domingo, febrero 18, 2018

#Colombia #PostConflicto inclusión política garantiza que no se repita la violencia



La inclusión política garantiza que no se repita la violencia

Esto fue lo que realmente cambió en la renegociación de los acuerdos de paz con las Farc. 
 
14 de enero 2018 , 08:15 a.m.
El mes pasado, los hombres y mujeres del nuevo partido político de las Farc inscribieron sus nombres como candidatos al Senado de la República y a la Cámara de Representantes. ¿Quién se hubiera imaginado hace unos años que un día íbamos a ver a las Farc cambiando sus fusiles por la oportunidad de participar en política? Si algo marca el fin de la guerra, es eso.
Sin embargo, sigue la controversia. Este es un buen momento para reflexionar sobre la participación en política de las Farc, y también sobre las conversaciones con el No luego del plebiscito, que encontraron su límite en este mismo punto, en la relación entre democracia y paz.
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Sobre la paz y la democracia habría muchas cosas que decir. La enorme dificultad, por ejemplo, de lograr una visión compartida entre los poderes públicos de una paz incluyente, como quedó en evidencia tanto en el Congreso de la República como en la Corte Constitucional. O el hecho igualmente cierto de que, en democracia, necesariamente habrá diferencias entre esos poderes: las Farc tienen que aceptar que esos son los límites y las reglas de juego.

Demos primero un paso atrás y comencemos por un hecho probado: las estadísticas demuestran que la vieja teoría de la ‘paz democrática’ (las democracias no se van a la guerra con otras democracias) es cierta. Y que lo mismo ocurre en el interior de los países, como debería ser si entendemos la democracia como un sistema de prevención y regulación pacífica de conflictos: cuanto más consolidada esté la democracia, menor será la probabilidad de que ocurra un conflicto armado (y viceversa). 

Las estadísticas también demuestran que la ‘paz democrática’ opera igualmente a la hora de salir de un conflicto armado interno. Mientras más incluyente sea un acuerdo de paz y mientras más participen en el proceso democrático quienes antes estaban en armas, más posibilidades tiene la paz de ser “estable y duradera”. 

Estas son las cifras, según un estudio de Charles Call de 25 conflictos internos que terminaron en los últimos 30 años. De ese universo, los países que adoptaron medidas de inclusión política de los excombatientes (15) lograron que la paz echara raíz, con excepción de dos. Por el contrario, todos los que no las adoptaron (los diez restantes) y optaron por la exclusión cayeron en un nuevo ciclo de violencia. 

Concluye Call: “Medidas de inclusión para los antiguos enemigos son el camino más seguro a la no repetición; medidas de exclusión son el camino a un nuevo conflicto armado”. 

La moraleja es sencilla: la principal garantía de no repetición se llama inclusión política.
Las bases de la controversia
Si eso es así, ¿por qué tanta controversia, cuando aquí ya habíamos aprendido esa lección? Parte de la explicación está en que las Farc dejaron muchas más víctimas, sembraron un resentimiento mucho más hondo y han sido hasta ahora incapaces –con dos o tres excepciones notables, como Bojayá y Cali– de bajar la cabeza y pedirles perdón a sus víctimas y a la sociedad en su conjunto por el enorme daño que causaron. Por el contrario, siguen cometiendo el gravísimo error de dejar sueltas a sus voces más ásperas, dedicadas como están a la burla y la provocación.

Pero esa no es toda la explicación. Es bien sabido que en las democracias con conflictos internos (las que los estudios llaman democracias ‘conflictuadas’), el uso de los términos ‘conflicto’ y ‘paz’, lejos de ser objeto de un consenso, es parte del juego político, por no decir objeto de una evidente instrumentalización. 

Colombia, claramente, no es la excepción, sino más bien el ejemplo más acabado. En contra de toda evidencia, de al menos dos décadas de combates y operaciones militares de gran escala –conducidas todas bajo el derecho de la guerra–, de la pérdida año tras año de la vida de cientos de nuestros soldados y policías, de grandes bombardeos en nuestro propio territorio y, sobre todo, de la victimización masiva de la población, el expresidente Álvaro Uribe y su partido insisten en que en Colombia no ha habido un conflicto armado (“en los escritorios de Bogotá podrán decir lo que quieran, pero nosotros estamos en guerra”, decía un comandante del Ejército que pasó su vida militar en las selvas de La Macarena). 

Y si no se reconoce el problema (el conflicto armado), mucho menos la solución (una negociación de paz que permita que quienes estaban en armas transiten a la política). A menos que se tuerza el significado de ‘paz’ para entender simplemente un sometimiento a la justicia en condiciones favorables, que fue lo que ocurrió con los paramilitares. Eso no lo ha aceptado ninguna guerrilla en ninguna parte: si deja las armas, es para participar en política. Por eso, negar la participación es negar la posibilidad de una negociación.
El plebiscito nos partió en dos
Pasemos a la renegociación después del plebiscito. En La Habana logramos mucho más de lo esperado –renegociamos con las Farc casi todos los puntos que interesaban al No–; sin embargo, los representantes del No rechazaron el nuevo acuerdo. 

En la última reunión nos quedó claro que habían cedido a la tentación de convertir el resultado del plebiscito en capital político –prácticamente todos eran o resultaron ser precandidatos presidenciales– y que no iba a haber consenso. Pero también, que la posición del expresidente Uribe de negar la participación cerraba todas las puertas. 

Preguntémonos primero: ¿qué esperaban los opositores del Acuerdo de un triunfo del No? El punto es que nunca entendieron el plebiscito como un instrumento con un resultado binario, un todo o nada como el ‘brexit’ (“nos salimos o nos quedamos”).
Reconocer el resultado, introducir modificaciones al Acuerdo y mantener el cese del fuego. Las Farc, con gran lucidez, aceptaron.
El expresidente Uribe, por ejemplo, dijo en los meses anteriores a la votación: “Si gana el No, pedimos que no se rompa la mesa, que no se rompa el diálogo, que se reoriente el diálogo”. Tres días después del triunfo del No dijo nuevamente: “Presidente, usted como jefe de Estado acepta introducir modificaciones, las lidera, nos puede escuchar a nosotros, nos dice qué nos puede aceptar y entonces lidera eso”. Y eso fue lo que hizo el presidente Santos. 

