martes, marzo 28, 2017

Nombres productos de malentendidos


Estos 11 nombres mexicanos surgieron por malentendidos entre los españoles y los pueblos mesoamericanos

Los seguimos usando, aunque existen esfuerzos de eliminar los que tienen significados peyorativos


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'La consagración de los templos' de José Vivar y Valderrama
'La consagración de los templos' de José Vivar y Valderrama . 


El español mexicano contiene cientos de palabras de orígen náhuatl y maya. Incluso algunas como chocolate, tomate, aguacate y coyote se usan en otros idiomas y países. Esto fue resultado de la mezcla de la cultura y lengua castellanas con las de las civilizaciones de Mesoamérica hace más de 400 años. Aunque la mayoría de estas palabras tienen significados similares o consistentes con su raíz, hay algunas que seguimos usando que derivaron de algún error o confusión en las primeras comunicaciones durante la Conquista de México. A continuación te explicamos el origen de 11 nombres de lugares y comunidades.
1. Cuernavaca: El nombre de la capital del Estado de Morelos nació de un error fonético. Los primeros habitantes bautizaron a esta lugar como Cuauhnahuac, que en náhuatl significa lugar rodeado de árboles o junto a los árboles (cuauitl: árbol nahuac:junto). Según datos del Instituto Nacional del Federalismo y el Desarrollo Municipal (Infaed), Hernán Cortés lo llamaba Coadnabaced en sus cartas al rey Carlos V. En sus crónicas, Bernal Díaz del Castillo usaba el nombre Cuautlavaca. A partir de esa última versión, el nombre se transformó en Cuernavaca. No existían vacas antes de la llegada de los europeos, pero la ciudad sí está rodeada de árboles.


Centro de Cuernavaca. Gobierno de Morelos
2. Sonora: Existen por lo menos dos versiones sobre el origen del nombre del Estado norteño, pero ninguna está relacionada con el sonido o la música. De acuerdo a la más aceptada, según Infaed, un grupo de exploradores españoles bautizó el río Yaqui en ese territorio en honor a Nuestra Señora del Rosario, ya que el día de su llegada se celebraba a esa vírgen. Los opata, habitantes de la región, no pronunciaban la ñ, ya que en su lengua no existía la letra. Por esta razón, la palabra Señora se transformó en Senora y más tarde en Sonora. Otra versión proviene de los escritos de un sacerdote en 1730 que dice que el nombre proviene de la palabra en opata sonot, que significa pozo o cuenca.
3. Tabasco: Según el libro Nombres Geográficos del Estado de Tabasco, publicado en 1909 por el Gobierno Mexicano, Tabasco proviene de la frase en náhuatl Tla-aush-co, que significa lugar que tiene dueño. Los habitantes del lugar pudieron haber dicho esto a los conquistadores al llegar al territorio. Sin embargo, existen otras versiones como la del investigadores e historiadores del siglo XIX José Rovirosa y Alberto Correa, que la palabra proviene de tlapaco, que significa lugar donde la tierra está húmeda. Otra sugiere que su orígen es la palabra maya Taabscoob: fuimos juzgados o engañados. Todas son aceptadas por el Gobierno mexicano.
4. Yucatán: Una de las versiones más aceptadas del origen de este nombre se describe en el libro Nomenclatura geográfica de México, publicado en 1897. En sus textos, el franciscano Fray Bernardo de Lizana cuenta que cuando los conquistadores españoles llegaron a la región de la península preguntaron a los habitantes el nombre del lugar. Ellos respondieron en maya Ma'anaatik ka t'ann, que significa no entiendo o no te comprendo. Según el diccionario Etimologías Toponímicas Mayascitado por Infaed, la respuesta también pudo haber sido yuuc catán que significa gargantilla o collar de jade. Los habitantes creyeron, según está versión, que los españoles preguntaban sobre los collares que tenían en las manos.


