sábado, diciembre 28, 2019

Qué fue la "Navidad negra" de Colombia (y qué tuvo que ver Simón Bolívar en ella)



Cuadro de batallaDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionLas tropas de Bolívar y las milicias realistas del pastuso Agustín Agualongo no solo se enfrentaron en Pasto, también en territorios que después conformarían Ecuador.

Puede sonar algo extraño después de casi dos siglos, pero en cierto momento indígenas, negros y mestizos colonizados del sur de Colombia y los llamados realistas (defensores de la monarquía española) tuvieron un enemigo común: Simón Bolívar.
Y esa confrontación terminó en una matanza que hasta el día de hoy se recuerda en la ciudad de Pasto, a pocas horas de la frontera colombiana con Ecuador.
Empezó el 24 de diciembre de 1822 y se le conoce como la "Navidad negra", cuando casi medio millar de pobladores del lugar fueron asesinados y más de 1.000 resultaron reclutados o expulsados de sus hogares y su ciudad.
Los días de horror que vivió la población fueron obra de tropas patriotas o republicanas bajo el mando del Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, y por órdenes directas de Bolívar.
Para el historiador Felipe Arias, se trata de "un episodio de violencia que no ocurrió en ninguna otra parte de Nueva Granada (territorio que después de las independencias se convertiría en Colombia) y por eso se quedó dentro de la identidad cultural del pueblo pastuso".

De hecho, Arias sostiene que ese recuerdo colectivo no se ha ido perdiendo en esa región, sino que se ha reforzado a lo largo de los años.

Pasto

No era un secreto en la segunda década del siglo XIX que algunos territorios del sur del Virreinato de Nueva Granada se oponían a los esfuerzos para que prevaleciera la causa republicana e independentista.
Es más, Pasto no solo era fiel al bando realista: defendía con determinación al Rey español y a la religión católica.

AgualongoDerechos de autor de la imagenINSTITUTO EDUCATIVO AGUSTÍN AGUALONGO
Image captionAgualongo nació en una comunidad en los alrededores de Pasto.

Aquellas simpatías, sumada a la característica montañosa de la región, llevaron a que tropas alineadas a la corona española se parapetaran allí ante el asedio y las victorias de los patriotas en los alrededores,
Por si fuera poco, milicias de pobladores locales asestaron algunos golpes a las fuerzas republicanas durante las batallas independentistas.
Ahí es donde cobra relevancia una de las figuras locales que en Pasto todavía es recordada, el caudillo y militar hispanista Agustín Agualongo.
Pastuso de nacimiento, el hombre se enlistó en las filas realistas en 1811 y fue uno de los responsables de convertir su región en un auténtico obstáculo para las fuerzas anticolonialistas que intentaban controlar ese terreno para continuar su avance rumbo al sur.
Bolívar sabía bien que Pasto y la difícil geografía que la rodeaba era un escollo complejo para sus intenciones de llevar su campaña hacia las poblaciones debajo de la línea del Ecuador.
Agualongo, por su parte, era reconocido y respetado por negros, indígenas y mestizos locales que se sumaron a sus acciones militares.

Por qué hubo oposición a la independencia

Para el historiador Arias, la sociedad pastusa de ese momento había incorporado a indígenas con la condición de que reconocieran la autoridad colonial y las jerarquías existentes.
"En el conflicto hubo tanto comunidades indígenas realistas como independentistas, al igual que pasaba con los americanos, los criollos, los negros y los mestizos. En Pasto se sostiene una oposición a la independencia porque implicaba la desaparición de una monarquía que protegía sus propiedades colectivas frente a los abusos históricos cometidos por los terratenientes criollos que simpatizaban con la república", explica Felipe Arias.

PastoDerechos de autor de la imagenAFP
Image captionLas montañas que rodean Pasto convirtieron a esa población en una zona difícil para el ejército republicano.