Primero, aceptar como corresponde la derrota del Sí la misma noche del plebiscito. Segundo, enviarnos inmediatamente a Humberto de la Calle y a mí a La Habana a convencer a las Farc de que había que hacer tres cosas: reconocer el resultado, introducir modificaciones al Acuerdo y mantener el cese del fuego. Las Farc, con gran lucidez, aceptaron.

Y tercero, iniciar un diálogo con todos los sectores. El hecho es que más de la mitad de los colombianos votó por el No, así la diferencia fuera mínima (el 0,3 por ciento) y la participación, baja (el 18 % del electorado decidió el resultado). El Gobierno tenía la obligación de oír las preocupaciones de los representantes del No y hacer modificaciones al Acuerdo, buscando “el mayor consenso posible”. Esa era la respuesta democrática al resultado del plebiscito.

El Presidente se reunió personalmente con los dos expresidentes promotores del No, con los pastores evangélicos, con la Iglesia, con el exprocurador, con las víctimas, con gobernadores, con alcaldes, con los pueblos étnicos, con el sector privado, con líderes estudiantiles. 

En paralelo, miembros del Gobierno recogimos durante varias semanas las propuestas del No, en un proceso que desembocó en una mesa formal en el Ministerio del Interior. En una semana construimos con los representantes del No una matriz con 60 puntos. 

Las reuniones fueron intensas. Sin negar las diferencias, estuvieron marcadas con sorprendente frecuencia por expresiones del No como “hay coincidencias”, “han sido acogidos los argumentos del No”. Ambos sabíamos que el No debía verse reflejado  en el Acuerdo, pero que, como dijo el mismo expresidente Uribe, "es imposible tener un acuerdo que satisfaga a todo el mundo". 
Lo que cambió en la renegociación
Al regreso a La Habana, todo era tensión. Nadie podía creer que estuviéramos sentados otra vez. Finalmente, después de dos semanas de reunirnos día y noche logramos acuerdos en 58 de los 60 puntos de la matriz (que es pública: http://www.altocomisionadoparalapaz.gov.co/Prensa/Paginas/2016/noviembre/Juzgue-usted-estos-fueron-los-cambios-ajustes-y-precisiones-del-NO-incorporados-en-el-Nuevo-Acuerdo-de-paz.aspx ).  [TAMBIEN AQUI, NOTA DEL BLOGGER: http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/noticias/noticias-cmh/los-cambios-en-el-acuerdo-de-paz ] [la versión final del acuerdo se puede descargar aca: https://drive.google.com/open?id=1v9YRUCmhQZaPUYqNYs-B-9NAOsFVENke ] [aportes del Bloguer] 

¿Qué cambió? Unas modificaciones las podemos llamar ‘aclaraciones’. La desconfianza obligaba a reiterar que lo acordado estaba sujeto a la Constitución y a la ley. 

En la Reforma Rural Integral, por ejemplo, acordamos que las fuentes del fondo de tierras “se aplicarán de conformidad con la Constitución y siguiendo los criterios establecidos en las leyes vigentes”; que nada de lo acordado en la Reforma Rural Integral “debe afectar el derecho constitucional a la propiedad privada”; que los procesos de constitución de las zonas de reserva campesina “se harán por parte de la autoridad competente de conformidad con la normatividad vigente” y que el avalúo catastral “se hará por parte de la autoridad competente de conformidad con la ley”.

En materia de participación política se precisó, por ejemplo, que el nuevo partido de las Farc no podrá inscribir candidatos a las Circunscripciones Transitorias Especiales de Paz (lo que estaba implícito en el texto anterior) y que las garantías a la protesta se referían a la protesta pacífica. 

En el punto de drogas, que cuando no sea posible la sustitución “el Gobierno (…) no renuncia a los instrumentos que crea más efectivos, incluyendo la aspersión, para garantizar la erradicación de los cultivos ilícitos”.

Y en el punto de fin del conflicto, que las Farc tenían la obligación de incluir a las milicias en los listados que entregaran al Gobierno para su acreditación. 

Estos cambios respondían a lecturas equivocadas o malintencionadas del Acuerdo, que habían servido de caballitos de batalla durante el plebiscito: que el Gobierno había acordado nuevas formas de expropiación de tierras, que estaba en riesgo la propiedad privada, que se había negociado la aspersión en La Habana, que las milicias habían quedado por fuera, etc. 

Otros cambios, más difíciles, tocaron intereses directos de las Farc. Por ejemplo: se redujo significativamente la suma que recibiría anualmente su partido; se condicionaron los beneficios de la reincorporación al compromiso con el cumplimiento de los acuerdos (todos los miembros de las Farc, incluyendo al secretariado, firmaron individualmente un acta de compromiso de no retomar las armas y cumplir con el Acuerdo, antes de ser acreditados por la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, OACP); se eliminó su derecho a participar en la Comisión Nacional de Garantías de Seguridad, y las 31 emisoras que se les habían asignado pasaron a ser 20, ahora bajo el control de la RTVC, que deberá dividir su programación entre organizaciones de víctimas, comunidades y Ecomún (cooperativa de las Farc).

También se fortaleció la participación de las víctimas, priorizándolas en la Reforma Rural, y en las Circunscripciones Transitorias, apoyando sus organizaciones y garantizando su acceso al Tribunal de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Y se hicieron los ajustes necesarios para precisar el enfoque de género en todo el Acuerdo y garantizar la libertad de culto en la implementación.
Siete ‘premios de montaña’
El Gobierno no aceptó por supuesto cualquier modificación que proponía el No. Por ejemplo, el expresidente Andrés Pastrana insistió sin sonrojarse en que se eliminara la progresividad: “Estamos en desacuerdo con el principio de progresividad en el impuesto predial”. La progresividad está desde hace 25 años en la ley y es parte de todo concepto moderno del impuesto predial. No íbamos a regresar a los años 70 por vía del acuerdo de paz.

