‘El peso de la verdad no puede recaer solo sobre los combatientes’
Por: María Luna Mendoza
16 de septiembre 2017 , 10:55 p.m.
La trayectoria académica de Alejandro Castillejo ha sido tan intensa como los recorridos que ha hecho por Colombia. Igual que un nómada, ha caminado las rutas más insólitas del país en búsqueda de relatos. Esos recorridos, a los que denomina ‘itinerarios de sentido’, lo han llevado a construir un mapa de heridas, dolores, abandonos, resistencias y voces que le han permitido forjar una visión microscópica de la historia y de la violencia.
Castillejo tiene un extenso currículo académico. Es doctor en Antropología del New School for Social Research de Nueva York y ha participado en arduas experiencias investigativas. En 1996 dirigió el área de investigaciones del Centro para la Paz y la Memoria de Sudáfrica, donde investigó el impacto de la Comisión de la Verdad sobre los sobrevivientes del Apartheid, y en 2001 fue observador internacional de la comisión de Perú. Más adelante participó como investigador de los procesos llevados a cabo por la Fiscalía General de la Nación en el marco de la ley de Justicia y Paz.
Hoy dirige el Programa de Estudios Críticos de las Transiciones de la Universidad de los Andes y enfrenta un nuevo reto analítico: la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad que se está conformando en Colombia.
Piensa que el éxito de esta comisión depende de su capacidad para articular los grandes relatos históricos con las pequeñas narrativas de la guerra y evitar que la balanza de poderes se incline hacia el lado de quienes pretenden perpetuar las políticas del ocultamiento. EL TIEMPO habló con él.
¿Qué desafíos enfrentará la Comisión de la Verdad en Colombia?
Estas comisiones se gestan en momentos históricos atravesados por tensiones de poder particulares. Existe la pretensión de aplicar las mismas metodologías de otras experiencias de esclarecimiento, pero la búsqueda de la verdad es un ejercicio contextual, y el reto de los comisionados en Colombia será fijar unos procedimientos de investigación que no solo respondan a la especificidad de las violencias que se quieren indagar y comprender, sino que también se resistan a los poderes que intentan deslegitimar y frenar el potencial esclarecedor de la comisión.
Además, el mandato del Estado para esta institución es bastante ambicioso...
Claro. Por eso habrá que idear una arquitectura conceptual y metodológica consecuente con el documento legal que da origen a la comisión y ordena, entre otras tareas, esclarecer las graves violaciones a los derechos humanos y al Derecho Internacional Humanitario, las responsabilidades colectivas, el impacto humano del conflicto en la sociedad y en la política, los orígenes del conflicto y los factores que contribuyeron a su persistencia. Este es un cambio drástico respecto del proceso de Justicia y Paz, al menos en lo relativo al esclarecimiento histórico.
Piensa que el éxito de esta comisión depende de su capacidad para articular los grandes relatos históricos con las pequeñas narrativas de la guerra y evitar que la balanza de poderes se incline hacia el lado de quienes pretenden perpetuar las políticas del ocultamiento. EL TIEMPO habló con él.
¿Qué desafíos enfrentará la Comisión de la Verdad en Colombia?
Estas comisiones se gestan en momentos históricos atravesados por tensiones de poder particulares. Existe la pretensión de aplicar las mismas metodologías de otras experiencias de esclarecimiento, pero la búsqueda de la verdad es un ejercicio contextual, y el reto de los comisionados en Colombia será fijar unos procedimientos de investigación que no solo respondan a la especificidad de las violencias que se quieren indagar y comprender, sino que también se resistan a los poderes que intentan deslegitimar y frenar el potencial esclarecedor de la comisión.
Además, el mandato del Estado para esta institución es bastante ambicioso...
Claro. Por eso habrá que idear una arquitectura conceptual y metodológica consecuente con el documento legal que da origen a la comisión y ordena, entre otras tareas, esclarecer las graves violaciones a los derechos humanos y al Derecho Internacional Humanitario, las responsabilidades colectivas, el impacto humano del conflicto en la sociedad y en la política, los orígenes del conflicto y los factores que contribuyeron a su persistencia. Este es un cambio drástico respecto del proceso de Justicia y Paz, al menos en lo relativo al esclarecimiento histórico.
Se nos plantea una comisión de esclarecimiento que podría investigar las responsabilidades de todos los involucrados, incluidos los terceros
¿En qué sentido?
