lunes, febrero 03, 2020

1917 ... la revolución rusa... balances

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, tiene planeado faltar este mes a una cita con la historia. Desde principios de año, el mandatario ha dado a entender que piensa ignorar el centenario de la Revolución de Octubre. Por eso, el Kremlin no tiene planeada ceremonia alguna para conmemorarla, la televisión transmitirá sus programas habituales y su gobierno ha dicho que le va a dejar el tema a un grupo de expertos. Una decisión llamativa si se tiene presente que el propio Putin ha dicho en varias ocasiones que “la mayor tragedia del siglo XX fue la disolución de la Unión Soviética”, es decir, el Estado que surgió de ese proceso.
Algunas razones explican la incomodidad del líder ruso. Por un lado, los hechos de finales de 1917 significaron el cambio brutal de un gobierno autoritario, justamente lo que representa hoy Putin. Por el otro, esas fuerzas bolcheviques comandadas por Vladimir Ilich Lenin sacaron a los nacionalistas de la ecuación política y llegaron al poder con la idea de desmantelar el Estado en aras del internacionalismo comunista. Todo lo contrario de Putin.
Por supuesto, la historia no se limito esa herencia y hoy resulta claro que la revolución rusa fue uno de los eventos más complejos y con más ramificaciones de la historia reciente. Lo que en algún momento lució como un levantamiento popular contra el zar, pronto se convirtió en uno de los regímenes más represivos de la historia. También pocos años después dio lugar a la figura de Yósif Stalin, quien concentró en su persona tanto poder como los zares, reprimió a su pueblo con la mano más dura imaginable y al mismo tiempo puso a Rusia en el papel de superpotencia geopolítica.
De hecho, las circunstancias que condujeron a los levantamientos populares de 1917 que acabaron con el Imperio ruso determinaron no solo la historia de esta nación, sino también, como afirman historiadores de la talla de Eric Hobsbawm o Moshe Lewin, la del resto del siglo XX.
Alerta roja
Ese capítulo de la historia había comenzado a finales de febrero de ese año, cuando una marcha multitudinaria para conmemorar el Día Internacional de la Mujer atrajo a decenas de miles de artesanos, campesinos y obreros que lanzaron una huelga nacional que se extendió varios días. En buena medida, este levantamiento respondía a las duras condiciones económicas en las que vivían los 126 millones de personas y los 194 grupos étnicos que componían el Imperio ruso. Por ese entonces, campesinos que vivían apenas por encima del nivel de subsistencia componían las tres cuartas partes de la población. A su vez, unos pocos nobles tenían el poder concentrado en sus manos y trataban al resto de la población como subhumanos.
Sin embargo, esos problemas no eran nuevos ni exclusivos de Rusia. Como dijo a SEMANA Rex A. Wade, profesor de Historia de la Universidad George Mason y autor de 1917: La Revolución rusa, “ese año, el imperio dirigido por Nicolás II era ya un sistema político obsoleto, y él mismo era un incompetente como gobernante. A su vez, durante el cambio de siglo Rusia se estaba transformando a pasos acelerados y había pocas posibilidades de que las viejas estructuras siguieran resistiendo”. De hecho, ya desde mediados del siglo XIX el zar Alejandro II (el abuelo de Nicolás) había emprendido una serie de reformas sociales, económicas y políticas, incluyendo un Edicto de Emancipación de los siervos. Sin embargo, lo asesinaron cuando esas políticas apenas comenzaban y su heredero, Alejandro III, echó para atrás su agenda liberalizadora y devolvió a Rusia a un sistema feudal.
Su muerte prematura llevó al poder a un jovencísimo Nicolás, quien desde el principio mostró poco interés por el arte de gobernar y durante años ignoró los cambios que sufría su país. En particular, su decisión de participar en la Gran Guerra puso en evidencia todo su atraso militar y económico. Pese al fervor inicial, la aventura bélica solo trajo a los rusos derrotas devastadoras, caos económico y una grave crisis alimentaria. Cuando explotó la Revolución de Febrero, gran parte del odio de los manifestantes se concentró en la figura de Nicolás, por lo que a principios de marzo tuvo que renunciar a su cargo. De forma diciente, firmó esa dimisión a lápiz, como quien no quiere la cosa.
Pero lo cierto es que tras tres siglos en el poder, la dinastía de los Románov había llegado a su fin. Durante los siguientes siete meses el poder quedó en manos de un gobierno provisional, dirigido por Aleksandr Kerenski, que tenía el mandato de llevar a cabo las reformas que un grupo heterogéneo de republicanos, anarquistas, demócratas, revolucionarios y socialistas aprobó en febrero. Sin embargo, desde el principio este se metió en una camisa de once varas al tratar de defender los intereses de los trabajadores al tiempo que pretendía cumplir los compromisos adquiridos por el Estado ruso, en particular en el ámbito bélico. Esa política se tradujo en la desastrosa ofensiva de julio, en la que el Ejército ruso sufrió una serie de humillantes derrotas que minaron por completo la credibilidad de Kerenski.
Adicionalmente, al retrasar indefinidamente la prometida reforma agraria, el gobierno provisional le abrió un boquete a la izquierda radical, encarnada por los bolcheviques. “Según su punto de vista, solo si ellos controlaban el Estado, este podría finalmente convertirse en una herramienta para alcanzar los intereses de la clase trabajadora, los campesinos pobres y los soldados”, dijo en diálogo con SEMANA Michael Hickey, profesor de Historia de la Universidad de Bloomsburg y autor de Competing Voices from the Russian Revolution. Esa coyuntura, junto con las habilidades tácticas de Trotsky y la capacidad de convocatoria de Lenin, pusieron a ese grupo en el momento y en el lugar exactos para apoderarse del Palacio de Invierno.
