sábado, septiembre 27, 2014

JAIME GARZON ... Vale la pena… ¡de muerte!

en http://www.eltiempo.com/bocas/jaime-garzon-en-revista-bocas/14575038
Hace 15 años fue asesinado el más ácido, agudo y celebrado humorista político de Colombia. Tres lustros después, cuando su muerte aún permanece en la impunidad, Bocas recoge buena parte de sus mejores entrevistas y publica una serie de fotografías desconocidas hechas por Ca rlos Duque. Eduardo Arias, uno de sus grandes socios en la elaboración de textos y personajes, se encargó de la edición de estas entrevistas y nos presenta un perfil del hombre que quiso reconciliar a los colombianos a través de la risa, pero que, en medio de su tarea, se encontró con el odio y la muerte.
Por Eduardo Arias / Fotos Carlos Duque
Si Colombia fuera un país un tris más decente, en estos días Jaime Hernando Garzón Forero estaría a punto de cumplir 54 años de edad. ¿En qué andaría Jaime? ¿Dedicado al humor en televisión, radio, teatro, donde le abrieran las puertas? ¿O habría logrado consolidarse como dirigente político o el director de una ONG influyente? ¿Habría desempeñado con éxito la tarea de hacer realidad su sueño, el de reconciliar a los colombianos y abrir espacios civilizados para el diálogo y el debate?
Pero no, la realidad dice otra cosa. Fue asesinado el 13 de agosto de 1999. A su entierro asistieron unos dos millones de personas. Se convirtió en un mártir más, a la altura de Luis Carlos Galán, de Jorge Eliécer Gaitán.
Desde hace 15 años la gente siempre se pregunta cada vez que sucede algo (o sea casi todos los días): “¿Qué habría dicho Jaime Garzón?”. Tantos episodios… Caguán, parapolítica, chuzadas, atentados terroristas de la guerrilla, Santa Fe Ralito, Piedad Córdoba en Caracas apechuchada con Iván Márquez, las fugas del doctor Ternura, la conejita Hurtado y Uribito, el carrusel de la contratación, las zonas francas de Tom y Jerry...

