miércoles, octubre 04, 2017

‘El peso de la verdad no puede recaer solo sobre los combatientes’

‘El peso de la verdad no puede recaer solo sobre los combatientes’


 
16 de septiembre 2017 , 10:55 p.m.
La trayectoria académica de Alejandro Castillejo ha sido tan intensa como los recorridos que ha hecho por Colombia. Igual que un nómada, ha caminado las rutas más insólitas del país en búsqueda de relatos. Esos recorridos, a los que denomina ‘itinerarios de sentido’, lo han llevado a construir un mapa de heridas, dolores, abandonos, resistencias y voces que le han permitido forjar una visión microscópica de la historia y de la violencia.
Castillejo tiene un extenso currículo académico. Es doctor en Antropología del New School for Social Research de Nueva York y ha participado en arduas experiencias investigativas. En 1996 dirigió el área de investigaciones del Centro para la Paz y la Memoria de Sudáfrica, donde investigó el impacto de la Comisión de la Verdad sobre los sobrevivientes del Apartheid, y en 2001 fue observador internacional de la comisión de Perú. Más adelante participó como investigador de los procesos llevados a cabo por la Fiscalía General de la Nación en el marco de la ley de Justicia y Paz.
Hoy dirige el Programa de Estudios Críticos de las Transiciones de la Universidad de los Andes y enfrenta un nuevo reto analítico: la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad que se está conformando en Colombia. 

Piensa que el éxito de esta comisión depende de su capacidad para articular los grandes relatos históricos con las pequeñas narrativas de la guerra y evitar que la balanza de poderes se incline hacia el lado de quienes pretenden perpetuar las políticas del ocultamiento. EL TIEMPO habló con él. 

¿Qué desafíos enfrentará la Comisión de la Verdad en Colombia?

Estas comisiones se gestan en momentos históricos atravesados por tensiones de poder particulares. Existe la pretensión de aplicar las mismas metodologías de otras experiencias de esclarecimiento, pero la búsqueda de la verdad es un ejercicio contextual, y el reto de los comisionados en Colombia será fijar unos procedimientos de investigación que no solo respondan a la especificidad de las violencias que se quieren indagar y comprender, sino que también se resistan a los poderes que intentan deslegitimar y frenar el potencial esclarecedor de la comisión. 

Además, el mandato del Estado para esta institución es bastante ambicioso...

Claro. Por eso habrá que idear una arquitectura conceptual y metodológica consecuente con el documento legal que da origen a la comisión y ordena, entre otras tareas, esclarecer las graves violaciones a los derechos humanos y al Derecho Internacional Humanitario, las responsabilidades colectivas, el impacto humano del conflicto en la sociedad y en la política, los orígenes del conflicto y los factores que contribuyeron a su persistencia. Este es un cambio drástico respecto del proceso de Justicia y Paz, al menos en lo relativo al esclarecimiento histórico.
Se nos plantea una comisión de esclarecimiento que podría investigar las responsabilidades de todos los involucrados, incluidos los terceros
¿En qué sentido?

Para mí, Justicia y Paz fue una ley revisionista: decretó el fin del conflicto, sin más, y su andamiaje conceptual se reflejó en los silencios que instauró. Ahora se nos plantea una comisión de esclarecimiento que podría investigar las responsabilidades de todos los involucrados, incluidos los terceros, que, aunque no participaran en la confrontación directa, sí fueron agentes de violencias.

Frente a los poderes que quieren frenarla y deslegitimarla, ¿cuál es el alcance de la comisión?


Lo sabremos una vez se conforme, se conozca el compromiso esclarecedor de los comisionados y se establezcan los derroteros de investigación. Por ahora, es difícil saber si la comisión tendrá dientes suficientes para evitar que el peso de la verdad recaiga solo sobre unos actores y que otros responsables salgan bien librados, como sucedió en Sudáfrica

¿Cuáles eran las limitaciones de la comisión de ese país?