En efecto, a finales de octubre varios acontecimientos encadenados condujeron en Petrogrado (hoy San Petersburgo) a que los bolcheviques tomaran el Palacio de Invierno. Liderados por León Trotsky, en la mañana del 25 de ese mes (que en el calendario gregoriano hoy vigente cae el 8 de noviembre), se apoderaron de la estación de telégrafo, la central eléctrica, los puentes estratégicos, la oficina de correos, las estaciones de tren y el banco estatal de esa ciudad. Hacia el mediodía, Kerenski tuvo que huir del Palacio de Invierno disfrazado de enfermera. Un día después y casi sin disparar un solo tiro, los bolcheviques tomaron las riendas del Imperio de los zares. Las manejarían durante 73 años, hasta 1991.
Un duro despertar
Todas las revoluciones exitosas tienen que navegar entre las promesas de libertad y cambio. Pero la de Rusia vivió desde el principio en la esquizofrenia. Por un lado, la caída del zar propició un ambiente de cambio social y económico que solo se puede comparar con la Revolución francesa o la independencia de Estados Unidos. “Sea cual sea el balance general que uno haga de la Revolución rusa, es claro que terminó por simbolizar la liberación”, dijo Hickey. En ningún campo fue eso más claro que en el de las artes, donde el pintor Kazimir Malévich, el poeta Vladímir Maiakovski o el cineasta Serguéi Eisenstein redefinieron sus disciplinas y sentaron las bases del arte contemporáneo.
Pero por el otro, las promesas democráticas pronto dieron paso a un régimen asediado por todos los frentes. De 1918 a 1922 la naciente Unión Soviética sufrió una guerra civil que les costó la vida de millones de personas, entre ellas la de Nicolás II y toda su familia, ejecutados algunos meses después de la toma del Palacio de Invierno para evitar que las fuerzas leales, conocidas como los rusos blancos, los devolvieran al poder. A su vez, las potencias extranjeras que querían pescar en río revuelto atacaron las fronteras de la recién creada Unión Soviética en Europa, el Cáucaso e incluso el Lejano Oriente. Y como si todo lo anterior fuera poco, el gobierno comunista asumió una economía de guerra. Todo lo cual favoreció, tras la muerte de Lenin, el ascenso de Stalin, quien hasta entonces había jugado un papel periférico, pero se movió como pez en el agua en el Estado policial en el que se convirtió su país.
Su llegada al poder redefinió el gobierno soviético de dos maneras. Por un lado, creó un aparato represivo que nada tenía que envidiarle al de los zares. Por el otro, puso a girar la política internacional en torno a su gobierno. Como dijo a esta revista Sean McMeekin, profesor de Historia de la Universidad Bard y autor de The Russian Revolution, A New History, “el fascismo y el nazismo surgieron como reacción al comunismo, y no solo en un sentido negativo. Mussolini tomó la estética de las camisas negras de las chaquetas ‘bomber’ de los agentes de la Cheka (la policía secreta soviética) y Hitler copió los campos de concentración soviéticos. Sin olvidar que la Segunda Guerra Mundial fue una consecuencia directa del pacto que el segundo y Stalin firmaron en 1939”.
Sin embargo, los soviéticos combatieron con los aliados y contribuyeron de tal manera a la derrota de los nazis y sus secuaces, que adquirieron el aura de paladines de la libertad. Y pese a todos los sufrimientos que había infligido a su pueblo, era innegable que Stalin había convertido a su país en una superpotencia.
Como era de esperarse, el acuerdo con Estados Unidos y sus aliados se desmoronó una vez cayeron derrotados los nazis y estalló la Guerra Fría. En una de esas grandes ironías de la historia, un régimen con una estructura vertical y militar se convirtió durante la posguerra en el símbolo de la libertad y de la lucha antiimperialista de los pueblos de África, Asia y América Latina.
Ese apoyo, que no fue simplemente moral, convirtió a la Unión Soviética en uno de los protagonistas de la política de muchas regiones del mundo. “Al financiar los partidos comunistas de decenas de países, Moscú introdujo un cáncer peligroso en el sistema internacional, pues esos partidos funcionaban como ‘quintacolumnas’ consagradas a debilitar sus propios países”, dijo McMeekin. En América Latina, esto se evidenció con la aparición de decenas de grupos marxistas-leninistas armados, que marcaron la política de sus países y que en Cuba y Nicaragua llegaron incluso al poder.
En buena medida, la caída de la Unión Soviética durante el gobierno de Mijaíl Gorbachov, aplastada por su propia incapacidad para adaptarse a los tiempos (ver siguiente artículo), puso en evidencia la rigidez con que Moscú había manejado esas relaciones. Y sin embargo, el influjo de la ideología soviética no ha desaparecido del panorama geopolítico. “La revolución bolivariana de Chávez en Venezuela, la ‘lucha anticolonial’ de Robert Mugabe en Zimbabue o incluso el proyecto del laborista británico Jeremy Corbyn son reminiscencias del sistema soviético. Y como este, han tenido una gran acogida hasta que llega el momento de pagar la cuenta”, agregó McMeekin. No deja de ser irónico que haya sido el propio Karl Marx quien dijo la frase célebre según la cual “la historia se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa”.