Garzón fue alcalde menor de Sumapaz, una localidad rural del Distrito, en la administración de Andrés Pastrana, como alcalde mayor de Bogotá.
De la vida de Jaime a mí me tocaron los últimos diez años, en particular los casi tres que duró al aire el programa Zoociedad, es decir, entre finales de 1990 y 1993, y 1996, año en que estuve vinculado a Quac. A él lo conocí en 1989, cuando yo trabajaba en el diario La Prensa, en una casona de estilo español en el Bosque Izquierdo. Se presentó como “Jaime, el hermano de Alfredo Garzón”, ilustrador y caricaturista, autor de los “Cartones” que desde hace más de 30 años se publican en El Espectador. Por esas casualidades del destino, en esos días yo formaba parte del equipo creativo que trabajaba en un proyecto de humor para televisión. En las reiteradas visitas de Jaime a La Prensa comenzó a imitar expresidentes y a mostrar su gran sentido del humor. En una reunión lo propuse como un posible imitador de personajes.
Cuando arranqué a trabajar con él, en octubre de 1990, comencé a saber de su pasado. Que había nacido el 23 de octubre de 1960, una semana antes que Diego Armando Maradona. Más adelante supe que, además de Alfredo, Jaime tenía dos hermanos más. Que fue el tercero de los cuatro hijos que tuvieron Ana Daisy Forero Portella y Félix María Garzón Cubillos. Jorge, el mayor, luego Alfredo y Marisol, su hermana menor, quien muchos años más tarde escribiría el libro Jaime Garzón: mi hermano del alma. También supe entonces que su padre había muerto cuando él tenía siete años de edad. De niño vivió en el barrio San Diego, en el centro de Bogotá, a espaldas del Museo Nacional. Un par de veces fui a esa pequeña casa republicana localizada en una calle muy pendiente.
Jaime estudió derecho en la Universidad Nacional, terminó sus estudios pero no se graduó porque sus oficios como funcionario público y sus inicios en la televisión le impidieron escribir la tesis de grado. Colaboró con Andrés Pastrana, el alcalde de Bogotá.
Durante su gobierno fue alcalde menor de Sumapaz, una localidad rural del Distrito. Fue en esa etapa de su vida cuando lo conocí en sus visitas a La Prensa. Casi un año después de haber arrancado Zoociedad, Jaime comenzó a trabajar con el recién posesionado presidente César Gaviria. Una vez redactada la Constitución Política de 1991, una de sus misiones fue traducirla a varios idiomas indígenas. Esa doble función de humorista de televisión que comenzaba a ser reconocido en todos los rincones de Colombia (no solo en Bogotá) y de asesor directo del presidente le permitió conocer de primera mano el funcionamiento del Estado y a varias personalidades de la clase política.
Ya no era únicamente el estudiante universitario que hacía oposición o burla o ambas cosas desde afuera, sino alguien que conocía de primera mano qué se cocinaba en Palacio, función que desde la ficción encararía con gracia y eficacia en 1995 y 1996 en el papel de Dioscelina Tibaná, la cocinera del Palacio de Nariño, uno de los tantos personajes entrañables que dejó en Quac.
Jaime Garzón era una persona muy preparada. Además de estudiante de derecho y asesor de gobernantes había sido monaguillo. Más que un buen imitador de voces, interpretaba los personajes de una manera exacta porque conocía su carreta, sus muletillas, su verborrea. Además, Jaime era, ante todo, un excelente actor y contador de historias con grandes dotes de pedagogo.
Zoociedad era un programa muy flexible. En ese contexto, el aporte de Jaime era permanente. Cosa muy diferente sucedía en Quac, donde Jaime estaba muy ceñido a los libretos que escribían Antonio Morales y Miguel Ángel Lozano. Este programa, diseñado en el formato de un falso noticiero, mostró a un Jaime Garzón capaz de interpretar gran cantidad de personajes de ficción.
Además de la ya citada Dioscelina Tibaná, encarnó a Néstor Elí, el portero del edificio Colombia; a Godofredo Cínico Caspa, a Inti de la Hoz, a John Lenin, al oficial del Que Mando Central, a Frankenstein Fonseca, por solo citar algunos. Además continuó con sus imitaciones de los principales protagonistas de la convulsionada política de los tiempos del Proceso 8.000.
