viernes, mayo 08, 2020

Golpe de Estado de Rojas Pinilla: Minuto a Minuto

Cómo empieza un "Golpe de opinión"

A las diez y media de la mañana del sábado 13 de junio de 1953 un fantasma se apeó del Cadillac presidencial en el palacio de La Carrera, y arrastrando las pesadas cadenas de una enfermedad agobiadora, y de la pena de una tragedia familiar recién ocurrida, entró en la casa de los presidentes de Colombia, de la que era inquilino titular, espantó a todos con su aparición repentina, incluido el inquilino Designado, y reasumió la Presidencia de la República, que había dejado dieciséis meses atrás obligado por sus achaques corporales.
El Presidente en receso, doctor Laureano Gómez, se dirigió a las habitaciones del Presidente en funciones, doctor Roberto Urdaneta Arbeláez, enfermo desde hacía cuatro días, y le comunicó que retomaba las riendas del Gobierno y que enseguida llamaría a calificar servicios al comandante de las Fuerzas Armadas, Teniente General Gustavo Rojas Pinilla. Urdaneta le dijo que eso podría precipitar un golpe de Estado, a lo cual replicó el doctor Gómez que, en guarda de su honor y del prestigio de su causa, no podía doblegarse ante las amenazas y que peor que el golpe de Estado sería aceptar la iniquidad para que no ocurriera. A continuación citó a un consejo de Ministros, que no tuvo desarrollo distinto al de recibir las renuncias del gabinete en pleno, pues habiendo sido nombrados por el Designado los Ministros consideraron su deber dejar al Presidente en libertad de confirmarlos o de cambiar el gabinete. Gómez mantuvo las renuncias en suspenso; pero a las tres de la tarde destituyó por decreto al Ministro de Guerra, Lucio Pabón Núñez, y encargó de ese despacho al Ministro de Obras Públicas, Jorge Leiva.

El Teniente General vacila

Al enterarse de que ya no era comandante de las Fuerzas Armadas, ni miembro del Ejército, el Teniente General Rojas Pinilla tomó la decisión de abandonar el país. Calibán recuerda que una semana antes había escrito en la Danza de las Horassobre una anécdota de Marcel Habert. Un 14 de julio Habert vio desfilar al general Roguet, comandante de la guarnición de París, al frente de setenta mil soldados, y le gritó “Al Elíseo, mi general, a salvar la patria”. Roguet no se atrevió. El viernes doce de junio Calibán estaba pesimista. La anécdota de Habert “era una insinuación no velada a nuestro general [Rojas Pinilla] para que se atreviera a salvarnos. Pasaron los días y yo creí que no teníamos salvación”. Sin duda Rojas Pinilla, reacio como Roguet a comprometerse en un golpe de Estado, no entendió la insinuación. Sí la entendieron, en cambio, los doctores Ospina Pérez y Alzate Avendaño, y confiaron a Pabón Núñez la tarea de atajar al Teniente General y convencerlo de que la patria no se salvaba con generales que huían, sino con generales que actuaban en los momentos supremos. Los jefes conservadores sabían que sin Rojas Pinilla todo estaba perdido. Era el único militar con el prestigio suficiente para cohesionar las Fuerzas Armadas, que profesaban verdadera adoración por su comandante.
Cerca del aeropuerto de Techo Rojas Pinilla dio media vuelta y acompañado por altos oficiales regresó a la sede del Batallón Caldas, en Puente Aranda, donde el coronel Rafael Navas Pardo le ratificó la adhesión incondicional de las Fuerzas Armadas. Entonces el Teniente General ordenó el acuartelamiento inmediato de las guarniciones del país y asumió el mando de la totalidad de las fuerzas militares: el Ejército, la Aviación, la Marina y la Policía. Pasado el medio día se comunicó por teléfono con el Presidente encargado, Urdaneta Arbeláez, le informó de las disposiciones adoptadas y le manifestó que contaba con el respaldo de las Fuerzas Armadas si estaba dispuesto a continuar en el ejercicio de la Presidencia. Urdaneta, que tenía a su lado al doctor Gómez, le respondió que el Presidente titular no había renunciado y que en consecuencia el Designado no ocuparía un sillón que no estaba vacío. Rojas le insistió y Urdaneta le reiteró su rechazo una y otra vez. Pasarían varias horas antes de que el Teniente General decidiera marchar hacia palacio. “A mi me consta –dice el padre Félix Restrepo—y nos consta a la mayor parte de los colombianos, que el general Rojas Pinilla no quería encargarse del poder. Hizo repetidas instancias al Presidente Urdaneta para que continuara en su puesto. Ante las constantes negativas del Designado, y ante el mar de fondo que amenazaba ya con estallar en tormenta incontenible, Rojas Pinilla creyó que era su deber ponerse al timón, y la mayor parte de nuestros hombres ilustres, liberales y conservadores, creyeron también que ésta era la única salvación de la república en aquellas horas angustiosas”.

Interregno y cambio de mando

Roberto Urdaneta abandonó el Palacio hacia las dos y media, con rumbo desconocido. Después de firmar el decreto de destitución del Ministro de Guerra, también desapareció Laureano Gómez. El país quedó sin Gobierno –ni Presidente, ni Ministros—entre las tres de la tarde y las siete de la noche. A las cinco y treinta, Rojas Pinilla localizó a Luis Mejía Gómez, sobrino de Laureano, y por su conducto le mandó notificar al Presidente que, en vista de que había abandonado el cargo, sin renunciar, se veía obligado a asumir la Presidencia de la República. A las siete y diez minutos el Teniente General llegó al palacio de La Carrera, acompañado por Lucio Pabón Núñez y por una comisión numerosa de altos militares de las distintas armas. Lo recibieron, como a nuevo Presidente de Colombia, la ex primera dama Clemencia Holguín de Urdaneta, el ex ministro de Gobierno, Rafael Azuero Manchola, y los doctores Bernardo González Bernal, Luis Navarro Ospina y Gilberto Alzate Avendaño, entre otras personalidades del conservatismo antilaureanista. Minutos después llegaron a palacio el Directorio Nacional Conservador y su jefe el expresidente Mariano Ospina Pérez, con quien el Teniente General conferenció por más de media hora. A las diez de la noche la Radiodifusora Nacional les comunicó a los colombianos que el Teniente General Gustavo Rojas Pinilla era su nuevo Presidente. Al amanecer del domingo 14, un río humano impetuoso se precipitó por la carrera Séptima para aclamar al salvador, que junto con su hija María Eugenia hacían la V de la victoria desde los balcones del palacio de La Carrera, en el mejor estilo churchiliano.

Gustavo Rojas Pinillla, Mariano Ospina Perez, Alfonso Lopez Pumarejo, Eduardo Santos, Maria Eugenia Rojas Foto de : https://twitter.com/colombia_hist/status/962373346095607808 

Por qué se produce un "Golpe de opinión"

La versión de Laureano. ¿Por qué el Presidente Laureano Gómez decidió abandonar su lecho de enfermo --en el que yacía atribulado además por la pena irremediable de la muerte de su hijo Rafael, acaecida en un trágico accidente de aviación--, retomar una tarea que le exigía esfuerzos muy superiores a sus menguadas capacidades físicas y destituir de manera intempestiva al Comandante General de las Fuerzas Armadas y al Ministro de Guerra? En su interesantísimo libro Desde el exilio, el doctor Gómez atribuye el golpe del 13 de junio a una acción personal de Rojas Pinilla, colocado ante la disyuntiva de deponer a Laureano o enfrentarse a un juicio por negligencia cómplice en el asunto de las torturas infligidas por miembros del G2 del Ejército al industrial Felipe Echavarría. Una vez que estos hechos tenebrosos, que él ignoraba estuviesen ocurriendo, le fueron confirmados por boca de su hijo, el periodista Enrique Gómez Hurtado, el Presidente Gómez sintió la necesidad imperiosa de restablecer la justicia. Enrique Gómez cuenta en su magnífico relato, de impecable factura literaria, Un balcón sobre el abismo, que su padre lo comisionó para averiguar qué había de cierto en los rumores sobre las torturas a Echavarría. Enrique visitó a Echavarría en los calabozos del G2 y verificó cómo eran visibles las huellas de los golpes en el rostro y en el cuerpo del industrial, a quien sentaron sobre bloques de hielo con el propósito de obligarlo a confesarse jefe de una conspiración para asesinar a distinguidos conservadores y miembros del ejército, entre ellos el Teniente General Gustavo Rojas Pinilla, y delatar a sus cómplices. Incapaz de resistir la tortura y las quemaduras del hielo sobre su piel, Felipe Echavarría no sólo se confesó participe de la conspiración, sino que delató como cómplice a la plana mayor del Partido Liberal. En presencia de Enrique Gómez, y de un juez, Echavarría declaró que esa confesión se la habían arrancado por medio de la tortura y que se arrepentía de haber involucrado a los jefes y escritores liberales en un asunto en el que no tenían arte ni parte.
Enrique Gómez le describió a su padre con pelos y señales las torturas aplicadas a Echavarría. “Con justificada alarma –dice el Presidente Gómez—porque semejante atrocidad hubiera ocurrido en la capital de la República y en la vecindad inmediata del palacio presidencial, tuve ocasión de hablar en las primeras horas de la noche de la fecha de mis informaciones, con el ministro de guerra, señor Pabón. Estaba cierto de que reaccionaría a los estímulos de la pura doctrina, porque me era desconocido el abismo de su alma. Expúsele que la tortura repugnaba a nuestra conciencia y que aun en el supuesto de que el acusado era el más empedernido de los criminales no podía serle aplicada. Le agregué que los ministros eran los ojos del presidente, que su deber era adquirir un conocimiento directo de los hechos para formarse un criterio objetivo y transmitirlo al designado, quien estaba fuera de la ciudad; que la cobarde violencia ejercida sobre un preso, lejos de favorecer la investigación, la perjudicaba ciertamente; pero que, sobre todo, ni el Gobierno podía permitir la implantación oficial de esos procedimientos ni él podía ser el ministro de una Checa. Quedé persuadido de que mi justa solicitud sería atendida. Pero el Ministro no la cumplió. Supe luego que ni siquiera había visto al preso”. La indolencia del Ministro de Guerra indujo al Presidente a pedirle a su hijo que visitara a Echavarría con un juez como testigo de la entrevista. Los informes suministrados por Enrique Gómez a su padre fueron motivo suficiente para que el doctor Gómez le diera al designado Urdaneta diez horas de plazo para llamar a calificar servicios y abrirle un juicio al general Rojas Pinilla, a quien Gómez consideraba responsable de “la iniquidad” cometida contra Echavarría. Pasado el plazo de diez horas, Urdaneta no hizo nada de lo indicado por Gómez. “Entonces -–dice Laureano— vi cubierta de oprobio la república bajo el mando conservador. El liberalismo, contra cuyas injusticias protesté tantas veces, esta infamia no la había cometido. Si se la toleraba ahora, cuando el alto personal del gobierno conocía lo ocurrido, cuantos abusos, delitos y atropellos se habían cometido a sus espaldas recibían una tácita aprobación comprometiendo su responsabilidad ante los contemporáneos y la historia”. Laureano resolvió volver a la presidencia para salvar del oprobio a su partido; y en consecuencia de la destitución fulminante del general Rojas y del ministro Pabón, aquel habría dado el golpe del 13 de junio para eludir las responsabilidades que pudieran caberle en el torvo episodio de las torturas al industrial Felipe Echavarría .