Mapa de la época colonial que muestra la Península de Yucatán. INAH
5. Chichimeca: Chichimecatl en náhuatl significa gente perra o que proviene de los perros. Este era el adjetivo que los mexicas daban a los nómadas que habitaban de la región norte y centro de lo que hoy es México. Era un sinónimo de bárbaros, usado para distinguirlos de los grupos militares de más prestigio, según un reporte del Instituto de Lingüístico de Verano (ILV), uno de los centros de estudios indígenas más antiguos de México. El nombre se normalizó y se transfirió al idioma español, ya que los mexicas eran el pueblo dominante en gran parte del territorio mexicano. Los descendientes de este grupo siguen llamándose a sí mismos chichimecas.
6. Huichol: El origen de esta palabra, usada para nombrar a una comunidad indígena wixárikas o wixaritari, aún no se sabe con certeza. En el siglo XX, el explorador francés Léon Diguet estudió a este pueblo que habita en partes Jalisco, Nayarit, Durango y Zacatecas y encontró que el nombre tenía similitudes con huitcharika, que significa agricultor en su lengua tewi niukiyari. Esto pudo haber sido la respuesta que los habitantes dieron a los colonizadores españoles cuando preguntaron por su identidad. Esta comunidad se define a sí misma como wixárikas o wixaritari y tanto periodistas como antropólogos lo han adoptado.
7. Chontal: Los antiguos mexicas llamaban chontalli a los extranjeros o gente extraña, según un estudio de la UNAM. Esta palabra se transformó en chontal y se usa para definir a dos grupos étnicos: los chontales de Oaxaca y los chontales de Tabasco, que no están relacionados entre sí. Los de Oaxaca se llaman a sí mismos slijuala xanuc, que significa habitante de las montañas. Los de Tabasco, también conocidos como chontal maya, son los yokot'anob o los yokot'anel que habla la lengua verdadera.


Ceremonia wixárika. Gobierno de Jalisco
8. Otomí: A esta palabra se le atribuyen dos significados en náhuatl: flechador de pájaros o pueblo sin residencia, según un documento de la Secretaría de Desarrollo Social. Se usa para identificar a un grupo que habita en la zona del Altiplano mexicano, principalmente en el Estado de México, Puebla, Guanajuato, Guerrero y Michoacán. Su nombre real es hñänñu (se pronuncia ñañú). Jacinta Francisco, la mujer que fue encarcelada por un secuestro que nunca cometió, es parte de este grupo.
9. Parachico: Así se les llama a un grupo de danzantes enmascarados típicos de las festividades de enero en Chiapa de Corzo (Chiapas). Según la tradición oral, registrada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el nombre proviene de la frase "para el chico", que María de Angulo, una señora española adinerada, dijo a los pobladores de la región cuando pedía un remedio para su hijo enfermo. Ellos realizaron una danza para alegrar al niño y probablemente creyeron que la mujer les había dado el nombre parachico. La danza se realiza cada año y es considerada patrimonio inmaterial de la humanidad por UNESCO.


Danzante parachico. Instituto Mexicano de la Radio
10. Popoloca: Al igual que chichimeca y chontal, popoloca era un término peyorativo de los mexicas para referirse a un grupo. En este caso, lo usaban para un grupo que habitaban en la zona de Tehuacán (Puebla) llamado realmente ngiwa. En náhuatl, popoloca se usa para describir un sonido burbujeante o poco claro, según un reporte del ILV. Al no entender la lengua ngiwa, los mexicas los llamaron así por balbucear o decir incoherencias, a su parecer. Este nombre también fue adoptado en el idioma español.
11. Tlapaneco: En náhuatl, esta palabra significa el que viene de Tlapa (ciudad en la región montañosa de Guerrero). Tlapa viene de la palabra tlapalli o tlapaqui, que significa lugar donde se tiñe o lugar de tierra roja, según un documento del Gobierno de Guerrero. Los habitantes de esa zona se llaman así mismos me’ phaa y desde 1985 promueven un movimiento para la eliminación del término tlapaneco, ya que lo consideran un sinómino de gente de cara suicia o el que está pintado de la cara, de acuerdo con un estudio de la UNAM.
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de http://verne.elpais.com/verne/2017/03/28/mexico/1490652858_045140.html?id_externo_rsoc=FB_MX_CM

martes, marzo 14, 2017

Historia de la Humanidad #Video #Videos (12 de 12)