Para mí, Justicia y Paz fue una ley revisionista: decretó el fin del conflicto, sin más, y su andamiaje conceptual se reflejó en los silencios que instauró. Ahora se nos plantea una comisión de esclarecimiento que podría investigar las responsabilidades de todos los involucrados, incluidos los terceros, que, aunque no participaran en la confrontación directa, sí fueron agentes de violencias.
Frente a los poderes que quieren frenarla y deslegitimarla, ¿cuál es el alcance de la comisión?
Lo sabremos una vez se conforme, se conozca el compromiso esclarecedor de los comisionados y se establezcan los derroteros de investigación. Por ahora, es difícil saber si la comisión tendrá dientes suficientes para evitar que el peso de la verdad recaiga solo sobre unos actores y que otros responsables salgan bien librados, como sucedió en Sudáfrica.
¿Cuáles eran las limitaciones de la comisión de ese país?
Esa comisión contó muertos, desaparecidos y torturados, pero nunca habló de los beneficiarios del ‘apartheid’. Los blancos que se enriquecieron y obtuvieron privilegios a costa de ese régimen salieron muy bien librados, y en quienes recayó toda la responsabilidad fue en los miembros del ejército estatal. En Colombia se deben esclarecer las violencias estructurales, y por eso la Comisión necesita dientes para indagar no solo las violencias perpetradas por los combatientes en los campos de confrontación, sino también las condiciones históricas que hicieron posible la guerra.
Usted ha puesto en práctica los ‘itinerarios de sentido’, una metodología que, al parecer de muchos académicos, sería una gran contribución a la comisión. ¿En qué consiste?
Cuando uno quiere reconstruir la historia de una región tiene dos opciones complementarias: primero, recabar información en bases de datos, revisar informes y consultar un archivo; segundo, subirse en bus, atravesar esa región, detenerse en sus territorios y conversar con las personas que habitan allí para descubrir cómo imaginan su pasado y su entorno. Así se pueden construir un tramado de experiencias, heridas y dolores y un mapa microscópico de los significados que la gente les otorga a la guerra, a la reconciliación, a la verdad, a la paz. En eso consisten los itinerarios.
¿Cree que la Comisión de la Verdad debería ser itinerante?
Sí. Hay que articular los grandes relatos de la violencia con los microrrelatos que emergen en los territorios. Para hablar de la guerra no hay un único lenguaje, y el ‘idioma’ de los expertos no basta ni abarca las contradicciones de la historia. Por tanto, la Comisión debería itinerar, moverse y ‘elastizarse’ en búsqueda de otros lenguajes, a la vez que adelanta el esclarecimiento histórico (es decir, la construcción de un sustrato fáctico sobre el que todos podamos entendernos).
En su obra académica ha planteado que el silencio es una forma de relato, ¿cómo se recogerían los silencios en la comisión?
Solemos pensar que lo que no se dice no existe, y el problema de estas comisiones es que dependen de la palabra hablada, que opera como el certificado de reconocimiento de la violencia sufrida. Lo que no sabemos es que, en ocasiones, los silencios existen no porque la gente calle (por ausencia) o porque sea silenciada por la violencia, sino porque el andamiaje conceptual de quienes reciben el testimonio (los fiscales, los comisionados, los protocolos de recolección, la misma sociedad) no es el mismo de quienes lo narran. Y no todo el mundo habla el idioma del Estado.
En ese sentido, la comisión deberá sintonizar los lenguajes técnicos y protocolarios con los de las víctimas...
Claro, tiene que ser capaz de escuchar lo que normalmente no se escucha, abrir los oídos a las violencias crónicas que, de tanto ocultarse, se han hecho invisibles y pasan inadvertidas frente a una sociedad que no cuenta con una estructura de sentido para atenderlas e interpretarlas. En definitiva, una comisión es una institución que se encarga de producir nuevos significados.
Entonces, incorporar a la sociedad al proceso de esclarecimiento también es un desafío…
La comisión no puede ser solo un grupo de sabios que se reúne a oír historias, sino que debe ser aglutinadora. De nada sirve la escucha si de ella no se deriva un proceso transformativo. Los comisionados tienen que hablar con la gente corriente, pero a la vez deben tener una altura intelectual que les permita hablarle al poder. De lo contrario, se convertiría en una comisión ‘kleenex’, como la llamaban los blancos a la de Sudáfrica.
¿Por qué la llamaban así?
Porque los únicos que lloraron fueron los negros, las víctimas. La nuestra tiene que ser una comisión que interpele a la sociedad entera. Todos, y no solo las víctimas, deberíamos descubrir cuál es nuestra relación con la historia, situarnos en ella, conmovernos y movernos con ella. Y hay sectores como la academia y los medios que tendrán la responsabilidad de comunicar a la sociedad el proceso de esclarecimiento.