NUESTRO PLANETA AL BORDE DE LA DESTRUCCIÓN

 La activista sueca Greta Thunberg lideró, el pasado 19 de abril, una de las marchas Fridays for Future. La activista sueca Greta Thunberg lideró, el pasado 19 de abril, una de las marchas Fridays for Future.

Todas las luchas, la lucha: la relación entre ambientalismo y otros movimientos políticos

La crisis climática es el síntoma más claro de la conexión entre distintos sistemas de explotación que se fortalecen entre sí.

2019/06/27

POR MARIANA MATIJA*

El pasado mayo, cuando las imágenes de la marcha mundial por el clima que convocó la activista sueca Greta Thunberg circulaban en redes sociales, vi una foto de una mujer sosteniendo un cartel que decía: “Las otras luchas no tienen sentido si esta se pierde”.
Esa frase es un llamado a la unidad para que los esfuerzos de movimientos políticos y sociales con causas distintas (la justicia social, la equidad de género, la defensa de los derechos de las comunidades lgbti, las minorías étnicas o los animales) converjan en un objetivo compartido: lograr una transformación radical que nos permita existir dentro de los límites del planeta, tras reconocer que esa es realmente la única manera de existir a largo plazo.
Aunque no es lo único relevante, la emergencia climática es el síntoma más claro de la interconexión entre sistemas de explotación y opresión que rigen nuestra cultura, y que se alimentan y se fortalecen entre sí.
Por eso mismo, la emergencia climática es también una invitación urgente a detenernos, y cuestionar esos sistemas y la manera en que se conectan. Y una crítica consciente de ellos implica comprometernos colectivamente, pensar y establecer alternativas que no pongan en riesgo la capacidad inherente de la naturaleza de generar, regenerar y sostener la vida en la Tierra.
Sin embargo, comprender el contexto de esta crisis, o de esta red de crisis, es complejo porque las conexiones entre sus partes son múltiples y profundas, y porque los sistemas dominantes se caracterizan por prosperar en contextos o lógicas de fragmentación.
Es urgente que la acción se dé de manera coordinada y efectiva, y para eso es útil comprender o repensar cómo se relacionan los distintos sistemas de explotación que contribuyen a la crisis.
Es imposible abordarlos todos en este espacio. Por eso, el objetivo de este artículo es compartir una primera aproximación a la manera en que tres sistemas ideológicos –el capitalismo, el patriarcado y el especismo– alimentan las crisis ecosociales, y algunas alternativas que se vienen planteando hace décadas desde diferentes corrientes de pensamiento.

Todos perdemos

Irónicamente, nos resulta más fácil imaginar futuros posapocalípticos que imaginar alternativas al capitalismo, el sistema económico que nos rige y que se ancla en la acumulación de capital a través de una lógica de crecimiento perpetuo.
A una parte importante de la humanidad le cuesta mucho comprender, y sobre todo aceptar, el inevitable conflicto entre un sistema que busca el crecimiento infinito en un planeta finito. (También es muy difícil hacer consciencia de que el planeta es, en efecto, finito, pero eso es tal vez lo primero que debemos aceptar o entender a cabalidad).
Un sistema como este es inviable porque, como sostiene el escritor George Monbiot, es imposible que exista sin periferias y externalidades: “Siempre debe haber una zona de extracción, desde la cual se toman los materiales sin pago completo, y una zona de deposición, donde los costos se descargan en forma de desechos y contaminación”. El capitalismo, entonces, promueve o se sostiene en un modelo extractivista que es completamente insostenible.
Pero, además, el capitalismo ha tendido a acentuar las desigualdades sociales en el mundo, y esto tiene que ver con la crisis climática en tanto que, como dijo la onu en un informe de 2016, las personas más pobres son las que están expuestas de manera más cruda y directa a los efectos de la crisis climática, ya que tienen menos posibilidades, recursos y herramientas para adaptarse a inundaciones, sequías y otros desastres naturales, o para dejar los lugares en que esos desastres ya son frecuentes o permanentes.
La crisis ecológica, además, agudiza las desigualdades ya existentes entre hombres y mujeres, pues, como también afirma la onu, la gran mayoría de las personas que viven en pobreza extrema en el mundo son niñas y mujeres.
Pero el patriarcado, aquel sistema de opresión y cosificación del cual las mujeres son las víctimas directas, perjudica igualmente a otros grupos humanos que no casan con el “ideal” masculino, cisgénero y heterosexual. Así que, de manera indirecta, afecta negativamente a todos los seres humanos, incluso a quienes aparentemente se benefician de él. Es un sistema en que, de una u otra manera, todos perdemos.
Por otra parte, las grandes decisiones políticas y económicas que han generado y exacerbado la crisis climática y las múltiples crisis ecosistémicas que a esta se conectan han sido tomadas por hombres (muy probablemente cisgénero, heterosexuales, de clase media-alta, de países del G8 y, en su gran mayoría, caucásicos). La oficina de onu Mujeres resalta la brecha de género que aún existe en la política: “A nivel mundial, solo el 23,5 % de los parlamentarios nacionales son mujeres, el 6 % de los jefes de Estado y el 6 % de los jefes de gobierno”. En Colombia, las mujeres representan solo el 19,7 % del Congreso, el 17 % en asambleas departamentales, el 18 % de los concejos municipales, el 12 % de las alcaldías y el 15 % de las gobernaciones.
Pero el panorama de desigualdad no solo se evidencia en el sector político: menos de un 5 % de la dirección ejecutiva de las empresas listadas en Fortune 500 está en manos de mujeres.
En enero de 2019 una tormenta de cinco días devastó los campamentos de miles de refugiados sirios en Líbano.
Esto quiere decir que, a pesar de los innegables avances en materia de equidad de género, siguen siendo los hombres quienes deciden y definen los límites, o la falta de ellos. Por lo tanto, no es exagerado asegurar que son ellos quienes tienen en sus manos, en gran medida, el destino de la humanidad y de los ecosistemas que sostienen la vida en el planeta.
A esto se suma el inquietante resultado de un estudio realizado por Aaron R. Brough y otros académicos que muestra la tendencia de los hombres a evitar comportamientos sostenibles, dado que les preocupa que los haga parecer femeninos. Según Brough, “irónicamente, aunque a menudo se considera que los hombres son menos sensibles que las mujeres, parecen ser particularmente sensibles cuando se trata de las percepciones de su identidad de género”.
Aun cuando mayoritariamente los hombres han tomado las decisiones que nos hunden en la crisis, muchas veces son las mujeres, a pesar de sus vulnerabilidades, quienes están contribuyendo a procesos de adaptación y mitigación en el mundo mediante soluciones locales creativas y apoyo a políticas proambientales. De modo que, si el panorama de desigualdad no fuera todavía tan dramático, tal vez podríamos estar viendo de manera más clara y contundente los efectos positivos de esas contribuciones.
Por último, a nuestras sociedades también las atraviesa el especismo, un sistema de creencias según el cual los seres humanos somos superiores a las otras especies de animales y, por lo tanto, podemos explotarlas, oprimirlas y usarlas sin límite para nuestro propio beneficio. Esa actitud se nutre del antropocentrismo, definido por el ecologista Jorge Riechmann como la “doctrina según la cual los intereses humanos son moralmente más importantes que los intereses de los animales o de la naturaleza en su conjunto”.
Esto es, aunque no nos guste aceptarlo, una falacia: las causas humanas –las más urgentes, según esa visión de mundo– existen en realidad dentro de ecosistemas complejos que generan y posibilitan vidas que no son solo nuestras, y que en todo caso son esenciales para las nuestras. Que veamos a otras especies como inferiores y que consideremos que nuestras causas son las únicas que importan nos pone, de manera irremediable, en conflicto con los ecosistemas que nos sostienen.
Los animales son considerados medios para nuestros fines, en lugar de fines en sí mismos, lo cual refuerza la idea de que la naturaleza es un banco de recursos dispuesto para nuestro consumo, y que en nuestra relación con ella no aplican consideraciones éticas ni morales. Pero, como dice la filósofa francesa Corine Pelluchon, al excluir de la esfera de nuestra consideración moral a otros seres sintientes (que sufren, desean vivir y desarrollarse, le temen a la muerte, y expresan placer y empatía), los seres humanos aprendemos a reprimir nuestra sensibilidad, y terminamos por acostumbrarnos a tratar con dureza a quienes no reconocemos como semejantes, sea por raza, género, nacionalidad o especie. Es decir, oprimir a otros animales bajo el supuesto de que somos superiores a ellos nutre la discriminación, y sienta las bases para que la opresión se extienda a cualquier ser (incluyendo a otros humanos) que consideremos inferiores por ser diferentes.