(1 de 12) https://youtu.be/W0K7LSmdEpk
(2 de 12) https://youtu.be/0yz6ed16bOo?list=PLkJtCYoUaqUDp8mtssZcMeb9eJeLH30u-
(3 de 12) https://youtu.be/O1u4O64RB-Y?list=PLkJtCYoUaqUDp8mtssZcMeb9eJeLH30u-
(4 de 12) https://youtu.be/9w-pJZ9W4gM?list=PLkJtCYoUaqUDp8mtssZcMeb9eJeLH30u-
(5 de 12) https://youtu.be/ZIrwyEQr4AM?list=PLkJtCYoUaqUDp8mtssZcMeb9eJeLH30u-
(6 de 12) https://youtu.be/Ntqy8mDzhsQ?list=PLkJtCYoUaqUDp8mtssZcMeb9eJeLH30u-
(7 de 12) https://youtu.be/ziJvLYkevyI?list=PLkJtCYoUaqUDp8mtssZcMeb9eJeLH30u-
(8 de 12) https://youtu.be/vrYR-iXyI7Y?list=PLkJtCYoUaqUDp8mtssZcMeb9eJeLH30u-
(9 de 12) https://youtu.be/j5oiiRqmTUs?list=PLkJtCYoUaqUDp8mtssZcMeb9eJeLH30u-


(10 de 12) https://youtu.be/w4x6eXZjfq0?list=PLkJtCYoUaqUDp8mtssZcMeb9eJeLH30u-


(11 de 12) https://youtu.be/gALxnqARYpw?list=PLkJtCYoUaqUDp8mtssZcMeb9eJeLH30u-


(12 de 12) https://youtu.be/f4MeywsbUqA?list=PLkJtCYoUaqUDp8mtssZcMeb9eJeLH30u-


RELACIONADO:

Historia del mundo en dos horas
https://youtu.be/i4Hcj14-XSk 

Los orígenes de la humanidad (3 de 3) #Video #Videos


(1 de 3) https://youtu.be/n9HnFwChrZo
(2 de 3) https://youtu.be/7f9u5pAKTg8

(3 de 3) https://youtu.be/5OANHKVb-hY

domingo, marzo 12, 2017

El nuevo #antisemitismo #Judaismo #Islam

Las similitudes entre el antisemitismo de los años treinta y la islamofobia de nuestros días son notorias.