¿Cree que esta comisión es una posibilidad para crear un futuro diferente?
Claro que sí. La diferencia de esta comisión respecto de experiencias pasadas de memoria histórica o de esclarecimiento es que tiene la posibilidad de construir un relato histórico bajo la égida del futuro como posibilidad. Hubo otras iniciativas que patinaban en medio de la guerra. Ahora hay una posibilidad de pensar el pasado no solo como un pasado traumático (que se rumia y que agobia), sino como una posibilidad de habitar el futuro. Hemos llegado a un momento en el que, pese a que existe la necesidad de mirar hacia atrás, también tenemos la oportunidad de una mirada prospectiva.
Para mí, Justicia y Paz fue una ley revisionista: decretó el fin del conflicto, sin más, y su andamiaje conceptual se reflejó en los silencios que instauró. Ahora se nos plantea una comisión de esclarecimiento que podría investigar las responsabilidades de todos los involucrados, incluidos los terceros, que, aunque no participaran en la confrontación directa, sí fueron agentes de violencias.
Frente a los poderes que quieren frenarla y deslegitimarla, ¿cuál es el alcance de la comisión?
Lo sabremos una vez se conforme, se conozca el compromiso esclarecedor de los comisionados y se establezcan los derroteros de investigación. Por ahora, es difícil saber si la comisión tendrá dientes suficientes para evitar que el peso de la verdad recaiga solo sobre unos actores y que otros responsables salgan bien librados, como sucedió en Sudáfrica.
¿Cuáles eran las limitaciones de la comisión de ese país?
Esa comisión contó muertos, desaparecidos y torturados, pero nunca habló de los beneficiarios del ‘apartheid’. Los blancos que se enriquecieron y obtuvieron privilegios a costa de ese régimen salieron muy bien librados, y en quienes recayó toda la responsabilidad fue en los miembros del ejército estatal. En Colombia se deben esclarecer las violencias estructurales, y por eso la Comisión necesita dientes para indagar no solo las violencias perpetradas por los combatientes en los campos de confrontación, sino también las condiciones históricas que hicieron posible la guerra.
Usted ha puesto en práctica los ‘itinerarios de sentido’, una metodología que, al parecer de muchos académicos, sería una gran contribución a la comisión. ¿En qué consiste?
Cuando uno quiere reconstruir la historia de una región tiene dos opciones complementarias: primero, recabar información en bases de datos, revisar informes y consultar un archivo; segundo, subirse en bus, atravesar esa región, detenerse en sus territorios y conversar con las personas que habitan allí para descubrir cómo imaginan su pasado y su entorno. Así se pueden construir un tramado de experiencias, heridas y dolores y un mapa microscópico de los significados que la gente les otorga a la guerra, a la reconciliación, a la verdad, a la paz. En eso consisten los itinerarios.
¿Cree que la Comisión de la Verdad debería ser itinerante?
Sí. Hay que articular los grandes relatos de la violencia con los microrrelatos que emergen en los territorios. Para hablar de la guerra no hay un único lenguaje, y el ‘idioma’ de los expertos no basta ni abarca las contradicciones de la historia. Por tanto, la Comisión debería itinerar, moverse y ‘elastizarse’ en búsqueda de otros lenguajes, a la vez que adelanta el esclarecimiento histórico (es decir, la construcción de un sustrato fáctico sobre el que todos podamos entendernos).
En su obra académica ha planteado que el silencio es una forma de relato, ¿cómo se recogerían los silencios en la comisión?
Solemos pensar que lo que no se dice no existe, y el problema de estas comisiones es que dependen de la palabra hablada, que opera como el certificado de reconocimiento de la violencia sufrida. Lo que no sabemos es que, en ocasiones, los silencios existen no porque la gente calle (por ausencia) o porque sea silenciada por la violencia, sino porque el andamiaje conceptual de quienes reciben el testimonio (los fiscales, los comisionados, los protocolos de recolección, la misma sociedad) no es el mismo de quienes lo narran. Y no todo el mundo habla el idioma del Estado.
En ese sentido, la comisión deberá sintonizar los lenguajes técnicos y protocolarios con los de las víctimas...
Claro, tiene que ser capaz de escuchar lo que normalmente no se escucha, abrir los oídos a las violencias crónicas que, de tanto ocultarse, se han hecho invisibles y pasan inadvertidas frente a una sociedad que no cuenta con una estructura de sentido para atenderlas e interpretarlas. En definitiva, una comisión es una institución que se encarga de producir nuevos significados.