"Hay que gobernar con la opinión pública"

La versión de los hechos. Al instalar, el 15 de junio, la Asamblea Nacional Constituyente, el presidente de facto Rojas Pinilla dijo que “determiné salvar a Colombia de la anarquía y comprometer todas mis fuerzas y mi honor de militar y caballero en la empresa de redimir a la patria, con la conciencia tranquila de haber hecho cuanto me fue humanamente posible para que esta situación [el golpe de Estado] no se produjera”. Cierto es que lo relatado por el presidente Gómez y por su hijo Enrique se ciñe a la verdad; pero resulta simplista creer que un hecho de tal trascendencia, como lo fue el 13 de junio de 1953, se produjo por motivos tan mezquinos como los que el doctor Gómez quiere atribuirle a la actitud del general Rojas Pinilla. Puede ser creíble que así como el presidente Gómez estaba en ayunas de los atropellos que se cometían “a poca distancia del palacio presidencial”, también lo estuviera el comandante de las Fuerzas Armadas. A veces los subalternos hacen cosas reprobables sin consultar con sus superiores, convencidos de contar con su aprobación. Y puede del mismo modo ser creíble que el Presidente, el Comandante de las Fuerzas Armadas, el Designado y el Ministro de Guerra, estuvieran al tanto de lo que ocurría y se hicieran los de la vista gorda mientras fuera conveniente.
Quizá el doctor Laureano Gómez vivía en el mejor de los mundos posibles, convencido de que sus buenos planes de Gobierno, y varias realizaciones materiales de indiscutible excelencia, cobijaban la realidad política nacional. El doctor Gómez creía que la violencia en Colombia se había iniciado en 1930, cuando las ideas liberales gobernaron el país; sin embargo no fueron los gobiernos liberales los que se propusieron “hacer invivible la república”, como lo ofreció el jefe conservador Laureano Gómez cuando declaró oposición total al régimen liberal. Y vaya si cumplió con lo prometido. La violencia de tipo oficial comenzó en Colombia desde agosto de 1946, como podemos comprobarlo por las denuncias reiteradas de Gaitán, y después del 9 de abril, con el exilio de los jefes liberales, el desplazamiento de masas inmensas de campesinos liberales, la clausura dictatorial del Congreso, el encarcelamiento abusivo y la tortura contra intelectuales y miembros del partido liberal, como es el caso de León de Greiff, Álvaro García Herrera y Germán Zea; el asesinato continuo de liberales rasos como Vicente Echandía, Luis Jorge Cerón Bernal, Alejandro Stankoff Wilches y Enrique Rivera Forero, “perpetrado por la policía al pie de la estatua de San Martín, en el corazón mismo de la capital de la república”, o el incendio de los diarios liberales y de las casas de los jefes del partido liberal; muchos de estos atropellos se cometieron durante la presidencia del doctor Ospina Pérez, pero el doctor Gómez era funcionario de esa administración y nunca protestó contra ellos, ni los corrigió en su Gobierno ¿Ignoraba que estuvieran ocurriendo?. Pocos días antes del 13 de junio, el Comité de Socorro, presidido por monseñor Emilio de Brigard, santo varón, si los ha habido en Colombia, denunció que había 50. 000 refugiados (hoy se diría desplazados), “niños, mujeres y ancianos”, víctimas de la violencia en el territorio nacional, y que podrían ser muchos más. Sin desconocer que tanto el Presidente Ospina como el Presidente Gómez hicieron cosas notables en materia de obras públicas, hay que atribuir, sin injusticia, a sus gobiernos el origen de la violencia oficial, con o sin conocimiento de los mandatarios. Cualquiera que se tome el trabajo de rastrear la prensa nacional, desde el 7 de agosto de 1930 hasta el 7 de agosto de 1946, no podrá encontrar una sola noticia sobre desplazamiento de colombianos por causa de violencia, ni más hechos violentos que aislados e insólitos enfrentamientos motivados por las pasiones sectarias y el fanatismo irracional de ciudadanos liberales o de ciudadanos conservadores.
Las causas que produjeron el golpe del 13 de junio de 1953 fueron políticas y nacionales y obedecieron a un estado de cosas que estaba convirtiendo al país en un matadero, en una república muy parecida a los regímenes fascistas, como lo denuncia el New York Times en 1950: “Siempre ha habido el peligro de que el fascismo que nosotros aplastamos en Italia y en Alemania, pruebe que tiene tantas cabezas como la hidra. Destruimos organizaciones; matamos, aprisionamos y castigamos a algunos hombres. Pero no matamos al fascismo, y parece muy probable que vamos a tener una impresionante prueba de ese hecho en Colombia”.
Por eso es explicable la explosión de alegría multitudinaria que sacudió las calles y las plazas de Colombia el 14 de junio. Los cientos de miles de colombianos que salieron a festejar “el golpe de opinión” dado por el Teniente General Rojas Pinilla, no celebraban que el nuevo presidente se hubiera salvado de un juicio por torturas a Felipe Echavarría, sino el hecho de haber salvado al país de una catástrofe inminente, que sólo el doctor Gómez y su círculo se negaban a ver.
Figuras distinguidas del liberalismo se reunieron en la noche del 14 de junio en casa del doctor José Joaquín Castro Martínez “con el fin de deliberar sobre los acontecimientos nacionales”. Allí estaban Luis López de Mesa, Darío Echandía, Luis Eduardo Nieto Caballero, Antonio Rocha, Rafael Parga Cortés, Moisés Prieto, Julio César Turbay Ayala, Álvaro Esguerra y Jaime Posada. Cuando redactaban el comunicado que iban a dirigir al país, notaron que los postulados doctrinarios liberales se ajustaban al concepto “que también precisó hoy con gran exactitud el Teniente General Rojas Pinilla en los siguientes términos: ‘Hay que gobernar con la opinión pública, porque la opinión pública y su respaldo es lo que salva al país’”.
“Eso es, dijo el doctor Darío Echandía, eso es lo que tenemos hoy en Colombia: un golpe de opinión”.


