sábado, junio 29, 2019

GRITÁNDOME COMO UN ENERGÚMENO, APUNTÁNDOME CON EL ÍNDICE Y AMENAZÁNDOME ... Los Personajes Colombianos en las primeras décadas del siglo XX

VIVANCO
Es chileno, tiene 58 años y se ha convertido en la piedra en el zapato de varios gobernantes del continente.
Foto: 
Nolan Rada Galindo
Por: Catalina Oquendo B.
 
25 de junio 2019 , 01:45 p.m.
Le han dicho de todo: títere del imperio, embajador de las Farc, amigo de la derecha y simpatizante de la izquierda.

José Miguel Vivanco ha recibido los más variados insultos, no importa de qué ideología provengan, casi siempre después de haber denunciado a gobiernos y gobernantes por atentar contra los derechos humanos.
Tras 25 años como rostro de Human Rights Watch para América Latina, este chileno de 58 años ha desarrollado un teflón. Nada de eso le quita el sueño. Si logra evitar torturas, ataques a la libertad de expresión y abusos de poder de los gobiernos de la región, puede dormir tranquilo.

Se le ve relajado, ocupado sí –con el celular y un audífono como extensiones de su cuerpo–, pero calmo e incluso sonriente. Se sorprende con la puntualidad y bromea usando la palabra “juicioso”, para denotar su nivel de colombianidad.

Cuida mucho lo que dice. Se detiene cada que puede para buscar palabras precisas. Sus amigos le reconocen una memoria excepcional –datos precisos, con fechas y nombres– y dicen que es uno de los hombres mejor informados del continente. Casi siempre habla en presente. Tuitea desde bien entrada la mañana. Y todo, hasta lo más delicado, lo resuelve desde el celular.

Nació en 1961, creció en una familia católica chilena, sufrió la dictadura de su país, trabajó en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA) y, desde hace más de 30 años, se mueve en los círculos políticos de Washington como funcionario de la oficina de Human Rights Watch. 

Vivanco participó en la liberación de presos políticos en Cuba, de la que se recuerda particularmente la del poeta y escritor Yndamiro Restano; promovió el debate del arresto de Augusto Pinochet en Londres, como un acto necesario para llevar ante tribunales a “los violadores de derechos humanos más poderosos del mundo”; tuvo un rol decisivo en la extradición de Fujimori desde Chile a Perú; ayudó a instaurar la ley de reparaciones a los familiares 
desaparecidos en Brasil; denunció las violaciones y torturas contra opositores en la Venezuela de Chávez y Maduro; y ha sido un férreo defensor de la libertad de expresión, por lo cual, en el 2010, recibió el Gran Premio Chapultepec, que entrega la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).

Además de su trabajo en HRW, fundó el Center for Justice and International Law (Cejil), una ONG que eleva denuncias de derechos humanos ante organismos internacionales. Es abogado de la Universidad de Chile, tiene una maestría en derecho en la Universidad de Harvard y ha sido profesor adjunto en el Centro de Derecho de la Universidad de Georgetown y la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados en la Universidad John Hopkins.

Con todo, gracias a su trabajo, se ha convertido, más que en un observador, en el “hombre incómodo” de América Latina. Una piedra en el zapato para los poderosos de este lado del mundo. 

Quienes lo conocen, poco hablan de su vida privada, más allá de que cuida mucho su imagen; que controla cada detalle; que ama la música clásica y la comida saludable; y que sólo cuenta anécdotas cuando se siente en confianza. Pero sobre todo, para nadie pasa desapercibida su forma particular de tomar café. Tiene instrucciones: “¿Puede poner agua caliente unos 20 segundos en la taza donde luego pondrá el café y traerme la leche aparte con espuma? Y por favor, que ambas tazas estén bien calientes”.
CASTRO, QUE FUE MUY GROSERO Y AUTORITARIO, TENÍA CADA UNO DE LOS EXPEDIENTES DE LOS PRISIONEROS SOBRE LA MESA. LA DISCUSIÓN DE CADA CASO FUE COMO REGATEAR EN EL MERCADO
Me habían contado que siempre pide el café así: ¿por qué es tan importante?
El café es algo que nunca se deja a la suerte. También en lo gastronómico trato de comer lo más sano posible y me preocupan los ingredientes.