Esa comisión contó muertos, desaparecidos y torturados, pero nunca habló de los beneficiarios del ‘apartheid’. Los blancos que se enriquecieron y obtuvieron privilegios a costa de ese régimen salieron muy bien librados, y en quienes recayó toda la responsabilidad fue en los miembros del ejército estatal. En Colombia se deben esclarecer las violencias estructurales, y por eso la Comisión necesita dientes para indagar no solo las violencias perpetradas por los combatientes en los campos de confrontación, sino también las condiciones históricas que hicieron posible la guerra.

Usted ha puesto en práctica los ‘itinerarios de sentido’, una metodología que, al parecer de muchos académicos, sería una gran contribución a la comisión. ¿En qué consiste?

Cuando uno quiere reconstruir la historia de una región tiene dos opciones complementarias: primero, recabar información en bases de datos, revisar informes y consultar un archivo; segundo, subirse en bus, atravesar esa región, detenerse en sus territorios y conversar con las personas que habitan allí para descubrir cómo imaginan su pasado y su entorno. Así se pueden construir un tramado de experiencias, heridas y dolores y un mapa microscópico de los significados que la gente les otorga a la guerra, a la reconciliación, a la verdad, a la paz. En eso consisten los itinerarios.

¿Cree que la Comisión de la Verdad debería ser itinerante?

Sí. Hay que articular los grandes relatos de la violencia con los microrrelatos que emergen en los territorios. Para hablar de la guerra no hay un único lenguaje, y el ‘idioma’ de los expertos no basta ni abarca las contradicciones de la historia. Por tanto, la Comisión debería itinerar, moverse y ‘elastizarse’ en búsqueda de otros lenguajes, a la vez que adelanta el esclarecimiento histórico (es decir, la construcción de un sustrato fáctico sobre el que todos podamos entendernos). 

En su obra académica ha planteado que el silencio es una forma de relato, ¿cómo se recogerían los silencios en la comisión? 


Solemos pensar que lo que no se dice no existe, y el problema de estas comisiones es que dependen de la palabra hablada, que opera como el certificado de reconocimiento de la violencia sufrida. Lo que no sabemos es que, en ocasiones, los silencios existen no porque la gente calle (por ausencia) o porque sea silenciada por la violencia, sino porque el andamiaje conceptual de quienes reciben el testimonio (los fiscales, los comisionados, los protocolos de recolección, la misma sociedad) no es el mismo de quienes lo narran. Y no todo el mundo habla el idioma del Estado.

En ese sentido, la comisión deberá sintonizar los lenguajes técnicos y protocolarios con los de las víctimas...


Claro, tiene que ser capaz de escuchar lo que normalmente no se escucha, abrir los oídos a las violencias crónicas que, de tanto ocultarse, se han hecho invisibles y pasan inadvertidas frente a una sociedad que no cuenta con una estructura de sentido para atenderlas e interpretarlas. En definitiva, una comisión es una institución que se encarga de producir nuevos significados.

Entonces, incorporar a la sociedad al proceso de esclarecimiento también es un desafío…

La comisión no puede ser solo un grupo de sabios que se reúne a oír historias, sino que debe ser aglutinadora. De nada sirve la escucha si de ella no se deriva un proceso transformativo. Los comisionados tienen que hablar con la gente corriente, pero a la vez deben tener una altura intelectual que les permita hablarle al poder. De lo contrario, se convertiría en una comisión ‘kleenex’, como la llamaban los blancos a la de Sudáfrica. 

¿Por qué la llamaban así?

Porque los únicos que lloraron fueron los negros, las víctimas. La nuestra tiene que ser una comisión que interpele a la sociedad entera. Todos, y no solo las víctimas, deberíamos descubrir cuál es nuestra relación con la historia, situarnos en ella, conmovernos y movernos con ella. Y hay sectores como la academia y los medios que tendrán la responsabilidad de comunicar a la sociedad el proceso de esclarecimiento. 