Aunque pocas semanas después del arranque de Zoociedad ya se había convertido en un personaje reconocido, jamás se le subieron los humos. Fue muy generoso con quienes trabajaban a su alrededor. Se enfurecía y a veces era hasta grosero con los que estaban en su nivel o por encima de él, pero jamás fue desconsiderado o déspota con el personal técnico, los maquilladores o los asistentes de la producción.
Jaime estudió derecho en la Universidad Nacional, terminó sus estudios pero no se graduó porque sus oficios como funcionario público y sus inicios en la televisión le impidieron escribir la tesis de grado. 
Además de Zoociedad (1990 a 1993) y Quac (1995 a 1996), Jaime también participó en 1997 en Lechuza, un proyecto que infortunadamente duró pocas semanas. En ese programa surgió el personaje de Heriberto de la Calle, que desarrolló en los dos últimos años de su vida. En aquellos años finales también trabajó en el noticiero de RadioNet, donde imitaba las voces de personajes de la clase política.
En esos últimos meses de su vida, como de manera tan brillante señala Antonio Morales, “Garzón dejó de ser un personaje de ficción y entró en el mundo real. Por eso se volvió peligroso”. En efecto, Jaime ya no estaba en la ficción de unos programas de humor, sino que hacía entrevistas a personajes reales (y en tiempo real) en noticieros de televisión. Además, trabajó en tareas humanitarias para liberar secuestrados. ¿Qué habrá visto, de qué se habrá enterado para que el humorista se convirtiera en un objetivo militar?
El hecho es que en el amanecer del viernes 13 de agosto de 1999 dos motociclistas lo asesinaron a muy pocas cuadras de los estudios de RadioNet. “Mataron al humor”, fue la frase que se oyó en aquellos días. Como si algún político rencoroso se hubiera vengado de alguna de sus burlas o parodias. Pero no, no habían matado al humorista. Habían asesinado a un personaje de la vida pública que sabía más de lo debido. Un personaje cuya muerte ha estado empantanada en un mar de procesos judiciales en los que se han desviado las investigaciones, en las que los procesos avanzan a paso de tortuga.
Varias declaraciones de jefes paramilitares que se han acogido a los procesos de paz y reparación manifiestan que fue un crimen de Estado. Un asesinato planeado y ejecutado por paramilitares y miembros de las fuerzas de seguridad. Como ha manifestado el abogado Alirio Uribe, defensor de los intereses de la familia Garzón, durante años se intentó desviar la investigación y el proceso estuvo totalmente estancado.
Volvió a reactivarse cuando la Fiscalía llamó a juicio a José Miguel Narváez, exsubdirector del DAS. La investigación contra el coronel retirado Jorge Eliécer Plazas Acevedo, otro de los implicados, tampoco ha logrado mayores avances.
Y así, en este país cada vez menos decente, ese que hubiera querido cambiar Jaime aunque fuera un poquito, los procesos judiciales parecen diseñados para garantizar que su muerte quede en la completa impunidad.
¿Quién es Jaime Garzón?
Uno no sabe quién es, uno sabe quién no es. O sea, uno, por ejemplo, no es tan amable como los Sánchez Cristo, no es tan honesto como el presidente de la república, no es tan cumplido como el presidente Gaviria, tiene mejor salud que el papa, no es tan amable y tan bello como Pilar Castaño. Uno en realidad no sabe quién es, uno es la congruencia de lo que no son los otros.
¿Usted desde pequeñito tuvo esas aptitudes de imitador y mamagallista?
Sí, hace poquito me encontré a un tipo que estudió conmigo en el seminario. Le decíamos Pericles. Y me contó que una vez estaba yo, a las diez de la mañana, comiéndome un “calentao” grandísimo en el comedor del seminario, y que entró el padre rector, me vio ahí y se fue a la cocina, regañó a la madre y le dijo: “¿Qué hace Garzón ahí comiendo?”, y ella le dijo: “Padre, pero si usted llamó hace ratico y dijo que le dieran desayuno”. Yo ni me acordaba de eso. Seguramente llamé y le dije a la monja: “Dele desayuno a Garzón”.
¿El humor es la única manera que tiene el periodismo de hacer crítica política?
Yo creo que sí, porque no está comprometido. Es un espacio en el cual la risa y la no comprensión de lo dicho permite que sea interpretado de varias maneras. Entonces no agrede. Woody Allen decía que si uno dice la verdad y no hace reír lo matan; si uno dice la verdad y hace reír es más suave, entra más suave.
¿Por qué dice que se considera un “mamerto de corazón”?