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08 de junio 2003 , 12:00 a.m.
El golpe de cuartel que llevó a la Presidencia al general Gustavo Rojas Pinilla comenzó a gestarse el 7 de agosto de 1946, cuando el liberalismo perdió el poder, después de cinco presidencias. A pesar de que todos admitían que la división liberal representaba un riesgo, fracasó cualquier intento por lograr un acuerdo entre Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán, los dos candidatos del partido. La figura aparentemente bonachona y ecuánime de Mariano Ospina Pérez, el candidato conservador, hizo que los liberales minimizaran el peligro. Ospina era un dirigente cafetero moderado y ponderado, de quien nadie temía una acción intrépida o arbitraria. De otra parte, la plutocracia liberal no veía con buenos ojos alnegroi Gaitán y es posible que ello mantuviera la candidatura de Turbay hasta el final. Alfonso López Pumarejo máxima autoridad del partido en ese momento fatigado por los tortuosos enredos del hijo del Ejecutivo que le hicieron renunciar un año antes de completar su segundo período, escéptico y flemático por naturaleza, y más allá de la cumbre de su poder intelectual, resolvió no respaldar a ninguno de los candidatos y dejó a sus copartidarios en libertad de votar por cualquiera de los dos.
Había pasado la época de la República Liberal y la Revolución en marcha, y el López que introdujo al país en el siglo XX ya estaba en decadencia. Antes de morir, lloraría al recibir una distinción de la Universidad Nacional, por el arrepentimiento que sentía de haber abandonado las pautas que se trazó en 1936 y haber dejado a la deriva sus reformas, sus ideas y sus seguidores. A lo cual debe sumarse la personalidad del viejo López, que era un jugador a tres bandas, mientras su adversario Laureano Gómez era una fiera enloquecida que lanzaba todos sus golpes directos a la mandíbula. Lo que no alcanzó a ver López es que allí se inició el resquebrajamiento del Partido Liberal, hasta el punto de extinguirse a comienzos del siglo XXI.
La violencia.
Durante el primer año de gobierno de Ospina comenzó a funcionar la brutalidad aberrante de la violencia política, como la califica Monseñor Germán Guzmán en el libro que escribió en compañía de Orlando Fals y Eduardo Umaña. En noviembre de 1946, Ospina ya había decretado el estado de sitio para la zona de Bogotá y varios departamentos del sur, pues llegaban informaciones de más de 60 poblaciones por donde comenzaba a correr un caudaloso río de sangre.
Esa violencia que en el fondo era una verdadera guerra civil siguió creciendo en los años subsiguientes, hasta llegar a extremos increíbles, que no tienen comparación con los de cualquier época de la historia de Colombia. Bajo el amparo de gobernadores, alcaldes y policía, que eran cómplices o se hacían los ciegos, aparecieron las bandas de pájaros y chulavitas , equivalentes a los sicarios de los que hoy se hacen llamar Auc, cuya misión era la de impedir que los liberales pudieran votar. Se inició con el retiro de las cédulas, luego el desplazamiento de zonas de reconocimientos liberales, la obligación de abjurar del partido y, finalmente, como en los aludes causados por desprendimiento de los glaciares del Hucarán, el ajusticiamiento .
Las muertes violentas de liberales adquirieron formas demoníacas, con ayuda de la policía uniformada o de civil: corte de franela, corte de corbata, corte francés, corte de mica, corte de oreja, emasculación, profanación de cadáveres, picar para tamal, bocachiquiar, decapitación de mujeres embarazadas para extraerles el feto y reemplazarlo por un gallo vivo o muerto, crímenes sexuales con niñas menores. Todo esto y las diversas formas de torturas para que cante , constituye un verdadero tratado de tanatomanía , como lo afirma Monseñor Guzmán. Toda esta vesania recibió un nuevo impulso con el asesinato de Gaitán, el 9 de abril de 1948.
La reacción liberal fue débil inicialmente, pero luego dio forma a las guerrillas que comenzaron a crearse en los Llanos, Tolima, Valle y las regiones más afectadas. A pesar de toda esta persecución, los liberales ganaron por amplio margen las elecciones de mitaca celebradas el 5 de junio de 1949. Laureano Gómez, exiliado voluntariamente en España desde el famoso Bogotazo , regresó el 10 de junio y declaró: Ahora van a ver cómo se ganan unas elecciones .
La zozobra del país repercutió en el Congreso. Alvaro Gómez Hurtado repartió pitos entre los representantes conservadores, que armaban tremendas silbatinas para impedir a los liberales que hablasen. El 8 de septiembre, el representante conservador Carlos del Castillo asesinó de un certero balazo en el pecho al liberal Gustavo Jiménez, quien estaba hablando, y de paso hirió mortalmente a Jorge Soto del Corral, una de las eminencias liberales. En la limpieza posterior del salón se dijo que habían encontrado 48 vainillas de revólver y pistola. Una semana más tarde, Lucio Pabón Núñez relató que lanzó un cenicero en una sesión del Senado, para evitar que el liberal Camilo Mejía Duque disparara contra el conservador José María Villarreal, pero erró el tiro y le dio en la frente a Gabriel Sanín Echeverri, privándolo del sentido.
Cuando Ospina se enteró de que iban a notificarle un juicio en el Congreso, el 9 de noviembre decretó el estado de sitio, clausuró el Congreso (que no se volvió a abrir sino en 1958), prohibió toda manifestación y adoptó drásticas medidas de policía, además de fortalecer una censura previa en todos los medios.
Laureano había sido lanzado como candidato y los liberales habían escogido a Darío Echandía. El 21 de noviembre, la Policía disparó contra una manifestación liberal que marchaba hacia el sur a la altura de la plazoleta de Bavaria, haciendo uso de las medidas adoptadas el 9 del mismo mes. Una de las balas mató instantáneamente a Vicente Echandía, hermano de Darío, y al día siguiente el candidato liberal se retiró de la contienda. El 27 de noviembre Laureano fue elegido Presidente, sin opositor y al año siguiente tuvo que tomar posesión ante la Corte Suprema, por la clausura del Congreso. Carlos Lleras Restrepo, director provisional del liberalismo, les ordenó a sus seguidores que suspendieran toda relación, inclusive el saludo, a los conservadores. Es decir, un liberal debía dejar de saludar a su esposa si era conservadora.
El primer año de gobierno de Gómez culminó con un severo derrame cerebral, que lo imposibilitó para seguir en el poder. Aquí se presentó el problema de su reemplazo, porque el Designado en propiedad era Eduardo Santos, ex presidente liberal. Como Ospina había cerrado el Congreso, no se pudo elegir Designado. Sin embargo, un decreto fue suficiente para subsanar el problema y a Gómez lo sustituyó el candidato que él mismo había escogido, Roberto Urdaneta Arbeláez, un clubman de centro, con una sordera que le impedía oír lo que no le convenía.
Desde el principio, Alvaro Gómez se perfiló como un nuevo hijo del Ejecutivo , pero no en el sentido comercial y de beneficio propio, como López Michelsen, sino en el sentido político. Formó una llave con Jorge Leyva, su candidato para suceder a Laureano, y los dos formaron el eje de la violencia política que siguió en aumento y llegó al extremo de los incendios del 6 de septiembre de 1952 en EL TIEMPO y El Espectador y las casas de Alfonso López y Lleras Restrepo. Además, desde El Siglo comenzó a agitarse la consigna de que los colombianos se tienen que acostumbrar a ver a los conservadores en el poder por lo menos hasta el 2000 . Como el tableteo de las frases de Laureano, la consigna era repetida todos los días.
Y en octubre de 1951, Laureano convocó a una Asamblea Constituyente ANAC y presentó un proyecto fascista para crear un Estado Autoritario Conservador y Católico, como lo califica el historiador James Henderson. De corte netamente corporativista, el proyecto contenía esperpentos tales como darles un voto doble a los casados y sencillo a los solteros, equiparar cualquier crítica al gobierno con el delito de traición a la patria y establecía un Senado corporativo.
División conservadora.
A medida que avanzaba el gobierno de Gómez/Urdaneta, se iba acentuando una división conservadora, que se declaró abiertamente cuando propusieron la candidatura de Ospina y este la aceptó, para reemplazar a Laureano. Mientras tanto, diversos sectores liberales comenzaron a coquetear con militares, como los generales Régulo Gaitán, Miguel Sanjuán y Rafael Sánchez Amaya, para instigarlos a deponer a Gómez y Urdaneta, pero ninguno quiso hacerlo. Los rumores de golpe se iban incrementando cada día. Desde agosto de 1952, López Pumarejo había decretado el cese total de actividades del Partido Liberal.
Cuando se inició el gobierno de Ospina, Rojas Pinilla era coronel. Ospina lo ascendió a general. Al iniciarse el gobierno de Gómez, el militar tuvo una actitud que no le gustó a Gómez y la solución inicial que se les ocurrió fue la de sacarlo del país. Lo enviaron a Washington como agregado militar, primero, y luego como delegado ante la Junta Interamericana de Defensa. Posteriormente lo encargaron de una misión en Guatemala, pero hacia fines de 1952 regresó al país y encajó en el cuadro conspirativo que se desarrollaba a gran velocidad. Quizás para apaciguarlo, el 26 de noviembre de 1952 Urdaneta lo ascendió al grado de Teniente General, el máximo de la jerarquía en ese momento, y lo convirtió en el Comandante General de las Fuerzas Armadas. Por los mismos días, Urdaneta expidió un decreto convocando a la ANAC para que se instalara en el Capitolio el 15 de junio de 1953.
El distanciamiento entre Rojas y los Gómez era ya evidente. El 17 de abril lo comisionaron para que representara al gobierno en el vuelo inaugural de Avianca para la ruta a Frankfurt. Rojas llegó al aeropuerto y alcanzó a entregar su equipaje cuando un grupo de altos oficiales lo rodeó en el momento en que se disponía a abordar la nave y le dijo que lo iban a retirar del Ejército mientras estaba en Alemania. Desistió de viajar, pero comenzó sus propias maniobras.
El 22 de mayo ofreció en la Escuela Militar de Cadetes un banquete en honor de Urdaneta, al cual asistieron los altos mandos de las cuatro armas militares, todo el cuerpo diplomático y muchas personalidades. El discurso de Rojas fue una adhesión estricta a las instituciones que representaba Urdaneta y terminó por entregarle como regalo su propio bastón de mando. No faltó analista que dijera que en ese momento se había dado el verdadero golpe.
El 31 de mayo se inició la zarzuela, cuyas interioridades jamás se llegaron a conocer. Ese día llegó de Nueva York el industrial antioqueño Felipe Echavarría y el 5 de junio fue arrestado por un grupo de uniformados que decía pertenecer a los servicios secretos del Ejército, acusado de haber traído en su equipaje fusiles y granadas para una conspiración, aunque nada de esto fue encontrado. Echavarría se quejó de haber sufrido increíbles torturas, incluyendo un fingido fusilamiento para que confesara que estaba encargado de dar muerte a Rojas. Como lo negó todo, terminaron por sentarlo en un bloque de hielo, según se dijo.
El viernes 12 de junio Rojas viajó a su casa de campo en Melgar, Enrique Gómez Hurtado visitó al ministro de Defensa, Lucio Pabón, para decirle que su padre ordenaba poner en libertad a Echavarría y Alvaro Gómez se presentó ante Urdaneta para decirle que Laureano exigía que se condenase a todos los que habían participado en las torturas y que se diese de baja a Rojas Urdaneta estaba recluido en la casa privada, sufriendo o fingiendo una gripa severa, pero recibió a Alvaro, oyó la orden y dijo que no lo haría. El sábado 13, Laureano en persona se presentó al Palacio a las 9:30 de la mañana, reasumió el mando y citó a Consejo de Ministros. Cuando estos se reunieron volvió sobre el asunto de las torturas y le pidió a Pabón que firmara con él el decreto para la baja de Rojas. Pabón dijo que no lo haría y se retiró del salón. Laureano encargó del Ministerio de Defensa a Jorge Leyva (Ministro de Obras) y así se firmó el retiro de Rojas de las Fuerzas Armadas.
Los pandeyucas.
Los periodistas que llamábamos a la oficina de prensa de Palacio no recibíamos ninguna información. Cuando preguntábamos qué estaba pasando nos decían que nada, que todo era normal, pero el ruido de fondo era una enorme algarabía de voces discutiendo y algunos gritando. Un poco después de las 10 de la mañana recibí una llamada de un alto militar amigo, para informarme que se había iniciado un golpe contra Gómez, pero no quiso agregar ningún detalle. Después se vino a saber que Rojas había dejado todo dispuesto para que le enviasen un avión tan pronto como se presentase una situación anormal. En ese mismo avión, al borde del mediodía, Rojas viajó a Bogotá y estuvo toda la tarde y las primeras horas de la noche tratando de convencer a Urdaneta para que asumiera el poder, pero el Designado se negó. Hacia media tarde llegaron a Palacio Ospina y el dirigente conservador Gilberto Alzate, a quienes se atribuyó el hecho de que todos los ministros civiles fueran conservadores. Lo que nadie sabía hasta ese momento era que el propio Rojas era conservador.
Cuando se cansó de insistirle a Urdaneta y se dio cuenta de que no lo podría convencer, Rojas compuso una breve alocución en que anunciaba que asumía el mando a nombre del binomio Pueblo-Fuerzas Armadas. Esto ocurrió a las 10 de la noche. Los liberales gritaron alborozados se cayeron los godos .
Eduardo Santos envió un mensaje desde París diciendo que era el mejor camino para restaurar la democracia. Y el episodio de Echavarría quedó en suspenso, cuando un médico certificó que padecía de algunas alteraciones mentales. Esto parece confirmarlo un libro de 278 páginas, publicado en 1974 por el propio Echavarría, que tiene datos muy oscuros y hasta contradictorios, titulado Historia de una monstruosa farsa.
Laureano desapareció por completo, como ya lo había hecho el 9 de abril, y salió del país hacia España tres días más tarde. Nadie podía explicar sus actividades del 13 de junio después de las 12 del día, pero la versión más creíble fue que se dirigió a la casa de su consuegro, el padre de la esposa de Alvaro, a preparar y degustar pandeyucas, que era un panecillo de su preferencia. El médico Hernando Martínez Rueda, el mejor poeta satírico que produjo Colombia en el siglo XX, compuso una Balada del pandeyuca, al cual pertenecen los siguientes versos.
Cuando el gobierno se desnuca.
Hay que jalarle al pandeyuca.