El efecto de resistencia

Los sistemas de explotación y opresión (sobre la naturaleza, las mujeres y los animales) comparten una raíz: la idea de que unos valemos más que otros, con base en una jerarquía de valores impuesta precisamente por quienes han tenido poder.
Y como afirma la escritora feminista Carol J. Adams, la dominación funciona mejor en una cultura de desconexiones y fragmentación como la actual. Por eso, nuestras sociedades terminan siendo el caldo de cultivo ideal para que prácticas de explotación y opresión se sostengan.
Una expresión de las conexiones entre esos sistemas de opresión es el auge de gobiernos de derecha, caracterizados por la represión de las luchas por la igualdad de género, los derechos reproductivos y de las comunidades lgbti, y a la vez por políticas de extractivismo agresivo permitidas por alianzas comerciales prácticamente sin regulación, que arrasan ecosistemas y sepultan los pactos alcanzados con comunidades indígenas y campesinas para la protección del territorio, e incluso acuerdos internacionales como el de la cop 21.
A pesar de ser evidentemente destructivos (incluso para quienes a primera vista parecen beneficiarse de ellos), esos gobiernos están siendo posibles gracias, precisamente, a la fragmentación, que afecta, entre otras cosas, el acceso a la información.
Hay sectores importantes de la población mundial que piensan (porque se les ha hecho creer) que las políticas de autocontención, necesarias para una convivencia equilibrada entre la humanidad y los ecosistemas, son amenazas a su bienestar. Como dice la ecofeminista española Yayo Herrero, el ecologismo y el feminismo incomodan porque llaman a hacer cambios que en muchos casos van en contra de nuestros privilegios; por lo cual ante la acción organizada de grupos cada vez más numerosos que luchan por esas causas se genera un efecto de resistencia que lleva a muchos ciudadanos (particularmente hombres que sienten que están perdiendo poder tanto en la esfera pública como en sus entornos domésticos) a votar por candidatos que precisamente representan la resistencia más violenta a esos cambios.
Cuando se mira con detenimiento el panorama de la explotación al medio natural y la opresión de las mujeres, por ejemplo, se hace evidente que los dos problemas tienen el mismo origen. De acuerdo con Vandana Shiva y Maria Mies, ese origen consiste en interpretar la diferencia como jerarquía, perspectiva que moldea también nuestra relación con los otros animales que habitan el planeta.
Pero cuestionar nuestra relación con los animales es tal vez lo más difícil y molesto, incluso entre personas que defienden causas como el ecologismo y el feminismo. Reconocer que hemos asumido una posición de ventaja y de “competencia desleal” con seres que conviven con nosotros requiere una revisión profunda de nuestros hábitos, y en ese proceso encontraremos múltiples e incómodas incoherencias: se trata de darles un trato digno no solo a los animales que nos parecen carismáticos y con los que queremos compartir nuestros hogares, sino también a aquellos que no conocemos –y nunca conoceremos– y, sobre todo, a los que hemos despojado de cualquier dignidad, al usarlos como máquinas o transformarlos en alimento mediante procesos que, además, resultan supremamente dañinos para el medioambiente.
En palabras de Carol J. Adams, “no podemos trabajar por la justicia y desafiar la opresión de la naturaleza sin entender que la forma más frecuente en que interactuamos con la naturaleza es comiendo animales”. La ganadería, y en general la producción de alimentos de origen animal, es una de las principales causas de deforestación (corresponde al 91 % de destrucción de la selva amazónica), contaminación de fuentes de agua, zonas de hipoxia en el océano y extinción de especies. Según otro informe de la fao, titulado “La larga sombra del ganado”, la ganadería es una de las principales fuentes de gases de efecto invernadero que agudizan la crisis climática, al generar más impacto que todos los carros, motos, trenes, barcos y aviones combinados.
El especismo nos atraviesa, y nos convence de que el hecho de que sentenciemos a vidas miserables e innecesarias muertes a tantos animales es un asunto secundario, algo que podemos dejar para después de que la lucha social neutralice las injusticias entre humanos. Sin embargo, como señala la filósofa Catia Faria, esa jerarquización de causas no es nueva, y es una estrategia que con frecuencia resulta muy efectiva: “Si buscas desarticular un movimiento, trivializa sus demandas y clasifícalas de sibaritismo moral. O bien asócialo con rasgos socialmente menospreciados, como la sensibilidad extrema. En una palabra: feminízalo”.