Los “mamertos” tienen dos cualidades que yo siempre admiro: son gente muy trabajadora y fundamentalmente muy fieles y tercos. Mire le cuento, en las zonas donde los camaradas tienen trabajo es donde hay más posibilidades de actividad comunitaria, porque no existe rapiña política ni ganas de tumbar.
¿Cuánto piensa resistir en Zoociedad?
Bueno, yo no estoy como Carlos Muñoz que cuenta sus apariciones, pero creo que 52 está bien, es decir, un año.
¿Y para seguir en qué?
Yo seguiré con mi porvenir político.
De sus personajes imitados, ¿cuál es el que más se ha disgustado?
Quizá Plinio Apuleyo Mendoza. Cuando me encontró me dijo, bravo, muy bravo, que yo tenía más cara de desamparado de lo que parecía.
Y con alguna de las personas a las que les ha mamado gallo, ¿ha tenido problemas?
Sí. Los hermanos Rodríguez Orejuela tampoco tienen muy buen concepto mío. Además, los colombianos nos decimos mentiras. De Cali nos mandaron una carta diciendo que cómo se nos ocurría poner en el programa un narcotraficante caleño. Y pues qué pena, pero es que nosotros no nos inventamos el Cartel de Cali, ni el conflicto. Eso es verdad, eso existe ahí. Los colombianos… parece que uno les pone el espejo y se asustan, se molestan al mirarse al espejo.
Y eso que usted acaba de decir de Cali antes era con Medellín, los costeños muchas veces creen que los bogotanos los están persiguiendo. Somos de un parroquialismo en eso…
Sí, y en que es mejor no decir la verdad. “Ese tema no lo toque”, ¿pero por qué si esa es la verdad, esa es la realidad? “No, no, ese tema no”. Algo así como: “Hablemos de los dientes de Garzón”. “No, ese tema no”. ¿Pero por qué si es la realidad? Hay que meterse en el tema y asumirlo con tranquilidad.
¿Y qué pasó con García Márquez a raíz de esa llamada en la que usted fingía que era el presidente Gaviria para que intercediera por la paz y colgó convencido?
Se molestó tremendamente y hasta hizo una campaña para echarme del Plan Nacional de Rehabilitación de la Presidencia de la República.
Garzón siempre fue un hombre crítico. "Yo creo que esta administración la debería coger una señora, las mujeres saben más de administración, ¿no?", solía destacar en sus conversaciones.
¿Los políticos no representan a los ciudadanos?
Inicialmente se supone que los políticos representaban intereses, entonces se dividieron…, cómo será de viejo que todavía el Congreso está dividido entre los que tienen tierra, los que tienen habitantes y los que tienen plata, eso fue mil setecientos y pico, de Francia, y todavía lo tenemos.
Entonces, ¿qué hacen ahí?
Se supone que los tipos representan a la gente, por cada cantidad de personas había un tipo que hablaba por ellos. Pero fue tal el desamparo y la desunión, la separación y el antagonismo entre la sociedad representada y representante, que él se ha ido quedando solo y se queda solo con unos que lo eligen y lo mantienen. Los demás estamos en el trabajo cotidiano, en la vida, en el impuesto, en la labor diaria, nos separamos de ese Estado que no es nuestro. Entonces ellos convirtieron eso en un botín personal y lo heredan y lo usan y todo eso… y Barranquilla no tiene acueducto y Santa Marta no tiene acueducto. Hay cosas tan absurdas como que en la Sierra Nevada nacen 75 ríos y Santa Marta no tiene acueducto; es tan sencillo como coger un tubo, clavárselo a un río y bajarlo a una alberca, pero no hay presupuesto, siempre ha sido gastado en otras cosas.
¿O sea que la plata se la gastan en lo que no toca?
Para presupuesto de elecciones se gastan millones y millones de pesos. En presupuesto de armas, solo en 1993, en enero, hemos gastado un millón y medio de dólares comprándole al Ejército inglés armas para nosotros. Gastamos 10.500 millones de pesos en tenerle escoltas a una gente que necesita escoltas, ¿usted se imagina qué haríamos nosotros con 10.500 millones de pesos en obras para infraestructura en escuelas, en todo eso? Perdemos la tercera parte de la producción de petróleo solucionando líos de petróleo, porque rompen los tubos, dizque lo del petróleo no se usa en el bienestar de la gente. Es un tema organizacional, ¿o no? Yo creo que esta administración la debería coger una señora, las mujeres saben más de administración, ¿no?
Hablemos de corrupción…
