lunes, julio 22, 2019

La frágil paz de Colombia

Reformas cruciales languidecen mientras Colombia busca consolidar la paz

La frágil paz de Colombia se está viendo amenazada por la violencia rural y la sobrecarga humanitaria que conlleva el albergar refugiados venezolanos. En este extracto de su Watch List 2019 - Segunda Actualización, Crisis Group insta a la Unión Europea y sus Estados miembros a mantener su apoyo enérgico a la implementación de los acuerdos de paz de 2016.

Este comentario es parte de nuestra Watch List 2019 - Segunda Actualización.
Al cumplirse casi un año del gobierno del presidente Iván Duque, una Colombia polarizada enfrenta muchos obstáculos para consolidar una frágil paz. Algunos de los integrantes más radicales del gobierno de Duque y su partido, el Centro Democrático, continúan arremetiendo contra la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), un tribunal orientado a la rehabilitación y componente esencial del acuerdo de justicia transicional alcanzado en el acuerdo de paz de noviembre de 2016, el cual alegan es demasiado indulgente hacia los miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Si bien recientemente Duque se vio obligado a sancionar la ley estatutaria que fija el marco legal para la JEP después de que el Congreso y la Corte Constitucional rechazaran sus esfuerzos por cambiarlo, no está claro si él y su gobierno están preparados para dejar de lado su empeño en modificar la JEP y prestar más atención a los aspectos rezagados de los acuerdos de paz.
Con el campo aún devastado por la violenciael cultivo de coca en aumento y el crecimiento de grupos armados (incluidas facciones disidentes de las FARC, la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y organizaciones de narcotraficantes), el gobierno debería invertir más tiempo y recursos en implementar las reformas rurales del acuerdo de paz. Éstas constituyen el camino más prometedor hacia el desarrollo de una economía agrícola lícita que pueda desplazar la producción de coca y privar a los grupos armados organizados de su principal fuente de financiación. Las reformas a su vez, pueden ayudar a promover la presencia estatal en regiones rurales de Colombia fuera del alcance oficial.
Los estímulos políticos y el apoyo financiero de la UE pueden ayudar a Colombia a priorizar estas reformas, así como a enfrentar la enorme carga humanitaria creada por el influjo reciente de 1,3 millones de migrantes y refugiados venezolanos que huyen de la crisis en su país, y los millones de colombianos desplazados que han abandonado sus hogares debido al conflicto armado de los últimos 25 años.
La UE y sus estados miembros pueden ayudar a abordar este complejo conjunto de desafíos al:
  • Continuar manifestando un fuerte respaldo a la Jurisdicción Especial para la Paz en los diálogos con el gobierno y en los foros multilaterales, alentando al gobierno a no modificar o socavar la JEP, y resaltando que ser fiel a los términos alcanzados en 2016 será importante para la durabilidad del acuerdo de paz y la estabilidad de Colombia.
  • Instar al gobierno a que acelere la implementación de reformas agrarias cruciales y otras medidas que integran el capítulo de reforma rural del acuerdo de paz, del cual la UE es uno de los principales donantes.
  • Aumentar el apoyo al desarrollo económico en las zonas rurales, especialmente en aquellas donde abunda la producción de coca, incluso mediante la financiación directa de proyectos de medios de vida alternativos o de sustitución de cultivos.
  • Aumentar su financiamiento al trabajo humanitario para ayudar a Colombia a afrontar la masiva carga humanitaria creada por el influjo de refugiados y migrantes venezolanos, así como el desplazamiento interno.

Luchando con la justicia transicional

Cómo llevar ante la justicia a los ex miembros de las FARC acusados de delitos graves durante el conflicto ha sido una cuestión muy polémica durante años. Según el acuerdo de paz de 2016, la Jurisdicción Especial para la Paz favorece el trabajo comunitario como reparación en vez de la cárcel para los miembros de las FARC que cooperen, lo cual muchos en Colombia consideran demasiado indulgente. El presidente Duque llegó al poder en agosto de 2018 después de prometer durante su campaña que establecería consecuencias más estrictas para los delincuentes, y su partido pasó gran parte del último año trabajando para lograr dicho objetivo. A comienzos de 2019, Duque presentó seis objeciones a la legislación de implementación que el Congreso ya había aprobado de conformidad con los acuerdos de 2016 para establecer un marco legal duradero para la JEP. Pero en mayo, el Congreso rechazó las objeciones y, con la Corte Constitucional confirmando dicha decisión en junio, Duque se vio obligado a sancionar la ley estatutaria.
 Las disputas del gobierno con la Jurisdicción Especial para la Paz son contraproducentes.
Aunque la lucha por la legislación de implementación parece haber terminado, la Jurisdicción Especial para la Paz sigue siendo controversial. Una fuente reciente de disputa es la decisión de la JEP del pasado mes de mayo de negar una solicitud de extradición de los EE. UU. y ordenar la liberación de un ex comandante de las FARC, conocido con el alias de Jesús Santrich, a quien los EE. UU. pretende procesar por presunta conspiración para traficar cocaína en 2018. Después de que la JEP ordenara la liberación de Santrich, éste fue arrestado una segunda vez por "nueva" evidencia, liberado nuevamente (esta vez por orden de la Corte Suprema), y se posesionó en una de las diez curules del Congreso asignadas a las FARC bajo el acuerdo de 2016, todo esto antes de desaparecer de una zona de concentración de desmovilizados de las FARC; informes de inteligencia filtrados sugieren que huyó a Venezuela.
Independientemente de las particularidades de éste y otros casos sobresalientes, las disputas del gobierno con la Jurisdicción Especial para la Paz son contraproducentes. Los términos a partir de los cuales opera la JEP, por imperfectos que sean, están en el corazón del acuerdo de 2016 y no pueden modificarse sin ponerlo en peligro. Además, el tiempo y la atención de sus directivos se requiere con urgencia en otros lugares, como se explica a continuación. La reciente propuesta del gobierno de recortar el 30 por ciento de los fondos del sistema integral de justicia transicional, el cual incluye a la JEP sugiere que las batallas políticas divisivas a su alrededor no han terminado.