Pero la inmensa mayoría de las preocupaciones del No encontraron una respuesta adecuada en la renegociación, incluyendo la mayoría de los temas más difíciles, que llamamos ‘los premios de montaña’. Son fundamentalmente siete.

Primero, el ingreso del Acuerdo a la Constitución por vía del bloque de constitucionalidad. Los principales representantes del No dijeron: “En mi caso particular lo que más me preocupaba era su incorporación al bloque”; o “lo que me parece grave del Acuerdo es elevar el acuerdo a rango constitucional”. 

Es cierto que el Acuerdo contenía un procedimiento excesivamente complejo para su incorporación jurídica y que el texto se refería a su ingreso “en sentido estricto” al bloque de constitucionalidad. 

En respuesta acordamos la eliminación de la referencia al bloque. En su lugar serán parámetros de interpretación del Acuerdo “los contenidos (…) que correspondan a normas de Derecho Internacional Humanitario (DIH) o derechos fundamentales”. Es decir, las obligaciones que ya estaban en la Constitución, con lo que el Acuerdo claramente no se incorporaba a ella. El reciente fallo de la Corte Constitucional nos dio la razón: el Acuerdo “no entra al bloque de constitucionalidad, y en consecuencia no se incorpora al ordenamiento jurídico colombiano”. 

Segundo, la relación de la JEP con la Rama Judicial. El Acuerdo “ancló” la JEP en la rama en materia de conflictos de competencia, causales para la revisión de sentencias, colaboración con la Fiscalía y revisión de tutelas por parte de la Corte Constitucional. La Corte en su fallo aclaró que las reglas para las tutelas serán las ordinarias establecidas en la Constitución y la ley. Y en cuanto a los terceros civiles, la Corte determinó que su comparecencia ante la JEP en adelante es voluntaria.
se acordó que las Farc debían entregar un inventario de sus bienes y activos, cosa que ya ocurrió
Tercero, la conexidad del delito político con conductas relacionadas con la cadena del narcotráfico. El Acuerdo estableció que se seguirá la jurisprudencia de nuestras cortes; que la Sala de Amnistía determinará la conexidad caso por caso; que de las conductas ilícitas no se puede haber derivado un enriquecimiento personal, y que quienes comparezcan ante la JEP y hayan tenido relación con la cadena del narcotráfico tendrán la obligación de “aportar (…) los elementos necesarios de los que tengan conocimiento de una manera exhaustiva y detallada sobre las conductas cometidas y las circunstancias de su comisión, así como las informaciones necesarias y de las que tengan conocimiento para atribuir responsabilidades”. 

Cuarto, los bienes de las Farc. Como es bien sabido, se acordó que las Farc debían entregar un inventario de sus bienes y activos, cosa que ya ocurrió, y que con esos bienes y activos se debe proceder a la reparación material de las víctimas.

Quinto, la sostenibilidad fiscal del Acuerdo. Se amplió el tiempo de implementación de la Reforma Rural Integral de 10 a 15 años. Y ante la insistencia del No de que se garantizara la regla fiscal, acordamos que la implementación se hará “en cumplimiento de la normatividad vigente en materia presupuestal, garantizando la sostenibilidad de las finanzas públicas”, lo que evidentemente incluye la regla, como reconocieron en ese momento los representantes del No. “Es un parte de tranquilidad”, dijeron. 

Los dos últimos ‘premios’, sanciones e inhabilidades, eran imposibles de escalar en los términos propuestos por el No, por la sencilla razón de que su marco de referencia ya no era una negociación de paz, sino un sometimiento a la justicia. 

Comencemos por las sanciones. “No vamos a ser la primera guerrilla del planeta que firme un acuerdo de paz para irse a la cárcel”, decían las Farc en La Habana. La verdad es que eso no ha ocurrido en ninguna parte. Ni siquiera los paramilitares, que eran todo menos una fuerza insurgente, lo hicieron. El Gobierno de entonces les puso sobre la mesa la llamada ley de alternatividad penal, que no incluía ninguna privación. Y cuando ya no tenían marcha atrás, el Congreso les cambió las condiciones y les impuso cárcel de hasta ocho años. Ahí no hubo negociación ni acuerdo alguno (los paramilitares nunca firmaron que iban a la cárcel), sino un sometimiento forzado por las circunstancias. 

Sin embargo, el Acuerdo con las Farc logra más en materia de justicia que cualquier otro firmado con una guerrilla. Las Farc aceptan que hay unos delitos tan graves que no son amnistiables, aceptan responder por esos delitos ante un tribunal y aceptan pagar unas sanciones que tendrán la mayor función restaurativa y reparadora del daño causado, y un componente de restricción efectiva de la libertad. 

En la renegociación se precisó el régimen de las sanciones. Los magistrados de la JEP deberán fijar los espacios territoriales donde se ubicarán los sancionados, que tendrán un tamaño máximo equivalente al de las zonas veredales. Y un sistema de verificación en el terreno, que se le encargó a Naciones Unidas, deberá corroborar el cumplimiento del régimen impuesto por el juez.

Del cumplimiento de ese régimen y de la contribución efectiva a los diferentes componentes del sistema en materia de verdad, justicia, reparación y no repetición depende que el sancionado pueda “mantener cualquier tratamiento especial de justicia”, como dicen el Acuerdo y el acto legislativo. No solo en el caso de las Farc, sino de todos los que acudan a la JEP. 

En su reciente fallo, la Corte reafirmó que “el incumplimiento (…) a cualquiera de las condiciones del mencionado sistema o cualquiera de las sanciones impuestas por la Jurisdicción Especial de Paz tendrá como efecto (…) la pérdida de tratamientos especiales, beneficios, renuncias, derechos y garantías, según el caso”.
Las inhabilidades. De todos los puntos de la matriz, fue el único que las Farc rechazaron de tajo
Por último, las inhabilidades. De todos los puntos de la matriz, fue el único que las Farc rechazaron de tajo, fundamentalmente por dos razones. 