¿Parece que usted viviera en un avión más que en Washington?
Tengo como 7 millones de millas y viajo, como mínimo, una semana por mes. Parte de lo interesante de este trabajo es estar en contacto con los países de América Latina.

Usted entró a Human Rights Watch en 1986. ¿Quién era Vivanco antes de ese momento?
Venía de estudiar derecho en la Universidad de Chile. Soy un producto de la mejor educación pública chilena, que, por cierto, era la opción lógica en esos años de dictadura militar. La U. de Chile, a diferencia de la Católica, era un reducto donde se podía respirar un ambiente de mayor libertad y de reivindicación de valores liberales.

¿Por eso fue líder estudiantil?
A los 18 años fui elegido representante de los estudiantes de primer año de oposición a la dictadura. Eso me mantuvo en actividades estudiantiles, incluyendo negociaciones con el decano, quien a su vez era un asesor muy estrecho de Pinochet y a quien padecíamos en la Facultad. 

¿Por qué una vez terminó sus estudios, en 1983, decidió viajar a Argentina?
Vinimos con unos amigos para ser testigos del paso a la democracia. Estuvimos una semana antes de las elecciones presidenciales y luego celebramos el triunfo de Raúl Alfonsín. Argentina es pionero en materia de derechos humanos. No hay transición democrática en el mundo donde no se piense en iniciativas como las que se tomaron acá, incluyendo el castigo penal a los máximos responsables por las atrocidades cometidas. 

Plinio Apuleyo Mendoza dijo que por eso usted tiene una relación antagónica con militares. ¿De qué forma influyó la dictadura en quien es hoy?
Cuando se produjo el golpe de estado, yo tenía 12 o 13 años y viví mi adolescencia en dictadura. Eso te marca para el resto de la vida, especialmente porque provengo de una familia muy católica que fue testigo, por la cercanía a la jerarquía de la Iglesia, de los horrores cometidos inmediatamente a partir del golpe. Es imposible no sentir empatía con los más vulnerables frente al ejercicio arbitrario del poder de izquierda o derecha. Hasta el día de hoy me genera una gran tristeza y molestia escuchar a compatriotas que sostienen que nunca supieron nada de las atrocidades de Pinochet. Yo creo que no se enteraron porque no quisieron, optaron por hacer la vista gorda. Y eso francamente es muy común.

Dicen que es pragmático, ¿eso le quedó también de la dictadura?

Al vivir bajo una dictadura tienes un espacio muy reducido de libertad, lo que te obliga a pensar diez veces cómo actuar, y aprendes a hacerlo con pragmatismo pero con una sólida solidaridad con las víctimas. En esta región, que se caracteriza por unas oscilaciones políticas zigzagueantes y que históricamente pasa de la derecha a la izquierda, todavía no entendemos que las víctimas no tienen un color político.
vivanco
Vivanco es una voz con mucho peso que negoció prisioneros políticos con Fidel Castro en La Habana.
Foto: 
Nolan Rada Galindo
Pero los poderosos sí lo tienen.
Muchos de esos líderes que ejercen el poder abusivamente y gozan de alfombra roja mañana pueden terminar en la cárcel por justas razones, digamos por abuso de poder o corrupción, pero también pueden ser víctimas de persecución. La experiencia me ha enseñado que quienes están expuestos a abusos no tienen un signo ideológico particular, y los déspotas o caudillos que los ordenan, tampoco. 

Ha lidiado con varios. Pero dicen que no se deja provocar con facilidad.

Los que nos dedicamos a esta causa no podemos darnos el lujo de dejarnos influir por nuestras simpatías o antipatías personales o políticas. Son contados los minutos que uno tiene con un poderoso, sea un líder serio, un demagogo o un dictador, y hay que aprovecharlos porque estás allí representando la voz de aquellos que sufren persecución o torturas o son familiares de desaparecidos. 