El experto añade que lo que lleva a Pasto a episodios tan violentos como la "Navidad negra" es una acumulación de situaciones en las que tiene mucho que ver la posición geográfica de la población y las condiciones de su orografía.
"El caso de Pasto, a lo largo de toda la guerra de independencia, es un escenario de batallas durante 15 años. Por su difícil acceso, los independentistas cayeron varias veces, pero no fue la única población realista", sostiene el historiador.
Bolívar y Sucre llevan la dinámica de "guerra a muerte" a tierra pastusa entre 1821 y 1822 por las experiencias vividas en Venezuela, donde hubo batallas muy violentas.
"El levantamiento de Pasto fue tan fuerte que se dio el episodio de la 'Navidad negra', para imponer la autoridad y la fuerza con ensañamiento", concluye.

La "Navidad negra"

Bolívar había logrado la capitulación de los realistas de Pasto en la primera mitad de 1822, pero no contaba con el levantamiento de Agualongo y del coronel hispanista Benito Boves.
Su rebelión en forma de guerrillas y milicias llegó a poner en aprietos a las tropas patriotas, pero los refuerzos republicanos no tardaron en llegar.
El Mariscal de Ayacucho, quien triunfaba y se convertía en el referente de la independencia de Ecuador, fue convocado para llevar a sus tropas a la zona.
Las continuas victorias militares dirigidas por Antonio José de Sucre dejaron a Pasto casi sin defensas y a puertas de una pesadilla que empezaría en la víspera de la Navidad.
"Noche mala en vez de Nochebuena, fue para la Pasto realista la del 24 de diciembre de 1822. Casa por casa, la ciudad fue tomada por los patriotas. Los guerrilleros caían por docenas cada minuto", relata el proyecto Señal Memoria, de la red de medios públicos colombianos.
El portal, que rescató narraciones históricas sobre el episodio hechas el siglo pasado, rememora que "los pastusos comenzaban a rendirse, pero la tropa republicana no tuvo piedad. Era la guerra a muerte".
"Se vengaron implacablemente. Unos rendidos, otros heridos, todos fueron muertos. Familias enteras desaparecieron", continúa el relato de la serie "Colombia ayer, Colombia hoy", presentado en radio en 1970.
"Penetraron a caballo a la iglesia de San Francisco y ultimaron a todos los asilados, incluyendo mujeres y niños", prosigue la narración.

Festival de Blancos y Negros en PastoDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionAlgunos han vinculado la realización del tradicional de Festival de Blancos y Negros en Pasto -que empieza el 28 de diciembre- a la matanza de la Navidad negra. En todo caso, en esas festividades se han presentado carrozas alegóricas a ese hecho.

Bolívar llegó el 2 de enero de 1823. Las muertes y saqueos no fueron suficientes, sino que a cientos los reclutaron para las campañas libertadoras en Perú y a otros los expulsaron a los territorios de Cuenca o Quito.
Diferentes historiadores señalan que la ruptura de la capitulación de principios de 1822 fue la excusa de Bolívar para aniquilar la rebeldía pastusa.
Incluso reseñas señalan que el Libertador tomó todas decisiones como los confinamientos y reclutamientos masivos para que la "Navidad negra" no fuera recordada nunca más en Colombia.
Si ese era en realidad su deseo, no se cumplió.
"Cuando entraron los rifles" (el batallón comandado por Sucre se llamaba "Rifles") es la frase con la que se recordó durante décadas al episodio que empezó en esa Nochebuena de 1822.
Una navidad que en Pasto nunca se olvidará.