La Alternativa contracultural

Uno de los paradigmas que está ocupándose de nombrar y repensar la crisis ambiental es el ecofeminismo, definido por Yayo Herrero como “una corriente diversa de pensamiento y movimientos sociales que denuncia que la economía, la cultura y la política hegemónicas se han desarrollado en contra de las bases materiales que sostienen la vida y propone formas alternativas de reorganización económica y política, de modo que se puedan recomponer los lazos rotos entre las personas y con la naturaleza”. Según Carol J. Adams, el ecofeminismo afirma que una perspectiva ambiental sin feminismo es inadecuada, y que una teoría feminista que no analiza la forma en que el medioambiente ha sufrido debido a las actitudes patriarcales es insuficiente.
La deforestación y la ganadería: dos fenómenos que contribuyen a la crisis medioambiental.
Jorge Riechmann, por su parte, propone un ecologismo consecuente (en lugar de un ambientalismo banal) que cuestione los supuestos básicos de la sociedad en que nos encontramos: el antropocentrismo, el extractivismo, el consumismo, el productivismo, la mercantilización expansiva, la cultura de la competitividad, la tecnolatría, incluso la hybris humana. Desde su perspectiva, “es el más contracultural de los movimientos sociales realmente existentes, cuando es consecuente. Por eso, también el más anticapitalista de estos movimientos”.
Estos son apenas dos ejemplos que muestran un esfuerzo por integrar disciplinas para encontrar nuevas maneras de ver y habitar el mundo, pero son muchos los frentes desde los que se proponen aproximaciones comprehensivas. Como dice George Monbiot, quizás nadie tenga una respuesta completa y definitiva sobre un mejor sistema, y por eso la tarea tal vez consista en identificar las mejores propuestas de corrientes diversas.
Las fricciones y contradicciones son inevitables, pero esto, más que un argumento contra una corriente u otra, es un argumento a favor del pensamiento crítico y abierto, y del compromiso frente a la construcción de nuevos modelos de pensamiento y acción basados en la interdisciplinariedad y la complejidad; modelos que no se limiten a tratar de ajustar aspectos superficiales de los sistemas que están generando y exacerbando las diversas crisis que enfrentamos. Como propone Laura Fernández, “el punto en que convergen las opresiones también debería ser el punto en que convergen las resistencias, y dichas resistencias serán más liberadoras y nos llevarán a puertos de una justicia social verdadera solo si tienen en cuenta las múltiples caras de la opresión, el carácter estructural de la misma y tienen como horizonte la liberación colectiva”.
Incluso a personas profundamente comprometidas con causas de justicia social la causa ambiental les parece lejana o secundaria. Pero los ecosistemas que sostienen la vida están en un nivel tal de fragilidad que hace falta que reconozcamos la urgencia de que diferentes luchas converjan en esta. La crisis climática debería ser leída como un llamado a la unión y a que hagamos transformaciones ambiciosas, radicales, profundas y sistémicas. De ahí la importancia de encontrar conexiones, de hacer el ejercicio consciente de salir de las estructuras de fragmentación y división que han marcado nuestra educación y nuestra experiencia individual y colectiva como especie.
*Activista y ambientalista autodidacta. Autora de Animal de isla, un blog sobre el tipo de huella que dejamos en el planeta.

Publicado en https://www.revistaarcadia.com/periodismo-cultural---revista-arcadia/articulo/todas-las-luchas-la-lucha-la-crisis-climatica-determinara-todos-los-debates-y-movimientos-del-siglo-xxi/76249