Reforma rural: un historial desigual

Mientras que la administración de Duque ha centrado abrumadoramente su atención política en la Jurisdicción Especial para la Paz y en llevar a las FARC ante la justicia, su implementación de otros elementos del acuerdo, algunos de importancia crítica para establecer una paz duradera en Colombia, ha sido, en el mejor de los casos, desigual.
En el aspecto positivo, el gobierno ha tomado medidas importantes para reintegrar a los miembros de las FARC en la sociedad colombiana, incluida la aprobación por parte del Consejo Nacional de Reincorporación de 24 proyectos económicos y otras iniciativas para brindar oportunidades a los excombatientes dentro de la economía lícita (en el momento en que Duque asumió el cargo se habían aprobado dos). El gobierno también ha finalizado dieciséis planes de desarrollo regional, conocidos como Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET), diseñados a través de un proceso participativo dirigido a nivel comunitario en 170 municipios. Estos planes contienen miles de propuestas, que el gobierno está evaluando con base en sus criterios de "viabilidad", y que tienen como objetivo promover el desarrollo económico local y mejorar la presencia de las instituciones estatales en el campo, entre otras cosas, invirtiendo en infraestructura y ampliando el acceso a servicios de educación y salud.
 Los grupos de narcotraficantes aún controlan gran parte de las regiones rurales. 
Sin embargo, el gobierno ha ignorado o ha sido reacio a implementar otros aspectos importantes del capítulo de reforma rural. Según el Instituto Kroc, el cual hace seguimiento al progreso de los acuerdos de paz, el 51 por ciento de las iniciativas del capítulo de reforma rural han avanzado tan poco que no está claro si alguna vez lleguen a ser implementadas por completo y otro 38 por ciento no ha avanzado de ninguna manera.
Las reformas agrarias, que enfrentan gran oposición por parte de la base política del Centro Democrático, compuesta por terratenientes de élite, quienes ven la reforma como una amenaza a su poder e intereses, requieren especial atención. El acuerdo de paz contempla tres medidas principales para distribuir la tierra de manera más equitativa, crear protecciones legales para los propietarios y alentar a los campesinos a que planten cultivos distintos a la coca. Una es formalizar la propiedad de casi siete millones de hectáreas de tierra sin título, otorgando títulos a los agricultores que la trabajan. Antes de que Duque asumiera el cargo, la Agencia Nacional de Tierras ya había titulado 1,6 millones de hectáreas en poco más de un año, pero sus esfuerzos parecen haberse desacelerado; en junio de 2019 el número tan sólo alcanzó los 1,9 millones de hectáreas. Una segunda medida importante, la creación del Fondo de Tierras de la Nación para distribuir tres millones de hectáreas a campesinos con poca o sin tierra, también está fallando. Bajo la administración anterior de Juan Manuel Santos, el fondo alcanzó a incorporar 525 000 hectáreas, pero bajo la administración actual el total aumentó en tan solo 32 000 hectáreas. La tercera medida, que consiste en establecer un registro de tierras para rastrear la propiedad y permitir una mejor recaudación de impuestos, va mejor, ya que el Consejero Presidencial para la Estabilización y la Consolidación aseguró el financiamiento para proceder con su creación.

Manejo de inseguridad y producción de coca en áreas afectadas por conflictos

A medida que Colombia lucha por implementar el acuerdo de 2016, la violencia organizada continúa aumentando en las áreas rurales. La guerrilla del ELN, las disidencias de las FARC (quienes no hicieron parte del proceso de paz o se retiraron de este), y los grupos de narcotraficantes aún controlan gran parte de las regiones rurales. Regulan y participan en economías ilegales, pretenden controlar las comunidades donde operan a través de justicia improvisada y otros mecanismos de gobierno, y luchan entre sí y con el estado, causando un gran daño. Más de 145 000 personas fueron desplazadas por esta violencia en 2018, en comparación con 139 000 en 2017.
El gobierno siente que está bajo presión constante tanto de la opinión pública nacional como de los socios extranjeros para combatir con mayor firmeza el crimen y la violencia rural. En respuesta, el gobierno de Duque ha incrementado los despliegues de tropas y policías en lugares como el Catatumbo a lo largo de la frontera con Venezuela y el Bajo Cauca en el noroeste. Ha destacado el asesinato y la captura de líderes de grupos criminales o armados, como el disidente de las FARC conocido por el alias "Guacho". Pero en general estos esfuerzos no le han permitido al gobierno arrebatar el control territorial a los grupos armados ilegales, ni han debilitado su poder en general.
Mientras tanto, la producción de coca y cocaína en Colombia, la cual financia a estos grupos ilegales y los incita a competir y luchar entre sí, ha alcanzado niveles históricos. En 2017 (el último año para el cual hay datos confiables) la producción de cocaína alcanzó las 1300 toneladas métricas. EE. UU. ha criticado fuertemente al gobierno colombiano por su incapacidad para frenar la producción, y el presidente Trump ha amenazado con descertificar a Colombia como socio de su país en esfuerzos antinarcóticos, lo que haría que el país no sea elegible para la mayoría de la asistencia de los EE. UU.
 Solo abordando las profundas disparidades socioeconómicas que afectan a las comunidades [rurales], Colombia puede realmente llegar a superar el legado de violencia. 
Sin importar que tan probable sea que esto ocurra, el gobierno colombiano ha tomado muy en serio el descontento de la Casa Blanca. Se ha comprometido a combatir la producción de coca incrementando la erradicación forzada, prometiendo destruir 80 000 hectáreas de coca este año y sustituir otras 20 000 por cultivos legales. El Ministerio de Defensa parece estar preparándose para retomar la fumigación aérea, aunque es muy poco probable que la Corte Constitucional, que anteriormente prohibió la fumigación debido a los presuntos efectos carcinogénicos del glifosato, la permita.
Más allá de los problemas de legalidad, retomar la fumigación aérea sería una política contraproducente. Esfuerzos previos para controlar la economía de la coca mediante fumigación aérea (Colombia fumigó más de un millón de hectáreas entre 2000 y 2015) han fracasado. Parte del problema es que la técnica es ineficaz: varios estudios han demostrado que fumigar una hectárea de coca solo destruye una pequeña fracción del cultivo, y que cualquier avance mínimo que pueda lograr es insostenible en el tiempo. Dado que los agricultores resultan cultivando plantas de coca con el fin de ser productivos, reducir la cantidad de tierra apta para la agricultura en general en un intento por reducir la producción de coca es inadecuado.
Para bien o para mal, la solución más prometedora ante la continua presencia de grupos armados organizados y economías ilícitas en las comunidades rurales de Colombia radica en las reformas rurales establecidas en el acuerdo de paz de 2016. Solo abordando las profundas disparidades socioeconómicas que afectan a estas comunidades, Colombia puede realmente llegar a superar el legado de violencia.