¿Cree que esta comisión es una posibilidad para crear un futuro diferente?

Claro que sí. La diferencia de esta comisión respecto de experiencias pasadas de memoria histórica o de esclarecimiento es que tiene la posibilidad de construir un relato histórico bajo la égida del futuro como posibilidad. Hubo otras iniciativas que patinaban en medio de la guerra. Ahora hay una posibilidad de pensar el pasado no solo como un pasado traumático (que se rumia y que agobia), sino como una posibilidad de habitar el futuro. Hemos llegado a un momento en el que, pese a que existe la necesidad de mirar hacia atrás, también tenemos la oportunidad de una mirada prospectiva.
Testimoniar puede ser catártico pero también traumático
¿Cómo evitar que los ejercicios testimoniales se conviertan en experiencias traumáticas?

Hablar puede ser un acto catártico, siempre y cuando se den las condiciones básicas: por ejemplo, el reconocimiento empático del dolor del otro. Sin embargo, las personas se llevan el acto testimonial consigo, a sus entornos, a sus casas, y pueden caer en procesos de retraumatización. Indistintamente de los apoyos psicosociales, las víctimas necesitan una sensación colectiva de acompañamiento, una sociedad que haga las veces de colchón para que el proceso no abra nuevas heridas. 

Pero en las audiencias no solo van a testimoniar las víctimas, sino también los victimarios, ¿no deberíamos hacer un ejercicio de apertura para oír sus relatos?

No sabemos si eso será así, pero, de serlo, tenemos que entender que los seres humanos (también aquellos que estuvieron en el fragor del combate) experimentan la guerra de formas contradictorias, y la sociedad tiene que estar preparada para saber que quienes participaron de la confrontación también pudieron haber sufrido vejámenes de todo tipo. Parte de la tarea de la comisión y de la sociedad será comprender esas situaciones. Es necesario explorar los pasados de los que combatieron, las razones históricas y los caminos que los condujeron al campo de batalla desde orillas muy diversas. Aunque nos cueste, tendremos que escuchar sus porqués.

También ha insistido en que los cuerpos de los desaparecidos tienen mucho por decir. ¿Cree que los cuerpos de los combatientes, que posiblemente se hallen, tienen cosas por contarnos?


Creo que los cuerpos, sus restos nos hablan de las dimensiones más grotescas de la guerra para aquellos que no cargaban los fusiles, pero también para los que sí. Nos pueden mostrar lo que significaron las violencias inmediatas. La ausencia de esos cuerpos ya nos ha dicho mucho, hace falta encontrarlos para que nos hablen de otra manera. 

¿Cree que los tiempos para el desarrollo de la comisión son muy cortos?

Sí y no. Tres años son escasos para resolver los dilemas técnicos y epistemológicos que los comisionados tienen que enfrentar. Se deberá determinar qué bases de datos y tecnologías usar, qué tipo de fuentes consultar, cómo archivar y clasificar la información. Además, se deberá decidir cómo convertir el material recolectado en una narración compleja y diversa. No obstante, tampoco es deseable que los tiempos se prolonguen más de lo estipulado porque la comisión perdería contundencia.

Sudáfrica sigue teniendo altos índices de desigualdad, y son los negros los que padecen la marginación. Da la impresión de que el alcance de las comisiones es limitado. 