martes, enero 21, 2020

Colombia... al iniciar 2020 ... el reto de cambiar una cultura organizacional


Por: Patricia Lara Salive

Demasiadas manzanas podridas

Son tantas las manzanas podridas que ya parece como si el podrido fuera un buen pedazo del Ejército, una institución tan importante para el país.
Como lo anotó un editorial de El Espectador, refiriéndose a las revelaciones de la revista Semana, “miembros del Ejército Nacional le han mentido al país, han interceptado ilegalmente las comunicaciones de magistrados, políticos y periodistas, han hecho trampas para cubrir sus rastros frente a las investigaciones de los entes de control y han enviado amenazas para que no fueran puestos en descubierto”.
Y añado otros descubrimientos de Semana: han interceptado a quien ha llevado la investigación en la Corte Suprema de Justicia contra el senador Álvaro Uribe; le han pasado la información obtenida ilegalmente a un miembro del partido de gobierno; se han lucrado con recursos públicos; han asesinado a excombatientes como Dimar Torres; han establecido directrices que podían conducir al regreso de los falsos positivos y que gracias a la denuncia de The New York Times echaron para atrás; han ofrecido dinero y realizado pruebas de polígrafo con el fin de ubicar a las manzanas no podridas que le informan a la prensa los horrores que pasan; han desviado recursos para sufragar gastos personales; han recibido plata a cambio de entregar salvoconductos para porte de armas; han desviado combustible, etc. ¿Y qué ha pasado? Que en muchos casos, como lo estableció La Silla Vacía, algunos de los responsables han sido ascendidos por el presidente Duque.
Pero todavía siguen sucediendo cosas: el sábado, una hora antes de que Duque llegara a Bojayá, el coronel Darío Fernando Cardona, comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta Titán, le envió al líder social Leyner Palacios, quien denunció que en el Atrato hay connivencia entre ciertos militares y miembros de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (Agc), un derecho de petición en el que le plantea, entre otros temas, que le dé los nombres de los miembros de la Fuerza Pública que hayan practicado la connivencia y el lugar donde hayan ocurrido los ilícitos. Y añade que indique las comunidades que, según Leyner, se encuentran en confinamiento por la presencia de grupos ilegales en la zona.
Para interponer ese derecho, el coronel invoca la Constitución, que dice que “toda persona tiene derecho a presentar peticiones respetuosas a las autoridades”. Pero ¿cómo puede hacerlo? Eso lo que significa es que quien podría interponerlo sería Leyner, para preguntarle al coronel por qué su unidad no es eficaz en la lucha contra las Agc. No él.
Ese derecho de petición del coronel Cardona es ilegal e intimidatorio, pues en el futuro la población va a tener miedo de denunciar. Y es preocupante porque él parece sentirse muy sobradito y respaldado por sus superiores…
¿Qué hará Duque con ese coronel ineficaz que intimidó así a un líder social a quien él quiere proteger de manera especial? ¿Y qué va a hacer con los demás militares implicados en los delitos destapados por Semana?
Para salvar a su querido paciente, un buen médico extirparía el cáncer de inmediato, sin dejarle una sola célula mala. El presidente no puede esperar a que las autoridades tarden años en condenar a los culpables. Al menor indicio de corrupción o criminalidad, Duque debe destituir a los sospechosos. Porque si se sienten apoyados, o si el presidente ignora la gravedad de los hechos y no practica ya la delicada cirugía que se requiere, el cáncer hará metástasis y el querido Ejército y el país colapsarán.

Colombia ... al iniciar 2020... la lucha por consolidar la paz...


LA POBLACIÓN CIVIL SIGUE CON MIEDO

“El 50 % de Bojayá está vedado para el Ejército”: alcalde

Edilfredo Machado dijo que le preocupa la llegada de las Agc, el reclutamiento de menores y los desplazamientos masivos. Amenazaron al líder social Leyner Palacios. Mininterior asegura que la Fuerza Pública tiene la zona bajo control.

El pasado 11 de noviembre fueron sepultados los restos de víctimas de la masacre de Bojayá en 2002. / AFP
Después de la denuncia comunitaria sobre la toma del territorio de Pogue, en Bojayá (Chocó), por parte de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (Agc), asociadas al llamado Clan del Golfo, el pasado 31 de diciembre, el alcalde del municipio de Bojayá, Edilfredo Machado, aseguró que de los 13.000 habitantes que hay en el casco urbano y los corregimientos, unas 7.000 personas estarían afectadas por la presencia de las Agc.
Daniel Palacios, ministro del Interior (e), expresó que la Fuerza Pública hizo presencia en la zona el 2 de enero y que a la fecha “no existe una fuerza mayoritaria de 300 hombres” de esos grupos ilegales. La Defensoría del Pueblo insistió en que desde octubre del 2019 advirtió por medio de alertas tempranas del alto riesgo que corre la población por la presencia de las Agc y guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional (Eln).