Aquellos que nos vienen diciendo que el Islam, no solo el islamismo revolucionario, es una amenaza letal para la civilización occidental ahora deberían sentirse satisfechos: el presidente de Estados Unidos y sus principales asesores coinciden con ellos. Según los mensajes por Twitter del asesor de Seguridad Nacional de Donald Trump, el general Mike Flynn, “El miedo a los musulmanes es racional”. Stephen Bannon, el ex presidente ejecutivo del periódico de derecha Breitbart News el principal estratega político de Trump y miembro del Consejo de Seguridad Nacional, ha dicho que el Occidente “judeocristiano” está involucrado en una guerra global con el Islam.
Trump ha prometido poner “a Estados Unidos primero”, tomando prestado el eslogan de los aislacionistas estadounidenses en los años 1930, cuyo portavoz más famoso, el aviador Charles Lindbergh, era un antisemita tristemente célebre que culpaba a los judíos y a los liberales de hacer que Estados Unidos entrara en una guerra contra Hitler, un hombre al que admiraba. Lindbergh creía que “Podemos tener paz y seguridad solo mientras nos resguardemos del ataque de los ejércitos extranjeros y del debilitamiento a causa de las razas extranjeras”.
De modo que “Estados Unidos primero” tiene racismo en su ADN. ¿Las opiniones referidas al Islam que hoy están arraigadas en la Casa Blanca son de alguna manera similares al antisemitismo de los años 1930? ¿Bannon, Flynn y Trump simplemente han actualizado viejos prejuicios y reemplazaron un grupo de semitas por otro?
Quizá ni siquiera fueron reemplazados. El hecho de que Trump no mencionara a los judíos o al antisemitismo en su discurso del Día de Conmemoración del Holocausto pareció claramente extraño. Y la advertencia de su campaña contra los judíos prominentes, como George Soros, a quienes acusó de ser parte de una conspiración global para minar a Estados Unidos, no pasó inadvertida.
Sin embargo, existen algunas diferencias obvias entre los años 1930 y nuestros tiempos. No hubo un movimiento revolucionario entre los judíos entonces, que cometiera atrocidades en nombre de su fe. Tampoco había estados con mayorías judías que fueran hostiles a Occidente. Pero las similitudes entre el antisemitismo de entonces y la islamofobia de hoy son notorias. Una señal escalofriante es el uso de lenguaje biológico en la percepción del enemigo. Hitler se refería a los judíos como “un germen racial” tóxico. El título de un panfleto nazi muy difundido era “El judío como parásito mundial”. Frank Gaffney, una figura influyente en los círculos nacionalistas étnicos de Trump, calificó a los musulmanes de “termitas” que “ahuecan la estructura de la sociedad civil y otras instituciones”.
Una vez que a los seres humanos se los categoriza como parásitos, gérmenes y termitas nocivos, la conclusión de que deben ser destruidos para defender la salud social no está demasiado lejos.
Sin embargo, puede haber otra diferencia entre la persecución de los judíos y la hostilidad contemporánea contra los musulmanes. El antisemitismo previo a la guerra estaba dirigido no solo contra los judíos religiosos, sino también –y quizás especialmente– contra los judíos asimilados, que ya no eran fáciles de identificar de alguna manera como distintos. El prejuicio contra los musulmanes parecería ser menos racial, y más cultural y religioso.
Pero inclusive esta diferencia podría ser más aparente que real. Los antisemitas del siglo XIX y XX suponían que un judío siempre era un judío, no importa lo que él o ella profesara creer. Los judíos siempre serían fieles a su propia especie. El judaísmo era visto no como una fe espiritual, sino como una cultura política, que por definición era incompatible con la civilización occidental y sus instituciones. Esta cultura estaba en la sangre de los judíos. Para defenderla, los judíos siempre les mentirían a los gentiles.
Estas opiniones fueron muy anteriores a los nazis. En verdad, fueron las razones por las que los autores doctos de la primera constitución de la Noruega independiente, redactada en 1814, prohibieron que los judíos se convirtieran en ciudadanos. El motivo para la exclusión se basaba en una defensa de los principios de la Ilustración: la cultura y las creencias judías inevitablemente minarían la democracia liberal de Noruega.
Los enemigos del Islam de hoy suelen usar precisamente este argumento: los musulmanes les mienten a los infieles. Su religión no es espiritual, sino política. Pueden parecer moderados, pero eso es una mentira. Lo que debemos temer, según las palabras de Gaffney, es a “este tipo sigiloso y subversivo de yihad”.
Pero aun si los miedos y prejuicios subyacentes sobre las conspiraciones musulmana y judía fueran similares, es probable que las consecuencias sean muy diferentes. Los judíos, que para los nazis planteaban una amenaza existencial a Alemania, podían ser perseguidos –y luego asesinados en masa– con total impunidad. Más allá de unas pocas rebeliones pequeñas y desesperadas, no había manera de que los judíos resistieran al poder nazi.
La violencia brutal del islamismo revolucionario, por otro lado, no se puede desestimar. Los actos de terror islamista en países occidentales solo se pueden prevenir a través de un buen trabajo de inteligencia y policial, especialmente en las comunidades musulmanas. Pero si todos los musulmanes son antagonizados y humillados, el terrorismo se volverá muchísimo peor. Y es fácil imaginar cuál sería el efecto de una “guerra global contra el Islam” en la política sumamente inflamable de Oriente Medio y África.
En ese caso, el “choque de civilizaciones” que existe en la mente de los terroristas islamistas, así como algunos de sus enemigos más ardientes, ya no será una fantasía: podría en verdad suceder.
Si los cruzados de Trump están prendiendo fuego sin saber lo que están haciendo, o si en verdad desean que se desate un gran incendio, todavía no resulta claro. La ignorancia burda no se puede subestimar en estos círculos. Pero quizá no sea demasiado cínico imaginar que los ideólogos de Trump efectivamente anhelan ver sangre. La violencia islamista será enfrentada con leyes de emergencia, tortura sancionada por el Estado y límites a los derechos civiles; en una palabra, autoritarismo.
Eso tal vez sea lo que quiere Trump. Pero ciertamente no es el resultado que anhelaría la mayoría de los norteamericanos, incluidos algunos de aquellos que votaron por él.
Ian Buruma es profesor de Democracia, Derechos Humanos y Periodismo en el Bard College. Autor de Year Zero: A History of 1945.
©Project Syndicate, 2017