La crisis venezolana

Sumado a sus desafíos internos, Colombia enfrenta una creciente carga humanitaria causada por la crisis del país vecino. Desde que la crisis económica y política venezolana empeoró dramáticamente en 2017, más de un millón de venezolanos han huido a Colombia, aumentando las filas de los más de 300 000 colombianos desplazados internamente debido a la violencia en ese mismo período y los millones de colombianos desplazados durante un cuarto de siglo de conflicto que aún no han regresado a sus hogares.
Si bien el gobierno ha demostrado ser generoso y acogedor con los venezolanos al proporcionar residencia temporal y acceso a salud y educación, la infraestructura a lo largo de la frontera es terriblemente precaria y muchos migrantes prefieren vivir en la miseria de las grandes ciudades de Colombia. Aunque Colombia es un país de ingresos medios, requiere urgentemente apoyo adicional de donantes. La ONU y otras agencias humanitarias estiman que el financiamiento necesario para atender a los refugiados venezolanos en Colombia es de alrededor de €280 millones para 2019, de los cuales solo €67 millones están cubiertos actualmente por donantes. El gobierno está contemplando ajustar su objetivo de déficit fiscal para poder disponer de €800 millones adicionales con el fin de satisfacer las necesidades de los refugiados venezolanos y reasignar dinero destinado a otras prioridades, incluida la implementación del acuerdo de paz de 2016.

El camino hacia adelante

Para el gobierno colombiano la mejor manera de avanzar radica en una estricta implementación de los acuerdos de paz de 2016. Como principal donante, un Fondo Fiduciario de la UE habrá desembolsado €120 millones en apoyo al desarrollo rural y la reintegración para fines de 2020, la Unión Europea y sus estados miembros están bien posicionados para presionar al gobierno para que abandone las disputas polarizadas sobre la rendición de cuentas de las FARC y afronte las reformas rurales de vital importancia.
Dado el liderazgo de la UE en asuntos de justicia y responsabilidad, puede ser una voz fuerte para presionar al gobierno de Duque a dejar de lado sus disputas con la Jurisdicción Especial para la Paz, destacando que este tribunal es el producto imperfecto de un compromiso político, pero socavarlo podría poner en peligro una paz duradera en Colombia. También debería presionar al gobierno para que financie plenamente todos los mecanismos de justicia transicional, incluida la Jurisdicción Especial, en su presupuesto de 2020, a pesar de los recientes anuncios de que buscará recortar los fondos para los mecanismos de justicia transicional en un 30 por ciento.
La UE y los estados miembros también deben resaltar la importancia de que los líderes políticos presten mayor atención a los aspectos rezagados de los acuerdos de paz. Deben dejar claro que ven estas reformas como la clave para un futuro estable y próspero para Colombia, y en particular para las áreas rurales que continúan enfrentando una violencia rampante. Así como el gobierno merece reconocimiento por el progreso que ha logrado en la reintegración de las FARC, demasiadas reformas se han estancado o no se han podido iniciar en absoluto. Encabezando la lista están las reformas agrarias que en gran medida se han estancado desde que Duque asumió el cargo.
 La UE debería considerar aumentar su asistencia humanitaria para satisfacer las necesidades creadas por el creciente influjo venezolano. 
Si bien la paz y la seguridad en el campo dependen en última instancia de estas reformas, a corto plazo, la UE debería seguir ayudando al gobierno colombiano a fortalecer su presencia y capacidad para brindar servicios en áreas rurales empobrecidas, incluso mediante la financiación de proyectos para la resolución de conflictos, promoción de responsabilidad penal por actividades delictivas y construcción de infraestructura. Además, la UE debería alentar al gobierno a centrarse menos en la erradicación de coca, y más en los esfuerzos para estimular el desarrollo de economías lícitas en áreas afectadas por conflictos a través de medios de vida alternativos y la sustitución de cultivos.
Ante estos desafíos, y el hecho de que se prevé que la implementación exitosa del acuerdo de paz y desarrollo rural tomará quince años en Colombia y costará miles de millones de euros, la UE debería comenzar a considerar la posibilidad de extender el Fondo Fiduciario más allá de 2020 y agregarle más recursos. De manera similar, la UE debería considerar aumentar su asistencia humanitaria para satisfacer las necesidades creadas por el creciente influjo venezolano y ayudar a Colombia a soportar la carga sin sustraer fondos de la reforma que aún se encuentra en sus primeras etapas.

martes, julio 09, 2019

En 200 años #Colombia no ha querido #gravar las grandes #riquezas



El pago del impuesto sobre la renta comienza el 9 de agosto.
La adopción en 1918 del impuesto sobre la renta, tras un intento fallido de establecerlo casi un siglo antes, constituye un hito en la historia fiscal colombiana.
ARCHIVO PARTICULAR
POR:
 
PORTAFOLIO
 
JULIO 09 DE 2019 - 08:41 A.M.
El ejercicio independiente del poder fiscal de la naciente república de Colombia se inauguró con medidas tendientes a confiscar las propiedades de los colonizadores españoles y a abolir algunos de los gravámenes más abusivos de la colonia, como es el caso del tributo de indios, “una contribución personal que los indios debían pagar al Rey en reconocimiento del señorío”, según la descripción de Clímaco Calderón. Se abolieron las restricciones impuestas por la monarquía sobre el comercio exterior con países distintos a España, así como el carácter colonial, extractivista, del régimen tributario, pero las fuentes de recaudo probaron ser más difíciles de cambiar. 
A semejanza de lo que ocurría antes de la independencia, durante el siglo XIX los gravámenes sobre el comercio exterior ―sobre todo el arancel aduanero― continuaron siendo pilar de las finanzas públicas, aunque el volumen de recaudo derivado de allí era magro. Los estancos de aguardiente y tabaco, que se habían abolido en un comienzo, se restituyeron y su impronta todavía hoy se manifiesta en los fiscos departamentales.