El coronel Darío Fernando Cardona, comandante de la Fuerza de Tarea Titán, aseguró que estará al frente de las tropas en el corregimiento de Pogue “hasta que sea necesario”. Sin embargo, en diálogo con El Espectador, el alcalde de Bojayá aseguró que “el Estado solo aparece cuando hay una emergencia o masacre” y que llevan años pidiendo asistencia integral por parte del Gobierno. Hablamos con él antes de que se conocieran las amenazas de muerte contra el líder social Leyner Palacios
Además de Pogue, ¿qué comunidades están confinadas?
La última comunidad que se han tomado las autodefensas fue Pogue, pero desde noviembre del 2019 veníamos alertando de la llegada de las Agc a las comunidades de La Loma de Bojayá, Boca, Opogadó y Cuía. Sabemos que están avanzando hacia las comunidades indígenas, hacia la ribera de los ríos Napipí, Opogadó, Bojayá y Cuía.
¿Cuáles son sus labores al respecto? ¿Qué se está haciendo?
En este momento tenemos confinadas alrededor de 7.000 personas que no pueden salir a realizar sus actividades diarias de pancoger. Esa población en su mayoría es indígena y está hacia la ribera de los ríos Cuía, Bojayá, Opogadó y Napipí.
¿Han podido hablar con alguien de la comunidad de Pogue? ¿Qué han dicho?
Lo que ellos nos han dicho es que desde el 2 de enero en la mañana, cuando llegó el Ejército Nacional a la zona, los grupos armados se fueron. En el casco urbano no están, pero sí en la zona rural alrededor.
Ustedes, desde la Alcaldía, ¿qué medidas han tomado frente al tema?
Es un tema muy complejo porque no está en manos del alcalde, pero hemos hecho la denuncia ante el Gobierno Nacional. Las alertas tempranas las hemos tenido desde hace más de un año, pero no se ha hecho absolutamente nada. El Estado solo aparece cuando ocurre algo, cuando hay una catástrofe, no hay asistencia integral.
¿Qué otras problemáticas sociales tiene la población?
En este momento nos tienen muy preocupados unos brotes en la piel de algunas personas de la población. Hay 7.000 personas afectadas directamente por los confinamientos, pero prácticamente somos todos, los 13.000, los que estamos confinados y no podemos salir a nuestros cultivos de pancoger, entonces tenemos mucha desnutrición. También hay niños que han venido presentando brotes en la piel que no hemos podido identificar.
La respuesta que han dado las autoridades fue reforzar la Fuerza Pública en la zona. ¿Usted cree que esa es la solución?
En Bojayá, en 2016, casi todos votamos a favor del Acuerdo de Paz porque creemos que la verdadera solución son el diálogo y la reconciliación. En este momento necesitamos intervención integral, no solo del Gobierno, sino de la comunidad internacional, pero que no sea solo refuerzo armado sino intervención integral. La confrontación armada no es la solución al problema.
Hay denuncias de algunas personas por la instalación de minas antipersonales en los territorios. ¿Qué lugares están siendo afectados?
Principalmente en Cuía hay sospecha de minas antipersonales y en otras 10 comunidades afros y 21 indígenas.
¿Hay zonas vedadas en Bojayá para el Ejército?
Sí, claro, las zonas donde operan los grupos al margen de la ley han estado vedadas siempre. Estimamos que es un 50 % de Bojayá que está vedado para el Ejército y para la misma población civil.
¿Cuál es la ruta de narcotráfico que ustedes creen que se mueve por Bojayá?
El principal río es el Napipí, porque se comunica con bahía Solano, en cuestión de cuatro horas se pasa del Pacífico al Atlántico. Además, la comunicación del canal interoceánico al Atrato Truandó se hace por Napipí. El territorio de Urabá es una ruta por la que se llega muy fácil a Panamá.
Frente al narcotráfico, ¿es verdad que no ha llegado el programa de sustitución de cultivos ilícitos al departamento del Chocó?
No solo el programa de sustitución de cultivos ilícitos que nos prometieron, sino ninguno de los proyectos del posconflicto ha llegado al Chocó. Ninguno. Necesitamos ayuda del Gobierno Nacional porque no nos ha cumplido.
¿Cuántas comunidades en Bojayá no tienen servicios públicos?
En este momento, las 33 comunidades indígenas que hay en Bojayá: ninguna tiene servicio de alcantarillado, acueducto ni energía eléctrica. Y el 100 % de la población, incluyendo resguardos y comunidades afros, no cuentan con servicio de agua potable, ni siquiera la cabecera municipal.
¿Usted cree que al Gobierno no le importa Bojayá?
El Estado colombiano es reaccionista y sólo responde cuando se presentan situaciones como la que hoy lamentamos en Pogue. Reacciona por la presión de la comunidad internacional y de los medios, pero no hay determinación de resolver los problemas sociales que padecen las comunidades.
¿Y el reclutamiento de menores?
No tenemos registro preciso de reclutamiento de menores en Bojayá, pero hay algo que nos preocupa mucho: el pasado 24 de diciembre, los únicos regalos que recibieron de Navidad muchos de los niños de nuestras comunidades fueron de las Agc. Las autodefensas llegaron a regalarles juguetes y a las familias les llevaron cerdos y reses, pero necesitamos que sea el Estado el que les supla esas necesidades a la comunidad.
¿Qué les ha dicho el presidente Duque sobre el tema?
Lo único que nos ha comunicado el general del Ejército es que él los envió para mejorar la seguridad en la zona, pero el presidente Iván Duque no se ha comunicado con la Alcaldía de Bojayá.
-....-