miércoles, marzo 08, 2017

La Colombia del #PostConflicto, INTEGRAR LOS TERRITORIOS

El olvido y la pobreza del caserío donde liberaron a Odín

A tres horas por el río San Juan, hacia el sur de Istmina, en Chocó, está Noanamá. Un pueblo de pocas casas que se llenó de cámaras el día en que el ELN entregó al excongresista, pero al que el Estado nunca ha volteado a mirar.
 El olvido y la pobreza del caserío donde liberaron a Odín Foto: Ramón Campos Iriarte
Hace algunos días, con la publicitada liberación del político chocoano Odín Sánchez por parte del ELN en una remota zona del Pacífico colombiano, el país oyó por primera vez, y quizá sin prestarle mucha atención, el término “cuarto mundo”. Sanchéz, quien fue destituido e inhabilitado por la Procuraduría por auspiciar grupos paramilitares, condenado a nueve años de cárcel y a pagar una multa de 5.885 millones de pesos, habló —en pruebas de supervivencia y entrevistas— con un tono crítico sobre la crisis humanitaria que vive Chocó, reclamando por el abandono estatal y la corrupción.
Él califica el sitio donde lo mantenía retenido el Frente de Guerra Occidental del ELN como el “cuarto mundo”, pues “no hay condiciones de vida” para las comunidades que lo habitan. Aun siendo muy dicientes, los videos resultan cínicos al saber que quien los protagoniza tuvo por varios años una responsabilidad directa en la continuación del despojo en esa región olvidada— aunque este es otro tema. Junto con mi colega Mauricio Morales decidimos visitar la zona tras el “curioso” cubrimiento que le dieron los medios nacionales a la liberación de Sánchez.
Muchos periodistas viajaron —muy seguramente por primera vez— hasta el medio San Juan a entrevistar al secuestrado, a sacar la ‘chiva’ y después se fueron por donde vinieron, sin que a ninguno le extrañara la precariedad extrema —digna del África Subsahariana—, en la que ven pasar la vida miles de personas de esa otra Colombia. Noanamá, el lugar donde fue liberado el excongresista, es un caserío abatido por la humedad y el calor inclemente de la selva chocoana, situado a unas tres horas en lancha por el rio San Juan hacia el sur de Istmina, la segunda ciudad más grande del departamento.
Este pueblo, como muchos otros de las cuencas de los ríos San Juan y Atrato, ha sido históricamente abandonado por el Estado: no hay electricidad, no hay acueducto, no hay servicios de salud y las escuelas funcionan dependiendo del ánimo de la administración municipal de turno. En Noanamá conviven unas 450 personas, un número que fluctúa con los altibajos de la guerra y de la economía. Al caminar por las calles del caserío, se ven vestigios de las breves bonanzas económicas que han llegado esporádicamente a la zona a través del tiempo: neveras abandonadas, casas en ruinas, construcciones sin terminar.
Muchos viven en casas de tablas de madera con techo de aluminio, aunque algunos afortunados tienen paredes de material; unas extrañas antenitas de celular —única vía de comunicación del pueblo con el resto del mundo— se levantan varios metros por encima de los techos. Llegamos en medio del verano, y pocos días después de que una creciente del río arrasara con los cultivos de arroz, maíz o papachina de decenas de comunidades, que siembran en las orillas del San Juan. Los efectos del clima se sienten de inmediato: el 2017 empezó con la dureza redoblada.