(Lea: Un bicentenario de desarrollo económico en Colombia

El bajo nivel de tributación es un rasgo que, con altibajos, ha perdurado en 200 años de vida independiente, cercenando la capacidad del estado colombiano de suplir bienes y servicios colectivos. Los aprietos fiscales, resultado de una actividad económica reducida, de las presiones de gasto de las guerras de independencia y de una institucionalidad incipiente, caracterizaron los primeros años de la república. “El presupuesto público de la República para 1923 ascendía a 5,0 millones de pesos”, reporta López Garavito. Hacia 1870 la carga tributaria del gobierno nacional ascendía a cerca de un peso por habitante, mientras que los gobiernos subnacionales de la época (estados y municipios) recaudaban otro tanto, muy por debajo de los promedios de América Latina, EE.UU. y Europa (Camacho Roldán; Junguito). La estrechez impositiva era tal que el recaudo por habitante era menor a fines del siglo XIX que el alcanzado al término de la era colonial. Las guerras domésticas se citaban con frecuencia como fuente de desequilibrios fiscales.

(Lea: El papel que tuvo la mujer en la independencia

La adopción en 1918 del impuesto sobre la renta, tras un intento fallido de establecerlo casi un siglo antes, constituye un hito en la historia fiscal colombiana. Desde entonces fue ganando importancia, convirtiéndose en la principal fuente de recaudo del orden nacional hasta mediados de la década de 1980, cuando comenzó a compartir esa condición con el IVA. El impuesto predial, uno de los ejes de las finanzas municipales, se remonta también a las primeras décadas del siglo XX. 

Aunque Esteban Jaramillo, artífice de su adopción, lo promocionó por su potencial progresivo, el impuesto sobre la renta personal, la variante del gravamen que más se presta para fines redistributivos, no ha logrado en realidad prosperar y aun hoy es una fuente de ingresos secundaria. La variante que se consolidó fue, en cambio, el impuesto sobre la renta de las sociedades, que grava los ingresos de capital de una manera tosca, tratando por igual a los grandes y pequeños accionistas. Sin embargo, el impuesto sobre la renta de las sociedades es más fácil de administrar que su contraparte personal, un factor que ha contribuido a su preponderancia.

(Lea: El pasado del sector eléctrico colombiano y sus desafíos actuales

Puede afirmarse que, históricamente, el gobierno colombiano ha sido un gobierno pobre. Hasta mediados del siglo XX el recaudo tributario del orden nacional no había sobrepasado el 4% del PIB y todavía en 1983 apenas rondaba el 6% del mismo indicador. En especial debido a la consolidación del IVA, una tendencia ascendente en el nivel de tributación nacional se configuró desde mediados de la década de 1980, probablemente el alza más marcada en la historia republicana: el recaudo pasó a representar el 14% del PIB en el año 2000, porcentaje que más o menos se mantiene desde entonces. Hoy en día la carga tributaria está algo por debajo del nivel registrado en países similares en términos de ingreso per cápita y muy atrás de los países desarrollados. 

Según el Banco Mundial, en la actualidad la llamada tasa de impuestos total ascendería en Colombia a casi 70% de las utilidades empresariales. Pero esa estimación no se deriva de datos sobre el recaudo efectivo ni sobre las utilizadas observadas, sino que es un ejercicio hipotético de un grupo de expertos seleccionados sobre lo que pagaría una empresa de tamaño medio en su segundo año de operación, suponiendo que no hay evasión ni traslación impositivas. Ejercicios empíricos sitúan la tarifa efectiva sobre los ingresos de capital en niveles bastante más bajos.

En Colombia las reformas tributarias son frecuentes: alrededor de una reforma cada dos años desde que entró en vigor la Constitución de 1991. ¿Por qué tanta ‘reformadera’? Si bien la carga tributaria en verdad se ha elevado en este periodo, la ‘reformadera’ obedecería a pujas distributivas, quizás tanto o más que a la búsqueda de recaudos adicionales. La Ley 1819 de 2016 y la Ley de financiamiento de 2018, por ejemplo, se aprobaron en medio del proceso de paz con las Farc. El Acuerdo de la Habana abogaba por una reforma redistributiva ambiciosa. Pero, en realidad, ¿quién ganó y quién perdió con esas reformas? La lección puede ser que pensar con el deseo y la verbosidad de los documentos políticos no son suficientes para alterar la correlación de fuerzas entre los factores reales de poder. 

En el curso de su vida independiente Colombia no ha podido o no ha querido lidiar bien con dos grandes temas tributarios.
 El primero: cómo gravar los ingresos altos y las grandes riquezas. El impuesto sobre la renta personal es un instrumento internacionalmente probado para el efecto, pero lo que hay en Colombia dista mucho de las mejores prácticas. Y mientras en Europa y Estados Unidos cobran fuerza las propuestas en favor del impuesto a la riqueza, aquí el impuesto al patrimonio está en retirada (fenece en el 2021). 

Un segundo tema pendiente es cómo financiar el nivel intermedio de gobierno, conformado por los 32 departamentos y el distrito capital de Bogotá. 
Desde sus inicios, los departamentos han permanecido fiscalmente enclenques y, comparados con el nivel nacional y el nivel local, son el eslabón más débil de la cadena. Un grado limitado de autonomía tributaria, acompañado de transferencias más igualadoras, parece deseable en este caso, pero los impuestos al consumo de cigarrillos y licores o los actuales gravámenes sobre los juegos de azar, por ejemplo, son poco idóneos para ese propósito. No debería perderse de vista que la debilidad fiscal de los departamentos ayuda a explicar varios cuasi vacíos de gobernabilidad que tras 200 años de independencia aún prevalecen en los territorios colombianos.

Jorge Armando Rodríguez
Decano, Facultad de Ciencias Económicas
Universidad Nacional de Colombia
ESPECIAL PORTAFOLIO.CO

sábado, junio 29, 2019

GRITÁNDOME COMO UN ENERGÚMENO, APUNTÁNDOME CON EL ÍNDICE Y AMENAZÁNDOME ... Los Personajes Colombianos en las primeras décadas del siglo XX

VIVANCO
Es chileno, tiene 58 años y se ha convertido en la piedra en el zapato de varios gobernantes del continente.
Foto: 
Nolan Rada Galindo
Por: Catalina Oquendo B.
 
