viernes, mayo 29, 2020

Viaje al mundo de la cocaína


ENTREVISTA

Viaje al mundo de la cocaína: la mirada a través de un kilo

El periodista británico-estadounidense Toby Muse presenta en su último libro una radiografía desde el interior de las redes de tráfico de cocaína en Colombia que muestra por qué la lucha contra las drogas ha sido una batalla perdida.

Un policía se prepara para la erradicación de cultivos de coca en el sur de Colombia. / Cortesía periodista Toby Muse (en el recuadro)
El seguimiento paso a paso de la cadena productiva del narcotráfico, desde el cultivo mismo en las selvas colombianas hasta su comercialización en las calles del mundo, le dejó claro a Toby Muse que, contrario a lo que muchos creen, la época dorada de la cocaína en Colombia no fue la de los grandes carteles de los años 80. Es esta, la que se vive ahora. La certeza la tiene después de vivir 20 años en el país, de recorrerlo como reportero, de escribir sobre sus males y virtudes y de ser testigo de cómo la lucha contra las drogas en Colombia terminó siendo un fracaso de metas y cifras que se repiten cíclicamente sin que en dos décadas se haya solucionado nada. Se trata de un fenómeno de afectación mundial, es cierto, pero como bien lo dice este periodista británico-estadounidense, la mayoría de los muertos los sigue poniendo Colombia. (Recomendamos: ¿Por qué Colombia respaldó peración antimafia contra Venezuela?).
Muse llegó al país en el 2000 y como corresponsal para medios como The New York TimesThe Guardian, BBC y CNN, recorrió el territorio de cabo a rabo tratando de darle rostro a un contexto de conflicto armado que para los extranjeros es difícil de entender e imaginar. Caminando las trochas y hablando con la gente fue que empezó a comprender como el narcotráfico ha sido, a pesar de todo, el común denominador de esas historias marcadas por la guerra. “Mucha gente tiene en su mente la imagen de que la época dorada del narcotráfico fue la de Pablo Escobar. No, para nada. La época dorada la estamos viviendo hoy en día. Ahora hay más cocaína que nunca”, sostiene.
Por eso se dio a la tarea de mostrar en un libro, a través de personajes cuyas vidas transcurren en el mismo hilo conductor de la cadena del narcotráfico, los detalles de un mundo que se sostiene sobre la miseria y pobreza de los campesinos colombianos. Cocaleros, raspachines, sicarios, brujas, prostitutas y narcotraficantes, hacen parte de la construcción narrativa que a lo largo de más de 300 páginas, y a través del seguimiento de un kilo de cocaína, navega el escenario del narcotráfico en el siglo XXI. Al final del recorrido queda en el aire una pregunta certera: ¿Está Colombia condenada a seguir produciendo cocaína?
El libro hace el seguimiento a un kilo de cocaína comenzando desde los cultivos de coca en las selvas colombianas. ¿Qué le quedó del trabajo de campo en esas zonas de Colombia?
Estando en terreno uno se da cuenta de que nadie se está volviendo rico con esto, los campesinos cocaleros solo están sobreviviendo. Es cierto que ya no hay plata en la coca como antes, pero es el único ingreso que está garantizado. Por ejemplo, una familia le apuesta al cultivo de piña. ¿Quién va a transportar una tonelada de piña durante horas por moto, camión o barco? ¿Cuánto cuesta eso? Y digamos que se puede. Luego llegan al mercado y les dicen que ni siquiera va a haber ganancias y que hay que bajar el precio. Es imposible. La coca es lo único seguro. Para mí fue una sorpresa encontrar a tantos campesinos que no quieren cultivar más coca, pero que no ven ninguna alternativa. A eso hay que sumarle el tema de los precios. En 2018, cuando yo estaba investigando, llevaban 15 años sin subirle al precio de la base de coca, estaban recibiendo 1,4 millones por un kilo, lo mismo que pagaban en 2005 en lugares como Tumaco o Llorente, en Nariño. Todos los gastos del campesino han subido, pero reciben lo mismo porque no es un mercado libre y se tienen que acomodar al comprador que son los grupos ilegales que operan en la zona e imponen los precios.