Negoció prisioneros con Fidel Castro a lo largo de ocho horas. ¿Cómo fue eso?
No llevaba un año como Director Ejecutivo de Human Rights Watch y la primera dama de Francia, Danielle Mitterrand, me invitó a recorrer casi todas las prisiones de la isla recogiendo información para luego pedirle a Castro la liberación de 24 presos. La reunión comenzó cerca de las 8:30 p. m. y terminó a las 4:00 a. m., y Fidel Castro, que fue muy grosero y autoritario, tenía cada uno de los expedientes de los prisioneros sobre la mesa. La discusión de cada caso fue como regatear en el mercado.

¿Cuáles eran los argumentos de Castro?
Recuerdo el caso de Yndamiro Restano, un poeta condenado a más de 10 años de cárcel por un artículo crítico. El tribunal reconocía que no había evidencia para probar que era violento; pero la sentencia decía literalmente: “Se lo condena debido a que promueve ideas que pueden amenazar la seguridad del Estado. Recordemos que en la India, Gandhi derrotó al imperio británico con un movimiento de tipo no violento”. ¡Lo comparaban con Gandhi! Y eso para Yndamiro era motivo de orgullo. Solo ese caso nos llevó una hora. Y de los 24 autorizó la liberación de 6.

¿Y cómo finalizó una reunión con Castro?
Fue muy incómodo. Muchas celebridades decían que él era encantador. Pero durante esas horas yo no vi ningún encanto, sino a un caudillo que disponía de la libertad de los cubanos a su antojo. Como a las 4 de la mañana se acercan Roberto Robaina, el canciller de la época, junto con Felipe Pérez Roque, el jefe de gabinete –destituidos y procesados después por criticar al régimen– a decirme que el Comandante esperaba una foto final y que yo iba al costado de él. Les expliqué que no había ido a Cuba para tomarme fotos con Fidel, pero él esperaba afuera y me dijeron: “Se lo tiene que explicar usted y le advertimos que no lo va a tomar bien”. 

¿Cómo lo encaró?
Me tocó decirle: “Mire, señor Castro, acá nos han tomado por lo menos 200 fotos de trabajo. Con eso no hay problema, quedarán en los archivos; yo le agradezco la invitación pero considero que eso va más allá de mis obligaciones profesionales”. Obviamente se molestó e hizo un gesto con la mano, como diciéndome “salga de aquí rápido”. Y esa fue la última vez que pude entrar a Cuba.

También tuvo encontrones con Hugo Chávez, hasta el punto de la expulsión.
Tuve varias reuniones, ninguna fue fácil. A diferencia de Castro, Chávez hacía grandes esfuerzos por ser simpático. A pesar de que era un militar, tenía un trato muy afable. Pero en esa amabilidad escondía posiciones autoritarias que aparecían al momento en que se producían desacuerdos, y nosotros los tuvimos y muchos, específicamente en el ámbito de libertad de expresión y concentración de poder.
FUE CHÁVEZ EL QUE CONSTRUYÓ EL RÉGIMEN DICTATORIAL DE VENEZUELA Y CREO QUE MUCHOS NO QUISIERON VER LO QUE OCURRÍA YA EN 2004, CUANDO DECIDIÓ APODERARSE DE LA SUPREMA CORTE
¿Alguna que recuerde especialmente?
Entre los años 2002 y 2004, las citas eran cada vez más tensas. Hubo una en la que rechazaba todos mis planteamientos. Curiosamente interrumpió la reunión Diosdado Cabello, que era el ministro del Interior de la época. No sé si estaba programado o si es porque se escuchaba el malestar de Chávez en el palacio, pero la cuestión es que apareció y dijo: “¿Comandante, se le ofrece algo?”. Chávez, con un gesto despectivo, le dijo, “No, no, retírate”. Pero cuando iba saliendo, Chávez miró su cajetilla de cigarros Marlboro y le dijo: “Sí, ven, tráeme cigarros, que se me están acabando”. Chávez fumaba y tomaba expresos con una intensidad impresionante. Cuando se fue, Chávez me dijo: “¿Tú conoces a Diosdado?”. Yo no lo conocía, esa fue, de hecho, mi única interacción con él hasta hoy. “A este muchacho le tengo mucha fe, es muy servicial”, agregó. Esa fue su descripción. Llegó con los cigarros y le preguntó: “¿Alguna otra cosa, comandante?”. “No, te puedes ir”. Hoy, Diosdado es probablemente el más poderoso mafioso de la dictadura venezolana.