viernes, diciembre 27, 2019

Sudamérica está en crisis, pero hay soluciones


Sudamérica se está desmoronando. La rebelión popular en Chile —un país percibido por buena parte de sus vecinos como un ejemplo de éxito basado en el buen comportamiento— es solo el caso más extremo del descontento manifiesto (o a punto de estarlo) en casi todos los países de Sudamérica. La lucha entre la derecha y la izquierda se ha intensificado. Sin embargo, hasta el momento, estas protestas no han logrado nada que contribuya a un crecimiento económico socialmente inclusivo. ¿Qué significa todo esto? ¿Y en qué medida los problemas de Sudamérica reflejan los de Estados Unidos?
Los detonantes que han generado conmoción en la región han sido por lo general ordinarios —un aumento en los precios de la gasolina o en la tarifa del autobús—, pero han conectado con fuentes más profundas de frustración. Millones de trabajadores se sienten abandonados por las élites corruptas y egoístas que gobiernan sus países. Tras haber presenciado rachas de crecimiento económico y oportunidades, estos millones no ven posibilidad de progreso en la actualidad. En el pasado estos ciudadanos se han sabido indefensos, pero ahora han descubierto que pueden encontrar poder en las redes sociales y en las calles. Nada de esto es exclusivo de América del Sur. Pero cuando empezamos a buscar las causas y las soluciones, es cuando surge una historia más desafiante.
En décadas recientes, Sudamérica ha oscilado entre dos estrategias fallidas de desarrollo económico. En una parte del mundo rica en recursos naturales, una de esas estrategias ha usado la riqueza de la tierra —agricultura, ganadería y minería— para subsidiar el consumo urbano sin mejorar las habilidades y la productividad de los trabajadores. Si bien este enfoque ha democratizado la economía en cuanto a la demanda, suele derrumbarse cuando los precios de las materias primas bajan. Además, es incapaz de crear una base duradera para un crecimiento económico socialmente inclusivo porque apuesta a las riquezas fáciles de la naturaleza en vez de a lo que el intelecto humano puede crear.
Otra estrategia hace lo que sea que la gente en el poder piense que es necesario para complacer a los mercados financieros, comenzando por la disciplina fiscal, con la esperanza de provocar una oleada de inversión extranjera y nacional. La oleada nunca llega o, si llega, no permanece mucho tiempo. Recientemente, Mauricio Macri en Argentina y Jair Bolsonaro en Brasil invocaron a los espíritus del capital. Sin embargo, los espíritus no se materializaron.
Ningún país se enriquece siguiendo un modelo recomendado por las grandes potencias del momento, que quieren que los rezagados esperen pacientemente en la fila, resignados a su suerte en la división mundial del trabajo. La rebelión contra las fórmulas prescritas por esas potencias no siempre es recompensada; la obediencia es invariablemente castigada. No existe ascenso nacional sin innovación institucional, y no se puede lograr la innovación institucional sin desarrollar la habilidad de ser diferente. Sí, el realismo fiscal es indispensable, pero no por las razones esgrimidas por los predicadores de una falsa ortodoxia: es indispensable para que los países y sus gobiernos no estén sujetos a los caprichos e intereses de las altas finanzas y puedan permitirse la valentía de abrir vías de desarrollo basadas en la democratización de las oportunidades y las capacidades.
Si estas dos estrategias no funcionan, entonces ¿cuál es la indicada? Movilizar recursos naturales para construir el país sin dejarse intimidar por dogmas acerca de lo que el gobierno y la iniciativa privada pueden hacer. Ambos pueden lograr, especialmente trabajando juntos, mucho más de lo que suponemos. Piensen en esta parte de lo que funciona como en una economía de guerra sin el componente de la guerra. Se debe innovar en la organización de los mercados para que la gente sea capaz de llegar a más mercados de diferentes maneras y adquirir los medios para ser más productivos.