La corrupción e inmoralidad vienen de mucho tiempo atrás, eso no es nuevo. No es nuevo que los políticos hayan usado al Estado en beneficio propio. No es nuevo que las universidades estatales se vuelvan ahora problemas burocráticos. No es nuevo que los maestros peleen por plata, pero no por calidad de educación. No es nuevo que los militares aparezcan en problemas legales. No es nuevo que existan organizaciones paralelas a las militares, que hacen justicia por su propia mano. Y como este país es uno más de esa gran hacienda que es América del Sur, pues hay temas que se ponen de moda. Entonces viene la corrupción en Brasil, atraviesa y entonces llega aquí y lo in, de moda, es la corrupción, y cualquier cosa de mal manejo se llama corrupción y va pasando, va pasando.
¿Qué piensa de los paramilitares?
Los paramilitares son la clara demostración de que entre el Estado tradicional y la delincuencia hay un silencioso pacto.
¿Hay esperanza?
Bolívar hablaba de multicostumbrismo. Báteman hablaba de un sancocho. Esto es como una colcha de retazos, pero es que eso somos. ¿Usted se imagina reunir a Álvaro Gómez, a Navarro, a Challita, a María Mercedes Carranza, a Misael Pastrana, a Jaime Castro? ¿A los indígenas? Porque el país por primera vez se dio cuenta de que había indígenas. Yo me acuerdo de que las cámaras le tomaban la falda a los indígenas como si vinieran de otro planeta y venían de la Sierra, y nadie se había enterado, solo los antropólogos y los mechudos europeos que se metieron allá a fumar marihuana y se vinieron a vivir allá. Pero eso es el país, es eso una mezcla de todo. Y por eso tiene tantos artículos y por eso hay errores graves.
¿Como cuáles?
Que la Justicia sea nombrada por el Congreso es un error grave, porque es “tú me nombras, yo te elijo, ellos nos callamos”. Entonces eso sí es grave. Pero hay cosas buenas: que podamos hablar al fin, que soporten cosas en televisión, en los medios, que haya una apertura. Esto va pa’largo.
Hay personas que usted ha imitado y con las cuales tenía una estrecha cercanía, por ejemplo el doctor Andrés Pastrana, era muy amigo de él, y lo sigue siendo a pesar de lo que ha dicho.
Mi alegato es que amigo no es el que le adula a uno los errores. Amigo es el que le dice que está errando. Lo que pasa es que creo que él está un poco distanciado de mí como consecuencia de que la gente que lo rodea nos ha creado una distancia. Pero yo sé que él, en el fondo, sabe que lo que yo le digo, y lo que le decimos en Quac, es para él y por él, porque él hoy en día no es una alternativa. Si hiciera las cosas bien, hoy sería la alternativa, pero no lo es como consecuencia de sus errores.
¿Quac es un medio de comunicación o de incomunicación?
El programa es un “noticero”, es decir, un programa donde se desinforma a la gente que quiere ver ese programa.
¿Alguna vez lo autocensuran? Como para no usar una palabra tan fuerte como censura.
No es censura, sino que en Quac no se “edita”, sino que se “evita”.
Usted está en televisión y también en radio, ¿por qué no la prensa escrita?
Lo que estoy haciendo en radio es una experiencia no más, no voy a estar mucho tiempo ahí. En televisión es lo que yo hago, que es un espacio en el cual uno prepara, toda la semana, 22 minutos de desinformación para que la gente tenga una visión amable de su propia realidad.
¿Cómo ha sido su experiencia en radio?
Muy dura. Madrugar es muy duro. Una de las cuatro causas por las que el país es violento es que la gente madruga mucho. Me toca levantarme a las cuatro y veinte para estar a las cinco y media en la emisora.
¿Usted fue alcalde de Sumapaz y ahora critica al Estado?
No, eso es seguir haciendo política. La política no es solo el ejercicio del poder, sino la visión del poder desde fuera del mismo poder.
¿Qué otra forma usaría para hacer crítica política que no fuera el humor?
Más que criticar el poder lo que uno hace es tratar de enseñarle a la gente que tiene derechos, que tiene posibilidades, que tiene alternativas y que el país no es propiedad de ellos, que el país es nuestro y ellos son para nuestro servicio.
En una palabra, defíname estos términos tan de moda en estos tiempos del gobierno Samper y el Proceso 8.000.
Muy bien. Dele, a ver.
Descertificación…
Chantaje.
Extradición…
Necesidad.
Aumento de penas…
Pregúnteles a los Rodríguez.
Candidatura presidencial…
¡Qué susto!
Paro estatal…
Democracia.
Diálogos guerrilleros…
Carreta.
Holguín…
¿Holguín Sardi? Miguel Rodríguez.
Serpa…
Ayyyy.
Noemí…
Ay, tan linda.
Pastrana…
Inepto.