Años después, él lo expulsó a usted del país. ¿Es cierto que le armaron la maleta?
El 18 de septiembre de 2008, Daniel Wilkinson y yo presentamos el informe Una década de Chávez, donde detallamos las violaciones y la construcción de los cimientos de la dictadura. Digo, para aquellos que dicen que el problema es Maduro. No, fue Chávez el que construyó el régimen dictatorial de Venezuela y creo que muchos no quisieron ver lo que ocurría ya en 2004, cuando decidió apoderarse de la Suprema Corte. El informe recibió mucha visibilidad y esa noche fuimos a cenar con unos corresponsales. A las 10:30 regresamos al hotel con Daniel y recuerdo que en el lobby había un pianista tocando. Pero casi como si fuera una película de cowboys, entramos y el pianista dejó de tocar, se puso de pie [Vivanco se pone de pie]; los recepcionistas nos miraron y yo le dije a Daniel: “Parece que la conferencia de prensa fue un éxito”. Y nos dirigimos a las habitaciones.

¿En qué momento dimensionaron el problema?
Subimos al piso 12 y cuando se abrió la puerta vimos a unos 30 tipos armados. Por eso había dejado de tocar el pianista y la gente estaba nerviosa. Sabían que nos estaban esperando. Apenas salimos del ascensor se nos acercó un tipo que, con una voz engolada, empezó a leer un decreto firmado por Chávez: “En el día de hoy, el presidente de la República Bolivariana de Venezuela…”.

¿Usted intentó negociar?
El que leía era el encargado de derechos humanos de Chávez, imagínese. Le expliqué que era un abuso, que me dejara comunicar con mi embajador, que tenía derecho a interponer un recurso ante una orden administrativa arbitraria. No hubo caso. Media hora después empezaron a empujarnos. Entonces, les dije que me permitieran hacer mi maleta. Me dijeron: “¡No!, ya entramos y empacamos todo”. “¿Lo que está en la caja de seguridad también? ¿Ya sacaron mi pasaporte y todo?”, y me dijeron que no. Que eso, no. Entonces, me dejaron ir a la habitación. Cuando entré, traté de meterme al baño y hacer una llamada con mi Blackberry, pero me interceptaron. Me pusieron las manos por atrás y en esas condiciones me sacaron a empujones de la pieza. Curiosamente, durante todo el trayecto, me trataban de doctor, me doctoreaban. Eso me generaba confusión.

Pero, ¿algo más pasó en el ascensor?
Nos metieron al ascensor de servicio, que era pequeño, con 4 tipos. El ascensor se detuvo entre dos pisos y quedamos atrapados. Con Daniel forcejeábamos para recuperar nuestros teléfonos mientras estos matones entraron en pánico creyendo que nos íbamos a caer. Eran cerca de las 12:30 de la madrugada y nos decían: “¿Qué hacemos para que ustedes cooperen?”. “Pues devuélvannos las Blackberry”, dije. Y nos las devolvieron. Desde afuera empezaron a bajar el elevador a un punto en que lo pudieron abrir; entonces, quedó como un metro de ladrillo y el otro metro para salir. Eso es peligrosísimo, ellos salieron rápidamente y ahí sí pensé: si esta cosa se mueve cuando uno está saliendo, nos morimos. Nos halaron, nos llevaron directamente a la comitiva que nos esperaba; tratamos de resistirnos, pero nos subieron por la fuerza a los autos y de ahí salimos para el aeropuerto.
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Vivanco promovió el debate del arresto de Augusto Pinochet en Londres.
Foto: 
Nolan Rada Galindo
Y fueron noticia internacional.
En el trayecto al aeropuerto encendieron la radio y estaban diciendo en cadena nacional: “El gobierno de Chávez anuncia que el doctor Vivanco y el doctor Wilkinson están siendo expulsados por insultar la revolución bolivariana. Damos garantías de que en 30 minutos estarán fuera del espacio aéreo bolivariano”. Llegamos al aeropuerto y nos subieron a un avión rumbo a São Paulo. Cuando entramos, el piloto dijo: “Esos tipos que están allá nos dan 3 minutos para despegar. Los pasajeros están furiosos porque este es un avión comercial que debió salir a las 8:30 p. m. y son casi las 2 a. m.”. La gente estaba fúrica y nos empezó a insultar. Pensaban que éramos una especie de VIP, amigos de Chávez. El piloto, entonces, explicó la situación y, cuando lo hizo, se escuchó un aplauso cerrado. Le pedí al piloto una llamada y me dijo: “Bueno, métase al baño y despega desde ahí”. Me metí, llamé al corresponsal del New York Times y le dije: “Nos están expulsando de Venezuela”. Cuando aterrizamos en Brasil, la noticia daba la vuelta al mundo. Tuvimos oficina en el aeropuerto para atender a los medios por más de 12 horas.