"En Tumaco nada ha cambiado para bien después del Acuerdo de Paz": alcaldesa

De las 29 veredas en el río Chagüí, 26 tienen alertas de conflicto por la guerra entre los grupos armados ilegales. Desde el 11 de enero más de 4.000 personas han sido desplazadas desde veredas hacia zonas rurales de Tumaco.

Según estima la alcaldesa Angulo, actualmente la tasa de desempleo en Tumaco asciende el 70 %. Iván Muñoz
Tumaco es uno de los municipios colombianos con mayores índices de violencia y las cifras de desplazados son muestra de ello. Desde el 20 de diciembre, cerca de mil familias han sido confinadas y desplazadas a raíz de las disputas territoriales entre grupos armados ilegales. A pesar de que su tasa de homicidios se redujo un 20 % durante el tercer trimestre de 2019, según la Fundación Ideas para la Paz (FIP), en la zona confluyen por lo menos 12 estructuras armadas que se mueven en zonas rurales y en el casco urbano del puerto.
En materia de elecciones regionales, este puerto del Pacífico nariñense ha contado por años con figuras omnipresentes de barones electorales. Uno de los ejemplos es el liberal Neftalí Correa Díaz, quien en 2016, cuando fungía como representante a la Cámara, fue destituido e inhabilitado por 14 años para ejercer cargos públicos, pues la Procuraduría lo halló responsable de celebrar de manera irregular un contrato de dotación de internet, cuando fue alcalde de Tumaco.
Correa es el padrino político de María Emilsen Angulo (Partido Conservador), única mujer en llegar al cargo de alcaldesa en Tumaco. En diciembre de 2016 -durante su primer mandato como alcaldesa-, fue destituida por el Consejo de Estado, por tener una relación marital con el entonces subgerente del hospital San Andrés de Tumaco, Jairo Guagua; circunstancia que la inhabilitaba para aspirar al cargo. Sumado a esto, su figura fue fuertemente cuestionada por varios sectores políticos a nivel nacional luego de que Neftalí Correa fuera acusado por corrupción.
En diálogo con El Espectador, la alcaldesa habla de la situación de Tumaco, los desafíos que se deben cumplir y de los fantasmas políticos que la rodean.
¿Cuál es la radiografía de la situación de orden público en el municipio?
El fin de semana pasado hubo un episodio de desplazamiento de más de 1.000 familias, que con el paso de los días se está agravando. En este momento los grupos armados ilegales tienen control más que todo en la zona rural del distrito y la población, que sin lugar a dudas es la primera afectada. El sábado 11 de enero tuve que realizar un consejo de seguridad de emergencia a raíz de esto, en el cual participaron miembros de la Fuerza de Tarea Poseidón del Ejército. Sobre las cifras de cuántos grupos armados hay no contamos puntualmente con esos números, pero sabemos que nunca ha habido en la historia de Tumaco un desplazamiento de tal magnitud como el que se vive hoy.
¿A qué le atribuye la escalada de la violencia?
Las situaciones de violencia no son algo que se presentan como un fenómeno reciente en el territorio. El conflicto en Tumaco data de hace tres o cuatro décadas, debido a que llegaron los cultivos de uso ilícito, y como es de conocimiento general, los grupos al margen de la ley se alimentan del narcotráfico. Si eso se suma al hecho de que hay un índice de necesidades básicas insatisfechas muy alto -uno de los más altos del país-, con que las condiciones de vida son lamentables, no hay empresa, educación, salud y los cultivos lícitos no tienen mercado, pues al final hay un escenario en el que el cultivo de coca es una alternativa.
¿Cuáles dinámicas en el municipio han cambiado desde la desmovilización de las Farc?
Después de la firma del Acuerdo de Paz, lo que en su momento se llamó la guerrilla de las Farc no se fue nunca del territorio. Ahora se presentan con nombres diferentes, pero siguen en Tumaco, y además tenemos conocimiento de que nuevos grupos han llegado a nuestro territorio. Esto quiere decir que la situación no mejoró, sino que los problemas se acrecentaron. Sobre los cultivos ilícitos, vemos que estos crecen y decrecen (Un informe de Pares reporta que para 2018, Tumaco era el segundo municipio con más cultivos de coca en el país (16.046), detrás de Tibú), porque hubo un momento hacia 2017 cuando el gobierno Santos firmó un acuerdo de sustitución voluntaria con más de 17.000 familias de diferentes consejos comunitarios de Tumaco, pero desafortunadamente hoy, más de dos años después, los resultados son inaceptables porque no se cumplieron los compromisos de seguimiento para los proyectos productivos. Muchas familias erradicaron, pero no les llegaron los recursos para avanzar con los cultivos lícitos. Les dieron, por ejemplo, un subsidio de alimentación, pero como no tuvieron la posibilidad de sembrar cultivos lícitos, volvieron a los ilícitos. Es decir, que el Gobierno. En últimas, si me preguntan por un balance después del Acuerdo de Paz, debo decir que nada ha cambiado para bien.
¿Cómo ve la implementación del Acuerdo de Paz en Tumaco?
 Enfocándonos en la sustitución de cultivos, el Gobierno ha empezado una política de erradicación que es muy mal vista dentro del territorio. Esta ha generado una serie de situaciones lamentables, como la que sucedió en una vereda de Alto Mira, llamada El Tandil, Tumaco, hace más o menos un año, cuando se presentó una masacre a raíz de enfrentamientos entre comunidades y erradicadores.
Retomando los temas electorales, ¿qué la motivó a seguir con la campaña de 2019 después de recibir amenazas?
Durante la campaña recibí una amenaza puntual que también iba dirigida a los líderes y dirigente de nuestro equipo político; eso me llevó a lanzar un comunicado en el que decía que ya no continuaría. Sin embargo, con el transcurso de los días, la gente siguió con el fervor y la alegría de la campaña, y los que creían en mis capacidades sentían que conmigo podíamos hacer un trabajo bonito por Tumaco. En algún momento sentí que estaba traicionando a mi pueblo. Todo indica que fue un grupo político el que mandó a unas personas para que me atemorizaran. Pasó eso, y con mi equipo dijimos que así nos costara la vida seguiríamos luchando ante las grandes crisis que vive Tumaco.
No es un secreto el rol de barón electoral que tiene Neftalí Correa en el Pacífico. Teniendo en cuenta que él es su padrino político, ¿qué papel simbólico tendrá el excongresista durante su administración?
Para mí el doctor Neftalí es una persona muy valiosa, y como alcalde de Tumaco su desempeño fue muy bueno. Quiero hacer grandes cosas y por eso debo rodearme de un buen equipo que me aporte consejos, sugerencias y que tenga experiencia. Esto, por supuesto, incluye a Neftalí, quien es un gran amigo al que respeto mucho.
¿Qué le respondería a sus detractores que no desligan su imagen con la de Neftalí Correa y su clan?
Ese tema no me preocupa mucho. Los enemigos buscan cualquier cosa para tratar de enlodar el nombre de una persona. Cuando uno toma la decisión de hacer política en este país, uno sabe que este tipo de cosas pueden pasar. Para mí sería muy interesante que los medios que le han dado tanta divulgación a los temas de esta persona y las personas que quieren hacer una mala imagen, vayan al territorio y averigüen acerca de las obras y escuchen la opinión de la gente en torno a todas las cosas tan bonitas que se hicieron en Tumaco durante su periodo. El dejó legados importantes y lo que les diría es que los invito a ver más allá de los comentarios mal intencionados para ver la esencia y la intención y servir.
¿Cuáles son las necesidades más primordiales que tiene Tumaco en estos momentos?
Lo que Tumaco más necesita en este momento es generación de empleo y de oportunidades para la gente. Hago un llamado al presidente para que al territorio llegue el Ministerio de Agricultura. Si ellos llegan en plenitud, cumplirían un papel protagónico a la hora de mejorar condiciones del municipio, porque tenemos potencialidades gigantescas, y en la medida que la exploremos, Tumaco puede cambiar. Si se trabaja en las producciones de palma de cera, cacao, plátano y coco, podríamos crear industrias que generen empleo. No podemos olvidar que tenemos al 70 % de la población desempleada, y así es imposible avanzar.  También creo necesario contar con vías terciarias alternativas. En estos momentos ya coordinamos eso con autoridades de Invías.