08 de junio 2003 , 12:00 a.m.
El golpe de cuartel que llevó a la Presidencia al general Gustavo Rojas Pinilla comenzó a gestarse el 7 de agosto de 1946, cuando el liberalismo perdió el poder, después de cinco presidencias. A pesar de que todos admitían que la división liberal representaba un riesgo, fracasó cualquier intento por lograr un acuerdo entre Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán, los dos candidatos del partido. La figura aparentemente bonachona y ecuánime de Mariano Ospina Pérez, el candidato conservador, hizo que los liberales minimizaran el peligro. Ospina era un dirigente cafetero moderado y ponderado, de quien nadie temía una acción intrépida o arbitraria. De otra parte, la plutocracia liberal no veía con buenos ojos alnegroi Gaitán y es posible que ello mantuviera la candidatura de Turbay hasta el final. Alfonso López Pumarejo máxima autoridad del partido en ese momento fatigado por los tortuosos enredos del hijo del Ejecutivo que le hicieron renunciar un año antes de completar su segundo período, escéptico y flemático por naturaleza, y más allá de la cumbre de su poder intelectual, resolvió no respaldar a ninguno de los candidatos y dejó a sus copartidarios en libertad de votar por cualquiera de los dos.
Había pasado la época de la República Liberal y la Revolución en marcha, y el López que introdujo al país en el siglo XX ya estaba en decadencia. Antes de morir, lloraría al recibir una distinción de la Universidad Nacional, por el arrepentimiento que sentía de haber abandonado las pautas que se trazó en 1936 y haber dejado a la deriva sus reformas, sus ideas y sus seguidores. A lo cual debe sumarse la personalidad del viejo López, que era un jugador a tres bandas, mientras su adversario Laureano Gómez era una fiera enloquecida que lanzaba todos sus golpes directos a la mandíbula. Lo que no alcanzó a ver López es que allí se inició el resquebrajamiento del Partido Liberal, hasta el punto de extinguirse a comienzos del siglo XXI.
La violencia.
Durante el primer año de gobierno de Ospina comenzó a funcionar la brutalidad aberrante de la violencia política, como la califica Monseñor Germán Guzmán en el libro que escribió en compañía de Orlando Fals y Eduardo Umaña. En noviembre de 1946, Ospina ya había decretado el estado de sitio para la zona de Bogotá y varios departamentos del sur, pues llegaban informaciones de más de 60 poblaciones por donde comenzaba a correr un caudaloso río de sangre.
Esa violencia que en el fondo era una verdadera guerra civil siguió creciendo en los años subsiguientes, hasta llegar a extremos increíbles, que no tienen comparación con los de cualquier época de la historia de Colombia. Bajo el amparo de gobernadores, alcaldes y policía, que eran cómplices o se hacían los ciegos, aparecieron las bandas de pájaros y chulavitas , equivalentes a los sicarios de los que hoy se hacen llamar Auc, cuya misión era la de impedir que los liberales pudieran votar. Se inició con el retiro de las cédulas, luego el desplazamiento de zonas de reconocimientos liberales, la obligación de abjurar del partido y, finalmente, como en los aludes causados por desprendimiento de los glaciares del Hucarán, el ajusticiamiento .

Alfonso López Pumarejo, Gustavo Rojas Pinilla y Mariano Ospina Pérez. Crédito: Archivo Particular. en https://www.revistaarcadia.com/libros/articulo/historia-politica-de-colombia-otty-patino-decada-del-50/66149

Las muertes violentas de liberales adquirieron formas demoníacas, con ayuda de la policía uniformada o de civil: corte de franela, corte de corbata, corte francés, corte de mica, corte de oreja, emasculación, profanación de cadáveres, picar para tamal, bocachiquiar, decapitación de mujeres embarazadas para extraerles el feto y reemplazarlo por un gallo vivo o muerto, crímenes sexuales con niñas menores. Todo esto y las diversas formas de torturas para que cante , constituye un verdadero tratado de tanatomanía , como lo afirma Monseñor Guzmán. Toda esta vesania recibió un nuevo impulso con el asesinato de Gaitán, el 9 de abril de 1948.
La reacción liberal fue débil inicialmente, pero luego dio forma a las guerrillas que comenzaron a crearse en los Llanos, Tolima, Valle y las regiones más afectadas. A pesar de toda esta persecución, los liberales ganaron por amplio margen las elecciones de mitaca celebradas el 5 de junio de 1949. Laureano Gómez, exiliado voluntariamente en España desde el famoso Bogotazo , regresó el 10 de junio y declaró: Ahora van a ver cómo se ganan unas elecciones .
La zozobra del país repercutió en el Congreso. Alvaro Gómez Hurtado repartió pitos entre los representantes conservadores, que armaban tremendas silbatinas para impedir a los liberales que hablasen. El 8 de septiembre, el representante conservador Carlos del Castillo asesinó de un certero balazo en el pecho al liberal Gustavo Jiménez, quien estaba hablando, y de paso hirió mortalmente a Jorge Soto del Corral, una de las eminencias liberales. En la limpieza posterior del salón se dijo que habían encontrado 48 vainillas de revólver y pistola. Una semana más tarde, Lucio Pabón Núñez relató que lanzó un cenicero en una sesión del Senado, para evitar que el liberal Camilo Mejía Duque disparara contra el conservador José María Villarreal, pero erró el tiro y le dio en la frente a Gabriel Sanín Echeverri, privándolo del sentido.
Cuando Ospina se enteró de que iban a notificarle un juicio en el Congreso, el 9 de noviembre decretó el estado de sitio, clausuró el Congreso (que no se volvió a abrir sino en 1958), prohibió toda manifestación y adoptó drásticas medidas de policía, además de fortalecer una censura previa en todos los medios.
Laureano había sido lanzado como candidato y los liberales habían escogido a Darío Echandía. El 21 de noviembre, la Policía disparó contra una manifestación liberal que marchaba hacia el sur a la altura de la plazoleta de Bavaria, haciendo uso de las medidas adoptadas el 9 del mismo mes. Una de las balas mató instantáneamente a Vicente Echandía, hermano de Darío, y al día siguiente el candidato liberal se retiró de la contienda. El 27 de noviembre Laureano fue elegido Presidente, sin opositor y al año siguiente tuvo que tomar posesión ante la Corte Suprema, por la clausura del Congreso. Carlos Lleras Restrepo, director provisional del liberalismo, les ordenó a sus seguidores que suspendieran toda relación, inclusive el saludo, a los conservadores. Es decir, un liberal debía dejar de saludar a su esposa si era conservadora.
El primer año de gobierno de Gómez culminó con un severo derrame cerebral, que lo imposibilitó para seguir en el poder. Aquí se presentó el problema de su reemplazo, porque el Designado en propiedad era Eduardo Santos, ex presidente liberal. Como Ospina había cerrado el Congreso, no se pudo elegir Designado. Sin embargo, un decreto fue suficiente para subsanar el problema y a Gómez lo sustituyó el candidato que él mismo había escogido, Roberto Urdaneta Arbeláez, un clubman de centro, con una sordera que le impedía oír lo que no le convenía.
Desde el principio, Alvaro Gómez se perfiló como un nuevo hijo del Ejecutivo , pero no en el sentido comercial y de beneficio propio, como López Michelsen, sino en el sentido político. Formó una llave con Jorge Leyva, su candidato para suceder a Laureano, y los dos formaron el eje de la violencia política que siguió en aumento y llegó al extremo de los incendios del 6 de septiembre de 1952 en EL TIEMPO y El Espectador y las casas de Alfonso López y Lleras Restrepo. Además, desde El Siglo comenzó a agitarse la consigna de que los colombianos se tienen que acostumbrar a ver a los conservadores en el poder por lo menos hasta el 2000 . Como el tableteo de las frases de Laureano, la consigna era repetida todos los días.
Y en octubre de 1951, Laureano convocó a una Asamblea Constituyente ANAC y presentó un proyecto fascista para crear un Estado Autoritario Conservador y Católico, como lo califica el historiador James Henderson. De corte netamente corporativista, el proyecto contenía esperpentos tales como darles un voto doble a los casados y sencillo a los solteros, equiparar cualquier crítica al gobierno con el delito de traición a la patria y establecía un Senado corporativo.
División conservadora.
A medida que avanzaba el gobierno de Gómez/Urdaneta, se iba acentuando una división conservadora, que se declaró abiertamente cuando propusieron la candidatura de Ospina y este la aceptó, para reemplazar a Laureano. Mientras tanto, diversos sectores liberales comenzaron a coquetear con militares, como los generales Régulo Gaitán, Miguel Sanjuán y Rafael Sánchez Amaya, para instigarlos a deponer a Gómez y Urdaneta, pero ninguno quiso hacerlo. Los rumores de golpe se iban incrementando cada día. Desde agosto de 1952, López Pumarejo había decretado el cese total de actividades del Partido Liberal.
Cuando se inició el gobierno de Ospina, Rojas Pinilla era coronel. Ospina lo ascendió a general. Al iniciarse el gobierno de Gómez, el militar tuvo una actitud que no le gustó a Gómez y la solución inicial que se les ocurrió fue la de sacarlo del país. Lo enviaron a Washington como agregado militar, primero, y luego como delegado ante la Junta Interamericana de Defensa. Posteriormente lo encargaron de una misión en Guatemala, pero hacia fines de 1952 regresó al país y encajó en el cuadro conspirativo que se desarrollaba a gran velocidad. Quizás para apaciguarlo, el 26 de noviembre de 1952 Urdaneta lo ascendió al grado de Teniente General, el máximo de la jerarquía en ese momento, y lo convirtió en el Comandante General de las Fuerzas Armadas. Por los mismos días, Urdaneta expidió un decreto convocando a la ANAC para que se instalara en el Capitolio el 15 de junio de 1953.
El distanciamiento entre Rojas y los Gómez era ya evidente. El 17 de abril lo comisionaron para que representara al gobierno en el vuelo inaugural de Avianca para la ruta a Frankfurt. Rojas llegó al aeropuerto y alcanzó a entregar su equipaje cuando un grupo de altos oficiales lo rodeó en el momento en que se disponía a abordar la nave y le dijo que lo iban a retirar del Ejército mientras estaba en Alemania. Desistió de viajar, pero comenzó sus propias maniobras.
El 22 de mayo ofreció en la Escuela Militar de Cadetes un banquete en honor de Urdaneta, al cual asistieron los altos mandos de las cuatro armas militares, todo el cuerpo diplomático y muchas personalidades. El discurso de Rojas fue una adhesión estricta a las instituciones que representaba Urdaneta y terminó por entregarle como regalo su propio bastón de mando. No faltó analista que dijera que en ese momento se había dado el verdadero golpe.
El 31 de mayo se inició la zarzuela, cuyas interioridades jamás se llegaron a conocer. Ese día llegó de Nueva York el industrial antioqueño Felipe Echavarría y el 5 de junio fue arrestado por un grupo de uniformados que decía pertenecer a los servicios secretos del Ejército, acusado de haber traído en su equipaje fusiles y granadas para una conspiración, aunque nada de esto fue encontrado. Echavarría se quejó de haber sufrido increíbles torturas, incluyendo un fingido fusilamiento para que confesara que estaba encargado de dar muerte a Rojas. Como lo negó todo, terminaron por sentarlo en un bloque de hielo, según se dijo.
El viernes 12 de junio Rojas viajó a su casa de campo en Melgar, Enrique Gómez Hurtado visitó al ministro de Defensa, Lucio Pabón, para decirle que su padre ordenaba poner en libertad a Echavarría y Alvaro Gómez se presentó ante Urdaneta para decirle que Laureano exigía que se condenase a todos los que habían participado en las torturas y que se diese de baja a Rojas Urdaneta estaba recluido en la casa privada, sufriendo o fingiendo una gripa severa, pero recibió a Alvaro, oyó la orden y dijo que no lo haría. El sábado 13, Laureano en persona se presentó al Palacio a las 9:30 de la mañana, reasumió el mando y citó a Consejo de Ministros. Cuando estos se reunieron volvió sobre el asunto de las torturas y le pidió a Pabón que firmara con él el decreto para la baja de Rojas. Pabón dijo que no lo haría y se retiró del salón. Laureano encargó del Ministerio de Defensa a Jorge Leyva (Ministro de Obras) y así se firmó el retiro de Rojas de las Fuerzas Armadas.
Los pandeyucas.
Los periodistas que llamábamos a la oficina de prensa de Palacio no recibíamos ninguna información. Cuando preguntábamos qué estaba pasando nos decían que nada, que todo era normal, pero el ruido de fondo era una enorme algarabía de voces discutiendo y algunos gritando. Un poco después de las 10 de la mañana recibí una llamada de un alto militar amigo, para informarme que se había iniciado un golpe contra Gómez, pero no quiso agregar ningún detalle. Después se vino a saber que Rojas había dejado todo dispuesto para que le enviasen un avión tan pronto como se presentase una situación anormal. En ese mismo avión, al borde del mediodía, Rojas viajó a Bogotá y estuvo toda la tarde y las primeras horas de la noche tratando de convencer a Urdaneta para que asumiera el poder, pero el Designado se negó. Hacia media tarde llegaron a Palacio Ospina y el dirigente conservador Gilberto Alzate, a quienes se atribuyó el hecho de que todos los ministros civiles fueran conservadores. Lo que nadie sabía hasta ese momento era que el propio Rojas era conservador.
Cuando se cansó de insistirle a Urdaneta y se dio cuenta de que no lo podría convencer, Rojas compuso una breve alocución en que anunciaba que asumía el mando a nombre del binomio Pueblo-Fuerzas Armadas. Esto ocurrió a las 10 de la noche. Los liberales gritaron alborozados se cayeron los godos .
Eduardo Santos envió un mensaje desde París diciendo que era el mejor camino para restaurar la democracia. Y el episodio de Echavarría quedó en suspenso, cuando un médico certificó que padecía de algunas alteraciones mentales. Esto parece confirmarlo un libro de 278 páginas, publicado en 1974 por el propio Echavarría, que tiene datos muy oscuros y hasta contradictorios, titulado Historia de una monstruosa farsa.
Laureano desapareció por completo, como ya lo había hecho el 9 de abril, y salió del país hacia España tres días más tarde. Nadie podía explicar sus actividades del 13 de junio después de las 12 del día, pero la versión más creíble fue que se dirigió a la casa de su consuegro, el padre de la esposa de Alvaro, a preparar y degustar pandeyucas, que era un panecillo de su preferencia. El médico Hernando Martínez Rueda, el mejor poeta satírico que produjo Colombia en el siglo XX, compuso una Balada del pandeyuca, al cual pertenecen los siguientes versos.
Cuando el gobierno se desnuca.
Hay que jalarle al pandeyuca.
Un japonés hace harakiri,.
Bebe cianuro un alemán;.
Cleopatra se mete en el seno.
Una serpiente coral,.
Petronio se corta las venas,.
Nerón se clava un puñal.
Aquí comemos pandeyuca,.
No nos pensamos suicidar.
El 15 de junio se reunió la ANAC, en la misma fecha en que había sido convocada por Urdaneta desde diciembre anterior, declaró vacante la Presidencia y legitimó (o eligió ) a Rojas Pinilla para completar el período. En 1954 se volvió a reunir y reeligió a Rojas por otro período de cuatro años. Todos los miembros de la corporación eran conservadores escogidos por Laureano para reformar la Constitución, cosa que jamás se hizo.