¿Con Álvaro Uribe también tuvo agarrones?
A Uribe lo conocí cuando era gobernador. El entonces presidente Ernesto Samper me dijo después de la segunda reunión que tuvimos: “Oiga, usted viene a Colombia y me trae estos informes sobre paramilitares, pero hable con Uribe. Allá [en Antioquia] están las Convivir y este señor es alguien al que tiene que conocer. Usted entiende que aquí hay un fenómeno de paramilitarismo que yo no comparto y que si quisieran pueden hacer volar la Casa de Nariño. Por eso, hable con Uribe. No venga acá a Palacio si no ha hablado antes con él”. “Le digo más –me aseguró Samper–: ese señor va a ser presidente”.
LLEGUÉ A LA REUNIÓN CON ESOS DATOS, Y A LOS 10 MINUTOS, [ÁLVARO] URIBE YA ESTABA DE PIE, GRITÁNDOME COMO UN ENERGÚMENO, APUNTÁNDOME CON EL ÍNDICE Y AMENAZÁNDOME HASTA DE LO QUE ME IBA A MORIR
¿Finalmente se reunió con él?
La tercera vez, Samper me recibió muy bien. Empezamos y me dijo: “Me imagino que ya habló con Uribe”. Se puso de pie y le dijo a Juan Mesa, su secretario privado: “Llame a la gobernación para conseguirle una cita”. Antes de ir a Antioquia, me informaron: “Hay un senador que quiere hablar con usted”. Era Fabio Valencia Cossio. El senador [que años después fue ministro de Uribe] me dio un listado y me dijo: “Estos son los tipos que Uribe tiene registrados en las Convivir, vinculados al paramilitarismo. No le crea a Uribe si le dice que son unas asociaciones de vecinos para ofrecer seguridad, acá tiene los listados”. Llegué a la reunión con esos datos, y a los 10 minutos, Uribe ya estaba de pie, gritándome como un energúmeno, apuntándome con el índice y amenazándome hasta de lo que me iba a morir. Pero felizmente llegó su esposa Lina y lo calmó. Nos ofreció unos sánduches para superar las tensiones y luego de eso me fui.

Se lo volvió a encontrar, ya siendo presidente, tal cual como le anunció Samper.
Cuando Uribe fue elegido presidente, me reuní muchas veces con él. Pero hubo una reunión especial cuando implementó Ralito y planteó el proyecto de Alternatividad Penal, para investigar a los paramilitares. Esa era una propuesta de impunidad total, en la que los líderes ‘paras’ terminarían prácticamente condecorados. De hecho, llevaron a Mancuso y compañía al Congreso y les rindieron homenajes. En ese contexto, fui a una reunión con Uribe acompañado de dos abogadas de mi equipo; estaban el siquiatra que hacía de Comisionado de Paz y otros funcionarios. Uribe, una vez más perdió los estribos. Me gritaba que yo era un embajador de las Farc en 
Washington. Estaba tan fuera de sí que se levantó de la mesa, dio un portazo y se fue. Insólito. Nunca me había ocurrido algo semejante con nadie ni menos un jefe de Estado. Los ministros se quedaron en la sala y seguimos la reunión como si nada, aunque con mucha tensión. Después de 10 minutos, Uribe regresó calmado. Era otro.