25 de junio 2019 , 01:45 p.m.
Le han dicho de todo: títere del imperio, embajador de las Farc, amigo de la derecha y simpatizante de la izquierda.

José Miguel Vivanco ha recibido los más variados insultos, no importa de qué ideología provengan, casi siempre después de haber denunciado a gobiernos y gobernantes por atentar contra los derechos humanos.
Tras 25 años como rostro de Human Rights Watch para América Latina, este chileno de 58 años ha desarrollado un teflón. Nada de eso le quita el sueño. Si logra evitar torturas, ataques a la libertad de expresión y abusos de poder de los gobiernos de la región, puede dormir tranquilo.

Se le ve relajado, ocupado sí –con el celular y un audífono como extensiones de su cuerpo–, pero calmo e incluso sonriente. Se sorprende con la puntualidad y bromea usando la palabra “juicioso”, para denotar su nivel de colombianidad.

Cuida mucho lo que dice. Se detiene cada que puede para buscar palabras precisas. Sus amigos le reconocen una memoria excepcional –datos precisos, con fechas y nombres– y dicen que es uno de los hombres mejor informados del continente. Casi siempre habla en presente. Tuitea desde bien entrada la mañana. Y todo, hasta lo más delicado, lo resuelve desde el celular.

Nació en 1961, creció en una familia católica chilena, sufrió la dictadura de su país, trabajó en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA) y, desde hace más de 30 años, se mueve en los círculos políticos de Washington como funcionario de la oficina de Human Rights Watch. 

Vivanco participó en la liberación de presos políticos en Cuba, de la que se recuerda particularmente la del poeta y escritor Yndamiro Restano; promovió el debate del arresto de Augusto Pinochet en Londres, como un acto necesario para llevar ante tribunales a “los violadores de derechos humanos más poderosos del mundo”; tuvo un rol decisivo en la extradición de Fujimori desde Chile a Perú; ayudó a instaurar la ley de reparaciones a los familiares 
desaparecidos en Brasil; denunció las violaciones y torturas contra opositores en la Venezuela de Chávez y Maduro; y ha sido un férreo defensor de la libertad de expresión, por lo cual, en el 2010, recibió el Gran Premio Chapultepec, que entrega la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).

Además de su trabajo en HRW, fundó el Center for Justice and International Law (Cejil), una ONG que eleva denuncias de derechos humanos ante organismos internacionales. Es abogado de la Universidad de Chile, tiene una maestría en derecho en la Universidad de Harvard y ha sido profesor adjunto en el Centro de Derecho de la Universidad de Georgetown y la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados en la Universidad John Hopkins.

Con todo, gracias a su trabajo, se ha convertido, más que en un observador, en el “hombre incómodo” de América Latina. Una piedra en el zapato para los poderosos de este lado del mundo. 

Quienes lo conocen, poco hablan de su vida privada, más allá de que cuida mucho su imagen; que controla cada detalle; que ama la música clásica y la comida saludable; y que sólo cuenta anécdotas cuando se siente en confianza. Pero sobre todo, para nadie pasa desapercibida su forma particular de tomar café. Tiene instrucciones: “¿Puede poner agua caliente unos 20 segundos en la taza donde luego pondrá el café y traerme la leche aparte con espuma? Y por favor, que ambas tazas estén bien calientes”.
CASTRO, QUE FUE MUY GROSERO Y AUTORITARIO, TENÍA CADA UNO DE LOS EXPEDIENTES DE LOS PRISIONEROS SOBRE LA MESA. LA DISCUSIÓN DE CADA CASO FUE COMO REGATEAR EN EL MERCADO
Me habían contado que siempre pide el café así: ¿por qué es tan importante?
El café es algo que nunca se deja a la suerte. También en lo gastronómico trato de comer lo más sano posible y me preocupan los ingredientes.

¿Parece que usted viviera en un avión más que en Washington?
Tengo como 7 millones de millas y viajo, como mínimo, una semana por mes. Parte de lo interesante de este trabajo es estar en contacto con los países de América Latina.

Usted entró a Human Rights Watch en 1986. ¿Quién era Vivanco antes de ese momento?
Venía de estudiar derecho en la Universidad de Chile. Soy un producto de la mejor educación pública chilena, que, por cierto, era la opción lógica en esos años de dictadura militar. La U. de Chile, a diferencia de la Católica, era un reducto donde se podía respirar un ambiente de mayor libertad y de reivindicación de valores liberales.

¿Por eso fue líder estudiantil?
A los 18 años fui elegido representante de los estudiantes de primer año de oposición a la dictadura. Eso me mantuvo en actividades estudiantiles, incluyendo negociaciones con el decano, quien a su vez era un asesor muy estrecho de Pinochet y a quien padecíamos en la Facultad. 

¿Por qué una vez terminó sus estudios, en 1983, decidió viajar a Argentina?
Vinimos con unos amigos para ser testigos del paso a la democracia. Estuvimos una semana antes de las elecciones presidenciales y luego celebramos el triunfo de Raúl Alfonsín. Argentina es pionero en materia de derechos humanos. No hay transición democrática en el mundo donde no se piense en iniciativas como las que se tomaron acá, incluyendo el castigo penal a los máximos responsables por las atrocidades cometidas. 

Plinio Apuleyo Mendoza dijo que por eso usted tiene una relación antagónica con militares. ¿De qué forma influyó la dictadura en quien es hoy?
Cuando se produjo el golpe de estado, yo tenía 12 o 13 años y viví mi adolescencia en dictadura. Eso te marca para el resto de la vida, especialmente porque provengo de una familia muy católica que fue testigo, por la cercanía a la jerarquía de la Iglesia, de los horrores cometidos inmediatamente a partir del golpe. Es imposible no sentir empatía con los más vulnerables frente al ejercicio arbitrario del poder de izquierda o derecha. Hasta el día de hoy me genera una gran tristeza y molestia escuchar a compatriotas que sostienen que nunca supieron nada de las atrocidades de Pinochet. Yo creo que no se enteraron porque no quisieron, optaron por hacer la vista gorda. Y eso francamente es muy común.