¿Suena radical e inverosímil? Recuerden a Estados Unidos en la primera mitad del siglo XIX: el plan de Alexander Hamilton de construir el país desde arriba no habría sido tan exitoso si la agricultura y las finanzas no se hubieran democratizado. En estos dos sectores, y a pesar de la pesadilla aterradora de la esclavitud de los africanos, los estadounidenses no regularon los mercados o atenuaron sus desigualdades simplemente con tributación progresista y gasto social. Ellos reinventaron la economía de mercado y realizaron innovaciones en las instituciones y en las leyes que le dan forma a la distribución básica del beneficio económico.
En la actualidad, un esfuerzo semejante en Sudamérica y en Estados Unidos necesita un enfoque diferente. Hay una nueva vanguardia de producción, fundamentada en la ciencia y tecnología y marcada por la innovación permanente. Esta economía del conocimiento permanece confinada, en todas partes del mundo, en comunidades que excluyen a la vasta mayoría de los trabajadores y los negocios, lo que tiene consecuencias de largo alcance en la desigualdad y la desaceleración económica. Negar las prácticas más avanzadas de producción a la mayoría de la población y los negocios ha frenado el crecimiento incluso en los países más ricos. El abismo entre las partes avanzadas y rezagadas de la economía ha generado una desigualdad tan grave que ni la tributación progresista ni la redistribución mediante el gasto social son capaces de corregirla.
Profundizar y diseminar la economía del conocimiento es el camino actual para alcanzar una prosperidad mayor y más inclusiva. Estados Unidos y Sudamérica se desviaron de ese camino. Solo que los estadounidenses eran mucho más ricos que los sudamericanos cuando se desviaron. Aun así, ambos comparten diferentes versiones del mismo dilema y las mismas ilusiones.
El fracaso político y económico está detrás de la infelicidad de América del Sur. Cada senda nacional tiene que ser descubierta y desarrollada de manera experimental. Para organizar ese esfuerzo, los sudamericanos necesitan el tipo correcto de democracia: una que eleve los niveles de participación popular en la vida política, que resuelva con rapidez el estancamiento político (por ejemplo, con elecciones adelantadas) y que use el federalismo para combinar iniciativas decisivas del gobierno central con la oportunidad de que los estados se aparten del camino principal tomado por el país y experimenten con modelos alternativos del futuro de la nación.
Esa no es la democracia que las repúblicas de Sudamérica copiaron de Estados Unidos. América del Sur ya no puede permitirse arreglos constitucionales que asocien —como lo hace la constitución estadounidense— la fragmentación del poder, necesaria para la libertad, con el aletargamiento de la política, algo que inhibe los cambios estructurales. Este tipo de democracias de “poca energía” necesitan que haya crisis, en forma de guerra o ruina económica, para lograr transformaciones. Los sudamericanos no deberían necesitar una guerra mundial o un colapso económico como el de la década de los 30 —como fue el caso de Franklin Roosevelt en Estados Unidos—, para poder lograr transformaciones necesarias.
Los problemas de Sudamérica parecen demasiado familiares. Sin embargo, para superarlos, se requiere de algo novedoso y diferente en la economía, en la política y en el pensamiento. Ciudadanos estadounidenses, tomen nota: esta historia también les concierne.
* Profesor de Harvard, fue ministro de Asuntos Estratégicos en los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil.
(c) The New York Times.

