Alberto Rojas Puyo, Rafael Rivas Posada.

C. P.: Allá estaba Marulanda…


O. M. B.:
 Sí, y mucha gente, universitarios, profesores. Marulanda presidía todas las conversaciones, no hablaba mucho pero lo que decía era muy preciso. De pronto estábamos conversando y desapareció todo el mundo en menos de cinco minutos. Cuando volvieron a los diez minutos Marulanda me explicó que había pasado un avión que nos podía bombardear. Ese día firmamos el primer documento entre las Farc y el gobierno y quedamos en volvernos a reunir en Bogotá con delegados que él enviaría.

C. P.: ¿Con el ELN cómo fue el encuentro?

O. M. B.:
 La reunión con ellos fue en Bogotá, en un edificio en el norte. Fue una reunión azarosa porque ellos tenían ametralladoras y nosotros claro que no, pero fueron muy amables. No me acuerdo de sus nombres, pero en todo caso después de una larga discusión, al final, me dijeron que aceptaban que debían limitar su acción y apostar por la desaparición de la guerrilla y la incorporación a la vida civil.

C. P.: Faltaba entonces el contacto con el M-19…

O. M. B.: 
Llamé a Bateman y acordamos almorzar en un restaurante en el norte de Bogotá. En el almuerzo me dijo que lo que yo proponía era razonable, pero que él tenía que viajar al día siguiente a Santa Marta y luego a  Panamá a conversar con tres personas que se oponían a la idea de un acuerdo de paz. Al cabo de unos días, al no tener noticias, empecé a preocuparme y le dije a Belisario, quien contactó a Noriega. Así fue que supimos que se habían matado. Sin embargo, Bateman ya había dado la orden de seguir adelante con el proceso de paz.

C. P.: ¿Y con esos avances, habiendo el Congreso aprobado ya la ley de amnistía, por qué renuncia a ser el presidente de la Comisión de Paz?

O. M. B.: Por los enemigos de la paz. Con la paz se mete todo el mundo, gente insignificante y gente importante. Yo tenía la sensación de que tenía que hacerse un proceso completo, global, pero había personas que querían parcelarlo y así no se podía manejar ese proceso. Me reemplazó John Agudelo Ríos que era partidario de la parcelación en cositas, a la cual yo me oponía.

C. P.: Ese proceso al final terminó exitosamente con el M-19 pero no con las Farc y el ELN, que siguen pendientes. ¿Cómo ve la posibilidad de reconciliación ahora?


O. M. B.: 
Si se llega a la paz, la gente va a entender cuál es su deber y los colombianos tendrán una buena conducta, porque hay una fatiga y la gente no ve que la solución sea la guerrilla. Antes había gente que creía que la guerrilla era una solución de los problemas sociales, hoy la gente ya no lo cree.

C. P.: Pero justamente por eso, en este proceso hay menos ambiente para que la gente acepte algo que se parezca a una amnistía…


O. M. B.:
 Tienen que buscar alguna fórmula. La amnistía no es más que dar un perdón para que quien ha delinquido se someta a las reglas. Lo único que es un hecho es que nadie firma un documento para que se lo lleven a la cárcel. Nadie, eso es imposible Claudia, eso es imposible.

C. P.: Eso no lo entiende el colombiano que ve en la guerrilla secuestradores, violadores, reclutadores de menores de edad y narcotraficantes…


O. M. B.: 
No, la gente entiende, la gente colombiana es muy inteligente.

C. P.: Lo que yo entiendo que entiende la mitad del país es que si se firma la paz este país se va a volver ‘castrochavista’…

O. M. B.: 
Los jefes políticos, con autoridad, tradición y conocimiento, deben explicarle a la gente las ventajas que trae firmar la paz. En Colombia todos los exguerrilleros que han salido a hacer política lo han hecho bien, se han acomodado a las normas democráticas. No se les ha entregado el control político sino la posibilidad de que consigan los votos, no han llegado a mandar por el solo hecho de haber sido guerrilleros.

C. P.: ¿Usted le cree a la guerrilla?

O. M. B.: Sí, ellos han cumplido excepto cuando los grandes políticos los han abandonado o cuando se les ha incumplido en el proceso de ayudarlos.

C. P.: ¿Pero en el Caguán cumplieron? Eso se volvió un sitio para llevar secuestrados…

O. M. B.:
 Recuerde que antes tenían hasta oficina en Suecia, con periódico para informar a toda Europa. La historia ha sido injusta con Pastrana. Nadie le ha reconocido que por cuenta del Caguán los países extranjeros aceptaron por primera vez que había terrorismo en Colombia; se acabó el manejo de dinero de la guerrilla y del narcotráfico en los bancos extranjeros y se acabó la influencia de los guerrilleros en Europa.

C. P.: ¿Fue un error de Pastrana acabar el proceso cuando secuestraron a Géchem haciendo aterrizar el avión en una carretera?


O. M. B.: No, yo creo que no, porque fue una demostración de  violencia superior, eso de secuestrar un avión es como complicado, hay momentos en que uno como gobierno tiene que tomar medidas que a veces son impopulares.

C. P.: ¿Y este actual proceso sí va a terminar en la firma de la paz?

O. M. B.:
 Yo creo que este sí va a terminar en la firma de paz, creo que hay muy buenas perspectivas y creo que se está creando un ambiente en el pueblo bastante favorable.