Las sociedades emergen de la guerra, pero, de alguna manera, siguen siendo las mismas. La promesa transicional no se cumple del todo, y en eso hay que ser realistas. Una comisión de la verdad es parte de una serie de mecanismos, no conduce (tampoco es su labor) a cambios profundos ni tiene la capacidad para reconfigurar las estructuras que originaron la violencia. En ocasiones, incluso, legitiman las antiguas relaciones de poder. La comisión sí crea expectativas, pero hay que poner los pies sobre la tierra: de un proceso de transición, donde la comisión funge un papel ritual, no emergerá una nueva sociedad.
¿En qué va la comisión?
El lunes pasado, el Comité de Escogencia encargado de conformar las vacantes de la Jurisdicción Especial para la Paz publicó el listado de los aspirantes a la Comisión de la Verdad, instancia prevista en el acuerdo de paz con las Farc. En total hay 199 candidatos, incluido Alejandro Castillejo, quien fue postulado por el rector de la Universidad de los Andes. Quienes quieran conocer y hacer observaciones a los perfiles de los aspirantes podrán hacerlo hasta el 22 de septiembre a través de www.comitedeescogencia.com. Los postulados que pasen la etapa de verificación ciudadana serán llamados a entrevista por el comité entre el 2 y el 5 de octubre.

MARÍA LUNA MENDOZA
Redacción Domingo
en http://www.eltiempo.com/politica/proceso-de-paz/algunos-sectores-podrian-frenar-la-comision-de-esclarecimiento-131498

martes, agosto 01, 2017

La sociedad líquida Por: Umberto Eco

 
La sociedad líquida

Como es bien sabido, la idea de modernidad o sociedad “líquida” se debe a Zygmunt Bauman. Al que desee entender las distintas implicaciones de este concepto le será útil leer ‘Estado de crisis’, obra en la que Bauman y Carlo Bordoni debaten sobre este y otros problemas.
La sociedad líquida empieza a perfilarse con la corriente llamada posmodernismo (término ‘comodín’, que puede aplicarse a multitud de fenómenos distintos, desde la arquitectura hasta la filosofía y la literatura, y no siempre con acierto). El posmodernismo marcó la crisis de las “grandes narraciones” que creían poder aplicar al mundo un modelo de orden; tenía como objetivo una reinterpretación lúdica o irónica del pasado, y en cierto modo se entrecruzó con las pulsiones nihilistas. No obstante, para Bordoni también el posmodernismo está en fase decreciente. Tenía un carácter temporal, hemos pasado a través de él sin darnos cuenta siquiera, y algún día será estudiado como el prerromanticismo. Se utilizaba para señalar un fenómeno en estado de desarrollo y ha representado una especie de trayecto de la modernidad a un presente todavía sin nombre.

Para Bauman, entre las características de este presente en estado naciente se puede incluir la crisis del Estado (¿qué libertad de decisión conservan los Estados nacionales frente al poder de las entidades supranacionales?). Desaparece una entidad que garantizaba a los individuos la posibilidad de resolver de una forma homogénea los distintos problemas de nuestro tiempo, y con su crisis se ha perfilado la crisis de las ideologías, y por tanto de los partidos, y en general de toda apelación a una comunidad de valores que permitía al individuo sentirse parte de algo que interpretaba sus necesidades.

Con la crisis del concepto de comunidad surge un individualismo desenfrenado en el que nadie es ya compañero de camino de nadie, sino antagonista del que hay que guardarse. Este “subjetivismo” ha minado las bases de la modernidad, la ha vuelto frágil, y eso da lugar a una situación en la que, al no haber puntos de referencia, todo se disuelve en una especie de liquidez. Se pierde la certeza del derecho (la magistratura se percibe como enemiga), y las únicas soluciones para el individuo sin puntos de referencia son aparecer sea como sea, aparecer como valor, y el consumismo. Pero se trata de un consumismo que no tiende a la posesión de objetos de deseo con los que contentarse, sino que inmediatamente los vuelve obsoletos, y el individuo pasa de un consumo a otro en una especie de bulimia sin objetivo (el nuevo teléfono móvil nos ofrece poquísimas prestaciones nuevas respecto al viejo, pero el viejo tiene que ir al desguace para participar en esta orgía del deseo).

Crisis de las ideologías y de los partidos: alguien ha dicho que estos últimos son ahora taxis a los que se suben un cabecilla o un capo mafioso que controlan votos, seleccionados con descaro según las oportunidades que ofrecen, y esto hace que la actitud hacia los tránsfugas sea incluso de comprensión y no ya de escándalo. No solo los individuos, sino la sociedad misma, viven en un proceso continuo de precarización.