martes, abril 28, 2020

BOLÍVAR por Carlos Marx (1858)

C. Marx

BOLÍVAR Y PONTE

(1858)


BOLÍVAR Y PONTE, Simón, el "Libertador" de Colombia, nació el 24 de julio de 1783 en Caracas y murió en San Pedro, cerca de Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830. Descendía de una de las familias mantuanas, que en la época de la dominación española constituían la nobleza criolla en Venezuela. Con arreglo a la costumbre de los americanos acaudalados de la época, se le envió Europa a la temprana edad de 14 años. De España pasó Francia y residió por espacio de algunos años en París. En 1802 se casó en Madrid y regresó a Venezuela, donde su esposa falleció repentinamente de fiebre amarilla. Luego de este suceso se trasladó por segunda vez a Europa y asistió en 1804 a la coronación de Napoleón como empe rador, hallándose presente, asimismo, cuando Bonaparte se ciñó la corona de hierro de Lombardía. En 1809 volvió a su patria y, pese a las instancias de su primo José Félix Ribas, rehusó adherirse a la revolución que estalló en Caracas el 19 de abril de 1810. Pero, con posterioridad a ese acontecimiento, aceptó la misión de ir a Londres para comprar armas y gestionar la protección del gobierno británico. El marqués de Wellesley, a la sazón ministro de relaciones exteriores, en apariencia le dio buena acogida. pero Bolívar no obtuvo más que la autorización de exportar armas abonándolas al contado y pagando fuertes derechos. A su regreso de Londres se retiró a la vida privada, nuevarnente, hasta que en setiembre de 1811 el general Miranda, por entonces comandante en jefe de las fuerzas rectas de mar y tierra, lo persuadió de que aceptara el rango de teniente coronel en el estado mayor y el mando de Puerto Cabello, la principal plaza fuerte de Venezuela.
Cuando los prisioneros de guerra españoles, que Miranda enviaba regularmente a Puerto Cabello para mantenerlos encerrados en la ciudadela, lograron atacar por sorpresa la guardia y la dominaron, apoderándose de la ciudadela, Bolívar, aunque los españoles estaban desarmados, mientras que él disponía de una fuerte guarnición y de un gran arsenal, se embarcó precipitadamente por la noche con ocho de sus oficiales, sin poner al tanto de lo ocurría ni a sus propias tropas, arribó al amanecer a Guaira y se retiró a su hacienda de San Mateo. Cuando la guarnición se enteró de la huida de su comandante, abandonó en buen orden la plaza, a la que ocupade inmediato los españoles al mando de Monteverde. Este acontecimiento inclinó la balanza a favor de España y forzó a Miranda a suscribir, el 26 de julio de 1812, por encargo del congreso, el tratado de La Victoria, que sometió nuevamente a Venezuela al dominio español. El 30 de julio llegó Miranda a La Guaira, con la intención embarcarse en una nave inglesa. Mientras visitaba al coronel Manuel María Casas, comandante de la plaza, se encontró con un grupo numeroso, en el que se contaban don Miguel Peña y Simón Bolívar, que lo convencieron de que se quedara, por lo menos úna noche, en la residencia de Casas. A las dos de la madrugada, encontrándose Miranda profundamente dormido, Casas, Peña y Bolívar se introdujeron en su habitación con cuatro soldados armados, se apoderaron precavidamente de su espada y su pistola, lo despertaron y con rudeza le ordenaron que se levantara y vistiera, tras lo cual lo engrillaron y entregaron a Monteverde. El jefe español lo remitió a Cádiz, donde Miranda, encadenado, murió después de varios años de cautiverio. Ese acto, para cuya justificación se recurrió al pretexto de que Miranda había traicionado a su país la capitulación de La Victoria, valió a Bolívar el especial favor de Monteverde, a tal punto que cuando el primero le solicitó su pasaporte, el jefe español declaró: "Debe satisfacerse el pedido del coronel Bolívar, como recompensa al servicio prestado al rey de España con laentrega de Miranda".
Se autorizó así a Bolívar a que se embarcara con destino a Curazao, donde permaneció seis semanas. En cornpañía de su primo Ribas se trasladó luego a la pequeña república de Cartagena. Ya antes de su arribo habían huido a Cartagena gran cantidad de soldados, ex combatientes a las órdenes del general Miranda. Ribas les propuso emprender una expedición contra los españoles en Venezuela y reconocer a Bolívar como comandante en jefe. La primera propuesta recibió una acogida entusiasta; la segunda fue resistida, aunque finalmente accedieron, a condición de que Ribas fuera el lugarteniente de Bolívar. Manuel Rodríguez Torices, el presidente de la república de Cartagena, agregó a los 300 soldados así reclutados para Bolívar otros 500 hombres al mando de su primo Manuel Castillo. La expedición partió a comienzos de enero de 1813. Habiéndose producido rozamientos entre Bolívar y Castillo respecto a quién tenía el mando supremo, el segundo se retiró súbitamente con sus granaderos. Bolívar, por su parte, propuso seguir el ejemplo de Castillo y regresar a Cartagena, pero al final Ribas pudo persuadirlo de que al menos prosiguiera en su ruta hasta Bogotá, en donde a la sazón tenía su sede el Congreso de Nueva Granada. Fueron allí muy bien acogidos, se les apoyó de mil maneras y el congreso los ascendió al rango de generales. Luego de dividir su pequeño ejército en dos columnas, marcharon por distintos caminos hacia Caracas. Cuanto más avanzaban, tanto más refuerzos recibían; los crueles excesos de los españoles hacían las veces, en todas partes, de reclutadores para el ejército independentista. La capacidad de resistencia de los españoles estaba quebrantada, de un lado porque las tres cuartas partes de su ejército se componían de nativos, que en cada encuentro se pasaban al enemigo; del otro debido a la cobardía de generales tales como Tízcar, Cajigal y Fierro, que a la menor oportunidad abandonaban a sus propias tropas. De tal suerte ocurrió que Santiago Mariño, un joven sin formación, logró expulsar de las provincias de Cumaná y Barcelona a los españoles, al mismo tiempo que Bolívar ganaba terreno en las provincias occidentales. La única sistencia seria la opusieron los españoles a la columna de Ribas, quien no obstante derrotó al general Monteverde en Los Taguanes y lo obligó a encerrarse en Puerto Cabello el resto de sus tropas.
Cuando el gobernador de Caracas, general Fierro, tuvo noticias de que se acercaba Bolívar, le envió parlamentarios para ofrecerle una capitulación, la que se firmó en La Victoria. Pero Fierro, invadido por un pánico repentino y sin aguardar el regreso de sus propios emisarios, huyó secretamente por la noche y dejó a más de 1.500 españoles librados a la merced del enemigo. A Bolívar se le tributó entonces una entrada apoteótica. De pie, en un carro de triunfo, al que arrastraban doce damiselas vestidas de blanco y ataviadas con los colores nacionales, elegidas todas ellas entre las mejores familias caraqueñas, Bolívar, la cabeza descubierta y agitando un bastoncillo en la man, fue llevado en una media hora desde la entrada la ciudad hasta su residencia. Se proclamó "Dictador y Libertador de las Provincias Occidentales de Venezuela" --Mariño había adoptado el título de "Dictador de las Provincias Orientales"--, creó la "Orden del Libertador", formó un cuerpo de tropas escogidas a las que denominó guardia de corps y se rodeó de la pompa propia de una corte. Pero, como la mayoría de sus compatriotas, era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento y su dictadura degeneró pronto en una anarquía militar, en la cual asuntos más importantes quedaban en manos de favoritos que arruinaban las finanzas públicas y luego recurrían a medios odiosos para reorganizarlas. De este modo el novel entusiasmo popular se transformó en descontento, y las dispersas fuerzas del enemigo dispusieron de tiempo para rehacerse. Mientras que a comienzos de agosto de 1813 Monteverde estaba encerrado en la fortalede Puerto Cabello y al ejército español sólo le quedaba una angosta faja de tierra en el noroeste de Venezuela, apenas tres meses después el Libertador había perdido su prestigio y Caracas se hallaba amenazada por la súbita aparición en sus cercanías de los españoles victoriosos, al mando de Boves. Para fortalecer su poder tambaleante Bolívar reunió, el 1de enero de 1814, una junta constituida por los vecinos caraqueños más influyentes y les manifestó que no deseaba soportar más tiempo el fardo de la dictadura. Hurtado de Mendoza, por su parte, fundamentó en un prolongado discurso "la necesidad de que el poder supremo se mantuviese en las manos del general Bolívar hasta que el Congreso de Nueva Granada pudiera reunirse y Venezuela unificarse bajo un solo gobierno". Se aprobó esta propuesta y, de tal modo, la dictadura recibió una sanción legal.
Durante algún tiempo se prosiguió la guerra contra los españoles, bajo la forma de escaramuzas, sin que ninguno de los contrincantes obtuviera ventajas decisivas. En junio de 1814 Boves, tras concentrar sus tropas, marchó de Calabozo hasta La Puerta, donde los dos dictadores, Bolívar y Mariño, habían combinado sus fuerzas. Boves las encontró allí y ordenó a sus unidades que las atacaran sin dilación. Tras una breve resistencia, Bolívar huyó a Caracas, mientras que Mariño se escabullía hacia Cumaná. Puerto Cabello y Valencia cayeron en las manos de Boves, que destacó dos columnas (una de ellas al mando del coronel González) rumbo a Caracas, por distintas rutas. Ribas intentó en vano contener el avance de González. Luego de la rendición de Caracas a este jefe, Bolívar evacuó a La Guaira, ordenó a los barcos surtos en el puerto que zarparan para Cumaná y se retiró con el resto de sus tropas hacia Barcelona. Tras la derrota que Boves infligió a los insurrectos en Arguita, el 8 de agosto de 1814, Bolívar abandonó furtivamente a sus tropas, esa misma noche, para dirigirse apresuradamente y por atajos hacia Cumaná, donde pese a las airadas protestas de Ribas se embarcó de inmediato en el "Bianchi", junto con Mariño y otros oficiales. Si Ribas, Páez y los demás generales hubieran seguido a los dictadores en su fuga, todo se habría perdido. Tratados como desertores a su arribo a Juan Griego, isla Margarita, por el general Arismendi, quien les exigió que partieran, levaron anclas nuevamente hacia Carúpano, donde, habiéndolos recibido de manera análoga el coronel Bermúdez, se hicieron a la mar rumbo a Cartagena. Allí a fin de cohonestar su huida, publicaron una memoria de justificación, henchida de frases altisonantes.
Habiéndose sumado Bolívar a una conspiración para derrocar al gobierno de Cartagena, tuvo que abandonar esa pequeña república y seguir viaje hacia Tunja, donde etaba reunido el Congreso de la República Federal de Nueva Granada. La provincia de Cundinamarca, en ese entonces, estaba a la cabeza de las provincias independientes que se negaban a suscribir el acuerdo federal neogranadino, mientras que Quito, Pasto, Santa Marta y otras provincias todavía se hallaban en manos de los españoles. Bolívar, que llegó el 22 de noviembre de 1814 a Tunja, designado por el congreso comandante en jefe de las fuerzas armadas federales y recibió la doble misión de obligar al presidente de la provincia de Cundinamarca a reconociera la autoridad del congreso y de marchar luego sobre Santa Marta, el único puerto de mar fortificado granadino aún en manos de los españoles. No presentó dificultades el cumplimiento del primer cometido, puesto que Bogotá, la capital de la provincia desafecta, carecía de fortificaciones. Aunque la ciudad había capitulado, Bolívar permitió a sus soldados que durante 48 horas la saquearan. En Santa Marta el general español Montalvo, disponía tan sólo de una débil guarnición de 200 hombres y de una plaza fuerte en pésimas condiciones defensivas, tenía apalabrado ya un barco francés para asegurar su propia huida; los vecinos, por su parte, enviaron un mensaje a Bolívar participándole que, no bien apareciera, abrirían las puertas de la ciudad y expulsarían a la guarnición. Pero en vez de marchar contra los españoles de Santa Marta, tal como se lo había ordenado el congreso, Bolívar se dejó arrastrar por su encono contra Castillo, el comandante de Cartagena, y actuando por su propia cuenta condujo sus tropas contra esta última ciudad, parte integral de la República Federal. Rechazado, acampó en Popa, un cerro situado aproximadamente a tiro de cañon de Cartagena. Por toda batería emplazó un pequeño cañón, contra una fortaleza artillada con unas 80 piezas. Pasó luego del asedio al bloqueo, que duró hasta comienzos de mayo, sin más resultado que la disminución de sus efectivos, por deserción o enfermedad, de 2.400 a 700 hombres. En el ínterin una gran expedición española comandada por el general Morillo y procedente de Cádiz había arribado a la isla Margarita, el 25 de marzo de 1815. Morillo destacó de inmediato poderosos refuerzos a Santa Marta y poco después sus fuerzas se adueñaron de Cartagena. Previamente, empero, el 10 de mayo 1815, Bolívar se había embarcado con una docena de oficiales en un bergantín artillado, de bandera británica, rumbo a Jamaica. Una vez llegado a este punto de refugio publicó una nueva proclama, en la que se presentaba como la víctima de alguna facción o enemigo secreto y defendía su fuga ante los españoles como si se tratara una renuncia al mando, efectuada en aras de la paz pública.