Dicen que es pragmático, ¿eso le quedó también de la dictadura?

Al vivir bajo una dictadura tienes un espacio muy reducido de libertad, lo que te obliga a pensar diez veces cómo actuar, y aprendes a hacerlo con pragmatismo pero con una sólida solidaridad con las víctimas. En esta región, que se caracteriza por unas oscilaciones políticas zigzagueantes y que históricamente pasa de la derecha a la izquierda, todavía no entendemos que las víctimas no tienen un color político.
vivanco
Vivanco es una voz con mucho peso que negoció prisioneros políticos con Fidel Castro en La Habana.
Foto: 
Nolan Rada Galindo
Pero los poderosos sí lo tienen.
Muchos de esos líderes que ejercen el poder abusivamente y gozan de alfombra roja mañana pueden terminar en la cárcel por justas razones, digamos por abuso de poder o corrupción, pero también pueden ser víctimas de persecución. La experiencia me ha enseñado que quienes están expuestos a abusos no tienen un signo ideológico particular, y los déspotas o caudillos que los ordenan, tampoco. 

Ha lidiado con varios. Pero dicen que no se deja provocar con facilidad.

Los que nos dedicamos a esta causa no podemos darnos el lujo de dejarnos influir por nuestras simpatías o antipatías personales o políticas. Son contados los minutos que uno tiene con un poderoso, sea un líder serio, un demagogo o un dictador, y hay que aprovecharlos porque estás allí representando la voz de aquellos que sufren persecución o torturas o son familiares de desaparecidos. 

Negoció prisioneros con Fidel Castro a lo largo de ocho horas. ¿Cómo fue eso?
No llevaba un año como Director Ejecutivo de Human Rights Watch y la primera dama de Francia, Danielle Mitterrand, me invitó a recorrer casi todas las prisiones de la isla recogiendo información para luego pedirle a Castro la liberación de 24 presos. La reunión comenzó cerca de las 8:30 p. m. y terminó a las 4:00 a. m., y Fidel Castro, que fue muy grosero y autoritario, tenía cada uno de los expedientes de los prisioneros sobre la mesa. La discusión de cada caso fue como regatear en el mercado.

¿Cuáles eran los argumentos de Castro?
Recuerdo el caso de Yndamiro Restano, un poeta condenado a más de 10 años de cárcel por un artículo crítico. El tribunal reconocía que no había evidencia para probar que era violento; pero la sentencia decía literalmente: “Se lo condena debido a que promueve ideas que pueden amenazar la seguridad del Estado. Recordemos que en la India, Gandhi derrotó al imperio británico con un movimiento de tipo no violento”. ¡Lo comparaban con Gandhi! Y eso para Yndamiro era motivo de orgullo. Solo ese caso nos llevó una hora. Y de los 24 autorizó la liberación de 6.

¿Y cómo finalizó una reunión con Castro?
Fue muy incómodo. Muchas celebridades decían que él era encantador. Pero durante esas horas yo no vi ningún encanto, sino a un caudillo que disponía de la libertad de los cubanos a su antojo. Como a las 4 de la mañana se acercan Roberto Robaina, el canciller de la época, junto con Felipe Pérez Roque, el jefe de gabinete –destituidos y procesados después por criticar al régimen– a decirme que el Comandante esperaba una foto final y que yo iba al costado de él. Les expliqué que no había ido a Cuba para tomarme fotos con Fidel, pero él esperaba afuera y me dijeron: “Se lo tiene que explicar usted y le advertimos que no lo va a tomar bien”. 

¿Cómo lo encaró?
Me tocó decirle: “Mire, señor Castro, acá nos han tomado por lo menos 200 fotos de trabajo. Con eso no hay problema, quedarán en los archivos; yo le agradezco la invitación pero considero que eso va más allá de mis obligaciones profesionales”. Obviamente se molestó e hizo un gesto con la mano, como diciéndome “salga de aquí rápido”. Y esa fue la última vez que pude entrar a Cuba.

También tuvo encontrones con Hugo Chávez, hasta el punto de la expulsión.
Tuve varias reuniones, ninguna fue fácil. A diferencia de Castro, Chávez hacía grandes esfuerzos por ser simpático. A pesar de que era un militar, tenía un trato muy afable. Pero en esa amabilidad escondía posiciones autoritarias que aparecían al momento en que se producían desacuerdos, y nosotros los tuvimos y muchos, específicamente en el ámbito de libertad de expresión y concentración de poder.
FUE CHÁVEZ EL QUE CONSTRUYÓ EL RÉGIMEN DICTATORIAL DE VENEZUELA Y CREO QUE MUCHOS NO QUISIERON VER LO QUE OCURRÍA YA EN 2004, CUANDO DECIDIÓ APODERARSE DE LA SUPREMA CORTE
¿Alguna que recuerde especialmente?
Entre los años 2002 y 2004, las citas eran cada vez más tensas. Hubo una en la que rechazaba todos mis planteamientos. Curiosamente interrumpió la reunión Diosdado Cabello, que era el ministro del Interior de la época. No sé si estaba programado o si es porque se escuchaba el malestar de Chávez en el palacio, pero la cuestión es que apareció y dijo: “¿Comandante, se le ofrece algo?”. Chávez, con un gesto despectivo, le dijo, “No, no, retírate”. Pero cuando iba saliendo, Chávez miró su cajetilla de cigarros Marlboro y le dijo: “Sí, ven, tráeme cigarros, que se me están acabando”. Chávez fumaba y tomaba expresos con una intensidad impresionante. Cuando se fue, Chávez me dijo: “¿Tú conoces a Diosdado?”. Yo no lo conocía, esa fue, de hecho, mi única interacción con él hasta hoy. “A este muchacho le tengo mucha fe, es muy servicial”, agregó. Esa fue su descripción. Llegó con los cigarros y le preguntó: “¿Alguna otra cosa, comandante?”. “No, te puedes ir”. Hoy, Diosdado es probablemente el más poderoso mafioso de la dictadura venezolana.