¿Hay algo que pueda sustituir esta licuación? Todavía no lo sabemos, y este interregno durará bastante tiempo. Bauman observa que (desaparecida la fe en una salvación que provenga de las alturas, del Estado o de la revolución) es típico del interregno el movimiento de indignación. Estos movimientos saben lo que no quieren, pero no saben lo que quieren. Y quisiera recordar que uno de los problemas que se les plantean a los responsables del orden público a propósito de los “bloques negros” (táctica de manifestación donde los participantes llevan ropa negra para evitar ser identificados y parecer una sola masa*) es que no es posible etiquetarlos, como se hizo con los anarquistas, con los fascistas o con las Brigadas Rojas. Actúan, pero nadie sabe cuándo ni en qué dirección, ni siquiera ellos.

¿Hay algún modo de sobrevivir a la liquidez? Lo hay, y consiste justamente en ser conscientes de que vivimos en una sociedad líquida que, para ser entendida y tal vez superada, exige nuevos instrumentos. El problema es que la política y en gran parte la ‘intelligentsia’ todavía no han comprendido el alcance del fenómeno. Bauman continúa siendo por ahora una ‘vox clamantis in deserto’ (el sociólogo polaco falleció el 9 de enero*). 2015

* Notas de EL TIEMPO

martes, julio 11, 2017

new york times + hector abad faciolince

La Columna de Mr Abad criticando a AUV


OP-ED CONTRIBUTOR

An Ex-President Who Won’t Keep Away



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Medellín, Colombia
Henrik Drescher