La gente, que antes por lo menos contaba con los cultivos de pancoger, perdió su inversión y el panorama alimenticio es incierto. Aún si se oye como una afirmación extrema, hay que advertir que lo es: no hay comida. La precaria economía de las comunidades afro e indígenas del litoral del San Juan es producto de una combinación de factores que, desde tiempos inmemoriales, giran en torno de una matriz: la naturaleza extractiva que ha marcado la manera como las administraciones departamentales y nacionales conciben ese territorio. En él nunca ha existido empleo estable y la infraestructura no se ha desarrollado, por ende la gente siempre ha dependido de la bonanza de turno: la madera, la caza, el oro, la coca —todas ellas glorias pasadas.
El propósito de mi visita fuel hablar con la gente para tratar de entender las raíces de la pobreza, que algunos autores, desde sus escritorios en Bogotá y Medellín, han calificado de endémica. De charla en charla llegamos a la casa de Jesusita Moreno Mosquera, una reconocida líder de la región, que nos recibió con un cigarrillo en la boca. Tuta, como la apoda todo el mundo, se convirtió en figura de autoridad por su valentía: sin importar la situación, ha defendido a las comunidades del San Juan de los embates de la guerra, la politiquería y hasta las enfermedades tropicales. La gente —indígenas, afros y colonos por igual— acude a ella a diario con peticiones de toda índole. “Había puestos de Policía en Palestina y en Noanamá cuando yo era niña —relata Doña Tuta— y mi abuelo fue inspector aquí durante cincuenta y pico de años. La gente se macheteaba mucho en ese entonces y la policía amarraba los presos y los dominaba con las hormigas del Yarumo para subirlos por el río. Luego les curaban las cortadas con barro. En un momento levantaron todos los puestos rurales de la región y nunca volvió a haber un policía aquí”.
Según cuentan, cuando las FARC llegaron a la zona hace unos 12 años, no se había visto una figura de autoridad por varias décadas; pensaron, entonces, que el grupo de guerrilleros eran ‘la chusma’ de los años 60 y más de un anciano buscó escondite. Las guerrillas rápidamente llenaron el vacío dejado por la Policía en cuanto a seguridad, convivencia y mediación de conflictos entre los pobladores. Sin embargo, los males que aquejan a los chocoanos de esta región van mucho más allá. El puesto de salud de Noanamá —el único en varios kilómetros a la redonda— fue construido hace 21 años y solo funcionó unos pocos meses. Alguna vez hubo enfermera, pero un día se fue y nunca volvió. La puerta del puesto de salud se cerró entonces y, con el pasar de los años, la erosión producida por el calor y la humedad abrió el techo y dejó entrar la lluvia y el sol. Hoy la estructura está en ruinas. Según dicen, se encuentra en disputa de comodato entre el Departamento Administrativo de Salud del Chocó, Dasalud, que era el operador original, y la Secretaría de Salud y la Alcaldía del municipio, razón por la cual ambas entidades se niegan a restaurarlo y reabrirlo.
Algo similar pasó con la energía del pueblo: hace algunos años, el excongresista chocoano Édgar Ulises Torres —condenado, entre otras, por parapolítica en el mismo caso de Odín Sánchez—, gestionó una planta de ACPM para surtir de electricidad a las cerca de 300 casas que hay en Noanamá. Sin embargo, al poco tiempo, el Instituto Colombiano de Energía Eléctrica, ICEL, dejó de enviar el combustible subsidiado y la planta quedó en desuso. Las ratas se comieron unos cables dentro del enorme aparato, que, al ser probado de nuevo, hizo corto y nunca más prestó sus servicios. Seis años han pasado y la planta sigue parqueada en la mitad del parque central de Noanamá, como un monumento a la desidia institucional.