Una nueva oportunidad para el futuro de Chile; Texto del Presidente de Chile

Resultado de imagen para más de un millon de personas en santiago de chile

Por Sebastián Piñera Echenique

30 años, y con la firme voluntad de nuestro pueblo, recuperamos nuestra democracia en forma pacífica y dimos vida a una nueva y moderna república, basada en tres principios básicos: un profundo compromiso con la democracia y el Estado de derecho, una economía de mercado libre —abierta y competitiva— y una firme determinación para derrotar la pobreza y una mayor igualdad de oportunidades.

Los hechos hablan por sí solos: el ingreso per cápita se multiplicó por cinco y Chile pasó del sexto lugar en ingreso per cápita e Índice de Desarrollo Humano a encabezar la lista en América Latina. La pobreza cayó de casi un 69 por ciento a un prometedor 8,6 por ciento: ocho millones de chilenos superaron la pobreza. Entre 1990 y 2015, los ingresos del 10 por ciento más pobre de los chilenos aumentaron en un 439 por ciento, mientras que los ingresos del 10 por ciento más rico aumentaron en un 208 por ciento. Surgió una clase media amplia y pujante, y nos propusimos transformar a Chile en un país desarrollado y sin pobreza antes de que termine la década que comienza.

Hoy, la desigualdad de ingresos en Chile es menor que el promedio latinoamericano. Pero no supimos aprovechar lo suficiente el poder del crecimiento para reducir la brecha de ingresos. Muchos sintieron que quedaron atrás, inundados por un sentimiento legítimo de injusticias que desencadenó en una ola de protestas sociales. Para responder a ese llamado y luchar contra las desigualdades, necesitamos una agenda social ambiciosa, mantener un crecimiento sano de la economía y lograr un acuerdo constitucional con participación amplia e inclusiva, que refleje los valores y principios que han forjado nuestra nación.

En las últimas semanas hemos experimentado un enorme e inesperado estallido de violencia, incendios, disturbios, destrucción y delincuencia, que ha causado un grave daño al cuerpo y alma de Chile.

Durante estos tiempos difíciles y violentos, mientras ejercimos nuestro deber de restaurar el orden público y la seguridad ciudadana, nuestro gobierno tomó todas las medidas y precauciones necesarias para garantizar el máximo respeto de los derechos humanos de todos.

Aplicamos las normas más estrictas para regular el uso de la fuerza por parte de las policías, adoptamos una política de plena transparencia en toda la información de los derechos humanos y reforzamos el sistema de defensores públicos. Concedimos a nuestro Instituto Nacional de Derechos Humanos pleno acceso a todas las instalaciones policiales y hospitalarias para realizar su tarea de protección de los derechos humanos en forma autónoma. Dimos la bienvenida a la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y a Human Rights Watch para que observaran de primera mano la situación del país. Hay evidencias que dan cuenta de abusos y uso excesivo de la fuerza. Todos estos casos están siendo investigados por la fiscalía y serán juzgados por los tribunales de justicia, como corresponde en una democracia y un Estado de Derecho.

En estos tiempos difíciles, nuestro mejor aliado ha sido nuestra democracia, nuestras instituciones y nuestro Estado de derecho, que permanecieron intactos y desempeñaron un papel esencial durante la emergencia.

En medio de esta ola de violencia, surgió en Chile un proceso de naturaleza totalmente diferente: el mayor movimiento social de nuestra historia reciente. Los chilenos de todas las edades y sectores salieron a las calles a protestar legítimamente contra las desigualdades excesivas, las bajas pensiones, la calidad y el costo de los servicios públicos, los abusos en el suministro de bienes y servicios y otros problemas que se venían acumulando desde hace décadas. En un día en particular, más de un millón de personas se expresaron en las calles.


Esta protesta social se convirtió en una gran oportunidad para construir un nuevo futuro para Chile. Es la expresión legítima de una democracia viva y vital, que nos dio la oportunidad de conectarnos mejor con nuestros ciudadanos y liderar una transición hacia una sociedad más justa y con mayor igualdad de oportunidades, donde el progreso y el desarrollo sean más inclusivos y sostenibles.
Ahora necesitamos una nueva transición, inspirada por una nueva visión, escuchando a nuestros ciudadanos y encontrando juntos las soluciones a corto y largo plazo que cimentarán el camino hacia una sociedad más libre, justa y próspera. Para lograr este objetivo, debemos actuar con un fuerte sentido de unidad, urgencia y responsabilidad.

Un Estado no puede alcanzar el pleno desarrollo si una parte significativa de su población o territorio no están participando de la generación y los beneficios del crecimiento.

Nuestro primer paso fue lanzar una Nueva Agenda Social con un conjunto de medidas muy concretas que abordan algunas de las principales preocupaciones cotidianas de los chilenos, dando alivio y mayor dignidad a sus vidas. Esta agenda incluye un aumento en las pensiones y la creación del ingreso mínimo garantizado; mejores condiciones para las micro, pequeñas y medianas empresas; una reducción en el precio de los medicamentos y mayor financiamiento para la salud pública; la estabilización de los precios del transporte, el agua, la electricidad y los peajes; el aumento de los impuestos para los más ricos, y una reducción a los históricos altos salarios de los parlamentarios y de otros funcionarios del sector público.

Esta agenda requiere importantes recursos públicos que estamos financiando con una reforma tributaria y la disciplina fiscal necesaria.