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SOMEONE once said that former presidents are like old furniture. One thinks of a chest, revered for its noble appearance but no longer in use, eaten by termites, falling apart. Ever since modern medicine made longevity the rule and not the exception, countries have been accumulating these antiques. Four ex-presidents are living in the United States: the 39th, the 41st, the 42nd and the 43rd; it’s very likely that the 44th will occupy some dusty corner until nearly the middle of the 21st century.
However, Colombia’s former president, Álvaro Uribe, is refusing to play this part.
For many years, Colombia’s presidency followed the Mexican model: a monarchical ruler for a single term of office, with re-election prohibited by law, as a vaccine against strongmen who fell in love with power. This was a wise rule, given that Latin American leaders often prefer the Vatican’s electoral system: a president who stays in office until he dies or, in rare cases, is too ill to serve. Fidel Castro is one such case, and after manipulating constitutional reforms to allow them to stand for re-election, Daniel Ortega in Nicaragua and Hugo Chávez in Venezuela (who is battling cancer) aspire to follow in his footsteps.
Colombia has moved in this direction. Thanks to his successful fight against the guerrillas of the Revolutionary Armed Forces of Colombia, or FARC, and his having restored the country’s faith in the future, Mr. Uribe was a very popular president. He was also very fond of power. For that reason he fostered a constitutional amendment that, in 2006, allowed him to stand for re-election and stay in office for eight years instead of four. In 2010 he pushed for a referendum that would let him run for a third term, but — in an act of dignity rare in our region — the proposal was declared unconstitutional by the country’s highest court. Reluctantly, Mr. Uribe gave up power. The last thing he did was handpick his successor, Juan Manuel Santos, the former defense minister, who easily won the vote.
At that stage, Mr. Uribe should have retired to his cattle ranch, gone off to ride his horses and create a foundation for the defense of his political legacy. Instead, he decided to live, supposedly for reasons of security, in a police barracks in the capital, Bogotá. There, he can get together with officers, among whom he has always been popular for his harsh stance against the guerrillas, and dash off criticisms of his successor.
Among Mr. Uribe’s main causes of complaint are the so-called “political prisoners” — Uribe supporters who have been imprisoned on corruption charges, or for participating in illegal recordings of Supreme Court judges, or for links with paramilitary groups, or for extrajudicial murders. Admirably, considering his connection with the former president, Mr. Santos has pursued these cases, and Mr. Uribe will not forgive him for it.
Mr. Uribe has never written much; he’s not a person who enjoys developing an argument across the pages of an essay. However, he is addicted to Twitter (@AlvaroUribeVel has 1.3 million followers) and loves short phrases: slogans, more than thoughts. He spends his time, day and night, firing at (he himself uses this verb: “disparar”) President Santos and his alleged acts of “treason.” Mr. Santos has sold his soul to terrorists and Hugo Chávez, the tweets say, and is driving the country into chaos. Colombia’s hard-won peace, according to Mr. Uribe, will crumble under a resurgence of drug-financed guerrilla violence.
His fury has led some retired military officers to go so far as to talk of the need to stage a coup d’état against the president. A coup isn’t very likely, but another constitutional reform, allowing the messianic Mr. Uribe to run again in 2014, is possible; his supporters are already pushing for it. Failing this, what we can expect is the creation of a new party on the right, with a figurehead as a presidential candidate, and Mr. Uribe as the true leader. This means that in two years we won’t be moving forward, but back: the election will be a plebiscite, yet again, in favor of Mr. Uribe or against him.
The ancient Greeks had a venerable institution to defend democracy against tyranny: ostracism. According to Plutarch, ostracism — which consisted of expulsion from the city-state for 10 years — was not punishment but a protective measure, a way of making the eminent humble again. It’s a better answer to the problem of succession than some others.
There are many of us in Colombia who would like to see our vigorous ex-president giving self-improvement lectures abroad or consulting for some foreign corporation. Unfortunately, he’d rather be a nuisance in Colombia, tweeting and sowing trouble and rejoicing every time the FARC tries to assassinate a political figure or plants a bomb. Every military defeat for Mr. Santos is a triumph for Mr. Uribe: for him, the country has been heading for the abyss ever since it’s been out of his hands. But never in recent decades have the economic figures (inflation, unemployment, growth) been so good. And if the security situation continues to be difficult, the homicide rates are no higher than they were under Mr. Uribe. In fact, they’re still going down.
This is why many Colombians dream of something resembling ostracism and wish that piece of old furniture called Álvaro Uribe would stop getting in everybody’s way in the middle of the living room.

Héctor Abad is the author of the memoir “Oblivion.” This essay was translated by Anne McLean from the Spanish.

Originalmente el blogger la publicó en http://ciberplural.blogspot.com.co/2012/06/new-york-timeshector-abad-faciolince-la.html el

2007/12/01

#Fajardo #Elecciones2018 #PostConflicto #Corrupción

‘Hacer trizas el acuerdo con las Farc es ponerle una bomba a Colombia’

Fajardo va por la presidencia, no descarta coalición. Dice que no habrá puestos para congresistas.


09 de julio 2017 , 12:00 a.m.
El pasado viernes, Sergio Fajardo entró en firme en la carrera por la presidencia en el 2018.

En compañía de un grupo de seguidores, Fajardo madrugó a la Registraduría a inscribir el comité que recogerá las firmas para respaldar su aspiración a la presidencia. Luego de esa ceremonia visitó EL TIEMPO y relató su estrategia para llegar a la Casa de Nariño.
¿Cuál es su propuesta para convencer a los colombianos que lo elijan presidente?

El sentido básico de la propuesta es pasar la página de violencia y corrupción que ha marcado el país por décadas, a una nueva que tiene que ver con las capacidades y la apuesta por la riqueza en las regiones, de personas y de comunidades. Y esa nueva riqueza se hace desde la educación, la ciencia, la tecnología, la innovación, el emprendimiento y la cultura.

Vamos a cambiar de protagonistas en Colombia. Los protagonistas de este país, la últimas décadas, han sido guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes, ilegales y corruptos. Vamos a escribir una nueva página, en la que los protagonistas serán maestros, innovadores, científicos, emprendedores y artistas, como riqueza de Colombia.