¿Qué dice Jaime Garzón de sí mismo?
Esa pregunta definitivamente es para hacérsela al psicoanalista.
¿Cuál ha sido su mejor personaje?
El de Jaime Garzón, porque es el que más se parece a mí.
¿Qué es lo más jarto del humor?
Que se le tome en serio.
¿Qué es lo que Garzón más odia de Garzón?
La fama y sus consecuencias.
¿Cómo ve al país?
Con gafas.
¿Qué quiere decir que nunca haya podido decir?
No lo puedo decir.
¿Por qué quiere que lo recuerde la gente?
Porque hice lo imposible para que nadie me recordara.
¿Qué le saca la piedra?
Las entrevistas.
Usted ya hizo una vez política, por lo menos ocupó un puesto público. Es muy fácil, pero muy fácil, que a usted, o bien para comprarlo un poco o bien porque se lo merece, y se lo merece, le ofrezcan hacer política, ¿no la haría?
Claro, claro. No solo política. Los Rodríguez mandaron a decir que “¿qué es lo que quiere? ¿Lo que quiere es plata?”. Entonces yo dije: “Si al presidente le dieron seis mil, entonces denme a mí siete mil y me callo”. [Risas].
¡Qué barbaridad! Pero no me contestó: ¿le gustaría hacer política?
Yo creo que lo que hacemos en Quac es política…
Claro, pero aspiraciones de ocupar un puesto, ¿no?
Pues esa es una discusión que uno tiene. Si uno después de tener legitimidad quiere el poder. Es como decir que ustedes los que saben de toros, y desde la barrera hacen crítica taurina, van a ir a torear.
¿Usted se lanzaría al ruedo?
Yo creo que nos levanta el toro.
¿Qué piensa de ser colombiano?
Ser colombiano para nosotros significa tener una astucia terrible y casi siempre mal usada. Somos astutísimos, somos los mejores falsificadores del mundo, somos compatriotas del gerente de la compañía ilegal más grande del mundo y nadie lo ha podido coger, somos compatriotas de los políticos más adinerados y con el presupuesto nacional del mundo, y no los hemos cogido.
Sabemos que usted tiene fama de mamagallista, pero que es un hombre trascendentalísimo y se junta con gente trascendental. ¿A esos trascendentales les mama gallo también?
Yo soy aburridísimo. Yo creo en la vida, creo en los demás, creo que este cuento hay que lucharlo por la gente, creo en un país en paz, creo en la democracia, creo que lo que pasa es que estamos en malas manos, creo que esto tiene salvación. Y eso es un norte demasiado largo.
Hablemos ahora con Heriberto de la Calle. A Mockus le echó cepillo duro, ¿o no?
No. Lo que pasa es que a ese doctor no es que yo le echara cepillo sino que, como no se le entiende, tocaba embolarlo largo mientras le entendía. Es que hay doctores inteligentísimos que no los entiende nadie.
¿Cuál es el doctor más inteligente que ha pasado por la célebre banquita de Heriberto?
Bueno, hay dos niveles de inteligencia: los inteligentes fáciles de entender y los inteligentes que ni siquiera ellos saben si son inteligentes o no.
¿Qué es eso de la “güevoná”, Heriberto?
No pues, la güevoná. La güevoná, por ejemplo, es que aquí salió en la “perubólica” el cacorro ese del Baily -uy, no vaya a poner eso, ponga mejor cacorrazzzo, ahhh, jaaaa, uy hijue...-, entonces, claro, sale Larry King en la televisora y ahora entonces don Roberto Pombo es Larry King y don Pablo Laserna se cree Larry King y don Yamile Amat se cree Larry King y don Darío Arizmendi -imagínese ese “huesazo”-, todos se creen Larry King. Eso viene siendo como la güevoná.
¿A quién ha manchado intencionalmente?
Sabe a quién manché y me dio un patadón el hijuep..., a la señorita esa de los Aterciopelados.
¿Dónde se entera Heriberto de tanta vaina?
Yo tengo la oportunidad de leer, compro El Espacio.
¿Y los “doctores” también le cuentan cosas?
No, qué va, lo que pasa es que los “dotores” se sientan ahí, sacan el “cedular” y se ponen a hablar de la güevoná y ahí uno, “cayetano”, y sin querer uno va lustrando, y entonces el man me dice: “Oiga se está demorando”, y uno ta y ta y ta y ta. Y fresco.
¿Qué diría Heriberto de la Calle de usted?
¡Uy, Garzón! ¡Qué huesssazo! Yo no entiendo un tipo tan maluco y feo cómo le ha ido de bien. La güevoná de la suerte. Pero como la televisión está llena de cretinos, donde nadie entra ahí por bueno sino por cretino o por ser el novio, o la moza de, o el tal de...
¿Le da miedo ser tan lengüilargo?
A mí no me da miedo que me maten, a mí me da miedo es que me dejen como a don Navarro Wolf.
¿Hacer humor sí paga en Colombia?
Vale la pena… ¡de muerte!