Entonces, incorporar a la sociedad al proceso de esclarecimiento también es un desafío…
La comisión no puede ser solo un grupo de sabios que se reúne a oír historias, sino que debe ser aglutinadora. De nada sirve la escucha si de ella no se deriva un proceso transformativo. Los comisionados tienen que hablar con la gente corriente, pero a la vez deben tener una altura intelectual que les permita hablarle al poder. De lo contrario, se convertiría en una comisión ‘kleenex’, como la llamaban los blancos a la de Sudáfrica.
¿Por qué la llamaban así?
Porque los únicos que lloraron fueron los negros, las víctimas. La nuestra tiene que ser una comisión que interpele a la sociedad entera. Todos, y no solo las víctimas, deberíamos descubrir cuál es nuestra relación con la historia, situarnos en ella, conmovernos y movernos con ella. Y hay sectores como la academia y los medios que tendrán la responsabilidad de comunicar a la sociedad el proceso de esclarecimiento.
¿Cree que esta comisión es una posibilidad para crear un futuro diferente?
Claro que sí. La diferencia de esta comisión respecto de experiencias pasadas de memoria histórica o de esclarecimiento es que tiene la posibilidad de construir un relato histórico bajo la égida del futuro como posibilidad. Hubo otras iniciativas que patinaban en medio de la guerra. Ahora hay una posibilidad de pensar el pasado no solo como un pasado traumático (que se rumia y que agobia), sino como una posibilidad de habitar el futuro. Hemos llegado a un momento en el que, pese a que existe la necesidad de mirar hacia atrás, también tenemos la oportunidad de una mirada prospectiva.
Testimoniar puede ser catártico pero también traumático
¿Cómo evitar que los ejercicios testimoniales se conviertan en experiencias traumáticas?
Hablar puede ser un acto catártico, siempre y cuando se den las condiciones básicas: por ejemplo, el reconocimiento empático del dolor del otro. Sin embargo, las personas se llevan el acto testimonial consigo, a sus entornos, a sus casas, y pueden caer en procesos de retraumatización. Indistintamente de los apoyos psicosociales, las víctimas necesitan una sensación colectiva de acompañamiento, una sociedad que haga las veces de colchón para que el proceso no abra nuevas heridas.
Pero en las audiencias no solo van a testimoniar las víctimas, sino también los victimarios, ¿no deberíamos hacer un ejercicio de apertura para oír sus relatos?
No sabemos si eso será así, pero, de serlo, tenemos que entender que los seres humanos (también aquellos que estuvieron en el fragor del combate) experimentan la guerra de formas contradictorias, y la sociedad tiene que estar preparada para saber que quienes participaron de la confrontación también pudieron haber sufrido vejámenes de todo tipo. Parte de la tarea de la comisión y de la sociedad será comprender esas situaciones. Es necesario explorar los pasados de los que combatieron, las razones históricas y los caminos que los condujeron al campo de batalla desde orillas muy diversas. Aunque nos cueste, tendremos que escuchar sus porqués.
También ha insistido en que los cuerpos de los desaparecidos tienen mucho por decir. ¿Cree que los cuerpos de los combatientes, que posiblemente se hallen, tienen cosas por contarnos?
Creo que los cuerpos, sus restos nos hablan de las dimensiones más grotescas de la guerra para aquellos que no cargaban los fusiles, pero también para los que sí. Nos pueden mostrar lo que significaron las violencias inmediatas. La ausencia de esos cuerpos ya nos ha dicho mucho, hace falta encontrarlos para que nos hablen de otra manera.
¿Cree que los tiempos para el desarrollo de la comisión son muy cortos?
Sí y no. Tres años son escasos para resolver los dilemas técnicos y epistemológicos que los comisionados tienen que enfrentar. Se deberá determinar qué bases de datos y tecnologías usar, qué tipo de fuentes consultar, cómo archivar y clasificar la información. Además, se deberá decidir cómo convertir el material recolectado en una narración compleja y diversa. No obstante, tampoco es deseable que los tiempos se prolonguen más de lo estipulado porque la comisión perdería contundencia.
Sudáfrica sigue teniendo altos índices de desigualdad, y son los negros los que padecen la marginación. Da la impresión de que el alcance de las comisiones es limitado.