No tenemos tiempo que perder, porque no habrá justicia social sin crecimiento y desarrollo, y no habrá crecimiento y desarrollo sin justicia social.

Por estas razones, nuestro segundo paso fue poner en marcha un proceso nacional de diálogos ciudadanos, que permitirá a nuestros compatriotas expresar sus principales preocupaciones, demandas y aspiraciones, en espacios sin preguntas excluidas y donde los chilenos puedan discutir y debatir libremente sus ideas.

Pero hay una condición indispensable: no podemos tolerar ninguna forma de violencia, ni ningún tipo de abuso de los derechos humanos. De lo contrario, nuestra democracia se debilitará. Debemos poner fin a toda la violencia, recuperar la paz social y concentrarnos en los enormes desafíos y oportunidades del futuro.

Además de recuperar el orden público y la paz social, y ejecutar poderosas políticas sociales para derrotar la pobreza, reducir las desigualdades excesivas y crear una mayor igualdad de oportunidades, necesitamos forjar en Chile un nuevo pacto social. Por eso hemos acordado una hoja de ruta que nos permitirá, por primera vez en plena democracia y con participación ciudadana efectiva, acordar una constitución que nos brinde un marco de unidad, legitimidad y estabilidad, con el que podamos enfrentar los grandes retos y oportunidades del futuro. Después de todo, una casa dividida no puede prevalecer.

Estoy seguro de que los chilenos demostrarán una vez más el alma noble y solidaria de nuestro país. Juntos construiremos un país más libre, más justo, más fraterno y más próspero, un país que podemos llamar nuestro hogar común, la casa de todos los chilenos, donde podamos pensar de manera diferente, pero respetar nuestras diferencias y juntos construir un futuro mejor para todos.
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DATO CLAVE, Piñera es uno de los 10 billonarios de Chile, está en el top de las 1000 personas más ricas del planeta. https://es.wikipedia.org/wiki/Sebasti%C3%A1n_Pi%C3%B1era 

original en https://www.nytimes.com/es/2019/12/18/espanol/opinion/sebastian-pinera-chile.html

martes, diciembre 10, 2019

Chile 2019: la explosión, la desigualdad ... NUNCA MÁS BASTARÁ SÓLO CON SUPERAR LA POBREZA

ENTREVISTA
 Profesor de Economía Internacional de UCLA

Sebastián Edwards, el economista más prestigioso de Chile: "Habrá un vuelco hacia un capitalismo más inclusivo"

El economista chileno más reputado a nivel mundial mira con preocupación la crisis por la que atraviesa su país. Considera que sólo se solucionará con un repliegue de las políticas neoliberales y un vuelco hacia un capitalismo más inclusivo. "La clase media simplemente se hartó", advierte