Primero, de nuevo, ninguna guerrilla entra a una negociación de paz para saltar a un precipicio y desaparecer, sino para transformarse en una fuerza política legal. Así ha ocurrido en todas las negociaciones con una guerrilla, en El Salvador, en Mozambique, en Guatemala, en Timor Oriental, en Nepal y, por supuesto, también en Colombia. 

Recuerdo que en las discusiones le dije al expresidente Uribe: “Muéstrenos, expresidente, un ejemplo de una guerrilla que haya firmado la paz y no haya ido a la política. No lo hay, porque esa es la justificación para dejar las armas y dar el paso a la legalidad”. 

Segundo, la transición ordenada a la paz requiere que los comandantes participen en política. En La Habana nos decían: “¿Cómo quieren que nosotros hagamos una transición a la vida civil si nos dejan por fuera del sistema y descabezan a la organización? ¿Qué va a pensar la guerrillerada si ve que sus líderes desaparecen del escenario?”. 

A esto hay que añadir un problema práctico: nadie sabe en cuánto tiempo la JEP va a dictar sus primeras sentencias. Si hace un trabajo medianamente serio, se tomará varios años. Insistir entonces en que los antiguos comandantes de las Farc primero tienen que recibir y pagar su condena antes de participar en política es lo mismo que decir que no pueden participar (la mayoría de los principales comandantes están por los 60 años), además de condenar el proceso de paz a una interinidad insostenible. Un riesgo enorme: por no ponerle atención a la situación de los mandos en la desmovilización paramilitar terminamos con las ‘bacrim’ (que fueron organizadas por esos mandos).
Hora de romper el círculo vicioso
En todo caso, la participación de quienes estaban en armas necesariamente tendrá que ir de la mano de una respuesta adecuada a las víctimas. 

La Corte aplicó a la participación el mismo régimen de condicionalidades que al tratamiento penal especial, y a la vez abrió el camino para garantizar el equilibrio entre la justicia y la sostenibilidad de la paz: “Se podrán adoptar las medidas que hagan compatible el cumplimiento de tales funciones (reparadoras, restaurativas y retributivas) de las sanciones, en particular de la restricción efectiva de la libertad, con las actividades económicas, sociales y políticas propias del proceso de reincorporación a la vida civil”. Es una solución razonable. 

Además, el proceso no busca simplemente la transición de las Farc de las armas a la política, sino motivar un cambio de costumbres. No ha habido en América Latina una democracia más violenta que la nuestra. 

Recordemos las cifras del Centro de Memoria Histórica: en los últimos 30 años fueron asesinados 175 alcaldes, 543 concejales, 28 diputados y 16 congresistas. Mucha de la responsabilidad de tanta barbarie es sin duda de las Farc, pero de ninguna manera toda. Ahí entran también los paramilitares y sobre todo los políticos que usaron a los unos y a los otros para hacerse con el poder local, como en Sucre y en Caquetá. 

El quiebre histórico que significa el fin del conflicto debe servir para poner en marcha un proceso de reconciliación política que saque la violencia de nuestras costumbres y que promueva el respeto y la tolerancia entre quienes se comprometen a jugar por las reglas del juego democrático. Para eso sirven los procesos de paz, para pasar la página de la violencia y establecer un nuevo consenso.

Comencemos entonces por reconocer que las Farc cumplieron con el desarme y que es el momento de apostarle a la inclusión. 

Los candidatos presidenciales deberían hacer un acuerdo solemne de respetar y proteger el proceso de reincorporación política de las Farc: no puede haber un solo acto de violencia en contra de sus candidatos ni de nadie más que participe en el proceso electoral. 

Pero la inclusión va más allá. El Acuerdo contiene los instrumentos –Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial, Circunscripciones Transitorias, etc.– para desatar lógicas de integración territorial que llenen de contenido la palabra ‘democracia’ en Magüí, en Nariño; en El Tarra, en Norte de Santander, y en tantas regiones de nuestra geografía que escasamente por televisión participan de la vida nacional.

Eso requiere, por supuesto, inversiones y dedicación. Pero también un acto colectivo de imaginación. 

Mientras nuestra identidad se construya sobre el rechazo del otro y la gasolina de la política sea “el ‘clivage’ (escisión) amigo-enemigo, carente de contenido a largo plazo” –como diagnostica brillantemente en una entrevista reciente Daniel Pécaut–, difícilmente vamos a poder construir una visión compartida que motive la solidaridad y oriente las transformaciones necesarias para la construcción de la paz.

SERGIO JARAMILLO*
Especial para EL TIEMPO 
* Excomisionado de Paz y embajador en Bruselas
en http://www.eltiempo.com/politica/proceso-de-paz/la-inclusion-politica-de-las-farc-garantiza-que-no-se-repita-la-violencia-en-colombia-170726

#PostConflicto #Colombia VISBILIZACIÓN DE Asesinatos de líderes sociales

Asesinatos de líderes sociales aumentaron un 45 por ciento

Las zonas del país que más muertes registraron en el 2017 fueron Cauca, Nariño y Antioquia.
Colombia cerró el 2017 con 170 muertes de líderes sociales y defensores de paz, según datos del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz).
En relación con el 2016, cuando se registraron 117 homicidios, las muertes se incrementaron en un 45,29 por ciento el año pasado: fue como si, en promedio, asesinaran a un líder cada 2,1 días.
Cauca (32), Nariño (28), Antioquia (23), Valle (14) y Chocó (12) fueron las zonas del país que más asesinatos registraron.

“El incremento en los homicidios obedece a dos conflictos: el territorial y el de los recursos. Este último hace referencia a temas de renta en la minería ilegal y en los cultivos ilícitos”, aseguró Camilo González Posso, director de Indepaz.

En Cauca, Nariño y Chocó son más evidentes los conflictos territoriales, mientras que los relacionados con minería ilegal se registran más en el Bajo Cauca, según González Posso. 

“La mayoría de los asesinatos se consumaron utilizando sicarios, con armas de fuego y en zonas donde, anteriormente, las Farc habían impuesto una regulación desde su poderío”, agregó el directivo. 