¿Dónde va a meter a esos ilegales, que usted dice han sido los protagonistas? 

Estarán en la cárcel o en la política. En casos como las Farc estarán en la política. Eso es lo que queremos. Las confrontaciones de una sociedad deben darse en la política. Ese es el sentido de todo nuestro trabajo.

¿No es ingenuo asegurar que si es presidente va a cambiar de hoy para mañana todo, sobre todo fenómenos sociales tan enraizados?


Sí, tenemos raíces muy profundas asociadas con la destrucción. Por eso dentro de los programas nuestros está la reconciliación explicada en tres puntos: respeto a los acuerdos, cultura ciudadana (convivencia y legalidad) y seguridad ciudadana.
El país está polarizado alrededor del ‘sí’ y del ‘no’, y de Uribe-Santos. Ahora es Uribe-Santos-Pastrana, los de siempre
¿Y cómo va a sacar a Colombia de esa burbuja de ilegalidad en que ha estado enraizada por décadas?

El país está polarizado alrededor del ‘sí’ y del ‘no’, y de Uribe-Santos. Ahora es Uribe-Santos-Pastrana, los de siempre. Esta es una confrontación muy agresiva en los términos, frente a la que mucha gente está agotándose. Colombia se está agotando de esos protagonistas. Hay una indignación profunda alrededor de la corrupción. Y hay otra insatisfacción muy grande: contra quienes siempre nos han manejado. Contra los mismos. La gente espera otra cosa y es lo que nosotros representamos.

¿Entonces Fajardo es la opción para ir más allá de Santos y Uribe?

No me queda la menor duda.

¿Por qué llega tan fácil a esa conclusión?

Porque hablo con la gente y noto su desesperanza. He recorrido el país y lo he podido ver. Hay desconfianza y malestar..

¿Va a ser diferente?
Nosotros somos diferentes.

¿En qué?

En la manera como hacemos la política, para empezar, por ejemplo: no pagamos ni un peso por un voto.

¿Y los demás sí?
Yo no sé cuántos. Nosotros no lo hacemos. Y puedo hablar con hechos: cuando fui alcalde de Medellín no hice ninguna coalición con el Concejo. No di ni un puesto ni un contrato a ningún concejal. Lo mismo cuando fui Gobernador.

¿Y si es presidente cree que puede hacer lo mismo con el Congreso?
Así va a ser.

¿Ni un puesto ni un contrato para un congresista?
Sí. Ni un puesto ni un contrato para un congresista. Así será. Eso sí, vamos a invitar a los congresistas a hablar de los planes de desarrollo de sus regiones y daremos soluciones.

¿Usted va es a apostar por lo que algunos llaman la antipolítica?

Vamos a hacer política diferente. Un voto comprado es un robo asegurado. Los que pagan para llegar llegan a robar. ¿Y cómo roban? Con puestos y contratos. Nosotros representamos una forma de hacer política que rompe con ese esquema. No hay una sola persona que pueda decir que le hemos dado un puesto a cambio de un favor político. Ni una.

¿Si usted es presidente cumplirá a rajatabla lo acordado en La Habana?

Lo pactado en Cuba está en un acuerdo que el Congreso está implementando jurídicamente. El nuevo presidente no va a llegar a cambiar lo que se acaba de aprobar.

¿No cambiaría el acuerdo?

Lo que se está aprobando se tiene que cumplir.

¿Entonces no se puede hacer ‘trizas’ el acuerdo?


Sería fatal. La expresión hacer “trizas” el acuerdo es ponerle una bomba a Colombia, en el sentido de generar todo el malestar. ¡Eso es un llamado a la guerra!

¿Tan duro?

¡Por supuesto! Eso es hacer una convocatoria a la destrucción.

Algunos sectores no aceptan la incorporación de los exguerrilleros a la sociedad. 
¿Qué va a hacer, si es presidente, para reducir esta resistencia?