Sebastián Edwards. EL MUNDO
Sebastián Edwards (Santiago de Chile, 1953) es el economista chileno más prestigioso a nivel mundial. Profesor de economía internacional en UCLA, Edwards ha trabajado en el Banco Mundial y es investigador asociado del National Bureau of Economic Research (NBER). Es uno de los pioneros en el estudio del populismo económico. Vive en California, donde enseña y escribe. Es, además, un novelista de éxito y un intelectual inquieto, muy pendiente de lo que pasa en su país de origen que ahora vive días convulsionados.
¿Se acabó el modelo chileno? ¿Por qué?
El modelo agoniza. Como en la novela de Faulkner, el desenlace es cierto: es la muerte del modelo. Lo que no sabemos es cuánto demorará el proceso, si será lento o rápido. Tampoco sabemos, exactamente, qué lo reemplazará.
Usted ha hablado de la paradoja chilena: que el modelo que más ha reducido la desigualdad en la región ha sido el primero en ser tumbado por el pueblo. ¿Cómo se explica?
Mi explicación es simple: hay más de un concepto de desigualdad, más de una manera de entender el fenómeno. Por un lado, está la desigualdad de ingresos o desigualdad vertical, la que miden los economistas con el coeficiente de Gini. Esta es la que ha caído bastante rápido, aunque aún es alta. Pero hay un segundo concepto, que adquiere gran importancia una vez que los países han alcanzado cierto grado de desarrollo. Se trata de la "desigualdad horizontal" o desigualdad de trato; desigualdad de acceso a bienes públicos como áreas verdes y de esparcimiento, desigualdad ante la ley, desigualdad con respecto a acceder a ciertos puestos de trabajo. Es lo que la filósofa Elizabeth Anderson llama la "desigualdad relacional". Y es en este ámbito donde Chile anda mal, muy mal. Las falencias están capturadas en el índice Better Life de la OECD. Cuando uno lo analiza, Chile ya no aparece como el paraíso o el oasis del que tantos hablaban. Hay abusos, humillaciones, mal trato. La gente siente que no la respetan, sienten una falta de dignidad.
¿Cuáles son a su juicio las razones de esta convulsión?
La clase media siente que han abusado de ella durante años. Simplemente se hartó. Hay que recordar lo siguiente: en 1990 un 53% de los chilenos vivía bajo la línea de la pobreza; en 2018 tan solo 8% eran pobres. Vale decir, 40% de la población (un número enorme) pasó de ser pobres a ser clase media. Pero es una clase media muy vulnerable. Son personas con aspiraciones y miedos, especialmente miedo de volver a caer en la pobreza. Los distintos gobiernos le fallaron a esta clase media, la que fue acumulando rabia y resquemores, la que fue sintiendo pasada a llevar, la que se sintió humillada.
¿Tiene sentido que los mismos que temían volver a ser pobres avalen unos desórdenes y una destrucción que sólo los empobrece?
Esa es la tragedia. El enorme daño colateral del estallido. Los supermercados saqueados están en los lugares de menores ingresos; lo mismo con farmacias y hospitales. Lo más probable es que no sean reconstruidos y que esa gente tenga mayores penurias. Es siempre así. Así fue en los "Riots de 1992" en Los Ángeles, California, los que me tocó vivir. Esta tragedia se acentúa en un caso como el chileno, donde las protestas no tienen líderes que las encaucen.
Usted ha dicho que no hay que temerle a la elaboración de una nueva Constitución en Chile. En todos los países de América que aprobaron constituciones en los últimos 30 años el gasto público se incrementó de manera importante y uno de ellos -Venezuela- es un desastre económico. ¿Por qué tenemos que ser optimistas?
Yo digo que no hay que ser pesimista; Chile no tiene por qué ser la próxima Venezuela. En los últimos 30 años ha habido constituciones completamente nuevas en ocho países de la región, y Venezuela es el único desastre económico. Los otros países han tenido problemas, pero los han superado con negociaciones políticas, reformas constitucionales, leyes adecuadas. Perú, incluso, ha sido un país económicamente muy exitoso, aunque con problemas políticos. Si el mayor gasto público va acompañado de mayor recaudación, no debiera haber problemas. Es lo que sucedió, por ejemplo, en Perú y en Paraguay. Lo importante es esto: si bien no hay que caer en el temor irracional, hay que hacer una constitución moderna y razonable. Vale decir, una constitución alejada de la de Venezuela. Una constitución con mecanismos que anclen al país en una razonabilidad económica, que protejan uno de los mayores logros del Chile democrático: la derrota de la inflación, un flagelo que castiga con dureza a los más pobres. Nótese esto: entre 1938 y 1998, Chile no tuvo nunca una inflación menor al 5% anual. ¡Nunca! Desde esa fecha, la inflación ha superad el 5% solo dos veces. Un cambio enorme.