Leonardo González, coordinador de la Unidad Investigativa de Indepaz, afirmó que, en muchos territorios, la salida de las Farc influyó en el aumento de las muertes.

“A esos lugares que dejó la exguerrilla han llegado otros actores, como paramilitares y el Eln, a copar territorios, y lo han hecho desde la fuerza”, manifestó.

González dijo que los líderes están en alerta máxima, ya que al trabajo que hacen en defensa de los territorios deben sumarle una defensa de sus vidas.
Estamos teniendo una transición de un estado de guerra, de muchos años, a un momento de paz, y ahora es cuando más hay que tener cuidado para no volver a una nueva guerra
“Estamos teniendo una transición de un estado de guerra, de muchos años, a un momento de paz, y ahora es cuando más hay que tener cuidado para no volver a una nueva guerra. Hay que fortalecer la democracia”, puntualizó.

Tanto el director como el coordinador coincidieron en que lo necesario para lograr una normalización en los territorios es una alianza con las comunidades.


Creen que brindar seguridad individual a los líderes no funciona, porque “los han matado con chalecos y hasta con escoltas”, y que lo que realmente le hace falta al Gobierno Nacional es escuchar las luchas de los colectivos para tenderles una mano.

En cuanto a los cultivos ilícitos, Ancízar Barrios, miembro de la Comisión Política de la Coordinadora Nacional de Cultivadores de Hoja de Coca, Amapola y Marihuana (Coccam), manifestó que el riesgo en el que viven es evidente y que al Gobierno le ha faltado atender a los líderes.

El dirigente señaló que la estrategia de erradicación forzada de cultivos ha sido violenta, por el “afán de entregar resultados”
, y que la política de sustitución no muestra muchos avances. 

“Queremos una transformación real. Los líderes que estamos a favor del proceso de paz y que queremos sustitución de cultivos de forma concertada y participativa somos quienes nos hemos apoderado de esos trabajos, muy por encima del Gobierno”, aseveró Barrios.
¿Qué dicen las autoridades?
Antes de finalizar el 2017, el Gobierno emitió el decreto 2252, en el cual dice que los “primeros respondientes” de líderes y defensores serán las gobernaciones y las alcaldías.

Las administraciones deberán crear mecanismos para “evitar consumación de situaciones de riesgo que afecten” a los líderes y defensores
. Además, tendrán que promover el desarme voluntario y el rechazo del uso de armas.

Frente a esto, Édgar Insandará, secretario de Gobierno de Nariño, dijo que el Estado es el que debe garantizar la vida de las personas y que la Unidad Nacional de Protección (UNP) tiene muchas falencias “que deben fortalecerse en esta época de posconflicto, en la que hay muchos líderes amenazados”.

“Nosotros seguimos la ruta y hacemos las denuncias, pero no hemos encontrado una respuesta efectiva del Estado,
 y así es muy difícil decir que las personas están protegidas”, declaró Insandará, al tiempo que dejó claro que hay que establecer unos parámetros para identificar quiénes son realmente los líderes sociales.

“Hay que identificar quién es y quién no es un líder. Con eso se podrían agilizar las ayudas para todo aquel que lo necesite”, añadió.

En el caso del Cauca, para el 2018, la Gobernación del departamento, a través de la Secretaría de Gobierno y Participación, impulsará una estrategia de protección y garantía de derechos basada en dos componentes: la coordinación interinstitucional y el diálogo permanente con los líderes sociales.

Según Maribel Perafán, la secretaria de Gobierno, la idea es prevenir más muertes de líderes y esclarecer los crímenes.

La funcionaria agregó que todos los casos reportados por las organizaciones sociales entre el 2016 y el 2017 se encuentran priorizados para ser investigados, con seguimiento de las mismas organizaciones, la Defensoría del Pueblo y las autoridades departamentales.

“Es necesario mencionar que la protección de los líderes sociales y las comunidades debe estar acompañada de una serie de medidas con las que la institucionalidad debe comprometerse para darles seguridad. La situación es preocupante y se hace necesario trazar medidas de protección policial y política”, indicó la secretaria Perafán.

Mientras que Modesto Serna, asesor de Paz de la Gobernación de Chocó, manifestó que los líderes y defensores no tienen garantías, dado que a los sitios de donde salieron las Farc no ha llegado la Fuerza Pública sino el Eln y las bandas criminales. “No podemos autoengañarnos”.
Gobierno insiste en que no hay sistematicidad
Según el ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, las autoridades han establecido que al menos el 35 por ciento de los homicidios de líderes sociales se han perpetrado por asuntos personales.

En el mismo sentido, Villegas ha señalado que no existe sistematicidad detrás de los asesinatos, pero insiste en que esas muertes son “absolutamente inaceptables”, por lo que se han priorizado las investigaciones en esos casos.
Ocho zonas sin homicidios
Amazonas, Boyacá, Cundinamarca, Guainía, Quindío, San Andrés y Providencia, Vaupés y Vichada fueron las ocho zonas del país en las que no se registraron muertesde líderes durante el 2017. Para Jhon Jairo Salinas, coordinador en Quindío de la Red Nacional de Iniciativas Ciudadanas por la Paz y contra la Guerra (Redepaz), denunciar oportunamente es clave.
ONU alerta sobre la situación
El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, alertó al Consejo de Seguridad del organismo sobre la inseguridad en algunas zonas de Colombia afectadas por el conflicto y dejó en evidencia la preocupación por el incremento en el número de líderes sociales asesinados.