domingo, agosto 24, 2014

Entender a Colombia

El manual gringo para entender a Colombia

DOCUMENTOEl Ejército de Estados Unidos tiene un documento para que los funcionarios que vienen al país entiendan la mentalidad colombiana.

El manual gringo para entender a Colombia .

En junio de 1944, soldados ingleses que desembarcaron en Normandía para combatir a los nazis llevaban en el bolsillo un librito llamado Instrucciones para los Hombres del Servicio en Francia. Tenía pocas páginas y contenía consejos para tratar correctamente a los franceses, invadidos y humillad
os por Adolf Hitler. Su autor, el periodista Herbert Ziman, lo escribió para miles de paisanos suyos que estaban próximos a ver a un francés a la cara por primera vez en sus vidas. Les pedía que estuvieran atentos porque en tierras galas el té era “escaso” y porque las “poco tímidas” francesas podían ser buenas aliadas siempre y cuando ellos no confundieran amistad con coqueteo. Pero Ziman también les habló de lo difícil que era arribar a un país en guerra y así, al final, admitió resignado: “La mejor guía será el sentido común”.

Siete décadas después, los estadounidenses andan con un librito parecido en el bolsillo, pero no en las costas francesas, sino en Colombia. Se trata de Colombian Cultural Field Guide, un documento confidencial de 95 páginas que el Servicio de Inteligencia del Cuerpo de marines de Estados Unidos mandó a hacer para guiar a los funcionarios del gobierno y los miembros del Ejército que vienen a cumplir una misión en el país. El tomo data de 2009, pero hoy sigue siendo una guía oficial. Y aunque estos manuales secretos han sido comunes en el mundo a lo largo de la historia, este sobre Colombia combina tanto folclor y tantas asombrosas conclusiones sobre el país que vale la pena revisarlo.

Los primeros capítulos recorren la “mentalidad” colombiana. Y lo primero es dejarle claro al visitante que acaba de pisar una tierra muy religiosa con abundantes días festivos, profundamente machista e individualista, donde la virilidad, el orgullo, el honor, la lealtad y la valentía irrigan la idiosincrasia. Luego dan consejos prácticos. A diferencia de Estados Unidos, dicen los anónimos autores, en Colombia no se debe escupir pues es vulgar u ofensivo, ni señalar con el dedo índice. “En Colombia, eso significa otra cosa”, escriben. Luego explican que aquí no es insultante silbarles o decirles piropos a las mujeres y piden que no digan “América” cuando hablen de Estados Unidos y que no se indignen si la gente los llama gringos.


Flores y 'amarillito'

El objetivo es evitar que un representante de las instituciones estadounidenses quede mal cuando deba moverse en la sociedad colombiana, y por eso el libro explica reglas básicas. Dice que un colombiano estará agradecido si su interlocutor se esfuerza por hablar español y que hay que saludar de mano a los hombres, y a las mujeres, según la situación, de mano o beso. Advierte que al llegar a una reunión hay que saludar por separado a cada integrante, y que mal se haría en tocar temas de trabajo, política o religión. Insiste que es mejor comer todo lo que se sirve y aceptar un trago si es ofrecido. Y advierte que los bogotanos resultarán fríos y formales, mientras los paisas y los costeños serán más alegres y familiares. De los hogares pobres dice que sobresalen por su hospitalidad, pues sus integrantes están convencidos de que es “una obligación compartir lo poco que se tiene”. Las familias negras, según el libro, suelen ser hospitalarias y hacer amistades con facilidad. Por esto, dicen, un visitante no debería confundirse si un miembro de esas familias de repente comienza a llamarlo “primo”.