Las Constituciones no son una panacea. Usted es coautor de un estudio que demuestra que incluir el derecho a la educación en los textos constitucionales no garantiza que la educación sea buena.
Es un estudio detallado, con técnicas estadísticas avanzadas y sofisticadas. Nuestros resultados indican que la calidad de la educación - medida por los resultados de la prueba PISA - no es más alta en países que garantizan con más fuerza los derechos sociales en sus constituciones. Hay países en los que la constitución no incluye esos derechos (EEUU) y la educación tiene una calidad relativamente buena, y otros con derechos estrictos y educación mala. Hay factores familiares, institucionales, estructurales y de políticas que son mucho más importantes. Por ejemplo, cuántos libros hay en casa y cuáles son los hábitos de lectura de la familia. Y esos factores no se cambian de un plumazo, por medio de un artículo en la constitución.
Usted fue un pionero en el estudio del populismo económico. ¿Qué cosas nos indicarían que un texto constitucional ha caído en el populismo económico?
En nuestro estudio original, Rudi Dornbusch y yo estudiamos las explosiones inflacionarias en regímenes populistas. Demostramos que hay un ciclo bien definido, ciclo que pasa de la euforia a la catástrofe en un periodo más o menos breve. El mayor antídoto a una explosión populista es asegurar en la Constitución que el banco central sea un organismo autónomo, manejado con absoluto profesionalismo. Países con bancos centrales manejados con criterios políticos y de corto plazo, son susceptibles a caer en el populismo. Eso es, precisamente, lo que pasó en Venezuela. Desafortunadamente en el mundo ha surgido una corriente de pensamiento llamada Modern Monetary Theory (MMT) que desconoce esta regla simple y efectiva. Pareciera ser que en Argentina la van a adoptar. Auguro un mal resultado.
Al margen de los errores cometidos, la imagen de Sebastián Piñera, un multimillonario, no ha ayudado a superar la crisis. En 2009 usted le propuso que regalara toda su fortuna. ¿Qué cree que habría sucedido si lo hubiera hecho?
No lo sé; nadie lo sabe. Pero lo que sí es cierto es que un presidente con una riqueza enorme, un presidente que aparece en la lista anual de Forbes de los billonarios, no tiene la imagen del "hombre de la calle." Se le piensa, correctamente, como alguien con grandes privilegios. Y eso no es saludable en la política, especialmente en situaciones de crisis sociales en los que se cuestiona la legitimidad de los políticos.
¿Por qué los intelectuales chilenos, tanto de derecha como de izquierda, no vieron venir este fenómeno?
Bueno, nadie vio la magnitud del estallido; su masividad y la violencia que lo acompaña. Pero mucho notaron que había un "malestar" subterráneo, una rabia que se acumulaba cada vez que se descubría que los empresarios cometían abusos, y estos abusos no eran castigados por la ley. La teoría del malestar rondaba en Chile en distintas versiones. Algunos dijimos que el modelo se había agotado y requería ajustes mayores. Muchos sabíamos que algo malo podía suceder, pero no nos imaginamos cuán malo iba a ser. Nadie imaginó estos días de furia y destrucción. Cuando se escriba la historia definitiva, se dirá que la derecha cometió muchos errores. Tanto políticos, como intelectuales y sociales. Entre los últimos, uno de los más serios fue irse a vivir en barrios aislados, en un mundo paralelo de privilegios, en un "oasis" dentro de un país con aprehensiones, ansiedades, dificultades, y miedos.
¿Cuál será, a su juicio, el final de este proceso?
Es una pregunta de varias dimensiones. En lo económico, y en el mediano plazo, esto termina con un repliegue sustancial de las políticas neoliberales, con un vuelco hacia un modelo de capitalismo más inclusivo, con muchos mayores elementos de socialdemocracia. En lo inmediato, es difícil saber cómo termina la violencia. Todo el mundo está tratando de evitar la salida de los militares a la calle. Eso es esencial.
¿Qué elementos lo condicionarán?
Ha habido una enorme falta de coraje y de visión por parte de los políticos. No ha habido ni una sola "voz de la razón." Nadie a quien admirar y cuyas ideas hagan sentido en forma transversal. Lo ideal es que surgieran varios líderes con esta voz razonable, interlocutores en una gran conversación nacional.
EN 
https://www.elmundo.es/economia/macroeconomia/2019/12/07/5dea85d5fc6c838c458b46a2.html