Con ese escenario como telón de fondo, ¿por qué cree que no ha sido tan contundente el programa de sustitución de cultivos ilícitos?
La sustitución fracasó. Yo fui al plan piloto del programa que fue en Briceño, Antioquia. Hablé con las personas y había un ambiente de optimismo y los campesinos se sentían orgullosos porque su caso iba a ser un ejemplo para el país. Volví dos años después, en 2018, y el panorama era otro, muy distinto, estaban decepcionados porque no habían recibido los pagos prometidos por el Gobierno, aun cuando ellos habían arrancado voluntariamente la coca. No hubo cumplimiento y esa es la tragedia de todo este proceso de paz. Por eso ya tenemos más coca que nunca.
¿Cómo vio reflejado ese incumplimiento en la dinámica del negocio de la coca?
Yo llevo 15 años viajando al norte del Cauca, a municipios como Toribío y Tacueyó en los que nunca se había reportado presencia del Eln y ahora son ellos los que mandan. Las fuerzas cambiaron en las regiones en medio del incumplimiento y el abandono estatal. Cuando miramos el año 2016, mucha de la coca en Colombia estaba en territorios controlados por las Farc y el acuerdo de paz firmado con el Gobierno señalaba que la guerrilla dejaba las armas y el Estado, por primera vez en la historia, tenía que llegar a cada rincón del país para imponer un mínimo de ley y orden. Pero el Gobierno simplemente no pudo. Ese era el sueño, que algo de educación y de salud llegara a las regiones. Eso no pasó y lo que se encuentra uno son historias de cocaleros que construyeron su propia escuela poniendo un peaje en una trocha y que duraron tres años recogiendo plata para construirla. El Gobierno no hizo nada, ni el nacional ni el local. ¿Y cómo se pagaba el peaje?, con coca. ¿Qué tan viable es un país en el que la coca financia la construcción de una escuela? Es gente que está en el abandono total y después el Gobierno y la Policía los criminaliza porque siembran coca.
¿Y en términos de seguridad?
Como el Estado no llega, sí han llegado otros nuevos grupos, muchísimos, que se están peleando el control. En el Catatumbo, por ejemplo, hay Epl, Eln, disidencia, Clan del golfo y se habla de hasta carteles mexicanos, que si bien no creo que estén llegando como una gran fuerza a controlar el territorio, sí están trabajando como socios con grupos locales. El caos es total. Y en esto hay un tema que es tanto triste como interesante. En el Catatumbo muchos campesinos hablan de Megateo, quien mandó en la zona durante muchos años hasta que murió en 2015, con un poco de nostalgia porque cuando él estaba era el único que ejercía control y había más orden en el negocio. A los campesinos les preocupa cuando hay más que un patrón o un grupo armado en la zona porque eso significa guerra. Además se trata de una región con una frontera muy caliente y con muchos problemas. Allá, casi el 100 % de los raspachines son venezolanos. Conté la historia de las mujeres que trabajan como prostitutas y casi todas son también venezolanas. Mientras estábamos en los campos, mirando los cultivos de coca, todos los días pasaban nuevos grupos de venezolanos caminando a Colombia en busca de un nuevo futuro. Y en medio de todo esto, lo que me sorprende entre tanta miseria y el mal manejo de Venezuela, es que allá no hay cultivos de coca, todas las matas están del lado colombiano.
Después del cultivo y la producción, el siguiente eslabón dentro de esa vida del kilo de coca es el de los narcotraficantes, ¿qué encontró entrando en ese mundo?