Durante su estada de ocho meses en Kingston, los genrales que había dejado en Venezuela y el general Arismendi en la isla Margarita presentaron una tenaz resistencia las armas españolas. Pero después que Ribas, a quién Bolívar debía su renombre, cayera fusilado por los españoles tras la toma de Maturín, ocupó su lugar un hombre de condiciones militares aun más relevantes. No pudiendo desempeñar, por su calidad de extranjero, un papel autónomo en la revolución sudamericana, este hombre decidió entrar al servicio de Bolívar. Se trataba de Luis Brion. Para prestar auxilios a los revolucionarios se había hecho a la mar en Londres, rumbo a Cartagena, con una corbeta de 24 cañones, equipada en gran parte a sus propias expensas y cargada con 14.000 fusiles y una gran cantidad de otros pertrechos. Habiendo llegado demasiado tarde y no pudiendo ser útil a los rebeldes, puso proa hacia Cayos, en Haití, adonde muchos emigrados patriotas habían huido tras la capitulación de Cartagena. Entretanto Bolívar se había trasladado también a Puerto Príncipe donde, a cambio de su promesa de liberar a los esclavos, el presidente haitiano Pétion le ofreció un cuantioso apoyo material para una nueva expedición contra los españoles de Venezuela. En Los Cayos se encontró con Brion y los otros emigrados y en una junta general se propuso a sí mismo como jefe de la nueva expedición, bajo la condición de que, hasta la convocatoria de un cóngreso general, él reuniría en sus manos los poderes civil y militar. Habiendo aceptado la mayoría esa condición, los expedicionarios se hicieron a la mar el 16 de abril de 1816 con Bolívar como comandante y Brion en calidad de almirante. En Margarita, Bolívar logró ganar para su causa a Arismendi, el comandante de la isla, quien había rechazado a los españoles a tal punto que a éstos sólo les restaba un único punto de apoyo, Pampatar. Con la formal promesa de Bolívar de convocar un congreso nacional en Venezuela no bien se hubiera hecho dueño del país, Arismendi hizo reunir una junta en la catedral de Villa del Norte y proclamó públicamente a Bolívar jefe supremo de las repúblicas de Venezuela y Nueva Granada. El 31 de mayo de 1816 desembarcó Bolívar en Carúpano, pero no se atrevió a impedir que Mariño y Piar se apartaran de él y efectuaran, por su propia cuenta, una campaña contra Cumaná. Debilitado por esta separación y siguiendo los consejos de Brion se hizo a la vela rumbo a Ocumare [de la Costa], adonde arribó el 3 de julio de 1816 con 13 barcos, de los cuales sólo 7 estaban artillados. Su ejército se componía tan sólo de 650 hombres, que aumentaron a 800 por el reclutamiento de negros, cuya liberación había proclamado. En Ocumare difundió un nuevo manifiesto, en el que prometía "exterminar a los tiranos" y "convocar al pueblo para que designe sus diputados al congreso. Al avanzar en dirección a Valencia, se topó, no lejos de Ocumare, con el general español Morales, a la cabeza de unos 200 soldados y 100 milicianos. Cuando los cazadores de Morales dispersaron la vanguardia de Bolívar, éste, según un testigo ocular, perdió "toda presencia de ánimo y sin pronunciar palabra, en un santiamén volvió grupas y huyó a rienda suelta hacia Ocumare, atravesó el pueblo a toda carrera, llegó a la bahía cercana, saltó del caballo, se introdujo en un bote y subió a bordo del « Diana», dando orden a toda la escuadra de que lo siguiera a la pequeña isla de Bonaire y dejando a todos sus compañeros privados del menor auxilio". Los reproches y exhortaciones de Brion lo indujeron a reunirse a los demás jefes en la costa de Cumaná; no obstante, como lo recibieron inamistosamente y Piar lo amenazó con someterlo a un consejo de guerra por deserción y cobardía, sin tardanza volvió a partir rumbo a Los Cayos. Tras meses y meses de esfuerzos, Brion logró finalmente persuadir a la mayoría de los jefes militares venezolanos -que sentían la necesidad de que hubiera un centro, aunque simplemente fuese nominal- de que llamaran una vez más a Bolívar como comandante en jefe, bajo la condición expresa de que convocaría al congreso y no se inmiscuiría en la administración civil. El 31 de diciembre de 1816 Bolívar arribó a Barcelona con las armas, municiones y pertrechos proporcionados por Pétion. El 2 de enero de 1817 se le sumó Arismendi, y el día 4 Bolívar proclamó la ley marcial y anunció que todos los poderes estaban en sus manos. Pero 5 días después Arismendi sufrió un descalabro en una emboscada que le tendieran los españoles, y el dictador huyó a Barcelona. Las tropas se concentraron nuevamente en esa localidad, adonde Brion le envió tanto armas como nuevos refuerzos, de tal suerte que pronto Bolívar dispuso de una nueva fuerza de 1.100 hombres. El 5 de abril los españoles tomaron la ciudad de Barcelona, y las tropas de los patriotas se replegaron hacia la Casa de la Misericordia, un edificio sito en las afueras. Por orden de Bolívar se cavaron algunas trincheras, pero de manera inapropiada para defender contra un ataque serio una guarnición de 1.000 hombres. Bolívar abandonó la posición en la noche del 5 de abril, tras comunicar al coronel Freites, en quien delegó el mando, que buscaría tropas de refresco y volvería a la brevedad. Freites rechazó un ofrecimiento de capitulación, confiado en la promesa, y después del asalto fue degollado por los españoles, al igual que toda la guarnición.
Piar, un hombre de color, originario de Curazao, concibió y puso en práctica la conquista de la Guayana, a cuyo efecto el almirante Brion lo apoyó con sus cañoneras. El 20 de julio, ya liberado de los españoles todo el territorio, Piar, Brion, Zea, Mariño, Arismendi y otros convocaron en Angostura un congreso de las provincias y pusieron al frente del Ejecutivo un triunvirato; Brion, que detestaba a Piar y se interesaba profundamente por Bolívar, ya que en el éxito del mismo había puesto en juego su gran fortuna personal, logró que se designase al último como miembro del triunvirato, pese a que no se hallaba presente. Al enterarse de ello Bolívar, abandonó su refugio y se presentó en Angostura, donde, alentado por Brion, disolvió el congreso y el triunvirato y los remplazó por un "Consejo Supremo de la Nación", del que se nombró jefe, mientras que Brion y Francisco Antonio Zea quedaron al frente, el primero de la sección militar y el segundo de la sección política. Sin embargo Piar, el conquistador de Guayana, que otrora había amenazado con someter a Bolívar ante un consejo de guerra por deserción, no escatimaba sarcasmos contra el "Napoleón de las retiradas", y Bolívar aprobó por ello un plan para eliminarlo. Bajo las falsas imputaciones de haber conspirado contra los blancos, atentado contra la vida de Bolívar y aspirado al poder supremo, Piar fue llevado ante un consejo de guerra presidido por Brion y, condenado a muerte, se le fusiló el 16 de octubre de 1817. Su muerte llenó a Mariño de pavor. Plenamente consciente de su propia insignificancia al hallarse privado del concurso de Piar, Mariño, en una carta abyectísima, calumnió públicamente a su amigo victimado, se dolió de su propia rivalidad con el Libertador y apeló a la inagotable magnanimidad de Bolívar.
La conquista de la Guayana por Piar había dado un vuelco total a la situación, en favor de los patriotas, pues esta provincia sola les proporcionaba más recursos que las otras siete provincias venezolanas juntas. De ahí que todo el mundo confiara en que la nueva campaña anunciada por Bolívar en una flamante proclama conduciría a la expulsión définitiva de los españoles. Ese primer boletín, según el cual unas pequeñas partidas españolas que forrajeaban al retirarse de Calabozo eran "ejércitos que huían ante núestras tropas victoriosas", no tenía por objetivo disipar tales esperanzas. Para hacer frente a 4.000 españoles, que Morillo aún no había podido concentrar, disponía Bolívar de más de 9.000 hombres, bien armados y equipados, abundantemente provistos con todo lo necesario para la guerra. No obstante, a fines de mayo de 1818 Bolívar había perdido unas doce batallas y todas las provincias situadas al norte del Orinoco. Como dispersaba sus fuerzas, numéricamente superiores, éstas siempre eran batidas por separado. Bolívar dejó la dirección de la guerra en manos de Páez y sus demás subordinados y se retiró a Angostura. A una defección seguía la otra, y todo parecía encaminarse a un descalabro total. En ese momento extremadamente crítico, una conjunción de sucesos afortunados modificó nuevamente el curso de las cosas. En Angostura Bolívar encontró a Santander, natural de Nueva Granada, quien le solicitó elementos para una invasión a ese territorio, ya que la población local estaba pronta para alzarse en masa contra los españoles. Bolívar satisfizo hasta cierto punto esa petición. En el ínterin, llegó de Inglaterra una fuerte ayuda bajo la forma de hombres, buques y municiones, y oficiales ingleses, franceses, alemanes y polacos afluyeron de todas partes a Angostura. Finalmente, el doctor [Juan] Germán Roscio, consternado por la estrella declinante de la revolución sudamericana, hizo su entrada en escena, logró el valimiento de Bolívar y lo indujo a convocar, para el 15 de febrero de 1819, un congreso nacional, cuya sola mención demostró ser suficientemente poderosa para poner en pie un nuevo ejército de aproxi madamente 14.000 hombres, con lo cual Bolívar pudo pasar nuevamente a la ofensiva.