Las sociedades emergen de la guerra, pero, de alguna manera, siguen siendo las mismas. La promesa transicional no se cumple del todo, y en eso hay que ser realistas. Una comisión de la verdad es parte de una serie de mecanismos, no conduce (tampoco es su labor) a cambios profundos ni tiene la capacidad para reconfigurar las estructuras que originaron la violencia. En ocasiones, incluso, legitiman las antiguas relaciones de poder. La comisión sí crea expectativas, pero hay que poner los pies sobre la tierra: de un proceso de transición, donde la comisión funge un papel ritual, no emergerá una nueva sociedad.
¿En qué va la comisión?Hablar puede ser un acto catártico, siempre y cuando se den las condiciones básicas: por ejemplo, el reconocimiento empático del dolor del otro. Sin embargo, las personas se llevan el acto testimonial consigo, a sus entornos, a sus casas, y pueden caer en procesos de retraumatización. Indistintamente de los apoyos psicosociales, las víctimas necesitan una sensación colectiva de acompañamiento, una sociedad que haga las veces de colchón para que el proceso no abra nuevas heridas.
Pero en las audiencias no solo van a testimoniar las víctimas, sino también los victimarios, ¿no deberíamos hacer un ejercicio de apertura para oír sus relatos?
No sabemos si eso será así, pero, de serlo, tenemos que entender que los seres humanos (también aquellos que estuvieron en el fragor del combate) experimentan la guerra de formas contradictorias, y la sociedad tiene que estar preparada para saber que quienes participaron de la confrontación también pudieron haber sufrido vejámenes de todo tipo. Parte de la tarea de la comisión y de la sociedad será comprender esas situaciones. Es necesario explorar los pasados de los que combatieron, las razones históricas y los caminos que los condujeron al campo de batalla desde orillas muy diversas. Aunque nos cueste, tendremos que escuchar sus porqués.
También ha insistido en que los cuerpos de los desaparecidos tienen mucho por decir. ¿Cree que los cuerpos de los combatientes, que posiblemente se hallen, tienen cosas por contarnos?
Creo que los cuerpos, sus restos nos hablan de las dimensiones más grotescas de la guerra para aquellos que no cargaban los fusiles, pero también para los que sí. Nos pueden mostrar lo que significaron las violencias inmediatas. La ausencia de esos cuerpos ya nos ha dicho mucho, hace falta encontrarlos para que nos hablen de otra manera.
¿Cree que los tiempos para el desarrollo de la comisión son muy cortos?
Sí y no. Tres años son escasos para resolver los dilemas técnicos y epistemológicos que los comisionados tienen que enfrentar. Se deberá determinar qué bases de datos y tecnologías usar, qué tipo de fuentes consultar, cómo archivar y clasificar la información. Además, se deberá decidir cómo convertir el material recolectado en una narración compleja y diversa. No obstante, tampoco es deseable que los tiempos se prolonguen más de lo estipulado porque la comisión perdería contundencia.
Sudáfrica sigue teniendo altos índices de desigualdad, y son los negros los que padecen la marginación. Da la impresión de que el alcance de las comisiones es limitado.
Las sociedades emergen de la guerra, pero, de alguna manera, siguen siendo las mismas. La promesa transicional no se cumple del todo, y en eso hay que ser realistas. Una comisión de la verdad es parte de una serie de mecanismos, no conduce (tampoco es su labor) a cambios profundos ni tiene la capacidad para reconfigurar las estructuras que originaron la violencia. En ocasiones, incluso, legitiman las antiguas relaciones de poder. La comisión sí crea expectativas, pero hay que poner los pies sobre la tierra: de un proceso de transición, donde la comisión funge un papel ritual, no emergerá una nueva sociedad.
El lunes pasado, el Comité de Escogencia encargado de conformar las vacantes de la Jurisdicción Especial para la Paz publicó el listado de los aspirantes a la Comisión de la Verdad, instancia prevista en el acuerdo de paz con las Farc. En total hay 199 candidatos, incluido Alejandro Castillejo, quien fue postulado por el rector de la Universidad de los Andes. Quienes quieran conocer y hacer observaciones a los perfiles de los aspirantes podrán hacerlo hasta el 22 de septiembre a través de www.comitedeescogencia.com. Los postulados que pasen la etapa de verificación ciudadana serán llamados a entrevista por el comité entre el 2 y el 5 de octubre.
MARÍA LUNA MENDOZA
Redacción Domingo
MARÍA LUNA MENDOZA
Redacción Domingo
en http://www.eltiempo.com/politica/proceso-de-paz/algunos-sectores-podrian-frenar-la-comision-de-esclarecimiento-131498