Años después, él lo expulsó a usted del país. ¿Es cierto que le armaron la maleta?
El 18 de septiembre de 2008, Daniel Wilkinson y yo presentamos el informe Una década de Chávez, donde detallamos las violaciones y la construcción de los cimientos de la dictadura. Digo, para aquellos que dicen que el problema es Maduro. No, fue Chávez el que construyó el régimen dictatorial de Venezuela y creo que muchos no quisieron ver lo que ocurría ya en 2004, cuando decidió apoderarse de la Suprema Corte. El informe recibió mucha visibilidad y esa noche fuimos a cenar con unos corresponsales. A las 10:30 regresamos al hotel con Daniel y recuerdo que en el lobby había un pianista tocando. Pero casi como si fuera una película de cowboys, entramos y el pianista dejó de tocar, se puso de pie [Vivanco se pone de pie]; los recepcionistas nos miraron y yo le dije a Daniel: “Parece que la conferencia de prensa fue un éxito”. Y nos dirigimos a las habitaciones.

¿En qué momento dimensionaron el problema?
Subimos al piso 12 y cuando se abrió la puerta vimos a unos 30 tipos armados. Por eso había dejado de tocar el pianista y la gente estaba nerviosa. Sabían que nos estaban esperando. Apenas salimos del ascensor se nos acercó un tipo que, con una voz engolada, empezó a leer un decreto firmado por Chávez: “En el día de hoy, el presidente de la República Bolivariana de Venezuela…”.

¿Usted intentó negociar?
El que leía era el encargado de derechos humanos de Chávez, imagínese. Le expliqué que era un abuso, que me dejara comunicar con mi embajador, que tenía derecho a interponer un recurso ante una orden administrativa arbitraria. No hubo caso. Media hora después empezaron a empujarnos. Entonces, les dije que me permitieran hacer mi maleta. Me dijeron: “¡No!, ya entramos y empacamos todo”. “¿Lo que está en la caja de seguridad también? ¿Ya sacaron mi pasaporte y todo?”, y me dijeron que no. Que eso, no. Entonces, me dejaron ir a la habitación. Cuando entré, traté de meterme al baño y hacer una llamada con mi Blackberry, pero me interceptaron. Me pusieron las manos por atrás y en esas condiciones me sacaron a empujones de la pieza. Curiosamente, durante todo el trayecto, me trataban de doctor, me doctoreaban. Eso me generaba confusión.

Pero, ¿algo más pasó en el ascensor?
Nos metieron al ascensor de servicio, que era pequeño, con 4 tipos. El ascensor se detuvo entre dos pisos y quedamos atrapados. Con Daniel forcejeábamos para recuperar nuestros teléfonos mientras estos matones entraron en pánico creyendo que nos íbamos a caer. Eran cerca de las 12:30 de la madrugada y nos decían: “¿Qué hacemos para que ustedes cooperen?”. “Pues devuélvannos las Blackberry”, dije. Y nos las devolvieron. Desde afuera empezaron a bajar el elevador a un punto en que lo pudieron abrir; entonces, quedó como un metro de ladrillo y el otro metro para salir. Eso es peligrosísimo, ellos salieron rápidamente y ahí sí pensé: si esta cosa se mueve cuando uno está saliendo, nos morimos. Nos halaron, nos llevaron directamente a la comitiva que nos esperaba; tratamos de resistirnos, pero nos subieron por la fuerza a los autos y de ahí salimos para el aeropuerto.
VIVANCO
Vivanco promovió el debate del arresto de Augusto Pinochet en Londres.
Foto: 
Nolan Rada Galindo
Y fueron noticia internacional.
En el trayecto al aeropuerto encendieron la radio y estaban diciendo en cadena nacional: “El gobierno de Chávez anuncia que el doctor Vivanco y el doctor Wilkinson están siendo expulsados por insultar la revolución bolivariana. Damos garantías de que en 30 minutos estarán fuera del espacio aéreo bolivariano”. Llegamos al aeropuerto y nos subieron a un avión rumbo a São Paulo. Cuando entramos, el piloto dijo: “Esos tipos que están allá nos dan 3 minutos para despegar. Los pasajeros están furiosos porque este es un avión comercial que debió salir a las 8:30 p. m. y son casi las 2 a. m.”. La gente estaba fúrica y nos empezó a insultar. Pensaban que éramos una especie de VIP, amigos de Chávez. El piloto, entonces, explicó la situación y, cuando lo hizo, se escuchó un aplauso cerrado. Le pedí al piloto una llamada y me dijo: “Bueno, métase al baño y despega desde ahí”. Me metí, llamé al corresponsal del New York Times y le dije: “Nos están expulsando de Venezuela”. Cuando aterrizamos en Brasil, la noticia daba la vuelta al mundo. Tuvimos oficina en el aeropuerto para atender a los medios por más de 12 horas.

¿Con Álvaro Uribe también tuvo agarrones?
A Uribe lo conocí cuando era gobernador. El entonces presidente Ernesto Samper me dijo después de la segunda reunión que tuvimos: “Oiga, usted viene a Colombia y me trae estos informes sobre paramilitares, pero hable con Uribe. Allá [en Antioquia] están las Convivir y este señor es alguien al que tiene que conocer. Usted entiende que aquí hay un fenómeno de paramilitarismo que yo no comparto y que si quisieran pueden hacer volar la Casa de Nariño. Por eso, hable con Uribe. No venga acá a Palacio si no ha hablado antes con él”. “Le digo más –me aseguró Samper–: ese señor va a ser presidente”.
LLEGUÉ A LA REUNIÓN CON ESOS DATOS, Y A LOS 10 MINUTOS, [ÁLVARO] URIBE YA ESTABA DE PIE, GRITÁNDOME COMO UN ENERGÚMENO, APUNTÁNDOME CON EL ÍNDICE Y AMENAZÁNDOME HASTA DE LO QUE ME IBA A MORIR
¿Finalmente se reunió con él?
La tercera vez, Samper me recibió muy bien. Empezamos y me dijo: “Me imagino que ya habló con Uribe”. Se puso de pie y le dijo a Juan Mesa, su secretario privado: “Llame a la gobernación para conseguirle una cita”. Antes de ir a Antioquia, me informaron: “Hay un senador que quiere hablar con usted”. Era Fabio Valencia Cossio. El senador [que años después fue ministro de Uribe] me dio un listado y me dijo: “Estos son los tipos que Uribe tiene registrados en las Convivir, vinculados al paramilitarismo. No le crea a Uribe si le dice que son unas asociaciones de vecinos para ofrecer seguridad, acá tiene los listados”. Llegué a la reunión con esos datos, y a los 10 minutos, Uribe ya estaba de pie, gritándome como un energúmeno, apuntándome con el índice y amenazándome hasta de lo que me iba a morir. Pero felizmente llegó su esposa Lina y lo calmó. Nos ofreció unos sánduches para superar las tensiones y luego de eso me fui.