Los oficiales extranjeros le aconsejaron diera a entender que proyectaba un ataque contra Caracas para liberar a Venezuela del yugo español, induciendo así a Morillo a retirar sus fuerzas de Nueva Granada y concentrarlas para la defensa de aquel país, tras lo cual Bolívar debía volverse súbitamente hacia el oeste, unirse a las guerrillas de Santander y marchar sobre Bogotá. Para ejecutar ese plan, Bolívar salió el 24 de febrero de 1819 de Angostura, después de designar a Zea presidente del congreso y vicepresidente de la república durante su ausencia. Gracias a las maniobras de Páez, los revolucionarios batieron a Morillo y La Torre en Achaguas, y los habrían aniquilado completamente si Bolívar hubiese sumado sus tropas a las de Páez y Mariño. De todos modos, las victorias de Páez dieron por resultado la ocupación de la provincia de Barinas, quedando expedita así la ruta hacia Nueva Granada. Como aquí todo estaba preparado por Santander, las tropas extranjeras, compuestas fundamentalmente por ingleses, decidieron el destino de Nueva Granada merced a las victorias sucesivas alcanzadas el 1 y 23 de julio y el 7 de agosto en la provincia de Tunja. El 12 de agosto Bolívar entró triunfalmente a Bogotá, mientras que los españoles, contra los cuales se habían sublevado todas las provincias de Nueva Granada, se atrincheraban en la ciudad fortificada de Mompós.
Luego de dejar en funciones al congreso granadino y al general Santander como comandante en jefe Bolívar marchó hacia Pamplona, donde paso mas de dos meses en festejos y saraos. El 3 de noviembre llego a Mantecal, Venezuela, punto que había fijado a los jefes patriotas para que se le reunieran con sus tropas Con un tesoro de unos 2.000.000 de dólares, obtenidos de los habitantes de Nueva Granada mediante contribuciones forzosas, y disponiendo de una fuerza de aproximadamente 9.000 hombres, un tercio de los cuales eran ingleses, irlandeses, hanoverianos y otros extranjeros bien disciplinados, Bolívar debía hacer frente a un enemigo privado de toda clase de recursos, cuyos efectivos se reducían a 4.500 hombres, las dos terceras partes de los cuales, además, eran nativos y mal podían, por ende, inspirar confianza a los españoles. Habiéndose retirado Morillo de San Fernando de Apure en dirección a San Carlos, Bolívar lo persiguió hasta Calabozo, de modo que ambos estados mayores, enemigos se encontraban apenas a dos días de marcha el uno del otro. Si Bolívar hubiese avanzado con resolución, sus solas tropas europeas habrían bastado para aniquilar a los españoles. Pero prefirió prolongar la guerra cinco años más.
En octubre de 1819 el congreso de Angostura había forzado a renunciar a Zea, designado por Bolívar, y elegido en su lugar a Arismendi. No bien recibió esta noticia, Bolívar marchó con su legión extranjera sobre Angostura, tomó desprevenido a Arismendi, cuya fuerza se reducia a 600 nativos, lo deportó a la isla Margarita e invistió nuevamente a Zea en su cargo y dignidades. El doctor Roscio, que había fascinado a Bolívar con las perspectivas de un poder central, lo persuadió de que proclamara a Nueva Granada y Venezuela como "República de Colombia", promulgase una constitución para el nuevo estado --redactada por Roscio-- y permitiera la instalación de un congreso común para ambos países. El 20 de enero de 1820 Bolívar se encontraba de regreso en San Fernando de Apure. El súbito retiro de su legión extranjera, más temida por los españoles que un número diez veces mayor de colombianos, brindó a Morillo una nueva oportunidad de concentrar refuerzos. Por otra parte, la noticia de que una poderosa expedición a las órdenes de O'Donnell estaba a punto de partir de la Península, levantó los decaídos ánimos del partido español. A pesar de que disponía de fuerzas holgadamente superiores, Bolívar se las arregló para no conseguir nada durante la campaña de 1820. Entretanto llegó de Europa la noticia de que la revolución en la isla de León había puesto violento fin a la programada expedición de O'Donnell. En Nueva Granada, 15 de las 22 provincias se habían adherido al gobierno de Colombia, y a los españoles sólo les restaban la fortaleza de Cartagena y el istmo de Panamá. En Venezuela, 6 de las 8 provincias se sometieron a las leyes colombianas. Tal era el estado de cosas cuando Bolívar se dejó seducir por Morillo y entró con él en tratativas que tuvieron por resultado, el 25 de noviembre de 1820, la concertación del convenio de Trujillo, por el que se establecía una tregua de seis meses. En el acuerdo de armisticio no figuraba una sola mención siquiera a la Republica de Colombia, pese a que el congreso había prohibido, a texto expreso, la conclusión de ningún acuerdo con el jefe español si éste no reconocía previamente la independencia de la república.
El 17 de diciembre, Morillo, ansioso de desempeñar un papel en España, se embarcó en Puerto Cabello y delegó el mando supremo en Miguel de Latorre; el 10 de marzo de 1821 Bolívar escribió a Latorre participándole que las hostilidades se reiniciarían al término de un plazo de 30 días. Los españoles ocupaban una sólida posición en Carabobo, una aldea situada aproximadamente a mitad de camino entre San Carlos y Valencia; pero en vez de reunir allí todas sus fuerzas, Latorre sólo había concentrado su primera división, 2.500 infantes y unos 1.500 jinetes, mientras que Bolívar disponía aproximadamente de 6.000 infantes, entre ellos la legión británica, integrada por 1.100 hombres, y 3.000 llaneros a caballo bajo el mando de Páez. La posición del enemigo le pareció tan imponente a Bolívar, que propuso a su consejo de guerra la concertación de una nueva tregua, idea que, sin embargo, rechazaron sus subalternos. A la cabeza de una columna constituida fundamentalmente por la legión británica, Páez, siguiendo un atajo, envolvió el ala derecha del enemigo; ante la airosa ejecución de esa maniobra, Latorre fúe el primero de los españoles en huir a rienda suelta, no deteniéndose hasta llegar a Puerto Cabello, donde se encerró con el resto de sus tropas. Un rápido avance del ejército victorioso hubiera producido, inevitablemente, la rendición de Puerto Cabello, pero Bolívar perdió su tiempo haciéndose homenajear en Valencia y Caracas. El 21 de setiembre de 1821 la gran fortaleza de Cartagena capituló ante Santander. Los últimos hechos de armas en Venezuela --el combate naval de Maracaibo en agosto de 1823 y la forzada rendición de Puerto Cabello en julio de 1824-- fueron ambos la obra de Padilla. La revolución en la isla de León, que volvió imposible la partida de la expediúión de O'Donnell, y el concurso de la legión británica, habían volcado, evidentemente, la situación a favor de los colombianos.
El Congreso de Colombia inauguró sus sesiones en enero de 1821 en Cúcuta; el 30 de agosto promulgó la nueva constitución y, habiendo amenazado Bolívar una vez mas con renunciar, prorrogó los plenos poderes del Libertador. Una vez que éste hubo firmado la nueva carta constitucional, el congreso lo autorizó a emprender la campaña de Quito (1822), adonde se habían retirado los españoles tras ser desalojados del istmo de Panamá por un levantamiento general de la población. Esta campaña, que finalizó con la incorporación de Quito, Pasto y Guayaquil a Colombia, se efectuó bajo la dirección nominal de Bolívar y el general Sucre, pero los pocos éxitos alcanzados por el cuerpo de ejército se debieron íntegramente a los oficiales británicos, y en particular al coronel Sands. Durante las campañas contra los españoles en el Bajo y el Alto Peru --1823-1824-- Bolívar ya no consideró necesario representar el papel de comandante en jefe, sino que delegó en el general Sucre la conducción de la cosa militar y restringio sus actividades a las entradas triunfales, los manifiestos y la proclamación de constituciones. Mediante su guardia de corps colombiana manipuló las decisiones del Congreso de Lima, que el 10 de febrero de 1823 le encomendó la dictadura; gracias a un nuevo simulacro de renuncia, Bolívar se aseguró la reelección como presidente de Colombia. Mientras tanto su posición se había fortalecido, en parte con el reconocimiento oficial del nuevo estado por Inglaterra, en parte por la conquista de las provincias altoperuanas por Sucre, quién unificó a las últimas en una república independiente, la de Bolivia. En este país, sometido a las bayonetas de Sucre, Bolívar dio curso libre a sus tendencias al despotismo y proclamó el Código Boliviano, remedo del Code Napoleón. Proyectaba trasplantar ese código de Bolivia al Perú, y de éste a Colombia, y mantener a raya a los dos primeros estados por medio de tropas colombianas, y al último mediante la legión extranjera y soldados peruanos. Valiéndose de la violencia, pero también de la intriga, de hecho logró imponer, aunque tan sólo por unas pocas semanas, su código al Perú. Como presidente y libertador de Colombia, protector y dictador del Perú y padrino de Bolivia, había alcanzado la cúspide de su gloria. Pero en Colombia había surgido un serio antagonismo entre los centralistas, o bolivistas, y los federalistas, denominación esta última bajo la cual los enemigos de la anarquía militar se habían asociado a los rivales militares de Bolívar. Cuando el Congreso dé Colombia, a instancias de Bolívar, formuló una acusación contra Páez, vicepresidente de Venezuela, el último respondió con una revuelta abierta, la que contaba secretamente con el apoyo y aliento del propio Bolívar; éste, en efecto, necesitaba sublevaciones como pretexto para abolir la constitución y reimplantar la dictadura. A su regreso del Perú, Bolívar trajo además de su guardia de corps 1.800 soldados peruanos, presuntamente para combatir a los federalistas alzados. Pero al encontrarse con Páez en Puerto Cabello no sólo lo confirmó como máxima autoridad en Venezuela, no sólo proclamó la amnistía para los rebeldes, sino que tomó partido abiertamente por ellos y vituperó a los defensores de la constitución; el decreto del 23 de noviembre de 1826, promulgado en Bogotá, le concedió poderes dictatoriales.