La pregunta de qué regalar cuando se llega a un hogar ajeno parece muy importante para los gringos. Hay todo un aparte dedicado al tema, que arranca diciendo que el tipo de ofrenda depende del estatus de la familia. Con los “blancos y mestizos”, dice, se puede ser “menos formal y más creativo”. Pero aconseja irse por lo fácil: una canasta de fruta fresca para la mujer y una botella de whisky para el hombre. La botella de whisky también puede ser una fuente de problemas para una familia de escasos recursos, pues puede hacerla sentir mal o, incluso, acarrearle problemas con los vecinos.

También hay consejos para quienes vienen a hacer negocios. Les dicen que la gente tiende a interrumpir al otro mientras habla, y que eso no debería molestar. En cambio, recuerdan que hay que tener cuidado y no hablar con demasiada crudeza, ya que “los colombianos se mueven sobre una gruesa capa de civilidad”. Los autores dicen que una negociación en Colombia toma “muchísimo tiempo” y piden al lector que se prepare porque a veces es necesario reunirse varias veces antes de llegar a un acuerdo. Le dicen que sea puntual, pero que no espere que los demás lo sean. “Su interlocutor llegará tarde y el arranque de la reunión será lento, pues lo común es presentarse, charlar y tomar primero un café”. Lo normal, insisten, es que el otro llegue media hora tarde; en un evento social sería incluso “cortés” ser un poco impuntual. También le piden al visitante que no se desespere si al mediodía nadie le contesta al teléfono en una empresa o en una institución del gobierno, pues “la gente en ese momento del día suele tomarse una pausa de hasta dos horas”.


Malicia indígena

Una parte gruesa del libro está dedicada a hablar de cultura: de comida, vestimenta y geografía y a explicar la historia y la política del país, donde los marines hacen énfasis en las divisiones sociales, raciales, económicas y de clase. Tienen una visión crítica de la autoridad estatal: dicen que solo los ricos y los poderosos interactúan con el Estado y que por eso este resulta “distante, ajeno e impredecible”. Y añaden: “Así, muchos se sienten ignorados”.

Esta visión, que sorprende al venir del mismísimo Tío Sam, se extiende a lo largo de las páginas y llama la atención sobre todo cuando los marines explican la estructura social. Según ellos, desde la Colonia hasta hoy la sociedad ha estado dividida en clases y razas. Una “elite blanca” corona la pirámide y ha diseñado todo el orden nacional con el solo fin de seguir sus propios intereses. Así, “los blancos” disfrutan de un acceso directo al poder político, económico y social. Los “mestizos” abarcan la clase media y solo si tienen fortuna y dedicación pueden adquirir la riqueza, la educación y las costumbres de los blancos. Al fondo de la pirámide están los afrocolombianos y los indígenas.

El último capítulo explora la historia y la estructura del Ejército, una institución “romántica”, “orgullosa”, “sobreprotectora”, “resistente al cambio” y, a veces, “arrogante” ante la intervención extranjera, que le da importancia a la “malicia indígena” (“la capacidad de adaptarse a situaciones difíciles mediante la creatividad y la recursividad”) y que concibe su deber no tanto en el cumplimiento de las políticas del gobierno, sino más bien en el “amor a la patria”. Aquí el lector encuentra, según el libro, importantes “claves” para entender a los colombianos: los conceptos de ‘palanca’ y ‘rosca’. La palanca es “una conexión personal con una instancia de poder” y la rosca “un sistema informal de grupos de tomas de decisiones”, que existe en “todos los niveles, esferas y jerarquías”. No solo en el Ejército ambas cosas son “vitales” para avanzar social o políticamente. Y a este nivel, dicen, se toman la mayoría de las decisiones políticas y militares.