NACIÓN
En Twitter: @ColombiaET
en http://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/asesinatos-de-lideres-sociales-aumentaron-un-45-por-ciento-en-el-2017-168592




jueves, diciembre 28, 2017

#Clientelismo #Corrupción ... que lento cambias Colombia ... que lento empeoras en algunas cosas

Hace muchos años leí dos libros que me impactaron
uno fue la recién escrita constitución de 1991
y -afortunadamente- el libro EL CLIENTELISMO del Maestro Francisco Leal Buitrago, ya fallecido, a quien tuve la oportunidad de saludar alguna vez en los Andes.
Parte de su libro se puede descargar  (en google pdf) aquí https://drive.google.com/file/d/1_VjqnP7syqc3PasXIComVADHhsOtp4d9/view?usp=sharing

triste es entender que lasillavacia.com  encuentre formas identicas, pero MÁS CORRUPTAS de clientelismo, más de 20 años después

Por JINETH PRIETO · 26 DE DICIEMBRE DE 2017











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La maquinaria es para un político como las arterias al corazón. Si flaquea, el resto empieza a fallar.
Es más visible en temporada electoral y casi invisible los años en los que la campaña no está encendida. Pero eso no quiere decir que pare de trabajar. Siempre se mueve.
“Un político profesional o que aspire a serlo la cuida, la alimenta, la riega como una planta”, explicó un político que lleva 40 años activo.  
Hay de muchas clases. Está la maquinaria orgánica, está la maquinaria que se mueve solo con plata, la maquinaria de partido, y la maquinaria pública.
“Oigame bien, con excepción de unos pocos, pero muy pocos, los políticos necesitan de todas para ganar”, continuó.
La maquinaria orgánica es la de los amigos. Es orgánica porque la integran personas que realmente están dentro del llavero de un político y no piden plata para apoyarlos.
Esa es la misma que empuja a los independientes.
“Es gente que cree en el discurso, o en que uno es su paisano, o que es amigo de muchos años. Los políticos que posan de buenos dicen que son los únicos que tienen esa clase de apoyo, pues vea que no, también la tenemos a los que nos dicen malos”, agregó un senador.
El trabajo para mantenerla y hacerla crecer empieza exactamente después de la elección.
“Doctor, es que voy a bautizar a mi hijo y quería que usted y su esposa fueran los padrinos”.
“Doctora mi hija cumple 15 años. La invito a que nos acompañe en la celebración”.
“Doctor, aquí en el pueblo tenemos una fiesta, y queríamos que usted asistiera”.
“Doctor me van a sacar del Sisbén..”
“…Ayúdeme para que el servicio militar de mi hijo no sea en zona roja…”
El servicio del político debe ser 24/7. Tiene que estar presto a responder, a ayudar con lo que le pidan, o por lo menos en lo que más pueda. El que no teja esas relaciones pierde seguidores, y como sin amigos la campaña es más cara “entonces es mejor hacer buena cara”, agregó un representante. 
“Las obras también son importantes”, continuó. “A usted no le parece importante unas placas huellas en una vereda. Pero cuando uno está allá, y las inaugura hay agradecimiento, y seguro ahí uno puede encontrar unos voticos”. 
Arreglos de escuelas, tramos de vías, parques, canchas, canalizar quebradas, arreglar puentes. Hasta regalar ventiladores, televisores, planchas. Todas suman.
“La gente agradece. Yo tengo personas que aún me recuerdan cuando les regalé alguito y lo guardan”, explicó un político que manejará la campaña de otros dos en 2018.
Esa parte de la estructura también se teje repartiendo puestos. No hay nada que garantice más fidelidad que un empleo en un país en el que más de la mitad de la población vive en la informalidad.
Los que el político fideliza son los que nombra en cargos de carrera administrativa o en provisionalidad. Los que llegan por contrato de prestación de servicios hacen parte de la maquinaria pública.
Aquí entran cuotas en gobernaciones, alcaldías, en entidades nacionales y en fortines regionales. 
“Aquí lo importante es la necesidad. Ellos necesitan empleo y si usted sabe cómo moverse como político, les da puesto. Todo depende de lo que hayan hecho en las elecciones. Los que mueven muchos votos tienen los primeros y mejores puestos”, le explicó a La Silla un político que ha sido concejal, diputado, y alcalde.
Otro que tiene un recorrido similar nos describió esta maquinaria como el ‘multinivel’. 
La estructura es piramidal y en cada elección es donde tienen la oportunidad de escalar.
En la base están los líderes con menos votos pero que recibieron un contrato en una entidad pública por su esfuerzo, o los que reciben un contrato recomendados por algún líder fuerte. En cada nivel hacia arriba aumenta la categoría.
Entre esos eslabones intermedios están los cargos de coordinadores o enlaces, que son los que integran el primer círculo de confianza del político y hacen las veces de puentes con los niveles que están abajo de ellos.
Ascienden en cada elección porque dependen de su desempeño. Si se esfuerzan más poniendo votos o haciendo reuniones, en los cuatro años siguientes reciben un mejor contrato, o son considerados como candidatos. 
Incluso pueden llegar a la cabeza de la pirámide. 
Cuando eso sucede es porque le montan competencia a su jefe político, o porque le heredan.
“También hay atajos. Pero esos están reservados para emergencias como una condena o que el que uno tenía en mente ya no pueda por x o y razón”.
La estructura se mantiene con frecuencia a punta de generación de empleo financiada por la Alcaldía. 
El año pasado, un exalcalde preso por su participación en un homicidio y padrino de su sucesor, repartió 600 empleos de medio tiempo a todos sus líderes con un contrato de $16 mil millones.
En otra Gobernación, un representante a la Cámara que es pariente del gobernador tiene a una contratista que le dirige la entrega de beneficios a ediles y líderes.
Esos contratos de prestación de servicios  también se entregan en las corporaciones autónomas regionales y en entidades como el Sena, que son los fortines políticos por excelencia en los departamentos.
“Pero con esos hay que tener cuidado porque no dependen solo de uno. Si en Presidencia dan la orden de mover directores, uno se queda viendo un chispero”, nos dijo un senador.
En muchos casos los contratistas de prestación de servicios también sirven para mantener financieramente las estructuras. 