Pero luego tuvieron una en Washington que fue más delicada.
La última escena se dio nada menos que en el Capitolio, en Washington, en una cena con senadores y altas autoridades del Departamento de Estado. La cena había sido, en general, anodina. Como a las 9:00 p. m., cuando estábamos en los cafés, se levanta un senador estadounidense y dice: “¡Qué grata reunión!, pero sería perder una gran oportunidad si no tratamos algo sustantivo y ocurre que su gobierno tiene un mal récord en derechos humanos. Acá está el señor Vivanco, sería muy útil si le ofrece unos minutos para que exprese sus preocupaciones. Si no lo hacemos ahora, no podremos tener un debate sobre estos temas que tienen incidencia en el Tratado de Libre Comercio, razón por la que usted está acá”. 

¿Y Uribe le dio la palabra sin problema?
Sí. Le hablé de los sindicalistas y falsos positivos, le dije: “Ustedes están inflando las cifras de bajas en combate y nosotros tenemos antecedentes de que hay civiles entre los muertos”. No alcancé a terminar cuando empezó a gritar, pero esta vez no fueron 5 sino 20 minutos. Me trataba de representante de las Farc, intentaban calmarlo, pero él, en un inglés alterado, decía: “Yo no he terminado con él, el guerrillero de Vivanco le hace gran daño a Colombia”, las mismas cosas de siempre, pero esta vez en el Capitolio. Para detener el exabrupto de Uribe, le decían que el servicio debía irse y el salón había que entregarlo. Pero su reacción fue: “Lo entiendo, pero consígame otro salón porque yo todavía no he terminado con este señor”. 

¿Qué pasó después?
Al final se resignó, pero cuando se iba a despedir volvió a insultarme. Yo lo escuché, le dije que se calmara y que sus acusaciones no tenían fundamento. El incidente se filtró en los medios y hay quienes opinan que el descontrol de Uribe le costó la firma del TLC, porque los senadores presentes vieron una cara que no conocían de este personaje. Perdió las condiciones para generar confianza en un tema tan delicado como el asesinato de sindicalistas. ¿Cómo confiar en un presidente que insultó con vehemencia a alguien que trabaja estrechamente con republicanos y demócratas?

Precisamente, usted denunció más de 3.000 falsos positivos. Ahora, se conoce la información del New York Times. ¿Estamos frente a una reedición?
Nosotros no hemos documentado casos de ejecuciones extrajudiciales en la modalidad de “falsos positivos”, después del gobierno de Uribe. Me preocupa, sin embargo, que con las políticas que ha implementado el nuevo comandante del Ejército, estos asesinatos puedan regresar. No sería sorprendente, puesto que el Ejército nunca ha purgado plenamente a los oficiales creíblemente implicados en estos crímenes. Es más, muchos de ellos han sido ascendidos y hoy ocupan altos cargos en el Ejército.

¿Cree que les garantizan impunidad?
En Colombia hay un evidente doble rasero en cuanto a los procesos penales contra soldados y oficiales responsables de falsos positivos. Esta es una práctica desde hace años, incluso durante el gobierno de Santos y ahora el de Duque. Por un lado, la Fiscalía ha logrado condenas penales contra más de mil soldados u oficiales de rangos medios, lo cual es un avance verdaderamente notable. Sin embargo, la justicia nunca toca a los generales: de los 19 que hay bajo investigación, solo uno ha sido imputado. En los demás casos, la impunidad para los generales es total.

¿Y qué opina de los ataques a los periodistas del New York Times?
Para Uribe y algunos de sus seguidores, cualquiera que los critique a ellos o a sus aliados en las fuerzas militares es un agente del comunismo internacional. Esa es la estrategia penosa que han impulsado desde hace años. Puede ser que les sirva ante algunos de sus seguidores más fanáticos, pero frente a la comunidad internacional no hacen más que desprestigiar aún más al Centro Democrático y dañar la imagen del gobierno de Duque.

¿Usted es consciente de su rol de personaje incómodo?
Sí, lo soy. Especialmente cuando uno pisa cayos de líderes populistas y mesiánicos de derechas o de izquierda. Entonces, si el costo es ser incómodo, lo entiendo y lo asumo sin mayor preocupación. No pierdo el sueño, ni un minuto de sueño, por el malestar que les podemos generar a algunos caudillos en esta región, en el pasado, hoy o en el futuro.

POR CATALINA OQUENDO B.
FOTOGRAFÍAS NOLAN RADA GALINDO  
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 86 . JUNIO - JULIO DEL 2019

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