En el año 1826, cuando su poder comenzaba a declinar, logro reunir un congreso en Panamá, con el objeto aparente de aprobar un nuevo código democrático internacional. Llegaron plenipotenciarios de Colombia, Brasil, La Plata, Bolivia, México, Guatemala, etc. La intención real de Bolívar era unificar a toda América del Sur en una república federal, cuyo dictador quería ser él mismo. Mientras daba así amplio vuelo a sus sueños de ligar medio mundo a su nombre, el poder efectivo se le escurría rápidamente de las manos. Las tropas colombiams destacadas en el Perú, al tener noticia de los preparativos que efectuaba Bolívar para introducir el Código Boliviano, desencadenaron una violenta insurrección. Los pruanos eligieron al general Lamar presidente de su república, ayudaron a los bolivianos a expulsar del país las tropas colombianas y emprendieron incluso una victoriosa guerra contra Colombia, finalizada por un tratado que redujo a este país a sus límites primitivos, estableció la igualdad de ambos países y separó las deudas públicas de uno y otro. La Convención de Ocaña, convocada por Bolívar para reformar la constitución de modo que su poder no encontrara trabas, se inauguró el 2 de marzo de 1828 con la lectura de un mensaje cuidadosamente redactado, en el que se realzaba la necesidad de otorgar nuevos poderes al ejecutivo. Habiéndose evidenciado, sin embargo, que el proyecto de reforma constitucional diferiría esencialmente del previsto en un principio, los amigos de Bolívar abandonaron la convención dejándola sin quórum, con lo cual las actividades de la asamblea tocaron a su fin. Bolívar, desde una casa de campo situada a algunas millas de Ocaña, publicó un nuevo manifiesto en el que pretendía estar irritado con los pasos dados por sus partidarios, pero al mismo tiempo atacaba al congreso, exhortaba a las provincias a que adoptaran medidas extraordinarias y se declaraba dispuesto a tomar sobre sí la carga del poder si ésta recaía en sus hombros. Bajo la presión de sus bayonetas, cabildos abiertos reunidos en Caracas, Cartagena y Bogotá, adonde se había trasladado Bolívar, lo invisteron nuevamente con los poderes dictatoriales. Una intentona de asesinarlo en su propio dormitorio en Bogotá, de la cual se salvó sólo porque saltó de un balcón en plena noche y permaneció agazapado bajo un puente, le permitió ejercer durante algún tiempo una especie de terror militar. Bolívar, sin embargo, se guardó de poner la mano sobre Santander, pese a que éste había participado en la conjura, mientras que hizo matar al general Padilla, cuya culpabilidad no había sido demostrada en absoluto, pero que por ser hombre de color no podía ofrecer resu tencia alguna.
En 1829, la encarnizada lucha de las facciones desgarra ba a la república y Bolívar, en un nuevo llamado a la ciudadanía, la exhortó a expresar sin cortapisas sus deseos en lo tocante a posibles modificaciones de la constitución. Como respuesta a ese manifiesto, una asamblea de notables reunida en Caracas le reprochó públicamente su ambiciones, puso al descubierto las deficiencias de gobierno, proclamó la separación de Venezuela con respecto a Colombia y colocó al frente de la primera al general Páez. El Senado de Colombia respaldó a Bolivar, pero nuevas insurrecciones estallaron en diversos lugares. Tra haber dimitido por quinta vez, en enero de 1830 Bolívar aceptó de nuevo la presidencia y abandonó a Bogotá para guerrear contra Páez en nombre del congreso colombiano. A fines de marzo de 1830 avanzó a la cabeza de 8.000 hombres, tomó Caracuta, que se había sublevado, y se dirigió hacia la provincia de Maracaibo, donde Páez lo esperaba con 12.000 hombres en una fuerte posición. No bien Bolívar se enteró de que Páez proyectaba combatir seriamente, flaqueó su valor. Por un instante, incluso, pensó someterse a Páez y pronunciarse contra el congreso. Pero decreció el ascendiente de sus partidarios en ese cuerpo y Bolívar se vio obligado a presentar su dimision ya que se le dio a entender que esta vez tendría que atenerse a su palabra y que, a condición de que se retirara al extranjero, se le concedería una pensión anual. El 27 de abril de 1830, por consiguiente, presentó su renuncia ante el congreso. Con la esperanza, sin embargo, de recuperar el poder gracias a la influencia de sus adeptos, y debido a que se había iniciado un movimiento de reacción contra Joaquín. Mosquera, el nuevo presidente de Colombia, Bolívar fue postergando su partida de Bogotá y se las ingenió para prolongar su estada en San Pedro hasta fines de 1830, momento en que falleció repentinamente.
Ducoudray-Holstein nos ha dejado de Bolívar el siguiente retrato: "Simón Bolívar mide cinco pies y cuatro pulgadas de estatura, su rostro es enjunto, de mejilla hundidas, y su tez pardusca y lívida; los ojos, ni grandes ni pequeños, se hunden profundamente en las órbitas; su cabello es ralo. El bigote le da un aspecto sombrío y feroz, particularmente cuando se irrita. Todo su cuerpo es flaco y descarnado. Su aspecto es el de un hombre de 65 años Al caminar agita incesantemente los brazos. No puede andar mucho a pie y se fatiga pronto. Le agrada tenderse o sentarse en la hamaca. Tiene frecuentes y súbitos arrebatos de ira, y entonces se pone como loco, se arroja en la hamaca y se desata en improperios y maldiciones contra cuantos le rodean. Le gusta proferir sarcasmos contra los ausentes, no lee más que literatura francesa de carácter liviano, es un jinete consumado y baila valses con pasión. Le agrada oírse hablar, y pronunciar brindis le deleita. En la adversidad, y cuando está privado de ayuda exterior, resulta completamente exento de pasioness y arranques temperamentales. Entonces se vuelve apacible, paciente, afable y hasta humilde. Oculta magistralmente sus defectos bajo la urbanidad de un hombre educado en el llamado beau monde, posee un talento casi asiatico para el disimulo y conoce mucho mejor a los hombres que la mayor parte de sus compatriotas."
Por un decreto del Congreso de Nueva Granada los restos mortales de Bolívar fueron trasladados en 1842 a Caracas, donde se erigió un monumento a su memoria.
Véase: Histoire de Bolivar par Gén. Ducoudray-Holstein, continuée jusqu'á sa mort par Alphonse Viollet (Paris, 1831); Memoirs of Gen. John Miller (in the service of the Republic of Peru; Col. Hippisley's Account of his Journey to the Orinoco (London, 1819).

Artículo publicado en el tomo III de The New American Cyclopedia. Escrito en enero de 1858. Apareció en la edición alemana de MEW, t. XIV, pp. 217-231. Digitalizado para MIA-Sección en Español por Juan R. Fajardo, y transcrito a HTML por Juan R. Fajardo, febrero de 1999.

TOMADO DE: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/58-boliv.htm

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Mapa ANIMADO de la Revolución Hispanoamericana 1808-1825