Hay políticos que cobran desde el 10 hasta el 50 por ciento del salario a sus cuotas. Eso se va para pagar la sede (muchos la mantienen abierta cuando no hay elecciones), para pagar actividades. 
Además, sus padrinos los ponen a vender boletas de rifas y a organizar bazares para sumar plata que utilizarán en la temporada electoral.
Pero hay “cariñitos de vuelta”, nos explicó un político.
“Usted se tiene que acordar de las fiestas de cumpleaños de todos. Un mensajito, una tarjetica, un vinito dependiendo de qué tan grande sea el apoyo. Usted no le va a dar lo mismo a un edil que a uno de sus financiadores, a esos un whisky de los mejores”, aseguró.
Los financiadores en la estructura son como el impulso del latido en el corazón. No se ven, solo se sienten y son los que en la mayoría de ocasiones marcan el ritmo al que se mueve un político. 
Hay dos tipos de financiadores. Políticos que financian a políticos y empresarios que financian a políticos.
Los primeros son generalmente los gamonales, con estructuras de años, con plata que han hecho a través de contratos. 
Los segundos son los difíciles de conseguir. Para un congresista el secreto es hacer más favores. 
“Que una cita con el Ministro, que apóyeme tal ley, que consiga que me atiendan en tal cosa. Ese agradecimiento se retribuye en votos”, nos explicó un congresista.
También hay una maquinaria que se mueve solo con plata, es la que se aceita para elecciones, y luego desaparece. 
Esa es la menos rentable. Es un mercado competido y en el que los políticos pierden la mayoría de la plata porque los líderes que no pertenecen a ninguna estructura salen a vender los mismos apoyos a diferentes políticos. 
Además, está la maquinaria del partido, pero esa solo funciona para cargos uninominales (Alcaldía, Gobernación, Presidencia). En el entretanto, cada quien está con su propio grupo.
“Aquí el secreto es hacer que todo esto funcione el día electoral. Si usted no hace que eso pase, está condenado a desaparecer o a tirarse la plata que no está escrita para salir elegido”.
Por NATALIA ARENAS · 30 DE DICIEMBRE DE 2017
X congreso Nacional de ediles en Pereira
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“Mire doctora, yo tengo 2.000 votos. Mi campaña vale 50 millones de pesos. Setenta, si no me puede conseguir los puestos para mi hija que se acabó de graduar de la universidad y para la esposa del presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio. Me los paga a cuotas, 30 por ciento para empezar -  se viene el Día de la madre y hay que conseguir para los mariachis y la rifa-, 30 por ciento en septiembre - el mes del amor y la amistad- y 40 para octubre cuando ya se calienta la campaña. Eso es lo que me está ofreciendo el Concejal X, ¿usted cuánto me va a dar?”
Cada vez que el calendario llama a elecciones, se reinaugura el mercado electoral. Y el primer eslabón de la cadena, los ediles que trabajan consiguiendo los votos, empiezan su trámite para definir con qué candidato les conviene irse para ganar las elecciones locales. Un ‘mercado’ que se rige como cualquiera, a punta de oferta y demanda. El candidato que logre sumar más ediles en sus filas, tendrá más posibilidades de ganar. Porque quien ha hecho campaña sabe que el poder de un político se mide por el tamaño de la corte que lo sigue.
Aunque, obvio, hay muy buenas excepciones y candidatos que no hacen nada de esto, el mercado de los ediles sí determina en buena parte cómo se ganan realmente las elecciones en ciudades como Bogotá. Sobre todo para aquellos políticos que no confían suficientemente en sus ideas.
La ‘doctora’ de esta historia es una concejal que en las elecciones de 2011 se eligió heredando los votos de su padrino que había resultado involucrado en el cartel de la contratación que se robó la capital.
Para las elecciones de 2015, aunque en teoría su estructura todavía contaba  con ediles en 11 de las 20 localidades, el tiempo hizo languidecer las lealtades que en política, sobre todo en la clientelista, son lo más importante. Por eso, redobló sus apuestas.
Ella es una de las cinco concejales y ediles con la que La Silla reconstruyó cómo funciona el mercado de los ediles en Bogotá.
Aunque sus relatos fueron tomados en vísperas de las elecciones regionales de 2015, la práctica se replica en las elecciones al Congreso, porque ellos suelen ser la base de una maquinaria más grande que casi siempre encabeza un senador.
Así, este mercado se mantiene vigente de elección en elección y empieza por definir el precio del edil a partir de tres variables: la oferta, la localidad a la que pertenece y su trabajo con la comunidad.
La primera está determinada por las novedades que trae la temporada.
En Bogotá hay 182 ediles que se reparten en las 20 localidades. Dependiendo del tamaño, cada localidad puede tener entre siete, nueve y once ediles. Se eligen por votación popular en las elecciones regionales y para lograr una curul necesitan, en promedio, entre mil y cinco mil votos.
Los que entran al mercado son de dos tipos.
Están, por un lado, los ediles nuevos. Suelen ser líderes barriales que quieren dar un salto a la Junta Administradora Local y aunque no ofrecen muchos votos (100 y 500 es lo estimado) no son tan costosos porque no tienen trayectoria política.
La transacción con ellos es la más simple de todas: candidato y edil comparten los gastos en publicidad y en logística de los eventos y las reuniones de la campaña. Un combo que no pasa de 20 millones de pesos y que incluye el tradicional TLC - Tamal, Lechona y Cerveza- y el pago del salón comunal.
Por otro lado, están los ediles con credencial que entraron al mercado porque se quedaron ‘huerfanos’, ya sea porque su anterior padrino no les cumplió y por eso decidieron buscar otros horizontes, o porque su padrino terminó destituido o preso, o porque simplemente no va a aspirar más. Y los que aún con padrino vigente quieren apuntarle a uno mejor.
Su ventaja en ambos casos es que ya se han hecho contar y por tanto su capacidad de endosar votos -que es en últimas lo que más importa- es medible. “Es la magnitud de lo que aportan”, dice la ‘doctora’.
Un edil que sacó 500 votos y le puso 400 a su candidato en las elecciones de 2011 tiene un ochenta por ciento de capacidad de endosar. Otros sólo logran endosar entre el 30 y el 40 por ciento. A mayor capacidad de endoso, mayor tarifa, y algunos llegan a cobrar entre  50 y 80 millones sólo por los votos que prometen.