Del otro lado del río San Juan, en La Unión, Enor Quiro, el Cabildo Gobernador del Resguardo Puadó, en el que viven unos 4.000 indígenas de la etnia Wounaan, nos describe un panorama muy similar. Su población vive en una constante crisis económica y de salud: “El paludismo genera gastos porque como no hay medicina, hay que sacar la gente enferma y ahí nos toca endeudarnos cada vez —dice Quiro—. La gasolina es cara; ahorita hay 12 personas enfermas pero no los hemos podido sacar.” Este líder indígena, de talla diminuta y facciones severas, cuenta que una misión médica visita su comunidad una vez al año, lo cual no es suficiente. La crisis de ese otro lado del San Juan, asegura Quiro, también cobija el campo alimenticio puesto que, aún si las fumigaciones de glifosato que dañaban los cultivos de arroz y maíz de los indígenas pararon hace un año, el químico que caía del cielo dejó la tierra dañada; esto lo remató la creciente del rio que, además, dañó las semillas almacenadas.
Después de la salida de las FARC el mes pasado, el único ente de autoridad en la región es el ELN. Este grupo tiene una política abierta frente a la intervención del Estado en temas sociales y de servicios públicos. Uriel, el comandante eleno que entregó a Odín Sánchez, nos confirmó que la guerrilla no se ha opuesto ni se va a oponer a iniciativas que posibiliten mejoras en el nivel de vida de la gente en las áreas de influencia del ELN. Es así como nadie se explica por qué los cables de electricidad operados por la Empresa Prestadora del Pacífico, DISPAC S.A. E.S.P., que bajan desde Istmina paralelos al río San Juan, se interrumpen abruptamente en San Miguel, a tan solo 20 kilómetros de Noanamá y otros pueblos aledaños, o por qué en 20 años no ha sido posible que se construyan y mantengan puestos de salud para los miles de habitantes de esta región.
En todo caso, tras años de gestiones infructuosas por parte de los Consejos Comunales y los Cabildos de la región —cartas sin respuesta a alcaldes, ministros y gobernadores, derechos de petición, y denuncias públicas— la gente se ha comenzado a ir de estos pueblos campesinos. Se ven muchas casas cerradas que alguna vez alojaron gente. Esto —cuentan los pobladores— es inevitable porque no hay alternativas de trabajo, los jóvenes no se amañan y prefieren irse de buscavidas a la ciudad en vez de pasar trabajos en el campo. “El que corte madera, lo persiguen. El que lava oro, lo persiguen. El que trabaja con coca, lo persiguen. ¿Entonces qué puede hacer la gente?” argumenta Tuta.
La coca prácticamente se acabó en la región con las fumigaciones del Gobierno y además la inviabilidad de la agricultura y los bajos precios del oro, ha hecho de la tala de madera la fuente de ingreso más común entre la gente. Los tecnócratas del gobierno no calcularon que una política antidrogas, sumada al abandono de la pequeña agricultura, podía empujar a miles de familias pobres a arrasar con la selva más biodiversa del planeta. En esta región olvidada todo es cuestión de supervivencia. Al volver a Bogotá prendo la televisión y veo una emisión en horario prime dedicada al drama del secuestro de los Sánchez. Odín narra su dura travesía por el “cuarto mundo” y su hermano lo abraza entre lágrimas. Luego, desde su finca en las afueras de Quibdó, prometen que seguirán trabajando por su tierra: Chocó