La siguiente parte del libro se trata de los criminales, la gente que se dedica a esto. A través de un sicario mostramos el ecosistema de la cocaína y ese mundo. Fue una experiencia con muchas sorpresas, todo se mueve alrededor de la idea de “hacemos toda la plata hoy porque mañana no sabemos” o “hay que gastar todo hoy porque siempre podemos hacer una vuelta mañana”. Es un mundo oscuro, de sexo, codicia y muerte. Pero también quise mostrar las excentricidades de estas personas, como por ejemplo el sicario que reza antes de hacer un trabajo, el narco que tiene su propia bruja.
Uno de los personajes del libro es precisamente un narcotraficante a través del cual usted intenta contar la forma en que se mueve el negocio desde adentro. ¿Cómo ve esa figura del narco en la actualidad?
Ellos han aprendido que deben llevar un bajo perfil. Yo creo que los narcos hace mínimo 15 años aprendieron la lección: si su cara sale en la portada de El Espectador, no es nada bueno y ya la CIA, la Policía y el Ejército estarán encima de ellos. Por eso ahora hay un nuevo término y es el de los famosos invisibles, trabajan desde las sombras. El último de la vieja guardia, diría yo, es Otoniel, jefe del Clan del Golfo. Los otros traficantes ya quieren presentar una imagen de empresarios, ejecutivos e invisibles. Hay otro dato curioso sobre eso; el narcotraficante con quien yo hablé me dijo que le hacía falta más orden al mundo de la cocaína y que con tantos traficantes todo se ha vuelto medio caótico. Si miramos el caso de Medellín, por ejemplo, después de Don Berna no ha habido un solo rey, nadie está totalmente al mando. Eso genera confusión y caos y la cocaína siempre busca el orden, todo el mundo necesita saber cuál es su lugar.
¿Cómo se vive esa cultura actualmente en los barrios y comunas de Medellín?
Ha cambiado muchísimo. Una de las razones por las que quise hacer un libro es porque existe siempre la historia oficial y la no oficial. Si uno sube a las comunas más pobres, uno conoce hombres y mujeres que no ven ningún futuro y siempre buscan lo mismo, ser alguien en la vida. Es gente que no tiene oportunidades para salir adelante, porque en muchas zonas de Colombia quien nace pobre muere pobre. Y eso no debe ser así. En estas zonas del país los muchachos no ven ningún futuro distinto al de ser parte de un combo. Es muy triste que esta opción exista para ellos.
Luego del proceso que representa el tráfico de droga, el destino del kilo es el consumidor que compra el producto en una calle cualquiera del mundo. ¿Qué pasa con ese último eslabón de la cadena?
Durante muchos años haciendo entrevistas con distintas personas y autoridades en Colombia o Estados Unidos y hablando sobre la lucha contra las drogas, me pasaba lo mismo: apagaba la grabadora y me decían “obviamente no estamos ganando la guerra, obviamente no la podemos ganar”. Por eso también quise escribir este libro, si ese es el caso entonces todos debemos estar pendientes y buscar una solución, porque cada día que sigue más personas mueren en esta guerra contra la cocaína. Mucho más en Colombia, que siempre ha sufrido en mayor medida. El mismo expresidente Juan Manuel Santos intentó varias veces, estando aún en la Presidencia, empezar una conversación global hablando de eso, pero fue vergonzosa la reacción del mundo porque nadie dijo nada, todos tenían demasiado miedo y entonces estamos condenados a seguir con la misma guerra.
En ese caso, ¿le ha fallado el mundo a Colombia?
Colombia debe hacer preguntas muy serias a Inglaterra, a Estados Unidos, a Europa, sobre qué están haciendo desde ese lado para acabar con la demanda, porque no están haciendo nada. Yo vivo en Washington y tengo muchos amigos en Londres y me dicen que allá hay más cocaína que nunca. La cocaína ha llegado con una fuerza impresionante después de algunos años de bajo consumo y los gobiernos, acá en Estados Unidos, hacen charlas en las escuelas y ya. Eso es lo más importante de todo esto, sin una reducción de la demanda, Colombia está condenada a seguir produciendo cocaína.

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