La segunda variable es el tamaño y el tipo de localidad en la que fue elegido o se quiere hacer elegir el edil. No es lo mismo ser edil en Kennedy, que tiene el tamaño de Cartagena, que de La Candelaria.
Las otras localidades más cotizadas en Bogotá son Bosa, Ciudad Bolívar, Suba y Engativá. Es decir, las más grandes y las que tienen más población en estratos 0, 1, y 2.
El problema es que en esas localidades "la gente no vota" y por eso terminan siendo las más costosas, según explicó otro concejal consultado que hace parte del grupo de un senador costeño.   
Además, en esas localidades los ediles necesitaron entre 3 y 4 mil votos, mientras que en las pequeñas como Mártires o Santa Fé necesitan solo mil. Eso implica que aún si su porcentaje de endoso es menor, hay más votos de por medio.
La consecuencia en todo caso es que en esas localidades suelen jugar los duros del negocio, que además, suelen estar dispuestos a pagar tarifas mucho más altas.
Y finalmente está la variable de cómo el edil ‘atiende a sus electores’. Es decir, cómo reparte la mermelada para mantener aceitada su maquinaria de elección en elección.
Las juntas de acción comunal funcionan como concejos en cada localidad, hacen proyectos de acuerdo relacionados al plan de desarrollo de las alcaldías locales, avalan los presupuestos de cada localidad y eligen la terna para escoger al alcalde local de cada localidad.
Además, pueden citar al alcalde local para hacerle control político. Es como un Congreso pero en micro. Y con la diferencia -nada despreciable- de que los funcionarios de la alcaldía local no están obligados a asistir a esos debates.
En la práctica, además, son el primer eslabón entre el político nacional o distrital y los ciudadanos de a pie. Pero a diferencia de los líderes barriales o ‘puya ojos’, se han hecho contar y pueden ‘gestionar’ contratos y convenios con las alcaldías locales.
Usualmente en Bogotá, dependiendo del peso político de un edil y de su cercanía con el alcalde local, puede ‘recomendar’ a un contratista o una fundación de su cuerda para que realice obras tan variadas como la pavimentación de la vía del barrio o el campeonato de fútbol local. De paso, como ocurre en Kennedy, recibe el rédito político de la obra al dejar la huella de su movimiento político en la valla que anuncia la obra o el programa.
También son quienes terminan por definir cómo se llenan los cupos para ingresar a un programa social del distrito o a un paseo que paga la administración. Y los que están pendientes de organizar las fiestas importantes como la del día de la Madre o la Navidad en el barrio en las que los políticos de más alto rango van a darse un baño de popularidad.
Antes de que empiece la puja, como nos contaron los candidatos, ellos se sientan con sus colegas para definir cómo están repartidas las cargas y cuáles ediles están fuera del mercado. La falta de honestidad en este punto puede resultar muy costosa porque siempre hay avivatos que ofrecen sus servicios a más de uno y al final, no le cumplen a ninguno.
En este negocio gana el que ofrezca más y lo haga más rápido. “Es como una subasta”, dijo uno de los consultados. Además, un edil fuerte suele traer a otros que también le quieren apostar a un buen candidato.
El trato se concreta a unos cuatro meses de las elecciones y se terminan de cuadrar los detalles de la logística: cuántas reuniones, con qué frecuencia, dónde, cuánta y dónde se pega la publicidad. (En promedio, un paquete de 10 a 12 reuniones cuesta 15 millones de pesos). La tarifa del edil va aparte y depende de las variables que ya explicamos.
Lo último que se define es el mecanismo de pago. Aunque hay quienes cobran mensualmente, la mayoría difiere los pagos en cuotas durante el tiempo que dure la campaña. El último pago -que suele ser el más grande- se paga entre un mes y dos semanas antes del cierre de la campaña.
Luego están los pagos en especie, es decir, los puestos que garantiza el político a los que lo ayudaron en su campaña y que se pagan una vez el político resulte elegido. Los beneficiarios en este caso son los familiares del edil y los líderes que conforman su estructura, como los presidentes de las juntas de acción comunal y los líderes de los barrios.
La mayoría son OPS -órdenes de prestación de servicios- en entidades o secretarías de la administración distrital. Para conseguirlas, los concejales se apoyan en los amigos, que usualmente son cuotas de la misma estructura que lo ayudó a elegirse. Con esos mismos amigos se tramitan los ascensos de los que ya trabajan en esas entidades.
La última opción son los puestos en la Unidad de Apoyo Normativo del concejal que resulta electo. Son hasta 12 cargos con salarios mensuales, con todas las prestaciones que obliga la ley, en la escala de 1.5 a nueve millones de pesos. Son los que los políticos guardan con mayor recelo y con los que se suelen quedar los alfiles más claves de la campaña. Aunque eso no significa réditos para el político.
“Yo contraté a la hija de un líder que me ayudó en mi campaña y en los cuatro años nunca fue a la oficina en el Concejo. Una vez la llamé para pedirle que al menos trabajara moviendo las redes sociales desde su casa y me respondió que no, que su papá ya había cumplido con su parte”, contó la concejal.
El pago tampoco garantiza el trabajo porque en últimas, como nos dijo otro concejal, “lo que se compra es la lealtad”. “Hay que estar encima de ellos porque sales tumbado cuando juegan con otro o cuando reparten los votos”.
“Estar encima de ellos” significa gastar también parte de los recursos en una avanzada de monitoreo y supervisión que se encarga de ir frecuentemente a los barrios y reuniones para verificar que el edil esté cumpliendo con su parte. Las avanzadas incluso se quedan más allá de la reunión de su político para revisar que a la reunión de su competencia no vaya la misma gente. O que al edil no le de por terminar una reunión, bajar los afiches con la cara del candidato y colgar unos nuevos con la cara de otro.
Al final, de todas formas, es un acto de fe. “Todo se basa en la confianza. Ni ellos saben cuántos votos te van a poner”. El único control que sirve es el que se hace el día de las elecciones cuando la suerte ya está echada.

Nota: Estos capítulos hacen parte de un libro que sacará La Silla Vacía en unos meses sobre cómo se alcanza y se reproduce el poder.

en http://lasillavacia.com/como-se-mantiene-la-maquinaria-64055 

Mapamundi del año 1544-1613