Si yo fuera presidente hoy todos esos exguerrilleros estarían estudiando, tendrían una atención psicológica y un proyecto educativo, de acuerdo con su condición. Lo que estoy diciendo es que eso no puede esperar, eso tiene que empezar ya.

A mí me tocó en Medellín el proceso de reinserción de 4.500 desmovilizados de las autodefensas. Ojo: 4.500, solo en Medellín. Hoy estamos hablando de 6.500 regados en 26 zonas de todo el país. Es una lástima que el Gobierno no haya tenido la capacidad para poner en funcionamiento todo ese proceso y para explicar. Esta es una de las deficiencias del proceso.

¿Qué haría para que el país entendiera la necesidad de acoger a los exguerrilleros?


El primer paso para manejarlo es entenderlo. Uno de los errores que se han cometido en todo este proceso es la agresión de lado y lado. Usted no gana nada insultando. Nadie que esté con miedo o rabia cambia porque usted lo insulte.

¿Ha faltado pedagogía?

Claro. Lo primero es reconocer que alguien pueda tener un sentimiento diferente al nuestro. Si aceptamos eso, podemos trabajar para cambiar las cosas juntos. Podría haber dos caminos: insultarlos porque votaron por el ‘no’ o entender ese sentimiento y empezar a mostrar las bondades de construir la paz. Ese es el liderazgo que no se tuvo, que no tuvo el presidente Santos, a quien le correspondía conducir todo esto. Se requiere explicar y para ello hay que entender la posición del otro.

¿La principal propuesta suya será entonces erradicar la corrupción?

Ese tema se enfrenta desde la campaña. Habitualmente me preguntan ¿cómo se lucha contra la corrupción? Eso no es solo con leyes. Pensar eso es caer en una trampa. La lucha contra la corrupción empieza por la campaña electoral. Mire quién está con quién. Mire dónde está la plata. Desde la campaña se define cómo van a ocurrir las cosas después en el Gobierno.

¿Su campaña será con los ciudadanos y no con los partidos políticos?

Nada más devaluado en Colombia que los partidos políticos. Lo nuestro es compromiso ciudadano.

¿Esta inscripción no descarta la alianza con los ‘verdes’ y el Polo?

Con Antonio Navarro, Claudia López y Jorge Robledo hemos conversado sobre la posibilidad de encontrarnos en este camino. Tenemos un punto en común que nos que es la lucha contra la corrupción y el clientelismo.
La movida de 3 presidenciables
Además de Fajardo, la exministra Clara López y el exprocurador Alejandro Ordóñez son otros dos aspirantes a la presidencia que inscribieron sus comités para recoger firmas.

Con estos apoyos ciudadanos (cada uno debe recoger mínimo 474.547 firmas), los tres aspirarían a avalar sus respectivas candidaturas a la jefatura del Estado.

Pese a que los tres comenzaron el camino de las firmas, ninguno de ellos descarta encabezar o integrar algunas de las coaliciones en las que sus nombres están sonando.

Ordóñez, la de centroderecha; López, la que busca defender el acuerdo con las Farc, y Fajardo, la anticorrupción.

A juicio de observadores, el camino de las firmas les permitiría a estos tres aspirantes presidenciales llegar fortalecidos a sus coaliciones. No es igual aterrizar con más de 474.000 firmas que llegar con las manos vacías.

Igualmente, en caso de desacuerdos, el aval ciudadano sería suficiente para registrar sus nombres en el tarjetón presidencial.

El hecho tal vez más relevante es que la decisión de estos tres aspirantes los pone a picar en punta en sus respectivas alianzas, en algunas de las cuales no todos los que están sonado han confirmado su decisión de buscar la presidencia.

Por ahora no se sabe hasta dónde llegarán con el ejercicio de las firmas, pero sin duda fue una primera jugada que les da ventaja a estos tres aspirantes presidenciales.