Se lo volvió a encontrar, ya siendo presidente, tal cual como le anunció Samper.
Cuando Uribe fue elegido presidente, me reuní muchas veces con él. Pero hubo una reunión especial cuando implementó Ralito y planteó el proyecto de Alternatividad Penal, para investigar a los paramilitares. Esa era una propuesta de impunidad total, en la que los líderes ‘paras’ terminarían prácticamente condecorados. De hecho, llevaron a Mancuso y compañía al Congreso y les rindieron homenajes. En ese contexto, fui a una reunión con Uribe acompañado de dos abogadas de mi equipo; estaban el siquiatra que hacía de Comisionado de Paz y otros funcionarios. Uribe, una vez más perdió los estribos. Me gritaba que yo era un embajador de las Farc en 
Washington. Estaba tan fuera de sí que se levantó de la mesa, dio un portazo y se fue. Insólito. Nunca me había ocurrido algo semejante con nadie ni menos un jefe de Estado. Los ministros se quedaron en la sala y seguimos la reunión como si nada, aunque con mucha tensión. Después de 10 minutos, Uribe regresó calmado. Era otro.

Pero luego tuvieron una en Washington que fue más delicada.
La última escena se dio nada menos que en el Capitolio, en Washington, en una cena con senadores y altas autoridades del Departamento de Estado. La cena había sido, en general, anodina. Como a las 9:00 p. m., cuando estábamos en los cafés, se levanta un senador estadounidense y dice: “¡Qué grata reunión!, pero sería perder una gran oportunidad si no tratamos algo sustantivo y ocurre que su gobierno tiene un mal récord en derechos humanos. Acá está el señor Vivanco, sería muy útil si le ofrece unos minutos para que exprese sus preocupaciones. Si no lo hacemos ahora, no podremos tener un debate sobre estos temas que tienen incidencia en el Tratado de Libre Comercio, razón por la que usted está acá”. 

¿Y Uribe le dio la palabra sin problema?
Sí. Le hablé de los sindicalistas y falsos positivos, le dije: “Ustedes están inflando las cifras de bajas en combate y nosotros tenemos antecedentes de que hay civiles entre los muertos”. No alcancé a terminar cuando empezó a gritar, pero esta vez no fueron 5 sino 20 minutos. Me trataba de representante de las Farc, intentaban calmarlo, pero él, en un inglés alterado, decía: “Yo no he terminado con él, el guerrillero de Vivanco le hace gran daño a Colombia”, las mismas cosas de siempre, pero esta vez en el Capitolio. Para detener el exabrupto de Uribe, le decían que el servicio debía irse y el salón había que entregarlo. Pero su reacción fue: “Lo entiendo, pero consígame otro salón porque yo todavía no he terminado con este señor”. 

¿Qué pasó después?
Al final se resignó, pero cuando se iba a despedir volvió a insultarme. Yo lo escuché, le dije que se calmara y que sus acusaciones no tenían fundamento. El incidente se filtró en los medios y hay quienes opinan que el descontrol de Uribe le costó la firma del TLC, porque los senadores presentes vieron una cara que no conocían de este personaje. Perdió las condiciones para generar confianza en un tema tan delicado como el asesinato de sindicalistas. ¿Cómo confiar en un presidente que insultó con vehemencia a alguien que trabaja estrechamente con republicanos y demócratas?

Precisamente, usted denunció más de 3.000 falsos positivos. Ahora, se conoce la información del New York Times. ¿Estamos frente a una reedición?
Nosotros no hemos documentado casos de ejecuciones extrajudiciales en la modalidad de “falsos positivos”, después del gobierno de Uribe. Me preocupa, sin embargo, que con las políticas que ha implementado el nuevo comandante del Ejército, estos asesinatos puedan regresar. No sería sorprendente, puesto que el Ejército nunca ha purgado plenamente a los oficiales creíblemente implicados en estos crímenes. Es más, muchos de ellos han sido ascendidos y hoy ocupan altos cargos en el Ejército.

¿Cree que les garantizan impunidad?
En Colombia hay un evidente doble rasero en cuanto a los procesos penales contra soldados y oficiales responsables de falsos positivos. Esta es una práctica desde hace años, incluso durante el gobierno de Santos y ahora el de Duque. Por un lado, la Fiscalía ha logrado condenas penales contra más de mil soldados u oficiales de rangos medios, lo cual es un avance verdaderamente notable. Sin embargo, la justicia nunca toca a los generales: de los 19 que hay bajo investigación, solo uno ha sido imputado. En los demás casos, la impunidad para los generales es total.

¿Y qué opina de los ataques a los periodistas del New York Times?
Para Uribe y algunos de sus seguidores, cualquiera que los critique a ellos o a sus aliados en las fuerzas militares es un agente del comunismo internacional. Esa es la estrategia penosa que han impulsado desde hace años. Puede ser que les sirva ante algunos de sus seguidores más fanáticos, pero frente a la comunidad internacional no hacen más que desprestigiar aún más al Centro Democrático y dañar la imagen del gobierno de Duque.

¿Usted es consciente de su rol de personaje incómodo?
Sí, lo soy. Especialmente cuando uno pisa cayos de líderes populistas y mesiánicos de derechas o de izquierda. Entonces, si el costo es ser incómodo, lo entiendo y lo asumo sin mayor preocupación. No pierdo el sueño, ni un minuto de sueño, por el malestar que les podemos generar a algunos caudillos en esta región, en el pasado, hoy o en el futuro.

POR CATALINA OQUENDO B.
FOTOGRAFÍAS NOLAN RADA GALINDO  
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 86 . JUNIO - JULIO DEL 2019